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Se cumplen 90 años de la muerte de Carlos Gardel

El bronce que sonríe

Fuentes: Rebelión

Evocar a Carlos Gardel significa acercarse a la cultura nacional a través del tango. Fue la máxima expresión del género a partir de ser un ejemplo de sentimiento y perfección técnica en sus interpretaciones. Cualidades que lo tornaron en uno de los grandes mitos que ha producido la sociedad argentina.

A nueve décadas de su muerte, continúa como una referencia constante en los más variados ámbitos del país y del exterior. “Ser Gardel” es sinónimo de convertirse en alguien indiscutible, situado por encima de cualquier crítica.

La Biblioteca Utopía toma parte de la conmemoración del ídolo a través de la reproducción de este artículo.

Se cumplen 90 años de la muerte en un accidente aéreo de Carlos Gardel. Aquello ocurrió el 24 de junio de 1935. En una tierra pródiga en grandes mitos como Argentina el suyo se encuentra entre los más poderosos y persistentes.

No por azar ha llegado a la cultura del rock, décadas después de su muerte. Luis Alberto Spinetta incluyó “la foto de Carlitos junto al comando” en la cabina del colectivo aeroespacial comandado por el capitán Beto. Un grupo rockero de prolongada actuación adoptó como nombre Los Gardelitos.

Ha atravesado generaciones y gustos musicales y se mantiene incólume hasta la actualidad. Dejó su música y también sus imágenes siempre con una expresiva sonrisa. Entre estas últimas se cuentan las que corresponden a tomas de las varias películas exitosas que protagonizó. Las que filmó primero en Francia y después a Estados Unidos.

La cartelera de espectáculos de la ciudad de Buenos Aires casi siempre alberga alguna pieza referida a su figura. Es reciente la resonancia de una obra titulada Cuando Frank conoció a Carlitos. Allí se representaba un imaginario encuentro entre el cantor argentino y Frank Sinatra, otro gran personaje del canto y de la cultura de masas.

Discutir Gardel

Pueden seguir hasta hoy dirimiéndose algunas diferencias a propósito del paso del cantor por este mundo.

Hay quien aprecia sobre todo sus años finales y con ellos las canciones incluidas en sus películas. Volver, El día que me quieras Por una cabeza se reproducen millares de veces en todos los formatos imaginables. Desde los viejos discos de 78 revoluciones a las plataformas digitales ultramodernas

Otras y otros prefieren al ídolo en su veta porteña más acérrima, acompañado por  guitarras y sin cierta “internacionalización” que se impuso en su época en Hollywood. Esos cultores se emocionan sobre todo con temas como Mi noche tristeAccuaforteBailarín compadrito o Farabute. O enaltecen los elementos de “crítica social” perceptibles en Pan Al pie de la santa cruz, con sus referencias a la miseria popular y a las luchas obreras y la represión que las azotaba durante la década de 1930.

Existen asimismo las voluntades de reconstruir un perfil gardeliano de fuertes resonancias políticas. Esto resulta complejo porque el hombre del Abasto frecuentó desde conservadores hasta socialistas. Grabó tangos críticos como algunos de los ya mencionados y también un elogio del golpe militar de septiembre de 1930. Para colmo con el inmerecido título ¡Viva la patria!

Es ocioso elaborar “gardeles” a medida. Su origen social fue similar al de millones de migrantes europeos que arribaron al puerto de Buenos Aires ya durante su infancia. Como la mayoría de ellos no hizo un culto de su origen al otro lado del océano sino que talló su propia imagen en la roca de lo “criollo” y “porteño”.

Formó parte del vasto contingente de artistas e intelectuales que se identificaron con la cultura argentina y contribuyeron a su formación así hubieran nacido en Nápoles, Asturias o como él, en el sur de Francia.

Su itinerario atravesó el apogeo del país “del trigo y las vacas” para asistir luego a los síntomas iniciales de su crisis definitiva. El repertorio que adoptó deja constancia de los cambios y las crisis.

No fue un hombre austero ni idealista. Estuvo siempre en procura de la repercusión nacional e internacional de su arte. Cultivó su imagen con cuidado. Algo que se expresaba hasta en los pequeños gestos cotidianos. La mirada atenta sobre sus imágenes hasta puede detectar una manera “gardeliana” de encender un cigarrillo o acomodarse el sombrero.

Dotado de una elegancia innata realzada por su propio esfuerzo erigió cierto misterio en torno a su origen y sus relaciones afectivas. Después de su muerte tanto fervorosos admiradores como estudiosos con cierta distancia crítica desmenuzaron punto por punto las incógnitas vitales y artísticas que dejó en los menos de cincuenta años que abarcó su vida.

Acerca de Gardel

Las biografías y otros libros en torno a su vida y su obra son casi un subgénero de la literatura, no sólo la nacional. Entre muchos otros pueden mencionarse los trabajos de Simón Collier y el de Julián y Osvaldo Barsky. Son extensas y minuciosas biografías a las que pueden agregarse otras menos eruditas y más bien noveladas, como la de Edmundo Echelbaum titulada simplemente Carlos Gardel.

El cine nacional lo invocó con frecuencia, desde películas biográficas poco posteriores a su muerte a muchas otras situadas más acá en el tiempo. Quizás la más recordada y recordable sea la de Fernando “Pino” Solanas, El exilio de Gardel. Allí se aprovecha su presencia para traer a colación las idas y vueltas entre Europa y el Río de la Plata que han atravesado,, a menudo con dolor, la vida de tantos argentinas y argentinos.

A despecho de esa vasta producción hay quien  sigue discutiendo si nació en Tacuarembó o en Toulouse. O si era un actor algo acartonado o un ajustado intérprete digno de más oportunidades cinematográficas que las que llegó a tener.

En su vida pública cumplía con el refrán “no hay que casarse con nadie” en todas las acepciones que del dicho se desprenden, desde el amor a las pertenencias políticas.

Sostienen los entendidos que poseyó una afinación irreprochable y un caudal de voz importante para un intérprete de música popular. El prestigio que lo rodea exalta y a la vez supera sus condiciones vocales.

Hasta el día de hoy hay porteños y porteñas que a la hora de contener un ego en exceso prominente o del reproche a algún maltrato innecesario soltarán al interlocutor correspondiente: “Quién te crees que sos, Gardel”.

Su apellido queda así equiparado a lo inalcanzable en su fama y su excelencia. Ni a la exacerbada autoestima de muchos compatriotas le es permitido siquiera acercarse a esas alturas.

Como aquél de Raúl Scalabrini Ortiz, el “Carlitos” eterno era un hombre de Corrientes y Esmeralda. La diferencia radica en que él ni está sólo ni espera a nadie. No es para menos, es el único que pudo llegar a “ser Gardel.”

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.