Recomiendo:
0

El bello barrio de la UP: Sobre el tiempo histórico en la política chilena

Fuentes: El Desconcierto

La experiencia del tiempo de la UP desafió el orden de las cosas, ese crucial pacto oligárquico que, en sus diversas versiones, ha hecho que el poder político y el poder económico se anuden en una misma mano. La Unidad Popular fue la amenaza de su destrucción.   «¿Cuándo llegará el socialismo (…)»  Mauricio Redolés, Tangolpeando […]

La experiencia del tiempo de la UP desafió el orden de las cosas, ese crucial pacto oligárquico que, en sus diversas versiones, ha hecho que el poder político y el poder económico se anuden en una misma mano. La Unidad Popular fue la amenaza de su destrucción.

  «¿Cuándo llegará el socialismo (…)»

 Mauricio Redolés, Tangolpeando

En una reciente entrevista en La Tercera, el poeta Mauricio Redolés afirmó que el Frente Amplio cree que inventó hasta el «café con leche». Sus dichos no son los del juglar que está con el poder, sino de aquél que ha hecho de su arte y de su vida un denodado trabajo de resistencia contracultural. Por eso, hay que analizar sus palabras -así como su vasta obra musical y poética- atendiendo al espesor histórico y político que éstas traen consigo.

1.- Que el FA crea que haya inventado el «café con leche» y que, según Redolés, les «falte calle» pone en juego el modo de comprender la dimensión temporal de la política. Que el FA crea que haya inventado todo, y que sea representado por un «café con leche» le muestra como una fuerza renovadora que, sin embargo, vive exclusivamente de su «novedad» sin necesidad de acudir a la secreta pulsación del pasado y absolutamente afincado en los «cafés» y no en los flujos por los que trasunta la potencia popular. Sin duda, el FA se articula como la «novedad», el «pájaro nuevo» que ha sido invitado a la fiesta de los disfraces en los que la oligarquía juega con su botín. Pero si el FA es sólo «novedad» es porque su marca temporal se basa exclusivamente en el optimismo del presente. El pasado parece contemplarse opaco y el futuro apenas tiene algún esbozo de proyecto.

Es claro, sin embargo, que el presente les organiza en la coyuntura, pueden reaccionar frente a la agenda de otros, pero son incapaces de colocar su propia agenda. Un presente cronológico es necesariamente un efecto de la escisión producida por el poder. Y es un presente exento de experiencia en el que sólo importa la posición en un hoy preso de la dinámica del tiempo, absorbido por una cronología que no le pertenece, una temporalidad exenta de historicidad.  Con la alta votación expresada en las pasadas elecciones, el FA creyó haber ganado.

Pero la volatilidad de la votación -y la alta probabilidad de que muchos de sus votantes apuntaran a Piñera en segunda vuelta- no consolida una fuerza, mucho menos a una coalición política. Estar sólo en el presente cronológico les hace perder el juego, porque trayendo la soberbia de quien vive el día a día, parece no conocer nada del pasado. Como decía Carlos Ruiz en una reciente entrevista, ello redunda en el síntoma del micrófono fácil y rápido, sin romper sus lógicas, las formas en las que se ha urdido la política del espectáculo mediático. Hay que actuar en el día a día y agotarse en su temporalidad vacía. No hay conexión entre la facticidad del «ahora» y la memoria histórica del pueblo chileno, no parece haber un puente entre la intensidad de un pasado cargado de promesas y una actualidad que sólo puede ofrecer el más penoso futuro.

2.- Pero si el FA está marcado por un excesivo compromiso con el presente sin aferrar en él la potencia del pasado, es porque los restos de la Nueva Mayoría son los que aún le conservan, pero en la forma de un museo. Hablan de las glorias de ayer, de cuando ya no tan jóvenes pudieron organizar la Concertación de Partidos por la Democracia y, como dicen ellos, «derrotar a Pinochet». Ellos hicieron una política de viejos, aferrada al presupuesto de una fábula que, en su tonalidad moralizante, no dejaba de repetir un «había una vez» bajo cuyo espectro podía llegar el «lobo feroz» con la casacada de militares y agentes de la CIA dispuestos a matar.

La ex Concertación y la posterior Nueva Mayoría -versión «populista soft» de la primera- se organizó enteramente en torno a un pasado enteramente mítico. Hicieron del pasado cronológico un verdadero museo en orden a moralizar al país contando sus anécdotas de juventud que no podían repetir al precio de que los militares nuevamente se alzaran con el poder. La marca temporal que llevaron consigo fue la de un pasado exento de redención, escindido totalmente del presente. Y es curioso: antes fue la Concertación la que operaba en el presente sin mirar al pasado (tal como lo hace hoy el FA).

Pero después de su derrota electoral es ella, ahora en versión ex Nueva Mayoría, la que mira exclusivamente hacia el pasado intentando defender las infinitas razones de porqué -finalmente- la Concertación habría sido la «coalición mas exitosa de la historia de Chile». A esta luz, podríamos decir que el FA está funcionando como el reverso especular de la Nueva Mayoría: si para el primero el tiempo es nada más que presente y pura novedad, para el segundo, el tiempo es nada más que un pasado estetizado que no deja de glorificarse y «defenderse» (defender el legado de Michelle Bachelet, por ejemplo). Si para el primero todo está por hacer, para el segundo casi todo ya está hecho. Sin «café con leche» -ni siquiera con empanadas y vino tinto- la ex Nueva Mayoría vive de su muerte. Nada más tiene que ofrecer al país porque su propuesta asumía un límite que tenía que ver con la fórmula que constituyó la columna vertebral de todo su proceso: la «justicia en la medida de lo posible», lo cual significaba: gobernar a la medida de la oligarquía.

La Nueva Mayoría fue una deriva de un «populismo soft» en el que Bachelet intentó sortear la transversalidad de la clase «concertacionista» que aún yacía apernada a los diversos partidos de la coalición, poniendo en juego a su figura en directa relación con la ciudadanía para intentar resolver la acuciante crisis de legitimidad que ya se había anunciado, es porque Bachelet fue al protestantismo como Aylwin lo había sido al más estricto catolicismo: relación directa con la ciudadanía, versus, relación cupular, amplificación de la gobernanza neoliberal en la primera, restricción de la misma para garantizar los equilibrios con los otrora «enclaves autoritarios», legados por el pinochetismo, en el segundo.

En cualquier caso, sea en su versión católica (Concertación) o protestante (Nueva Mayoría), el concepto de tiempo experimentó una mutación decisiva: de haber mirado hacia un futuro infinito (la transición) se pasó a mirar un pasado autocomplaciente (la ex Nueva Mayoría). Nunca la Nueva Mayoría pudo abrir el umbral de tiempo que requería para gestar sus cambios, no porque no quiso, no porque otras fuerzas se lo impidieron, sino por que, en cuanto «protestantismo» de la ex Concertación no se había desprendido de la fábula que había dado consistencia al anterior período. Pues el futuro cronológico se identificará con la experiencia de tiempo que ya no identifica al progresismo neoliberal, sino a la actual derecha política.

3.- En la derecha política, nada es pasado ni presente, sino todo es siempre futuro. Su defensa incondicionada de las AFP metaforiza el problema: se trata de ahorrar para el futuro (sacrificarse, por tanto), condicionar el arribo de los «tiempos mejores» y de ofrecer al país un conjunto de reformas que garanticen el futuro. Todo es futuro, significa asumir un optimismo por el progreso que, el léxico ideológico de la derecha denomina «crecimiento» y que, a su vez, implica imponer a toda costa un «dar vuelta la página» respecto del pasado y eventualmente otorgar libertad condicional a violadores de DDHH. Se trata de un futuro cronológico (que hace años había posibilitado la convergencia entre la Concertación y los poderes de la derecha política), escindido de todo pasado y de cualquier presente.

Como un reverso especular de la ex Nueva Mayoría que estetiza el pasado, para concebir un futuro asintótico, la derecha política estetiza el futuro para alejarse del pasado oscuro. Un pasado que debe tratarlo ambiguamente como «todos fuimos responsables» o hubo «polarización» para que el empate calce y la neutralización tenga efecto. La derecha pretende traernos los «tiempos mejores», según el slogan de Piñera, sobre el cual se solventará la «segunda transición». No hay ·»café con leche» sino imitación de la antigua Concertación y, por tanto apropiación de su otrora concepción del tiempo histórico. El progreso está hoy en la derecha política, tanto como el olvido de los asesinatos en masa definidos con precisión por la dictadura cívico-militar, aquella que posibilitó la coincidencia entre el poder político y el económico, entre la decisión soberana y la acumulación del capital.

«Tiempos mejores» o «segunda transición»son los términos clave de la concepción del tiempo histórico de la actual derecha política, aquella que ha terminado triunfando no sólo a nivel electoral, sino también a nivel político pues pudo consolidar sus instituciones y su orden de las cosas (desde la Constitución hasta su sistema económico). Sólo los vencedores gozan del futuro. Y de un futuro que, sin embargo, no puede jamás llegar al presente porque se articula cronológicamente.

El término «transición» justamente da la medida para apuntar a esta singular experiencia del tiempo, en el que no se trata de «transitar» desde la dictadura a la democracia, sino desde el «mal gobierno» al «buen gobierno», desde un gobierno que no fomenta el «crecimiento» a otro que lo impulsa al modo en que sólo la derecha neoliberal saber hacerlo: acelerando las formas de acumulación y legalizando por todas las vías posibles el pillaje organizado, imparable desde la dictadura de Pinochet. El futuro es de los vencedores, nunca de los vencidos. Estos últimos no tienen futuro que reclamar sólo un pasado que redimir en las entrañas del presente. Nada más, nada menos.

4.- Cuando Redolés subraya que al Frente Amplio «le falta calle» mostrando con la figura del «café con leche» su ethos temporal (justamente el signo mañanero, aquél que se toma al desayuno) mostraba exactamente el punto en el que su coalición, al optar por la vía electoralista terminó asumiendo la concepción de una historia sin historicidad, de unos cuerpos sin imaginación, de un ritmicidad exenta de política. Sostenerse sólo en la novedad del «café con leche» les vuelve parte de la fiesta oligárquica y sus disfraces, pero les anula para actuar políticamente, neutralizándoles para aferrar para sí el carácter intempestivo de un presente.

Sea el tiempo cronológico la temporalidad propia de los vencedores, ésta se halla dividida en un presente (el FA), un pasado (Nueva Mayoría) y un futuro (derecha política). Pero jamás encontramos a un presente que sea a la vez pasado y por venir. No encontramos la intensidad de una experiencia del tiempo histórico capaz de desafiar el orden de las cosas. Y, sin embargo, una experiencia como esa, en la que advienen cuerpos inundados de imaginación, donde los pueblos encuentran su potencia, la encontramos en un momento decisivo de la historia de Chile: la Unidad Popular.

Esta última no fue sólo el acontecer de ciertos partidos políticos, ni una coyuntura abierta simplemente por el contexto de la guerra fría. Ante todo, fue un proceso en el que lo social y lo político se volvió inescindible y donde la historia fue bañada por el flujo de la historicidad. Sólo en dicho proceso, el presente y el pasado asumieron una inmanencia -sólo ahí encontraron su mixtura- sin precedentes, habitando las «calles» que Redolés extraña en la actual configuración del Frente Amplio. Porque tampoco se trata de una obsesión por la «calle» en sí. Mas bien, como diría el «Mono» González en una reciente entrevista en El Desconcierto en la que decía: «(…) pintamos por los muertos que nos gritan que debemos luchar y por eso debemos seguir luchando por lo que crearon ellos». Se trata de concebir la calle a la luz de la epifanía en la que se intersectan pasado y presente, muertos y vivos en una constelación imaginal absolutamente inédita.

La experiencia del tiempo de la UP desafió el orden de las cosas, ese crucial pacto oligárquico que, en sus diversas versiones, ha hecho que el poder político y el poder económico se anuden en una misma mano.  La Unidad Popular fue la amenaza de su destrucción, la vibración que atravesó las superficies de la vida social abriendo posibilidades que no existían (como por ejemplo la apuesta por una «segunda independencia de Chile» traducido, en parte, por la «nacionalización» del cobre), imaginando así, otro mundo en el seno del mundo, otras calles en medio de las calles. Ahí estuvo lo intempestivo de su propuesta: que la Unidad Popular trajo consigo un tiempo inactual con su propio tiempo siendo el comienzo de una nueva época histórica. No necesitamos «café con leches», bastó el flujo  de la imaginación popular abierta por un largo proceso histórico por el que se fueron creando lazos entre diversos actores de las sociedad chilena que terminaron por constituir el soporte imaginal por el que organizaciones sociales y partidos políticos pudieron caminar juntos.

Sólo en la experiencia de la Unidad Popular, la «dueña de casa» y el «intelectual» podían luchar juntos, poblar un mismo discurso en el que el término «compañero» era la signatura de un mundo radicalmente común. A la Unidad Popular no le faltaba calle, tenía exceso de ella, porque calle era igual a imaginación, lugar que el egiptólogo Furio Jesi podría perfectamente calificar como el de la «propaganda genuina» (propaganda que interrumpe el continuum de la simbología capitalista). Al punto esto fue así que el nombre «grandes alamedas» condensa lo que habría sido tal experiencia, un «bello barrio», tal como el que rememora Redolés en uno de sus poemas, el barrio bello de la UP.

http://www.eldesconcierto.cl/2018/09/11/el-bello-barrio-de-la-up-sobre-el-tiempo-historico-en-la-politica-chilena/