Se cuenta que Alfred Hitchcock, director de cine especialista en asustar a la gente, un día conduciendo su coche por Suiza, al mirar por la ventanilla y ver a un sacerdote conversando con un niño pequeño con su mano sobre el hombro del niño, exclamó: «¡Esta es la visión más espantosa que nunca he visto!». […]
Se cuenta que Alfred Hitchcock, director de cine especialista en asustar a la gente, un día conduciendo su coche por Suiza, al mirar por la ventanilla y ver a un sacerdote conversando con un niño pequeño con su mano sobre el hombro del niño, exclamó: «¡Esta es la visión más espantosa que nunca he visto!». Y sacando medio cuerpo por la ventanilla, se dice que gritó: «¡Chaval, escapa, escapa por tu vida!».
Y Richard Dawkins cuenta que cierto día recibió una carta de una mujer americana de unos cuarenta años y educada como católica romana, en la que narraba que a los siete años ocurrieron en su vida dos cosas especialmente desagradables. Sufrió abusos sexuales por parte del sacerdote de su parroquia y murió un pequeño amigo suyo de la escuela y fue a parar al infierno porque era protestante. Así había sido enseñada a creer aquella mujer por la entonces doctrina oficial de la Iglesia de sus padres: «… el recuerdo de mi amigo yendo hacia el infierno me dejó la impresión de un miedo frío e inconmensurable. Nunca perdí el sueño por el sacerdote, pero pasé muchas noches en blanco aterrorizada al pensar que la gente a la que yo quería, pudiera ir al infierno. Me provocaba pesadillas». Hoy la Iglesia católica no atiza tanto el infierno como otrora pero la amenaza, el amedrentamiento, el miedo y la excomunión están eternamente en su boca ante temas como el crucifijo en las escuelas, la regulación del aborto, la enseñanza en las escuelas, el preservativo, al igual que otrora fue la creación del mundo en seis días, las indulgencias, el poder divino de los papas y reyes etc. Su teólogo más importante, Tomás de Aquino, sostenía incluso en su tratado «Summa Theologica» que «para que los santos puedan disfrutar más abundantemente de su beatitud y de la gracia de Dios se les permite ver el castigo de los malditos en el infierno». ¡Hasta ahí llegaba su maldad y estulticia! Y Benedicto XV ha terminado hace poco anulando el purgatorio, lo que hace inútil la oración y misas por los difuntos, porque o están, según ellos, ya el alma en el cielo o lo está en el infierno. Se eliminó ese estadio intermedio. Por tanto decir una misa o rezar un rosario por un difunto no tiene sentido.
Una mujer camina por una esquina envuelta en ropas negras e informes de la cabeza a los pies observando el mundo por una diminuta abertura. El burka no sólo es opresión para la mujer, represión de su libertad y belleza, crueldad machista y trágica aceptación sumisa de la mujer. El burka es tener que mirar la vida por un agujero sin apenas ver nada. Nos condena a vivir y guiarnos por creencias. Es una forma religiosa de ver el mundo. Ese «Dios habló con autoridad y sin posibilidad de error en las páginas de la Sagrada Escritura»; los cristianos consideran que las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento son una guía fiable en lo referente a qué tenemos que creer. No son meramente documentos religiosos. Nos dan un relato verdadero de la historia de la tierra y del mundo. ¿Pero cuál es el correcto, el relato del Corán o el de la Biblia? ¿En qué evidencia se fundamentan? En ninguna, sólo en la creencia de que cada cual cree que su libro es el mejor.
Gran parte de la Biblia resulta sistemáticamente extraña, que es lo que podría esperarse de una antología caóticamente improvisada de documentos inconexos, compuesta, revisada, traducida, distorsionada y «mejorada» durante nueve siglos por cientos de autores, editores y copistas anónimos, desconocidos para nosotros y principalmente desconocidos entre ellos (Lane Fox). La verdad del libro sagrado es un axioma, no es el producto de un proceso de razonamiento. Por el contrario, se cree en los libros que hablan de la evolución porque presentan enormes cantidades de evidencias mutuamente apoyadas. Lo que yo creo como científico lo creo porque he estudiado la evidencia. Cuando un libro de ciencia está equivocado alguien descubre el error. No así en religión, que desde la más tierna infancia hacen de la fe incondicional una virtud.
¿Por qué alguien quiso destruir el World Tradel Center y a todos los que estaban en su interior? Llamarles malvados es eludir nuestra responsabilidad de dar una respuesta apropiada a tan importante pregunta. Y la respuesta es obvia. Y es que esos hombres creen realmente lo que dicen creer. Creen en la verdad literal del Corán o la Biblia, creen que irán al paraíso o al cielo por hacerlo. ¿Por qué somos tan reacios a aceptar esta explicación? Sólo hay un lugar donde poner la culpa y siempre ha sido así. La causa de gran parte de toda esta miseria, caos, violencia, terror e ignorancia es, por supuesto, la religión en sí misma. Los terroristas no están motivados por pura maldad, están motivados por lo que perciben ser rectitud, la persecución fiel de lo que su religión les dice. No son psicóticos, son idealistas religiosos que bajo sus propias luces son racionales. Perciben que sus actos son buenos porque han sido criados desde la cuna para tener una fe total e incuestionable. Voltaire tenía razón cuando dijo que quien puede hacer que creas absurdos puede hacer que cometas atrocidades. Y también Bertrand Russell: Mucha gente preferiría morir antes que pensar. De hecho lo hacen.
La alternativa es abandonar el principio del respeto automático por la fe religiosa. La fe religiosa es un silenciador especialmente potente del cálculo racional, que normalmente parece triunfar sobre todos los demás por la promesa fácil y atractiva de que la muerte no es el final, y que el cielo de un mártir es especialmente glorioso. Pero en parte también porque nos desanima a hacernos preguntas. El cristianismo, como el Islam, enseña a los niños que la fe indiscutida es una virtud. No hay que justificar lo que se cree. Si alguien anuncia que es parte de su fe el resto de la sociedad parece obligada por arraigada costumbre a respetarlo sin cuestionarlo. La fe es un mal porque no requiere justificación y no tolera los argumentos, enseña a los niños que la fe indiscutida es una virtud. Si se enseñara a los niños a cuestionarse sus creencias y a pensar en ellas en vez de educarlos en la superior virtud de la fe sin cuestión podríamos apostar a que no habría fanáticos religiosos. La fe puede ser muy peligrosa e implantarla en la mente vulnerable de un niño inocente es un error de extrema gravedad.
La verdad no proviene de las Escrituras sino de las evidencias. La ciencia y la razón rasgaron el burka religioso y Darwin echó a la papelera el creacionismo. La ciencia abre la ventana estrecha a través de la que estamos acostumbrados a ver el espectro de posibilidades. Es una invitación a luchar contra los límites.
Es rémora el que parte de nuestra sociedad acepte aún como normal la idea ridícula de adoctrinar a niños pequeños en la religión de sus padres y etiquetarlos como «niño católico», «niño protestante», «niño musulmán» y, sin embargo, le parece anormal etiquetarlo como «niño conservador», «liberal», «monárquico», «comunista», o «niño republicano». Un niño ni es cristiano ni musulmán, sino a lo más hijo de padres cristianos, musulmanes, agnósticos o ateos. Las creencias religiosas son mutuamente incompatibles. ¿En qué te basas para pensar que tu fe es superior? El libro «El espejismo de Dios» de Richard Dawkins es un buen acompañante en la vida de uno.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.