Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano *** Nos habíamos quedado en este punto. Sostienes también, inspirándote en Aristóteles, que el ser humano es un ser práxico, […]
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano
***
Nos habíamos quedado en este punto. Sostienes también, inspirándote en Aristóteles, que el ser humano es un ser práxico, un ser que se auto desarrolla a hacer. Pero si miramos a nuestro alrededor, en nuestras sociedades, algunos seres humanos apenas pueden hacer por dificultades o discapacidades, y otros, privilegiados, no hacen apenas, los demás obran por ellos y a su servicio. ¿No serían entonces propiamente seres humanos?
Todo individuo de la especie homo que, para simplificar, no esté enchufado a una máquina desde su nacimiento, para subsistir por sí, ha debido interiorizar un saber hacer y ha generado en sí mismo un desarrollo de capacidades y facultades, y su socialización, sin la cual no hubiera habido la interacción que posibilita esa paideia o interiorización, le dota de consciencia sobre sí, sobre el saber aprendido y sobre los demás. No somos seres naturales y si subsistimos es porque nos hemos individuado, apropiándonos -actividad dura, enérgica- de un saber hacer. De esto ya hemos hablado. Si un ser humano tiene necesidades, lo que denominamos necesidades, es que está hominizado. Hablar con otros, enfadarse, porque no le escuchan, gusto por este alimento preparado de tal modo, rechazo a tal otro, uso de instrumentos -manejar cuchara, vestirse, que es una tarea complejísima de operaciones finas y comprensión intención de usos, no querer tal ropa, si tal otra…-. Quiero decir que todo individuo humano que vive es un ser vivo «viable»: viable en cuento capaz de auto generarse como subjetividad humana. Insisto en esto para responder a la primera parte de tu pregunta: todos somos seres humanos. Porque la praxis, la praxis que nos permite subsistir es quizá la que no nos planteamos. -ciertamente, algunas personas pueden carecer de alguna, si por ejemplo son ciegos; el ciego de nacimiento- pero no de la mayoría, ni de muchas: no conseguiría subsistir.
Es decir, que una vez dadas unas determinadas facultades y capacidades…
Una vez dadas unas facultades y capacidades, cada cual las puede tener desarrolladas en uno u otro nivel.
El ser humano, su individualidad, eso que percibimos que diferencia a un ser humano, al niño de muy corta edad, que mira su mano y la mueve ante sus ojos, al que se concentra con un juguete y juega durante un rato con él, al que corre por el placer de correr, al que hace uso de su saber hablar -son ejemplos de actividades sencillas-, es resultado de su propia actividad, esto es, de la interiorización a través de la interacción con los seres que le rodean de un saber hacer, que se aprende y de su puesta en obra creativa, creada y recreada -cada vez que se hace algo, eso vuelve a ser puesto, a ser creado-. Esta interiorización de un saber hacer social, cultural, es la que posibilita, y la que da valor y sentido a la parte de nuestro saber hacer puesto en obra. Y este aprendizaje de saber hacer y puesta en obra del saber hacer -que se dan a la par- son los que generan y desarrollan nuestras facultades y capacidades humanas. El ser humano es la suma o el nudo de sus relaciones sociales, relaciones sociales que son inter- activas. Somos ser social porque somos ser práxico. La actividad humana, o praxis, no es innata no se basa en un instinto; se basa en un saber hacer, en una cultura, un ethos, generado por una comunidad previamente existente, que nosotros aprendemos. Un saber, además, que necesita de nuestra puesta en obra para poder ser eficaz y para poder ser transmitido. Un saber hacer cuya puesta en obra exige nuestra creatividad y originalidad, puesto que su realización concreta es realización en concreto, y cada caso requiere ser considerado -kairós-.
En la misma línea: si la felicidad individual está en el hacer, en la actividad, ¿no estamos haciendo una apología, muy capitalista, del hacer, de la producción, de la actividad ininterrumpida, del trabajo y más trabajo? ¿Dónde queda entonces el elogio de la pereza?
Actividad no es noción idéntica a producción de mercancía. A trabajo, o sea a actividad productiva de valor y plus valor. Actividad es todo el vivir humano. la práctica política, la militancia directa, leer, platicar, estudiar, relacionarnos… El hacer satisfactorio es el individual, el de cada individuo al desarrollar su propia actividad, el capitalismo desarrolla un dominio sobre el hacer ajeno y una mutilación de la capacidad de auto protagonismo de enormes masas de personas. La praxis tiene además, un fin, ese placer y unas necesidades concretas, Aristóteles critica precisamente una actividad que no tiene otro fin que su aumento de actividad, que no tiene fin y, por tanto, no tiene límite y es denominada por él crematística
¿Sólo los seres humanos somos seres éticos? ¿No hay eticidad cuando hablamos de otros seres vivientes? ¿Tú no serías entonces partidario de los «derechos de los animales»?
La eticidad es la capacidad de crear en comunidad el propio saber hacer. Existen en ciertos animales protoculturas, pero orgánicas de pautas de comportamiento, mayoritarias, de origen biológico. Solo el ser humano obra, actúa conforme a un saber hacer creado por entero. E intercambiable, si lo deseamos. Precisamente el hecho de que nuestro hacer es resultado de la creación en común, y pude ser modificado es lo que da sentido a la reflexión moral, y a la reflexión sobre derechos y deberes
En relación con los derechos de los animales: No, no soy partidario de tal confuso concepto. Derecho es término que hace referencia a relación mutua, es un saber que orienta nuestra mutua interrelación y que nos pone los unos a los otros como seres conscientes e iguales y, por lo tanto, como seres conscientemente corresponsables en igualdad los unos de los otros. Somete a las diversas partes relacionadas por el mismo a la misma norma. Yo tengo derechos respecto de ti, que tú debes respetarme inperativamente, porque tengo respecto de ti esos mismos deberes, que yo debe respetarte imperativamente. No puedo exigir que un animal sienta ser corresponsable de mis derechos y se ponga activamente en movimiento para preservarlos, porque no tiene consciencia de todo esto, y su no consciencia no es un estadio provisional, como el del in-fans, que aún no puede practicar la expresión hablada -femi/φημι, a través del latín «for»- o porque aún adolece o carece de madurez -el adoles-cente, por ejemplo-. Hasta en estos caso, y a pesar de tratar se de seres humanos, consideramos minorizado al sujeto, y lo supeditamos legalmente a tutela ajena. La impulsividad de la inmadurez era en el derecho romano, una eximente: se consideraba que la madurez se alcanzaba a los 25 años, y hasta entonces, se denominaba al sujeto «Furiosus». Si mal no recuerdo, esto lo he leído en el De Instituiones de Justiniano. Esta es la axiología, la metafísica que subyace a toda concepción del derecho. Derecho exige consciencia y consciencia de la recíproca obligación entre las partes que se supeditan al mismo, y que se supeditan al mismo porque lo han creado ellas, o lo sostienen ellas. Por tanto, toda des responsabilización en relación con la reciprocidad respecto de un hipotético derecho que se reconozca a un animal es prueba de que no lo consideramos sujeto de derecho, responsable sin ello no existe derecho. Y por ejemplo, Hegel, considera por ello que no hacer recaer toda responsabilidad, en consecuencia, toda pena y el castigo inherente a la misma, sobre un individuo, es minorizarlo, negarle su dignidad como ser humano autoconsciente.
Sostienes también que no puede existir la República sin ciudadanos virtuosos. Sin embargo, en el mundo existen muchas «repúblicas» y no abundan los ciudadanos virtuosos. Si fuera condición necesaria, no sé si podría existir alguna República.
En un sentido amplio, y si consideramos que virtud es denominación para el saber hacer, para la totalidad del saber hacer que posibilita la vida en común y el desarrollo de la subjetividad, o, para ser exactos, al grado en que cada individuo domina ese saber hacer mediante el que coparticipa en la producción y reproducción de su comunidad social, toda comunidad está religada por un ethos, poseído por todos en un determinado grado, capacidad o virtus. Si nos referimos a virtus como saber hacer moral, también podríamos decir que toda comunidad social tiene asumidas normas morales, sin las cuales no sería posible la existencia de la comunidad y que pueden ser conculcadas pero no sin castigo. Incluso en las sociedades clasistas más duras, se encuentran en vigencia códigos morales: no robar el pan de la viuda, no exasperar al pobre, etcétera. Violar esas normas pone en peligro el orden social y pone en peligro a la propia clase dominante Ahora podemos pasar a las repúblicas. Una república es una comunidad social en la que todos los miembros que la constituyen a título de ciudadanos intervienen en la misma en pie de igualdad. El asunto de la virtud en la república, toma particular virulencia en vísperas de la revolución francesa y durante la misma. Supongo que tú haces referencia precisamente a dos casos que yo cito. Robespierre y Rousseau. Comienzo por el último.
Por el primero.
Por el primero, perdona. Robespierre considera que el pueblo es virtuoso y que son lo poderosos los que son corruptos. Se expresa en tales términos al verse obligado a proponer, no ya la república, sino la democracia o poder de los pobres, en 1793, tras la experiencia del devenir de la revolución. Desde el comienzo de la misma, cuya motor han sido las masas populares, y muy en especial el campesinado -seis colosales jacqueries-, una vez se mitiga la movilización popular, los aristois, los poderosos y ricos, la nueva aristocracia del dinero, o burguesía, en coalición con otros grupos sociales, tratan de hacerse con el poder de facto y de iure, y de expulsar a los pobres de la ciudadanía, de la capacidad de ser elegidos, o de elegir diputados o de portar armas e integrar la guardia nacional. Además, tratan de imponer leyes que desregulan el comercio de bienes de primera necesidad, aquellos que garantían la subsistencia. Robespierre los llama vampiros. Los poderosos argumentaban la exclusión de los pobres en que al no participar en la tributación de forma debida, no eran responsables, en que eran inferiores, etcétera. Durante los primeros cuatro años, él intenta proponer una Res publica -monárquica en un primer momento- en la que todos, ricos y pobres tuvieran respetados unos mínimos derechos de ciudadanía, tanto materiales -derecho a la vida- como políticos, derecho a legislar. Pero al final comprende que quienes se arrogan la superioridad moral y el derecho a mandar lo que pretenden es dominar al pueblo, y que son por ello inmorales. Y que el pueblo, sin embargo, es virtuoso, porque ser virtuoso es eso que está al alcance de cualquiera que no quiera explotar a los demás, ser más que los demás. La virtud moral en las condiciones de vida de la mayoría es inherente a ella. Y no se necesita más.
Queda Rousseau.
Respecto de Rousseau, anterior a la revolución, él se plantea también el asunto de la virtud. Para él la virtud republicana tampoco es algo excepcional, en la medida en que no depende de saberes teoréticos. Está a la disposición de todo individuo que coparticipa con los demás en la deliberación sobre las leyes de sus comunidad, de cualquiera que actúa como ciudadano y desarrolla experiencia de tal. Sabe que es la desigualdad, la codicia, la riqueza, el deseo de ser considerado superior, lo que destruye tanto la comunidad, como el interés por la participación en la política por parte de cada individuo. Pero impedir esto no es algo inasequible, si existe una república de iguales. El problema para Rousseau se plantea, cuando nos encontramos en comunidades sociales en las que los poderosos mandan, en la que las mayorías de pobres han sido excluidas de la práctica de gobierno sobre su propia comunidad. La duda de Rousseau es, una vez ese saber experiencial se pierde, ¿cómo se hace posible que los pobres asuman la necesidad de tomar cartas en la gestión de la comunidad y sean capaces de arriesgarse por lograr ese poder? Es un interrogante que no busca la respuesta en un saber superior, en una fuerza exterior que ya posea ese nivel de consciencia y responsabilidad y la propaga. Porque la virtud, tampoco para Rousseau es un conocimiento excepcional, sino la denominación de hábitos y costumbres que nos forman como individuos y nos impelen a preocuparnos por la comunidad. La respuesta está en la historia, en el devenir histórico, no en la excepcionalidad moral de unos pocos, ni en un saber esotérico que deba ser divulgado. También, Manuel Sacristán, por cierto, hacía referencia a este tipo de cuestiones cuando decía que el socialismo es un tipo de sociedad para cuyo logro no se necesitan otras capacidades que las que poseemos las gentes comunes, las que podemos autodesarrollar todos en común.
Sí, recuerdo esas reflexiones. Ya está bien por hoy querido Joaquín. ¿Te parece?
Me parece si a ti te parece.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.