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De olvidos y olvidados

El cancerígeno comportamiento individualista

Fuentes: Rebelión

«Nosotros no ayudamos, nosotros no tenemos el problema que el otro…» Así comenzaba alguna profesora, en algún punto del Estado de México hace ya algún tiempo. Así era la manera de «impulsar» al individuo hacia los otros. Esas eran las palabras de una profesional de la salud (más exactamente de psicología) con una perspectiva carente […]

«Nosotros no ayudamos, nosotros no tenemos el problema que el otro…»

Así comenzaba alguna profesora, en algún punto del Estado de México hace ya algún tiempo. Así era la manera de «impulsar» al individuo hacia los otros. Esas eran las palabras de una profesional de la salud (más exactamente de psicología) con una perspectiva carente de toda visión comunitaria y lo que es peor, la tristeza de una realidad circundante en algunos de los psicólogos mexicanos: el trabajo individual.

Pero esta realidad parte de un poco atrás: la manera en que la educación es remitida como enseñanza pero, además, como fundamento de práctica de vida. Una educación donde aún sigue haciendo receptores pasivos, donde existe el mando autoritario como única forma de enseñar. Sin saber, que atentan contra el individuo donde desaparece el respeto, la inclusión y lo que es más, se asienta el carácter opresivo en cada una de las palabras que habrá de plasmar aquél que se supone está «al servicio de la nación». Bueno, quizás al servicio de aquellos, cuya una manera de ver la educación es en el desenvolvimiento económico, dinámico de una empresa cuya retroalimentación son pagarés que incrementan las arcas de una institución. Cuando se crean programas educativos que más que proponer una alternativa, una solución hacia la praxis, colocan pseudociencias que tienden caer, irremediablemente en el dogmatismo tan peligroso en la vida social. Al referirse hacia las energías corporales, la lectura del tarot, los procedimientos donde la sensación puede más que la lógica y donde está estrictamente el pensamiento crítico. Sería como remontarse al mismo salvoconducto que, de manera irónica, terminaría defendiendo lo perdido en el caso de Titchener y el estructuralismo.

Son esos viejos paradigmas que hasta hoy se defienden como primacía de una sistema sobre otro. No importando la contrariedad de sus resultados, mientras el padre del psicoanálisis, los hijos de Gotinga o cualquier otro referente de una colección antaña y, por ende deficiente, expliquen una situación se habrá de tomar como auténtica veracidad, a pesar de que el progreso en áreas como las neurociencias dictaminen a través de procedimientos científicos que existen claros sesgos en las formulaciones de aquellos sistemas de principios de siglo XX.

Si el estudiante o el profesional en psicología cree que lo enunciado con anterioridad no demuestra nada o simplemente «otro punto de vista», preguntaría ¿Y dónde queda el aporte hacia toda la psicología latinoamericana que se supone tendrían que realizar en aras del beneficio comunitario? ¿Es tan importante defender a sangre y fuego los sistemas que terminan cayendo en una configuración individual y lo denominan como suyos? ¿Dónde opera la dialéctica entre el hacer y el quehacer? ¿Habrán terminando en la conjetura de que para crecer será necesario pasar por encima de los demás?

Tenemos que hacer un rescate al pensamiento de Martín-Baró, ejemplo del luchador social, del psicólogo social implacable entre la crítica y más aún en la autocrítica, asesinado impunemente por las fuerzas militares salvadoreñas entrenadas claro, por el imperio de los Estados Unidos. Que el corazón de todos los psicólogos comprometidos en la acción comunitaria arda perpetuamente en recuerdo de aquel hidalgo de la psicología que nos dejó mucho por hacer. Aún más por decir.

Martín-Baró, se refería, a mi parecer a uno de los puntos esenciales en la psicología latinoamericana: la falta de memoria histórica. Y creo que es importante, aunque existen muchos otros que abordaremos en otro momento, pero esta memoria histórica quizás sea el argumento de mayor esencia, de calidad multitudinaria y que desgraciadamente, bajo el absorto de la historia de la psicología conservadora, no ha tocado con gran amplitud en nuestras instituciones. Porque el conocer los aspectos dominantes de la negatividad respecto a sí mismo, de como los medios de enajenación juegan un papel importante en la conducción social, terminará por plantear nuevas herramientas de emancipación que, en comunión liberaremos de ese proceso pretencioso. En palabras de Fals Borda «significa descubrir selectivamente, mediante la memoria colectiva, elementos del pasado que fueron eficaces para defender los intereses de las clases explotadas y que vuelven otra vez a ser útiles para los objetivos de lucha y concientización».

Se requiere pues de una praxis comprometida en todo momento, conociendo las condiciones de las mayorías y, en una relación dialéctica, de respeto y solidaridad, crear los senderos de comunidades cada día autónomas, participativas y con una noción crítica del medio que lo rodea. Además, los estudiantes debemos de convertirnos en educandos y educadores en todo momento. Debemos de entablar diálogo cada vez que se requiera y visión crítica en las coyunturas que se presenten. Sería irresponsable de nuestra parte omitir las verdades por temor a represalias; hoy, como nunca, el papel que nos corresponde no se limita a las aulas: nuestras familias, los barrios donde nos asentamos, en todos lugares habremos de alzar la mirada y brazo a brazo, avanzaremos hacia una psicología comprometida con la sociedad, más humana, más crítica, más cercana a los problemas que aquí se viven y no aquellos donde la individualidad lo es el todopoderoso. Como hoy, la acción individualista vista de única manera de intervenir ya no puede ser preservada, no debe ser preservada, ni será preservada mientras exista trabajo concientizador que avanza todos los días y que, pese a la capacidad de visión de algunos profesionales, aún no se han dado cuenta de que la operatividad de aquellas máximas suyas están perpetuadas a la desaparición porque no concuerdan con la realidad social. Ni lo serán. Esperemos que la próxima vez que nos veamos en una asignatura no olvidemos que la modificación de concepción histórica es parte de nuestra realidad. De otra manera estaremos hablando de olvidos y olvidados.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.