Lo respetable es un concepto extraño que acaba penetrando en todos los espacios de lucha, incluso en los más alternativos y radicales. Digo extraño en la medida en que no explicita el para quién, respetable para quiénes. Un medio alternativo se encuentra con un texto cuyos argumentos parecen difícilmente rebatibles; sin embargo, están expresados de […]
Lo respetable es un concepto extraño que acaba penetrando en todos los espacios de lucha, incluso en los más alternativos y radicales. Digo extraño en la medida en que no explicita el para quién, respetable para quiénes. Un medio alternativo se encuentra con un texto cuyos argumentos parecen difícilmente rebatibles; sin embargo, están expresados de un modo brusco, sin matices, sin hermosas metáforas, de un modo, en fin, muy poco respetable. Un colectivo político organizado concibe una acción y la lleva a cabo, y la acción es poderosa y quienes la hacen se juegan la piel, pero no acaba de encajar, su estilo no es el que habríamos imaginado, sus ecos adquieren tintes gruesos, y entonces hay quien piensa que es una pena que no se haya hecho lo mismo pero de otro modo, más sutil, afinado y respetable. Y se producen los debates, y con toda honestidad se argumenta que quienes luchan, los de abajo, las de abajo, no deben renunciar al estilo, no deben permitir que la amplia cultura y el lenguaje feraz y el dominio del marketing sean patrimonio exclusivo de la clase dominante. El argumento es sensato. Sin embargo, me gustaría contar que existe el camino y recordar que ante artículos mal escritos, poemas sonrojantes y actos sin sutileza, pocas veces hemos dicho: mirad, esos actos, esos textos, esos poemas están, a diferencia de los que a menudo aplaudimos, limpios de sangre.
Una discusión más larga atraviesa la historia de las revoluciones: la que parte de preguntarse si debemos o no renunciar a nuestra buena letra, descrita por Rafael Chirbes como el disfraz de las mentiras. ¿Debemos renegar de la alta cultura, al lenguaje cuyos significados parecen no agotarse y que por eso mismo es tan adecuado para la traición? ¿Debemos empezar de nuevo? El tema de este artículo es más leve. Trata de tener presente lo que arrastramos. Todo ese capital no simbólico que incluye viajes, lecturas, fundaciones, criterio, tiempo de reflexión, y viene con nosotros y nosotras, incluye también las formas violentas con que fue acumulado. La red ha introducido, es cierto, mayor democracia en el acceso, ahora ya no es preciso tener una biblioteca propia o una biblioteca pública cercana para poder leerlo casi todo, es un gran paso pero sabemos que no es el único. Como no es igual formarse en un país o en otro, en unas condiciones o en otras, presentar un programa político hecho en las trincheras o uno hecho en las salas de la universidad. Obremos sin paternalismo y sin compasión mal entendida. Si un texto es confuso, si tiene faltas de sintaxis, si un argumento político no está bien planteado, habrá que discutirlo y, cuando se pueda, perfeccionarlo. Pero que hacerlo no nos separe de la conciencia sobre nuestras concesiones.
El poder a menudo no necesita conspirar. Hay bibliotecas y bibliotecas, congresos y congresos, locales y prendas de vestir, gestos, formas de pronunciar, reconocimientos y subvenciones indirectas y horas. Sin explotación, sin patriarcado, sin expolio de los recursos, esa cultura con que medimos el mundo, adquirida en un tiempo que, aun sin quererlo, hemos robado, sería diferente. Y a veces nuestro apego por ella puede impedirnos ver lo que sin embargo no cesamos de buscar: un lenguaje nuevo que deberá romper tristezas, que se abrirá camino con actos y que muchas veces ya está aquí, avanzando con dificultad, con rabia, con vida, pero lo descartamos casi sin fijarnos, mientras seguimos aplaudiendo la crónica escrita con excelente vocabulario y garra de plata afilada en las joyerías del capital.
Si nuestros medios han de ser nuestros fines, quizá sea bueno recordar que sus medios son también sus fines, y al guardar sus formas, su acento, al pedir, acaso sin darnos cuenta, su aprobación, comenzamos a guardar sus contenidos, su lenguaje, sus modos de hacer. «Si dijeras lo mismo pero de otra manera, matizando, comparando, con respeto, sin maniqueísmo», si así lo hicieras probablemente estarías diciendo algo distinto. Nos duelen esos textos que quieren, se diría, dividir, que de tan sencillos parecen toscos. Sin embargo a veces encierran el conocimiento que más necesitamos, a veces dicen cosas como que la libertad de explotar no es respetable para quienes la padecen, a veces saben, sí, esas cosas que olvidan los buenos modales.