Respetuoso del mandato de los abuelos
El caminar es una labor de los pies y el andar es una acción de la cabeza, porque por dónde transitaban los cimarrones dicen los abuelos que nacían las gualangas, para picarle a los traidores.
La historia que se repite
Hoy, cuando observamos la situación actual del país, pareciera que estamos frente a un escenario nuevo, distinto, como si la historia no tuviera relación alguna con lo que vivimos. Pero si abrimos bien el entendimiento, si escuchamos la voz de los abuelos y las enseñanzas que dejaron como semillas para el porvenir, podemos reconocer que no hay nada completamente nuevo: lo que se vive hoy son los mismos miedos y tiene momentos históricos similares.
Los esclavos de casa y los nuevos amos
La sociedad dominante siempre ha contado con estrategas perversos. Ayer fueron los encomenderos, los hacendados, los colonizadores con látigo en mano, hoy se visten de banqueros, de empresarios, de bananeros, de poderosos que controlan la riqueza y manipulan las leyes a su conveniencia. Y como en la época colonial, no actúan solos, han preparado a sus “esclavos de casa”, aquellos que defienden los intereses del amo incluso a costa de su propia sangre, capaces de atacar y traicionar a sus hermanos con tal de preservar los privilegios de quienes les dan migajas.
Cultura, identidad e historia como cimientos
Los abuelos nos enseñaron que un ser humano sin cultura, sin identidad y sin historia no tiene futuro. Quien desconoce de dónde viene, termina caminando siempre en dirección ajena, cuidando los intereses del otro. Por eso, los cimarrones, en su lucha por la libertad, aprendieron la necesidad de contar con un consejo de ancianos, guardianes de la tradición. Ellos no solo eran sabios por los años, sino por su compromiso con el correcto convivir.
Los guardianes de la Constitución
En nuestras sociedades contemporáneas ese consejo tiene un equivalente: la Corte Constitucional. No es un espacio cualquiera, ni un adorno del Estado; es el cuerpo que, en teoría, debe velar por la fidelidad a los valores más profundos que como nación hemos decidido consagrar en la Constitución. Si la comunidad cimarrona sobrevivía y se fortalecía bajo la guía de sus ancianos, la democracia solo puede sostenerse si quienes tienen la responsabilidad de interpretar la ley lo hacen con respeto, dignidad y apego a la voluntad popular.
La Constitución como pacto del pueblo
Debemos recordar que, después de siglos de imposición de reyes, virreyes y presidentes omnipotentes, caprichosos y ajenos al sentir del pueblo, el Ecuador vivió un momento histórico sin precedentes: la Constitución de Montecristi. Por primera vez en la historia, fue el pueblo el que participó en su aprobación, el que puso en palabras la aspiración de una vida digna, de una democracia viva, de un Estado plurinacional e incluyente.
Por eso resulta inaceptable que hoy un puñado de ridículos burgueses pretenda violentarla, deformarla o reducirla a un papel sin espíritu. La Constitución es el acuerdo más profundo que tenemos como sociedad, y su quiebre significa abrirle la puerta a la arbitrariedad, a la imposición y al retroceso de todos los derechos conquistados.
El pueblo como mayoría
El pueblo es la mayoría. Esa es una verdad que no necesita estadísticas ni discursos rebuscados: la democracia vive y se sostiene en el poder de las mayorías organizadas, en su capacidad de caminar con dignidad, de andar con conciencia, de reconocer que las conquistas no se entregan ni se negocian al capricho de quienes creen que sus riquezas los autorizan a disponer del destino colectivo. La enseñanza del concejo de ancianos es el pensamiento cimarronico, el pueblo que no tiene historia jamás tendrá futuro. La historia no es un libro polvoriento ni un relato congelado; es la brújula que orienta el andar, si miramos hacia atrás y vemos cómo los cimarrones se rebelaron contra los amos, cómo levantaron palenkes, cómo construyeron formas propias de gobierno y resistencia, entendemos que no hay cadenas tan fuertes como para impedir la libertad cuando esta se asienta en la conciencia colectiva.
Defender la Constitución es defender la historia
La defensa de la Constitución no es solo una defensa legal: es una defensa cultural, histórica y espiritual. Es afirmar que la voz del pueblo no puede ser silenciada por el eco de los banqueros, empresarios y politiqueros de turno. Es recordar que la democracia no se reduce a elecciones manipuladas, sino que se expresa en el respeto profundo al pacto social que nos hemos dado.
El andar consciente del pueblo
El caminar es una acción de los pies y el andar es una acción de la cabeza. Los pies nos llevan por los caminos, pero es la cabeza la que define hacia dónde se anda. Y el pueblo cimarrónico lo sabe bien: por dónde transitan los cimarrones nacen las gualangas, picándole a los traidores. Porque la traición más grande no es la que se hace a un individuo, sino la que se hace a la historia, a la memoria y a la voluntad del pueblo.
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