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El canon en las Facultades de Filosofia y la oposicion al franquismo

Fuentes: Rebelión

La obra de Jose Luis Moreno Pestaña LA NORMA DE LA FILOSOFIA * se inscribe en un proyecto de investigación de largo alcance acerca de la Filosofía española tras la guerra civil. Me he ocupado en otra ocasión la obra de Francisco Vazquez que abarca desde 1.962 hasta 1.990(1) En la obra de Moreno Pestaña […]

La obra de Jose Luis Moreno Pestaña LA NORMA DE LA FILOSOFIA * se inscribe en un proyecto de investigación de largo alcance acerca de la Filosofía española tras la guerra civil. Me he ocupado en otra ocasión la obra de Francisco Vazquez que abarca desde 1.962 hasta 1.990(1) En la obra de Moreno Pestaña se estudia la época posterior a la guerra civil y llega hasta los debates de final de los años sesenta; años que quedan marcados por el cuestionamiento del lugar de la filosofía dentro de los estudios superiores, un debate alimentado por el folleto de Manuel Sacristán que tendrá una amplia respuesta por Gustavo Bueno.

El método utilizado por Moreno Pestaña es parejo al utilizado por Vázquez; se tienen en cuenta los datos histórico-políticos para reconstruir las biografías intelectuales, a la par que se aporta un estudio de los contextos sociales y biográficos para enmarcar las trayectorias académicas e intelectuales.

I- Ortega y su legado.

Termina la guerra civil y hay que reconstruir la Facultad de Filosofía de la universidad central. Reconstruirla físicamente porque hasta allí habían llegado los fragores de la guerra y reconstruirla en su orientación y en el personal que tenía que ocupar las cátedras. El decano de aquella facultad de los años treinta se ha convertido al catolicismo, se ha hecho sacerdote y es el encargado de poner en marcha la nueva Facultad. Nos referimos a Manuel García Morente. Profesores como José Gaos se han tenido que exiliar y otros como Xavier Zubiri tienen que trasladarse a Barcelona porque no pueden ejercer su docencia en Madrid ya que el obispado no lo permite una vez que se ha producido su secularización como sacerdote.

Los discípulos de Ortega son objeto de todo tipo de ensañamiento por las nuevas autoridades académicas. Julián Marías es suspendido en la defensa de su tesis doctoral.

Exiliados en el exterior o condenados a un exilio interior aquella generación sufrirá toda clase de penalidades como simboliza la peripecia ejemplar de Antonio Rodríguez Huescar.

En estos últimos años a través de los testimonios de Gaos y de Marías y a través de los estudios acerca de Xavier Zubiri o de Antonio Rodríguez Huescar hemos ido reconstruyendo lo ocurrido en aquellos tiempos sombríos. Nos faltaba, sin embargo, conocer lo ocurrido desde el lado de los que ocuparon las cátedras. Moreno Pestaña ha conseguido suplir esta carencia investigando documentos, archivos, y expedientes administrativos. Ha logrado así poner luz sobre algo que permanecía oscuro, olvidado, relegado al desván de lo innombrable. Por ello su trabajo nos permite conocer los objetivos, las prioridades, las estrategias del bando vencedor en el mundo de la filosofía académica.

En primer lugar es de gran interés conocer el esfuerzo del régimen por intentar que el padre Santiago Ramirez fuera convencido para ocupar la cátedra de Ortega. Se trataba de dar a la Iglesia el control de las actividades filosóficas. Ramirez no accedió pero sí ocupó un puesto decisivo en el Instituto Luís Vives de Filosofía del CSIC. Su influjo fue muy relevante en el estilo de los nuevos catedráticos, singularmente en Ángel González Álvarez, el catedrático de metafísica que sustituyó a Ortega, frente a la posibilidad que no llegó a cuajar de Julián Marías. No se había ganado una guerra para permitir que el discípulo del filósofo liberal reprodujera en las aulas doctrina tan perniciosa. Ya estábamos en los años cincuenta y así seguían las cosas.

Todo el mundo de los años cuarenta y cincuenta en el que compiten los católicos vinculados a la ACNP con los pertenecientes al OPUS DEI tiene como fondo definir la identidad del régimen; esta competencia por hacerse con la hegemonía intelectual se intensificará en los años cincuenta con la pelea entre aperturistas y excluyentes con motivo de la llegada de Ruiz Giménez al ministerio de Educación.

En aquel mundo de los años cuarenta se van a formar Carlos París y Gustavo Bueno; entre sus profesores sobresale la personalidad del Padre Mindán que conecta con la generación de Ortega al haber sido discípulo de Gaos. Mindán será un referente para aquellos jóvenes dentro de la Facultad a la vez que el padre Llanos lo será fuera de ella; estamos en un mundo dominado por el catolicismo en sus distintas variantes. También sobrevive un profesor que marcará a toda aquella generación; un nacional-sindicalista de la primera hora, seguidor de Ramiro Ledesma Ramos; nos referimos a Santiago Montero Díaz, que con los años será expedientado por apoyar a los estudiantes en las manifestaciones de 1.965.

Moreno Pestaña analiza con mucho acierto el tipo de filosofía que va a imperar a partir de aquel momento. Estamos ante las distintas variantes de la filosofía escolástica. Aquella filosofía que según Ortega se definía por articular un perfecto conjunto de respuestas para responder a ninguna pregunta. Moreno Pestaña muestra que, sin embargo, si respondían a un objetivo ambicioso: erradicar de la sociedad española los efectos perniciosos del laicismo. Un laicismo de Estado que había propiciado la segunda república y que había tenido su responsable último, a juicio de los vencedores en la guerra civil, en la filosofía relativista, historicista y agnóstica de Ortega. Ese liberalismo en lo político y ese laicismo en lo religioso es el que había que erradicar. Erradicar y superar con una filosofía estricta, rigurosa, sistemática que los nuevos catedráticos, secundados por Ramírez, pensaban que se podía obtener volviendo a Santo Tomás en unos casos (Santiago Ramirez) o pasando por la neoescolástica de Lovaina en otros (Juan Zaragueta)

Para ello era imprescindible establecer un nuevo canon basado en la apuesta por la llamada filosofía perenne y, superada esta etapa por la lectura de los clásicos. Si atendemos a ese canon, señala Moreno Pestaña, la obra de González Alvarez es consistente ya que está al día de lo ocurrido en el campo filosófico tras la segunda guerra mundial y conecta con algunas de las redes del pensamiento católico europeo.

Es interesante subrayar que los dos elementos: el papel del sistema perenne como elemento central del pensamiento filosófico y la lectura de los autores clásicos marcan un canon en la trayectoria de aquella facultad durante años y años; una trayectoria que se inicia con González Álvarez, continua con Sergio Rábade y llega a Juan Manuel Navarro Cordón. Prohibida cualquier excursión ensayística, vedada cualquier intervención en la prensa, negada cualquier veleidad intelectual. Se trataba ya que no era posible seguir manteniendo la vigencia de la filosofía perenne, de ser sólo y únicamente profesores de filosofía.

Esto no quiere decir que algunos de aquellos profesores trataran de compatibilizar la fidelidad al canon con su implicación en la vida política. Algunos como promotores culturales (Calvo Serer), otros como hombres fuertes de la organización sindical franquista (Muñoz Alonso) o de la editorial católica (Sanchez de Muñiain) Siendo todos ellos muy relevantes fuera de la facultad el que marca el estilo de la casa durante muchos años es Sergio Rabade que controla el acceso a las cátedras de instituto y a las becas de universidad. Rábade se ajustaba al máximo al canon que analiza Moreno Pestaña. Filosofía es estudio directo de los clásicos de la filosofía. Filosofía de alguna manera es filología ya que no se trata de defender una posición propia sino de exponer objetivamente lo que han escrito los clásicos.

Precisamente porque creo que Moreno Pestaña capta muy bien el canon al que se sometieron unos y otros en la pugna por triunfar en las oposiciones y acceder a las cátedras es por lo que pienso que se le escapa lo ocurrido fuera del canon académico en el mundo de las editoriales y de la batalla política. Un mundo donde Gonzalez Alvarez, Rábade y Navarro Cordón tuvieron muy poca influencia pero donde batieron sus armas Aranguren y Lain, Ridruejo y Marías frente a Calvo Serer. En ese mundo intelectual el canon académico contaba muy poco. Aunque quizás por esa carencia, los seguidores del canon, nunca dejaran de insistir en que ellos no eran intelectuales, no eran ensayistas, no frecuentaban los medios de comunicación, no eran como Ortega, que, a su juicio, no era filosofo; ellos eran profesores de filosofía.

Leyendo a Moreno Pestaña es cuando uno se da cuenta de hasta que punto el dichoso canon marcó nuestras vidas. No hay generación que haya pasado por las facultades de filosofía que no haya tenido que hacerse cargo de una advertencia taxativa: cuidado que eso no es filosofía. Le ha afectado a Ortega, a Aranguren y a Savater. Todos ellos descritos y estigmatizados como ensayistas, intelectuales, periodistas; siempre sujetos a la circunstancia y a la coyuntura, incapaces por ello de ir más allá de la anécdota y alcanzar la categoría.

Quizás Moreno Pestaña en su esfuerzo por ser objetivo, por comprender las razones del otro, ha sintonizado tanto con sus entrevistados, fueran éstos Manuel Garrido o Sergio Rabade, que ha acabado asumiendo en parte su relato. Los dos aparecen embelleciendo su biografía. Es probable que todos lo hemos hecho en alguna época de nuestra vida pero debo confesar que a mí me sorprende mucho la conversación con Rabade; mostrando admiración por Aranguren y afirmando que quizás un profesor de Ética se ve obligado a hablar de ciertas cosas que no son imprescindibles para un profesor de Teoría del conocimiento.

Igual me ocurre con Manuel Garrido ocultando el apoyo decisivo de Leopoldo Eulogio Palacios a su promoción como catedrático. Realmente es difícil cargar con el pasado: en el caso de Rábade aceptar que Aranguren fue expulsado de su cátedra y no encontró el menor apoyo de sus compañeros de claustro; en el de Garrido porque afirmar que solo en algún momento se mencionó de pasada el nombre de Besteiro al hablar Leopoldo Eulogio Palacios del antecesor de la cátedra de Lógica. La conclusión es indudable: el pasado de la guerra civil estaba vedado y el presente de la lucha antifranquista relativizado (se era antifranquista en función de la asignatura que a uno le tocara).Toda una metáfora de aquella época.

La Facultad de Filosofía de la universidad complutense es digna de un estudio pormenorizado. En ella han sido profesores desde Carlos Díaz a Gabriel Albiac, Miguel García Baró, Juan Francisco Fuentes, Jacobo Muñoz o Fernando Savater; si pensamos en el momento actual florecen desde los discípulos de Baró a los ideólogos de Podemos Carlos Fernandez Liria y Luis Alegre, sin olvidar a Germán Cano y Eduardo Maura. Todo un mundo digno de estudio. La obra de Moreno Pestaña invita a profundizar en aquellos recovecos.

Fuera de aquellos muros se daba en los años cincuenta y sesenta una batalla dentro del catolicismo español que tuvo como primeros espadas a Aranguren, a Lain, a Ridruejo, a Calvo Serer y a Marias. Aranguren, Laín y Marías son los tres filósofos que se enfrentan al Padre Ramírez y a su interpretación de Ortega. Son también los que se enfrentaron a Calvo Serer y a su visión menendezpelayista del catolicismo y los que apostaron por la apertura a los exiliados. Son ellos los que van a ser decisivos de cara a la generación posterior.

Va a ser Aranguren- como vio muy bien Francisco Vazquez- el que logra articular el núcleo de resistencia al franquismo desde el cristianismo renovado en diálogo con el marxismo, mediante la apertura a las ciencias sociales y al interés por los estudios literarios. Sin olvidar la apertura a la filosofía analítica.

Para conocer lo que vivió aquella generación fuera de los muros académicos es imprescindible el libro reciente de Jordi Amat sobre la primavera de Munich, al igual que repasar los abajo firmantes de Santos Juliá (2)

¿Qué tenía que ver el canon con aquellas batallas que pasan por Munich, la huelga de los mineros, la expulsión de los catedráticos, la oposición al franquismo de los antiguos falangistas que se habían hecho liberales, el nuevo diccionario de filosofía o los congresos de filósofos jóvenes? ¿Ha hecho la historia posterior justicia a aquellos opositores al franquismo?

En parte sí. La estatua de Ortega fuera de la Facultad; la calle dedicada al profesor Aranguren; la presencia de Fernando Savater en los medios de comunicación y, por citar lo último, la irrupción de Podemos en el recinto académico, con la presentación de Pablo Iglesias del libro de Fernández Liria, ante un público que desbordaba el salón de actos, marcan un mundo que me temo sería juzgado como sorprendente y deleznable para los que instauraron aquel canon.

Profesores de Filosofía posteriores a mi generación me han comentado que el canon seguía vigente cuando ellos estudiaron. Por ello la vuelta de Aranguren supuso para ellos una decepción; se encontraron con un profesor que deseaba escuchar, intervenir, dialogar pero no adoctrinar. Era lo más contrario a ese mundo donde el aspirante a filósofo tiene que enfrentarse directamente con Kant o con Hegel, con Heidegger o con Husserl. Sin ninguna relación con Ortega o con Marias, con Azaña o con Fernando de los Rios.

Por ello la historia hizo justicia a los ensayistas, a los intelectuales, a los reformadores morales fuera de aquellos muros pero no así dentro. Todo lo cual plantea un problema de calado al que el texto de Moreno Pestaña nos remite: ¿cuál es el papel del filósofo?; ¿cuál es el papel del intelectual? Problema sobre el que reflexionó mucho Aranguren, problema que persiguió a Ortega toda su vida y que atraviesa la biografía de un alumno y profesor de aquella casa como Fernando Savater. Aunque solo fuera por este motivo reconstruir aquel canon es imprescindible para pensar nuestro pasado e imaginar como puede ser nuestro futuro. Ahí está el mérito mayor, a mi juicio, del libro de Moreno Pestaña.

*J L Moreno Pestaña La norma de la filosofía Madrid, Biblioteca Nueva, 2014.

Notas

1) Antonio García Santesmases «A vueltas con la transición filosófica española» Circunstancia núm 30, enero 2013.

2) Jordi Amat La primavera de Munich Barcelona, Tusquets, 2016 y Santos Juliá Nosotros los abajo firmantes Madrid, Galaxia Gutemberg, 2.014.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.