En un mundo marcado por la explotación y la acumulación desenfrenada de riqueza, la filosofía africana nos ofrece una orientación ética que se centra en la justicia, la verdad y la solidaridad. Estos principios, profundamente arraigados en las tradiciones y prácticas de nuestras comunidades, contrastan con las estructuras opresoras que perpetúan las desigualdades y fragmentan las sociedades. En este artículo exploro cómo estos valores ancestrales pueden servir como guía para transformar la sociedad, situando los derechos humanos y el bienestar colectivo por encima de los intereses capitalistas. Así, se abre un camino hacia la verdadera liberación de los oprimidos, donde los vínculos entre las personas y el respeto por la vida misma son pilares fundamentales.
Cuando hablamos de justicia, nos referimos a algo mucho más profundo que la simple reparación de lo perdido; buscamos el equilibrio que sustenta la vida y permite el florecimiento de las comunidades. La justicia auténtica va más allá de compensaciones materiales y exige un cambio en las estructuras que sostienen la explotación. En su esencia, la justicia debe estar libre de las influencias del capitalismo depredador, un sistema que, con frecuencia, arrasa vidas y culturas con la misma indiferencia con la que persigue la acumulación de riquezas. Este enfoque destructivo no solo amenaza la estabilidad social, sino también la dignidad humana y el equilibrio natural. La verdad, en este contexto, es inseparable de la justicia, pues implica reconocer las heridas causadas y enfrentar a quienes las perpetúan. La verdad no solo es un acto de revelación, sino de responsabilidad: confrontar las injusticias y, mediante la transparencia, construir una base sólida para un cambio duradero. En una sociedad que verdaderamente valora la justicia, el pueblo recibe lo que le pertenece, y los explotadores y opresores enfrentan las consecuencias de sus actos. Esta visión de la justicia exige que el valor de la vida y la dignidad humana esté siempre por encima de los intereses económicos. Los principios de la filosofía africana nos recuerdan que solo en un entorno donde el respeto mutuo y la solidaridad son prioridad, podremos avanzar hacia una sociedad en la que el bienestar colectivo sea el eje central y no la ganancia a cualquier costo.
La solidaridad es un deber natural y humano, una virtud esencial para recuperar el sentido de patria y pertenencia. Este principio se basa en el reconocimiento de que el verdadero poder reside en la unidad del pueblo, y que solo mediante el apoyo mutuo se puede fortalecer el tejido social. La solidaridad, además es un antídoto contra las narrativas divisivas que intentan separar a las personas en fracciones, generando hostilidad donde debería haber cooperación y comprensión. En lugar de competir entre sí, la solidaridad nos invita a sumar fuerzas, superando las diferencias para enfrentar juntos los desafíos comunes. Este poder comunitario, nutrido por la solidaridad, es el único capaz de derribar sistemas injustos y de construir una sociedad donde prevalezcan la igualdad, el respeto y la dignidad para todos sus integrantes. En un mundo donde las divisiones suelen ser incentivadas para mantener estructuras de opresión, la solidaridad se convierte en una herramienta poderosa y transformadora que apunta hacia un cambio real y profundo.
Lograr la justicia en un mundo moldeado por siglos de opresión y explotación representa un desafío constante, un camino arduo y prolongado hacia la verdadera libertad que exige tanto resistencia como humanidad. En este proceso de lucha, debemos entender que cada error y cada caída forman parte de nuestro crecimiento y aprendizaje en la búsqueda de la liberación. La libertad es un sendero que no se recorre de manera lineal ni sin obstáculos; es una travesía donde cada paso nos fortalece y profundiza nuestro entendimiento, enriqueciendo nuestro compromiso con el cambio. La responsabilidad hacia los demás y el amor por la humanidad son nuestras guías en esta travesía, dándonos la dirección y la fuerza necesarias para perseverar. Solo cuando nos unimos en solidaridad podemos superar el odio inducido y las divisiones que han sido sembradas en nuestras comunidades. La libertad y la justicia alcanzadas a través de la unidad son logros colectivos que no solo benefician al individuo, sino que revitalizan y dignifican a toda la sociedad.
Contrario a la narrativa que intenta justificar la pobreza y el racismo como simples accidentes o inevitables del orden social, la realidad es que ambos son construcciones humanas diseñadas deliberadamente para favorecer a ciertos sectores. La pobreza, la esclavitud y el racismo han servido históricamente como pilares de una estructura de explotación, una estructura diseñada para el beneficio de unos pocos a costa del bienestar y la dignidad de la mayoría. Estas problemáticas no surgieron al azar; fueron y son el resultado de decisiones políticas y económicas que buscan mantener el control sobre los recursos y las personas. La superación de estos males no se logrará a través de soluciones superficiales ni de parches temporales. Para desmantelar estas estructuras, necesitamos un compromiso genuino con la justicia y una verdadera solidaridad entre las personas. Solo cuando entendamos colectivamente que el poder reside en nuestras manos y en nuestra capacidad de organizarnos, podremos construir una sociedad diferente. Una sociedad que responda no a los caprichos del capitalismo, sino a las necesidades y aspiraciones de la gente. Este proceso requiere una visión clara de igualdad y una firme disposición para desafiar las viejas normas que perpetúan la desigualdad, con el objetivo de crear un mundo en el que la dignidad humana sea lo primero.
En un contexto de explotación y opresión, la organización comunitaria se convierte en una herramienta fundamental para resistir y transformar la realidad. Las ideas de justicia y solidaridad, si no se traducen en acciones concretas y colectivas, pierden fuerza y se diluyen en el tiempo. La organización permite que estos ideales se mantengan vivos y vigentes, dándoles el poder necesario para enfrentar las injusticias de manera estructurada y efectiva. La reconciliación y el diálogo, además, son pilares esenciales para construir una base sólida hacia el desarrollo social, ya que sin ellos la justicia carece de un fundamento sostenible. Esta generación enfrenta el desafío y la responsabilidad de transformar sus ideales en acciones tangibles. Es necesario retomar el diálogo con los sectores obreros, los maestros y los campesinos, quienes son parte integral del tejido social y económico. Al unir fuerzas con estas comunidades y trabajar hombro a hombro, se pueden construir los cimientos de una sociedad más justa e inclusiva. La organización comunitaria no solo nos proporciona las herramientas para resistir la opresión, sino que también nos da la oportunidad de imaginar y crear un futuro donde la justicia y la equidad sean los pilares sobre los que se construye el desarrollo.
La descolonización es un proceso complejo y arduo que no se logra sin conflicto, ya que el opresor rara vez renuncia voluntariamente a los privilegios que ha acumulado. Este proceso exige una lucha constante y decidida, pues alcanzar la libertad y la paz genuinas requiere confrontar y desmantelar las estructuras de abuso y explotación que se han impuesto a lo largo del tiempo. No es suficiente con realizar cambios superficiales; se necesita una transformación profunda que cuestione y erradique los cimientos de la opresión. La justicia, en este sentido, no es un objetivo fácil ni un estado cómodo al que se llega sin sacrificios. Es un llamado urgente a la acción y a la valentía, a desafiar las normas impuestas que perpetúan las desigualdades. Luchar por lo justo y lo verdadero da un propósito claro a nuestras vidas y nos compromete a una existencia verdaderamente significativa. En este camino hacia la descolonización, el respeto por la dignidad humana debe ser la prioridad, ya que solo así podemos construir una sociedad donde la libertad y el respeto por cada persona sean más importantes que cualquier forma de poder o dominación.
En la lucha por la justicia y la igualdad, es fundamental que las voces de quienes han experimentado la opresión en su cotidianidad y en su historia colectiva sean las que lideren el cambio. Los pueblos afroecuatorianos, indígenas, montubios y mestizos deben tener la oportunidad de representar sus propias luchas, de hablar desde sus propias vivencias y perspectivas. Nadie, externo a estas comunidades, puede comprender con la misma profundidad el peso de su historia, sus aspiraciones y sus necesidades actuales. Permitir la auto-representación de estos pueblos no solo es un acto de justicia, sino también una garantía de que sus narrativas se reflejarán fielmente, sin distorsiones ni manipulaciones externas. Es una forma de honrar su sentido de pertenencia y su incansable resistencia que ha perdurado a lo largo de generaciones. La solidaridad, en este contexto, no es solo una virtud deseable, sino una herencia invaluable transmitida por nuestros ancestros. Esta solidaridad se ha tejido históricamente en la vida en comunidad, donde el respeto mutuo y la gratitud fortalecen el espíritu colectivo. En las comunidades afroecuatorianas, montubias e indígenas, el trabajo colectivo es un pilar esencial; representa no solo una forma de sostenerse mutuamente, sino también de reforzar la identidad y la fortaleza compartida. Las recompensas materiales nunca podrán superar el valor de un acto de solidaridad sincero. En las palabras de los abuelos cimarrones, que se transmiten de generación en generación, la verdadera riqueza radica en la cultura y la memoria ancestral, que son los pilares fundamentales de la resistencia.
Así, la semilla de la libertad se encuentra en la sabiduría de nuestros mayores, en su experiencia y en la forma en que interpretan el mundo. Este conocimiento ancestral no solo es un recurso cultural, sino también un arma poderosa contra la opresión. La preservación de estas enseñanzas es crucial: debemos protegerlas y nutrirlas para que florezcan en el corazón de las generaciones venideras. Esta memoria viva, transmitida en historias, cantos y rituales, es la que guía al pueblo en su camino hacia la libertad y la justicia. Y es esa semilla, plantada por quienes lucharon antes de nosotros, la que nos da la fuerza para seguir resistiendo y construyendo un mundo más equitativo y digno para todos. Sentir la injusticia en lo más profundo de nuestro ser es sentir el latido de la patria y de toda la humanidad. Esta sensibilidad hacia el sufrimiento de los demás es la base para construir una solidaridad auténtica, una solidaridad global que nos permita unirnos en la resistencia contra las injusticias y nos impulse a trabajar por la dignidad y la libertad de todos los pueblos. Los principios de justicia y verdad no deben ser efímeros ni limitarse a un tiempo específico; tienen que perdurar, ser legados que se transmitan de generación en generación como la base de una sociedad equitativa y respetuosa.
La lucha por un mundo más justo y digno debe basarse en el amor, la empatía y el respeto mutuo. Como nos enseñaron nuestros ancestros, la solidaridad no es solo un acto momentáneo, sino una práctica cotidiana que fortalece el tejido social. El respeto hacia los demás, el compromiso con la verdad y la responsabilidad hacia nuestra comunidad son las bases de una sociedad realmente justa y libre, donde cada persona es valorada y protegida. El abuelo Zenón, con su sabiduría, nos recuerda la importancia de proteger lo colectivo, de no permitir que los intereses materiales y la ambición desmedida corrompan la esencia de lo que construimos juntos. Su enseñanza resuena como un llamado a cuidar lo compartido, a proteger la tierra, la cultura y las relaciones humanas que sostienen la vida comunitaria. Con ese espíritu, debemos seguir avanzando, «con mucho Ashé para todos», honrando la energía vital que nos conecta en una minga por un futuro de paz y equidad.
Demos gracias a Jesús, a Mandela, a Fanón, al Che y a Juan García, por entregarnos la luz en el candil para descubrir el camino hacia la justicia y la libertad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.