Patricio Guzmán nos ha vuelto a sorprender con el segundo documental de lo que va a ser una trilogía sobre su país, Chile. El director chileno continúa la senda iniciada en Nostalgia de la Luz combinando el rigor histórico con la poética narrativa y visual. Si en el primer documental de la trilogia partía del […]
Patricio Guzmán nos ha vuelto a sorprender con el segundo documental de lo que va a ser una trilogía sobre su país, Chile. El director chileno continúa la senda iniciada en Nostalgia de la Luz combinando el rigor histórico con la poética narrativa y visual. Si en el primer documental de la trilogia partía del desierto de Atacama, lugar privilegiado para observar las estrellas y los sueños truncados de una nación, El Botón de Nácar parte de los océanos y del agua como elementos fundamentales para la vida, en una nación que curiosamente da la espalda al mar a pesar de los miles de kilómetros de costa que posee. Queda ya construida así la primera metáfora. El relato sutil de Guzmán va mostrándonos el hilo de la memoria que une los diferentes agravios, las diferentes injusticias, las diferentes masacres. Un hilo que une el siglo XVI -cuando Magallanes y esa figura tan querida y reivindicada por el nacionalismo español como Elcano aparecieron por Tierra del Fuego engañando y secuestrando indios patagones- ,las sucesivas incursiones europeas en siglos posteriores, el genocidio definitivo de principios del siglo XX y el final de la experiencia de la Unidad Popular en un ejercicio de calculada crueldad.
El principal valor de este documental está en que demuestra que las sucesivas violencias a través del tiempo son hijas de la misma soberbia colonial y de su herencia imperial vigente actualmente.
Patricio Guzmán sitúa el debate exactamente en donde debe ser ubicado: en la lucha por la narración histórica de los hechos sin ataduras eurocéntricas.
Conviene recordar esto, ahora que estamos próximos en Gipuzkoa a practicar otro ejercicio de paletismo intelectual con la celebración del V centenario de la circunnavegación de Juan Sebastián Elcano como modo de fomentar un modelo de turismo especulativo. Estos fastos, como bien lo sabemos por el año 1992, suelen detraer ingentes cantidades de dinero público para situarlos en la esfera de lo privado de múltiples maneras, dejando así un rastro de economías terciarizadas, empleos de baja calidad y parques temáticos de pésimo gusto. Los diseñadores de este evento nos harán pasar a Juan Sebastián Elcano como un audaz marinero y portador consciente ya, de la modernidad que de manera indirecta acarrearían los nuevos descubrimientos. Sin embargo, nada había en la mentalidad de Elcano de modernidad como bien lo demuestra el riguroso biografo Stefan Zweig al abordar la biografia de Magallanes, basándose en los escritos de Antonio Pigafetta, geógrafo y cronista de la expedición del portugués. Conspirador contra el propio Magallanes y ocultador de documentos para conseguir la gloria en exclusiva y el máximo lucro como recompensa imperial, no figuraría Elcano seguramente en ningún libro sobre vidas ejemplares.
Llegados a este punto cabría preguntarnos qué entendemos por modernidad en términos históricos y antropológicos. Sobre este tema también el documental El Botón de Nácar nos sitúa en las coordenadas correctas cuando Patricio Guzmán habla con el arqueólogo chileno Alfredo Prieto. Para este investigador los pobladores de la Patagonia fueron excelentes navegantes, de rápida movilidad y capaces de predecir el tiempo climatológico en un entorno muy cambiante. Curiosamente en los relatos conmemorativos, sólo los diferentes conquistadores son realzados como navegantes audaces y planificadores. Alfredo Prieto explica que los indios patagones «eran gente inteligentísima para resolver problemas cotidianos y para darle seguridad a los suyos, a sus seres queridos». La verdad es que no se me ocurre una manera más sintética de definir la modernidad en términos culturales y prácticos, en un mundo en el que se reivindica sin descanso el pragmatismo como pauta de actuación en todos los ámbitos.
Cualquier intento de conmemorar acontecimientos como el viaje de circunnavegación de Elcano, debe de considerar y recoger, por un elemental sentido del rigor histórico, los efectos demoledores que tuvo la presencia europea para los pueblos originarios. Sólo entonces el relato histórico comenzará a estar centrado y completo.
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