Desde los «Pactos de la Moncloa», nunca el nivel intelectual de la izquierda oficial había estado tan bajo. Debiera escribir la segunda parte de «Eurocomunismo y Estado» y esta vez no necesita echar mierda y falsificar al gran revolucionario sardo. Con Keynes les sobra.
A una joven norteamericana, de Washington, DC, pregunto cómo se dice burgués en inglés. Me responde que no sabe la palabra, que ni siquiera existe, que, en todo caso, se dice bourgeois, como en Francia.
En Alemania, en Francia, en Inglaterra,… antes de la Segunda Guerra Mundial y el desquiciamiento de la burguesía hacia el fascismo, desquiciamiento donde, de una forma u otra, persevera, se distinguía el bourgeois y el burgués ( burgués es Napoleón a quien, tras la batalla de Jena, Hegel describe como «el Espíritu Universal montado a caballo» y burgués es también aquel que monta su negocio, reúne dinero, fabrica y exporta, levanta manufacturas que heredan sus hijos y que, junto a las fuerzas del estado, se enfrenta a la nobleza parasitaria, funda el estado nacional, lo unifica -una moneda, una ley, derecho igual para todos, fin del despotismo, expande carreteras y ferrocarriles,…y hace fluir la riqueza y la cultura).
Ante el espíritu burgués de 1870 a 1918 se inclinan ingenuamente Thomas Mann, los del 98 que miran a Europa… Sin embargo, tras el burgués siempre hubo un bourgeois, antes de que el proceso económico hiciera al burgués depositar su dinero en los bancos y afloraran el imperialismo y lo monopolios, que se lanzan desaforados a expropiar África, Asia y América (bueno, América mucho antes, bajo el látigo de los feudales de España, que esparcen el oro y la plata a raudales por Alemania, Inglaterra y Alemania,… a beneficio del capitalismo galopante).
A la vez que se alababa al burgués serio se criticaba el bourgeois especulativo que no crea riqueza y especula en bolsa. Thomas Mann, en «Los Buddenbrook», historia de la decadencia de una familia burguesa, realiza el canto de la auténtica burguesía alemana, que con Hegel -y pasando por Nietzsche y la gran industria- resucitaría a Alemania de las cenizas. En Austria, Freud había comprobado que tanto en su forma francesa- bourgeois– o escondido tras la cara austera del burgués culto, observante de sagradas tradiciones, trabajador y juicioso, sólo se escondía una pandilla de neuróticos obsesos del sexo y del dinero.
Con la república de Weimar, república de bourgeois revestidos de burgueses, el fascismo muestra la cara. El bourgeois trastrueca en burgués y Thomas Mann adopta la posición de la democracia (nada burguesa hasta entonces) y así el Settembrini de «La montaña Magica» es un demócrata (burgués, pero demócrata) frente al proto-facista Naphta, pensando que la auténtica dicotomía era democracia/fascismo.
En España, en 1934, los mineros de Asturias, más clarividentes que Thomas Mann, perciben pronto la trampa y junto al burgués sólo ve al fascismo y cómo, frente a ambos, sólo se interpone el socialismo proletario. Así, antes que la burguesía (es decir, el fascismo) tome las armas (quedaba dos años para el 18 de julio), intenta tomarla el proletariado de Asturias en defensa de la democracia y el socialismo.
Antonio Machado, más lúcido que Mann, un Antonio todo claridad e inteligencia, con muchas décadas a cuestas, desde aquella noche estival de la Sevilla de 1870, en que los delfines, por un fenómeno natural, subieron Guadalquivir arriba hasta Sevilla (toda Sevilla y Triana se echa al puente a ver tal fenómeno. De Triana sale al puente una niña con miriñaques, la señorita Ana Ruiz y de Sevilla vino un joven con levita, amante de Krauss, el positivismo y estudioso del folclore: Antonio Machado Álvarez) lo ve con claridad:
Tu carta -oh noble corazón en vela,
español indomable, puño fuerte-,
tu carta, heroico Líster, me consuela,
de esta, que pesa en mí, carne de muerte.Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora y romero.Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,de monte a mar, esta palabra mía:
«Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría».
Lukács, hijo de banqueros, tras la Primera Guerra Mundial, se integra en la lucha revolucionaria del proletariado comunista. Hijo de grandes financieros, sabía que bourgeois y burgués esconde la misma realidad. Explica cómo, aún antes de unirse a la lucha proletaria, la llamada «gran cultura burguesa» nunca ejerció sobre él ningún atractivo.
Hoy vuelve a plantearse la discusión entre burguesía nacional y burguesía internacional (la alemana y demás), burguesía parasitaria y burguesía productiva, el euro y la moneda nacional. Keynes frente al neoliberalismo.
Al parecer hay una burguesía que sale en las revistas del corazón, paga en B, compra urbanizaciones y chalets en el Caribe, engaña a los viejecitos con las preferentes, usan de los políticos y la realeza como monigotes, sacan dinero del Banco Central Europeo al 1 por ciento de interés con el que compran al estado español bonos de deuda pública al 6 por ciento. Borgeoisie y gente guapa, amante de los safaris y la prostitución de lujo, del futuro Eurovegas, que se forra con el tráfico de armas y la trata de blancas.
Algún partido a la izquierda del llamado bipartito español piensa que existe otra burguesía, y sueña con esa buena burguesía que comprende a los trabajadores, burguesía dispuesta a pagar impuestos acorde con la riqueza (Constitución dixit), a asumir a Keynes dando salud, educación y pensiones a los trabajadores.
Sólo queda que esa burguesía buena adquiera el poder, arrastrada para ello -si se muestra reticente- por los movimientos sociales, los sindicatos subvencionados y su connatural deseo de velar por los intereses nacionales -que son los suyos- olvidándose de los alemanes. Y si además aplica el documento que llevó al parlamento Cayo Lara, acabamos con el paro de la noche a la mañana, sin necesidad de tocar en exceso al capitalismo y apelando a su buena voluntad. Al parecer, acabar con el paro no es cuestión de lucha de clases, sino de la buena voluntad de los de arriba.
Desde la época del socialismo utópico y alcanzando a Carrillo y los «Pactos de la Moncloa», el nivel intelectual de la izquierda oficial nunca había estado tan por los suelos. Debiera escribir la segunda parte de «Eurocomunismo y Estado». Y esta vez no le haría falta echar mierda en la cara al gran revolucionario sardo que dio su vida por la revolución y el socialismo. No necesita un Gramsci falsificado. Con Keynes les sobra.