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El capitalismo moral de la burguesía sindical

Fuentes: Rebelión

          Importa comprender La realidad es artesanía de las interpretaciones Es producción de la subversión de las multitudes Es el alba cuando despiertan los y las jóvenes Heterodoxos, iconoclastas Destructores de imperios Forjadores de nuevas exhortaciones   Sebastiano Mónada/Mirada retrospectiva          Enlace transversal Dejamos pendiente el análisis a partir de la lectura del libro de Raul Zibechi, […]

 
 

 
 

 
 
 
 
Importa comprender

La realidad es artesanía de las interpretaciones

Es producción de la subversión de las multitudes

Es el alba cuando despiertan los y las jóvenes

Heterodoxos, iconoclastas

Destructores de imperios

Forjadores de nuevas exhortaciones

 

Sebastiano Mónada/Mirada retrospectiva
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Enlace transversal
 
Dejamos pendiente el análisis a partir de la lectura del libro de Raul Zibechi, Brasil potencia[1]. La importancia de los tópicos abarcados nos obliga a detenernos en los mismos, así como nos apremia a buscar apoyo, en la fenomenología de la percepción para llenar los huecos, la falta de experiencia social concreta, territorial, cultural, con las interpretaciones narrativas de la novela, de los substratos sociales, de las subjetividades afectivas, de los dramas concretos, en los tiempos que nos toca apreciar, que son los referentes del análisis. Ahora, después de haber elaborado hipótesis interpretativas a partir de las tramas narrativas de la novela, que devela experiencias sociales concretas, memorias locales, en la narrativa impetuosa de las configuraciones literarias, podemos retomar la lectura del libro citado, para abordar nuestra contemporaneidad política, nuestra actualidad ineludible, en lo que respecta a uno de los gobiernos progresistas de Sud América, las gestiones de gobierno del PT.
 
 
 
En Relaciones de dominación clientelares se concibe el clientelismo, las redes clientelares, como relaciones de dominación; es el populismo el que extiende estas relaciones clientelares hasta otorgarles una intensidad política, basada en relaciones afectivas entre el caudillo populista y su base electoral capturada. En Acontecimiento Brasil se busca interpretar la formación social-territorial de Brasil a partir de las percepciones de la potencia social; se contrasta la tesis de subimperialismo, que es, mas bien, interpretado como geopolítica regional, con las resistencias, las rebeliones, las trasgresiones y la alteratividad social. Se opone a la geopolítica la geografía emancipatoria de los pueblos. En Acontecimiento novela se vuelve a situar el punto o trazo de inflexión histórico en el periodo de Getúlio Vargas, cuando se busca solucionar la contradicción entre latifundio y desarrollo capitalista, entre monopolio de la tierra y revolución industrial, entre dominación colonial y democracia, mediante la síntesis forzada del régimen «bonapartista», de la revolución industrial autoritaria, de la modernización conservadora. Esta ruta forzada para salvar a los latifundistas, iniciando una revolución industrial, combinando la herencia colonial con desarrollo capitalista y modernización, acompañada de concesiones sociales, de carácter populista, tiene como desenlace simbólico el cuerpo del caudillo, cuerpo significante donde se disputan los significados. En Geografía emancipadora versus geopolítica se ubica el racionalismo «pragmático» entre la violencia descarnada colonial y el racionalismo instrumental. En Acontecimiento y narrativa concluimos: que la polaridad de constante tención en la novela, como uno de los fondos de contradicciones y antagonismos culturales de la narrativa, es la de la figura de Luíz Carlos Prestes frente a la figura de Getúlio Vargas. Luíz Carlos Prestes es el símbolo de la permanente rebelión del pueblo brasilero, en todas las formas, múltiples resistencias, plurales transgresiones, variadas alteraciones, encaminando diversamente la potencia social. En cambio Getúlio Vargas es el símbolo del poder, del Estado, de la dominación, aunque sus gestiones evolucionen de un diletantismo incipiente a un pacto «bonapartista», cuando el caudillo encausa una revolución industrial autoritaria, una modernización conservadora, aunque la política y el discurso del caudillo adquieran la locución seductora del populismo. 
 
Después de estos enraizamientos, que hemos llamado fenomenología de la percepción pasional, que viene acompañada por la genealogía del poder, buscando hermenéuticas de la subjetividad, del acontecimiento Brasil, podemos, ahora, munidos de estos espesores interpretativos, pasar a la interpretación de la contemporaneidad y actualidad de las paradojas políticas. Comenzando con la paradoja del Partido de los Trabajadores (PT) en el gobierno impulsando el desarrollo capitalista por la vía de la especulación financiera. Además de la paradoja del racionalismo «pragmático», que invierte la síntesis forzada de la burguesía industrial, que salva a los latifundistas, por el camino de la modernización conservadora, efectuando otra síntesis forzada, esta vez, «proletaria», salvando a la burguesía industrial, en consecución de un capitalismo moral. 
 
El balance de las gestiones de gobierno del PT que hace Francisco de Oliveira es lapidario; se trata de la formación de un nuevo estrato de la burguesía, la burguesía sindical; una burguesía vinculada además a la gestión financiera. Escribe: 

 
Las capas más altas del antiguo proletariado se convirtieron, en parte, en lo que Robert Reich llamó «analistas simbólicos»: son administradores de fondos de pensiones, oriundos de antiguas empresas estatales, de los cuales el más poderoso es Previ, de los funcionarios del Banco de Brasil, todavía estatal; integran consejos de administración, como en el BNDES, como representantes de los trabajadores.
 
Retomando la lectura del libro de Raúl Zibechi Brasil potencia, el autor comenta datos esclarecedores, en este proceso de aburguesamiento del sindicalismo. Escribe:
 
Si se toman en cuenta las principales esferas de decisión, el PT es ante todo un partido de sindicalistas, aunque hay que destacar que eligió a siete diputados empresarios. Además, el PT prácticamente monopoliza la representación sindical ya que pertenecen a ese partido el 80% de los sindicalistas electos diputados y el 78% del total de parlamentarios electos. El crecimiento de la bancada sindicalista ha sido importante en los últimos veinte años: en 1991 había apenas 25 sindicalistas en el Congreso, cifra que se duplicó largamente. Es cierto que la bancada empresarial es mucho mayor que la sindical, ya que llegó a 169 parlamentarios (tenía 120), perteneciendo 32 al PMDB, aliado del gobierno, y 28 al derechista DEM. A diferencia de la bancada sindical, casi toda petista, la empresarial se distribuye en casi todos los partidos del arco parlamentario. Por último, la bancada ruralista (vinculada a los ganaderos y al agronegocio) viene descendiendo de forma nítida: cayó de 117 a 61 parlamentarios. Una primera conclusión: desciende la fuerza electoral del viejo latifundio y crece la de empresarios y sindicatos.
 
Un segundo dato que vale la pena analizar se relaciona con el financiamiento de los partidos políticos, y muy en particular con los fondos que recibe el PT. Llama la atención el importante papel que tienen los empresarios en el financiamiento de los partidos, y de modo muy particular las empresas de la construcción. El empresariado aportó 470 millones de dólares a los candidatos electos. El 54% de los parlamentarios electos recibió algún apoyo de las constructoras, o sea 264 diputados y 42 senadores.
 
El partido que más dinero recibió de las constructoras fue el PT (15 millones de dólares) seguido del PSDB (11 millones). Se trata de empresas que se benefician de las grandes obras de infraestructura de la IIRSA y del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), y que ahora esperan aumentar sus ganancias con las obras que se realizarán para la Copa del Mundo de 2014 y los Juegos Olímpicos en Rio de Janeiro en 2016. Las empresas que marcharon a la cabeza en donaciones fueron Camargo Corrêa, Queiroz Galvâo, Andrade Gurtierrez, OAS y Odebrecht, nombres que veremos repetirse a lo largo de este trabajo. Se calcula que las constructoras son responsables de un cuarto de todas las donaciones electorales. Las empresas vinculadas al agronegocio hicieron sus principales donaciones a los candidatos de la región centro-oeste y optaron mayoritariamente por los miembros del DEM, grupo que se ha destacado en la defensa de los intereses de ese sector a través de la bancada ruralista. En las elecciones de 2006, las mil mayores empresas privadas fueron responsables del 30% de la recaudación total de las campañas de los candidatos a presidente, lo que sin duda revela la importancia de este tipo de financiación.
 
Sumando lo encontrado hasta ahora, podemos decir que estamos ante la paradoja de un empresariado que financia en parte la elección de sindicalistas, supuestamente sus mayores enemigos si nos atenemos al discurso político de ambos sectores. En concreto, empresarios de la construcción financiando al partido de los sindicatos. Sin embargo, si observamos quiénes son estos sindicalistas convertidos en parlamentarios podemos concluir que tienen un perfil bien diferente del que podría esperarse: dos tercios tienen título universitario, entre los que destacan economistas, abogados y profesores. La mayor parte proviene de empresas estatales y del sector bancario. La inmensa mayoría, otros dos tercios, fueron reelectos. O sea se trata de profesionales especializados como parlamentarios[2].
 
 
Estamos ante fenómenos de la representación social que adquieren no sólo la deformación de la hipertrofia burocrática, sino que se convierten en dispositivos económicos de apropiación del ahorro de los trabajadores con fines financieros, además de convertirse en dispositivos de poder, que ejercen influencia y coerción, presión y dominio, adecuando el espacio político al dominio de la representación social. Asistimos a las transformaciones de las formas clásicas de la república y del Estado-nación; ahora son las formas de organización jerárquicas del sindicalismo las que ocupan el lugar de los partidos conservadores y liberales de la burguesía. Continúan su tarea de legitimación del orden, que garantiza el desarrollo económico, ahora por las vías de un capitalismo moral, que asiste las demandas de los trabajadores, incorporándolos al crédito, a las facilidades del mercado y a los beneficios financieros.
 
Revisando la trayectoria de dirigentes sindicales a cargo de la tesorería nacional de la Central Única de Trabajadores (CUT), después del Fondo de Amparo al Trabajador (FAT), el caso paradigmático es el de Delúbio Soares, tesorero del PT durante la campaña electoral de 2002; antes también fue delegado sindical, además de coordinador de las campañas presidenciales de Lula en 1989 y 1998. Zibechi escribe:
 
Estos hechos permitieron visibilizar algunas trayectorias de dirigentes sindicales vinculados a la cúpula de un partido como el PT, y a la vez como altos funcionarios del FAT, que ha sido definido por Francisco de Oliveira como «el mayor financiador de capital de largo plazo en el país». En su opinión, el «núcleo duro» del PT está integrado por trabajadores transformados en operadores de fondos de pensiones, lo que les permite acceso a los fondos públicos y establecer vínculos con el capital financiero del cual se convirtieron en co-gestores. En apenas dos décadas la CUT y el PT vivieron un acelerado proceso de transformaciones que tuvo sus momentos más importantes en los primeros años del neoliberalismo.
 
Este proceso de conversión del sindicalismo en un organizado y masivo operador del sistema financiero nacional fue largo; tiene que ver con la transformación del obrero sindicalizado, por lo menos de un amplio sector privilegiado.
 
El 90% tenían vivienda propia en barrios con agua, luz, asfalto y saneamiento; el 70% secundaria completa; el 75% llevaban más de once años en su trabajo, recibían altos salarios, la mayor parte ya tenían computador y conexión a Internet. Ese tipo de trabajadores, con una indudable cultura de clase media urbana y acceso al consumo, controlaron desde el comienzo el movimiento sindical metalúrgico del ABC, cuna del nuevo movimiento obrero brasileño. Tres cuartas partes de los obreros de esas cuatro plantas están afiliados al sindicato y el 81% declararon su simpatía por el PT.
 
Los trabajadores de la industria automotriz, los bancarios y petroleros son los principales impulsores de la corriente mayoritaria de la CUT, Articulación Sindical, que es hegemónica también en la dirección del PT. Esa corriente tuvo cinco ministros en el primer gobierno Lula: Trabajo, Seguridad Social, Hacienda, Comunicación Social y Ciudades, además del propio presidente[3].
 
Estamos hablando del perfil de un «proletariado» que ya forma parte de las clases privilegiadas, en contraste con la inmensa mayoría de la población, sometida a trabajos itinerantes, laburos informales, contrataciones en el marco del capitalismo salvaje, marginados y discriminados en favelas. Los intereses de este «proletariado» están más cerca de los intereses de la burguesía que del proletariado nómada. La alianza entonces se da entre proletariado sindicalizado y burguesía, enfrentándose contra las demandas y movilizaciones del proletariado nómada; la lucha de clases adquiere un insólito perfil; parte del proletariado, el sindicalizado, forma parte del Estado-nación, defendiendo el orden instituido, enfrentando la subversión del proletariado nómada y de los campesinos sin tierra.
 
Parece una historia de nunca acabar, de una lucha de clases interminable. No basta que el partido de los trabajadores llegue al poder, sea gobierno, incluso por mayoría congresal; una vez que esto ocurre, el partido de los trabajadores se ve obligado a defender su poder. Lo sorprendente es que no es en contra de una burguesía conspirativa, sino contra la inmensa mayoría de los trabajadores no sindicalizados y contra los campesinos sin tierra; también contra las favelas. La diferencia con los gobiernos de la burguesía, sean conservadores, liberales o neoliberales, es que el gobierno de los trabajadores lo hace a nombre de los trabajadores, a nombre del proletariado, a nombre del pueblo, a nombre de los pobres. El estilo es empresarial, de una empresa que se inviste de social, una empresa que quiere doblegar al capitalismo explotador, convirtiéndolo en un capitalismo moral, al servicio de los trabajadores.  No hay mejor gobierno para el desarrollo económico, que no deja de ser capitalista, por lo tanto no hay mejor gobierno para la burguesía recompuesta, con la incorporación de la burguesía sindical, que este gobierno de los trabajadores. Es cuando la hegemonía burguesa, comprendiendo a todos sus estratos, se logra plenamente, convenciendo a la mayoría de la población de las bondades de las gestiones sociales gubernamentales. A propósito de este balance, Raúl Zibechi concluye:
 
Así se produjo, en pocos años, una mutación en el perfil de la clase obrera: en lo político, más dispuesta a negociar que a luchar; en cuanto a su cultura, obreros polivalentes ya no focalizados en una profesión o tarea, y comprometidos en el aumento de la productividad[4].
 
 
Estas transformaciones del proletariado, esta diferenciación social en el proletariado, es un desafío para el análisis social y político. Las tesis sobre la contradicción entre proletariado y burguesía se derrumban, si es que no se distingue claramente esta estratificación social en el proletariado, si es que no se explican estas transformaciones sociales y económicas. Una vez más vemos que el apegarse a teorías como si fueran inmodificables, verdades demostradas, es un craso error. Este teoricismo, que hemos llamado fundamentalismo racionalista, no entiende el papel provisional e instrumental de las teorías. Frente a estas experiencias sociales contemporáneas es indispensable interpretar el impacto en la formación y reproducción social, particularmente en lo que tiene que ver con el proletariado, de la inserción de la organización sindical en la cogestión económica y en la gestión estatal. El proletariado se termina adecuando a la «necesidades» del desarrollo económico, es decir, del desarrollo capitalista, termina respondiendo a los requerimiento de la revolución industrial-tecnológica-cibernética, subordinada a la acumulación de capital; en otras palabras, termina respondiendo al perfil obrero requerido por la burguesía industrial.
 
En la medida que la organización sindical es más poderosa, más extensa y regularizada, en esa misma medida la burguesía se ve obligada a reconocer esta presencia ineludible, se ve obligada a complementarse con esta organización sindical nacional de influencia masiva. El «pragmatismo» de la burguesía industrial volvió a buscar una salida conservadora, como lo hizo en la segunda mitad del siglo XX, ante el crecimiento cualitativo y cuantitativo del proletariado, sobre todo del sindicalizado. El camino fue la formación de los trabajadores, de acuerdo a los requerimientos del mercado, acompañada de transferencia de fondos estatales, combinados con transferencia de fondos privados, es decir, de fondos empresariales. Por esta adecuación, la dirigencia sindical no sólo empujó al proletariado sindicalizado a adaptarse a las demandas del capitalismo nacional, sino que el siguiente paso fue ir más allá, convirtiéndose en administradores financieros. En otras palabras en agentes del desarrollo capitalista.
 
Raúl Zibechi encuentra esta transformación de la situación y de la posición del sindicalismo en el contexto de la formación social brasilera, en el campo social, en el campo económico y en el campo político, desenvolviéndose de manera patente durante el periodo neoliberal. El autor escribe:
 
En paralelo, y en parte como consecuencia de estas modificaciones en el perfil de la clase trabajadora, se registran cambios en los sindicatos y en el escenario político que permiten a varios analistas hablar de «derrota» de la clase obrera o, si se prefiere, de un conjunto de fracasos: una derrota política al no haber podido elegir a Lula en las elecciones presidenciales de 1989, a la que se suma la derrota económica y cultural que representó la hegemonía neoliberal a partir de 1990. En el terreno sindical, la Constitución de 1988 -que consagró la nueva democracia y el fin del régimen militar- dejó en pie las prácticas del viejo sindicalismo corporativista, entre ellas el llamado «impuesto sindical» o descuento obligatorio de cuota sindical a todos los trabajadores. El nuevo sindicalismo que representaba la CUT no pudo imponer en la Asamblea Constituyente la ruptura con el viejo modelo sindical pelego[5].
 
¿Se puede decir que es el fracaso coyuntural del proyecto de poder, concebido como estrategia electoral, lo que empuja al PT y a la organización sindical a cambiar tácticas, pasando de la confrontación a la adecuación? ¿Es esta inclinación y decisión por la adaptación, que es una renuncia a las transformaciones estructurales e institucionales del Estado y la sociedad, lo que explica el aburguesamiento de la poderosa organización sindical y del PT? Eso es lo que parece. Siguiendo la descripción, Zibechi expone:
 
La Plenaria Nacional de la CUT realizada en setiembre de 1990 en Belo Horizonte fue un momento decisivo del viraje, al sustituir el sindicalismo de confrontación por un sindicalismo propositivo. En la década de 1990 los sindicatos bancario, petrolero, petroquímico y del automóvil, apostaron a la lucha por el contrato colectivo de trabajo en detrimento de las normas protectoras del derecho al trabajo, en un viraje que los lleva a desentenderse de la mayor parte de los trabajadores, ahora precarizados, tercerizados, desempleados o informales[6].
 
 
Esta anotación es importante. Desde una perspectiva marxista se podría decir que es cuando se pierde la consciencia de clase y se opta por una consciencia elitista, salvaguardando los intereses de la dirigencia y de los obreros sindicalizados, dejando desamparados a la impensa población del proletariado nómada, explotado de una manera salvaje. Enunciado que parece pertinente, al momento de interpretar estas transformaciones sociales. Sin embargo, si bien podemos apoyar esta tesis, de carácter general, de forma materialista e histórica, no termina de explicar las dinámicas sociales y económicas que operan en estas transformaciones. En primer lugar, no se puede tomar al proletariado como un bloque homogéneo, aunque éste sea el proyecto político, aunque ésta sea la «ideología» de clase, pues si bien esto es lo apropiado en la lucha de clases, no considerar la diferenciación social en el seno del proletariado es un grave error, que lleva a confundir la «realidad» con los deseos. Es, más bien, de esperar que en una sociedad atravesada por las relaciones capitalistas, que generan diferenciaciones sociales, estas diferenciaciones también acontezcan en el propio campo proletario. Ahora bien, estas diferenciaciones, que quizás no fueron tan pronunciadas, durante el siglo XIX y el siglo XX, se compensaron con la solidaridad de clase. También, porque no decirlo, por la «ideología» socialista, por lo que se llama teóricamente consciencia de clase. Quizás desde el último cuarto del siglo XX y la primera década del siglo XX, las diferencias fueron marcadamente pronunciadas, que la fuerza de la solidaridad fue desbordada por la fuerza de los intereses de estratos jerarquizados y privilegiados, que la consciencia de clase fue desbordada por la racionalidad instrumental y por el racionalismo «pragmático».
 
En segundo lugar es menester comprender las transformaciones dadas en el modo de producción capitalista, núcleo de las formaciones económico-sociales componentes del sistema-mundo capitalista. Resumiendo esquemáticamente, podemos decir que la primera gran transformación en el sistema-mundo capitalista, constituido mundialmente por las conquistas y colonizaciones, fue la revolución industrial, que trastrocó las estructuras y composiciones del mismo modo de producción capitalista. La segunda gran transformación del sistema-mundo capitalista fue la integración del sistema-mundo, es decir de su composición diferencial, por las transversales del sistema financiero, que terminó consolidándose como sistema internacional. Transformación acompañada por la revolución tecnológica y científica. Esta segunda transformación conforma figuras histórico-políticas de dominación como los relativos al imperialismo, sobre todo en las ultimas décadas de la primera mitad del siglo XX; después, es posible, que podamos, aunque sea provisionalmente, sostener que arroja la figura de un orden mundial de dominación que llamaremos imperio[7]. En el horizonte de esta figura imperial del orden mundial, que sostiene la dominación financiera del ciclo del capitalismo vigente, aparecen las llamadas potencias emergentes, nombradas como BRICS, que manifiestan transformaciones en la estructura de poder del sistema-mundo capitalista, en la geopolítica de este sistema-mundo.
 
La participación de Brasil, como potencia emergente, en la estructura de poder mundial del sistema-mundo capitalista, afecta a la composición interna de la estructura de clases. La burguesía brasilera ya no es una burguesía sólo nacional, ya es una burguesía internacionalizada; la prueba de esto se encuentra en las empresas trasnacionales brasileras que concurren en la competencia de los mercados del mundo. La elite del proletariado sindicalizado, la estratificación privilegiada, participa de los beneficios de una mayor apropiación del excedente mundial.  Esta oligarquización de parte del proletariado empujaría a su dirigencia y a su representación política a compartir intereses con la burguesía, convirtiéndose después también en un estrato de la burguesía, lo que llamamos la burguesía sindical. 
 
En tercer lugar, la crisis del marxismo, que es sustento teórico de los partidos de los trabajadores, la crisis del socialismo, no solo el llamado socialismo real, crisis teórica e «ideológica», ha empujado al partido de los trabajadores a inclinarse por el realismo político y el «pragmatismo». Planteándolo atrevidamente, para ilustrar, ¿si esto ha ocurrido en el Partido Comunista Chino, por qué no esperar que pase, algo parecido, en el PT?
 
 
La descripción de este proceso de adecuación y adaptación de la dirigencia del proletariado es ilustrativo. Zibechi lo describe pormenorizadamente:
 
En medio de la reestructuración productiva neoliberal que supuso el despido de gran cantidad de trabajadores en todos los sectores, incluyendo el automotriz, la petrolera estatal, los bancos y toda industria, los sindicatos a fines de la década de 1990 se insertan en los planes estatales de formación a través de fondos del FAT, que suponen ingresos millonarios para la CUT, muy superiores a los que percibían por concepto de cuotas sindicales.
 
Ya sin la fuerza que tuvo en la década anterior, derrotado su candidato en las elecciones presidenciales y en plena ofensiva del capital, la CUT decide insertarse en los programas oficiales de recalificación profesional, a través del Plan Nacional de Calificación Profesional desde 1995, instrumentados por el FAT donde convergen sindicatos y empresarios. El V Congreso de la CUT, celebrado en 1994, luego de analizar la «reestructuración excluyente» emprendida por el capital con apoyo de un «Estado privatizado», propone como parte de su campaña contra el desempleo una «política de formación profesional adecuada a las nuevas exigencias del mercado de trabajo y con participación de la representación sindical.
 
Esa propuesta va en línea con la tesis defendida por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso y por el empresariado en el sentido de que el desempleo se debe a la falta de calificación profesional de los trabajadores. En 1998 la CUT recaudó 17 millones de dólares, de los cuales 2 millones provenían del FAT para formación profesional. En 1999, la CUT ingresa casi 32 millones de dólares: 12 millones provienen del FAT, cifra que se eleva a 20 millones en 2000. Desde 1999, el 70% de los gastos de la CUT están ligados a los Programas de Calificación Profesional del FAT, o sea a instancias ligadas al Estado y a los empresarios.
 
Por un lado, la central pierde autonomía financiera ya que depende cada vez más de ingresos no vinculados a los aportes de sus afiliados. Por otro, «la cultura sindical que genera esta estructura, estimulando la aparición de dirigentes más preocupados en mantenerse al frente de esos aparatos, desenvolviendo una especie de ´carrera´ sindical, que de representar efectivamente a sus bases»[8].
 
 
Acompañando a este proceso de adaptación y de adecuación de la organización sindical al sistema- regional capitalista, para correlacionar un concepto relativo al sistema-mundo capitalista, que corresponde, en este caso a una región continental, al concepto de geopolítica regional, que hemos usado en vez del concepto de subimperialismo, se produce también un proceso de jerarquización de la representación sindical. La representación sindical, jerarquizada en la dirigencia, copa casi todos los espacios de la representación a costa de la representación directa, incluso mediada, de las bases. Describiendo este itinerario, Zibechi escribe:
 
Por último, esta institucionalización de la CUT, y su profesionalización dependiente del Estado, no pudo dejar de influir en la integración de sus órganos de dirección así como en la masa afiliada. Nuevamente los cambios convergen en el mismo período histórico. En el Congreso de 1988 los delegados de base eran el 50,8% de los congresistas mientras el 49,2% eran dirigentes. En el Congreso de 1991, se produce un vuelco fenomenal: 83% son dirigentes y sólo 17% son delegados de base.
 
Bajo el gobierno Lula el entrelazamiento entre sindicalismo y Estado se profundiza, como no podía ser de otro modo. El proceso se acelera llegando a una suerte de final esperable. El sociólogo Rudá Ricci, que asesoró al Departamento de Trabajadores Rurales de la CUT en 1990, sintetiza este proceso:
 
«Desde los años 1980 para acá, las organizaciones populares conquistaron muchos espacios de cogestión. Hoy tenemos 30 mil consejos de gestión pública (de derechos y sectoriales) a lo largo de Brasil. Entonces, los líderes sociales, incluyendo a los sindicalistas, pasan a cambiar su perfil: de líderes de movilizaciones hacia una dirigencia con capacidad técnica, de gobernar. Se percibe el cambio del perfil de los sindicalistas de los grandes sindicatos: del carisma y la capacidad oratoria hacia uno más reflexivo. El punto final fue el ingreso a los ministerios. A partir de ahí no es más dirigente sindical. Es un agente gubernamental»[9].
 
 
Este dato amerita una reflexión. La pregunta es: ¿Qué nos dicen estas transformaciones, en el sentido de adaptación y adecuación, de lo que deviene el sindicato? ¿De una organización de defensa de los trabajadores se convierte en un organismo de poder sobre los trabajadores? ¿En todo caso, cómo pudo haber ocurrido esto o algo parecido? ¿Dónde radica el núcleo del problema? La hipótesis interpretativa nuestra es que el núcleo radica en la representación y en la delegación. Ciertamente la representación y delegación sindical son procedimientos de la organización, son necesarios para transmitir las decisiones sindicales, también para coordinar sectores, para lograr la centralización de la representación general de los obreros sindicalizados; son procedimientos, que forman parte de la lucha sindical. Empero, no dejan de ser también, procedimientos que instauran relaciones de poder. La dirigencia es la dirigencia que se arriesga por la lucha social, económica, después política, de la clase obrera; sin embargo, la dirigencia también se inviste de poder. Esta disposición de poder de la dirigencia era compensada por las asambleas, por la construcción de las decisiones colectivas. Sin embargo, en la medida que se burocratiza la organización sindical, el poder de la dirigencia sindical cobra autonomía, se independiza de las asambleas; las decisiones son cada vez más mediatizadas. Las bases terminan como el substrato multitudinario, que sostiene con su participación, cada vez más restringida al voto, a la elección de dirigentes, de una cúpula poderosa que habla a nombre de los trabajadores, cuando ya los dirigentes han dejado de serlo.
 
Los dirigentes se llegan a aburguesar porque antes ya se han burocratizado. Esto ocurre porque se sustituye la democracia directa, la democracia asambleísta, la democracia colectiva, cada vez más con procedimientos institucionales de la democracia formal. Cuando ocurre esto es probable que los dirigentes contenten a las bases con beneficios, en el mejor de los casos, de formación, empero, haciendo preponderar, cada vez más, beneficios económicos vinculados al mercado, al consumo y al crédito. El problema de estos beneficios económicos es que se termina despolitizando al proletariado sindicalizado. Se ha ablandado su capacidad de lucha; es de esperar que renuncie a las transformaciones estructurales e institucionales, optando por convivencias pacíficas con la burguesía, con el Estado-nación, garantía del desarrollo capitalista. Esta subordinación privilegiada al sistema de dominación, tiene una «ganancia» política y económica, por así decirlo, y un costo social. La «ganancia» es que la cúpula y quizás sus entornos terminan formando un estrato de la burguesía recompuesta; el costo lo carga el proletariado nómada, empujado a la miseria, a la marginación, a la invicibilización, al no ser reconocido por no estar sindicalizado.
 
     
La despolitización llega lejos. Al proletariado combativo se lo convierte en un perfil festivo, sus pasiones políticas se sustituyen por el gozo circunstancial, por la algarabía del bullicio ensordecedor y adormecedor. Otra forma de domesticar el proletariado, esto de ofrecerle fiestas para que olvide su lucha anticapitalista.  Las anotaciones de Zibechi son ilustrativas:
 
Este sindicalismo comenzó a priorizar las fiestas por sobre las movilizaciones como sucede con los espectáculos del 1 de mayo, que hasta el gobierno Lula los realizaba sólo la central conservadora Forza Sindical. Pero a partir de 2004, la CUT comenzó a contratar especialistas en marketing para organizar la fiesta que incluye megaeventos con artistas populares, sorteos de coches y apartamentos y la prestación de servicios como peluquería y documentación. De este modo, a la creciente institucionalización y pérdida de autonomía se suma la despolitización y hasta el reforzamiento de la perspectiva neoliberal, los valores del mercado y la individualización de los problemas del trabajador[10].
 
 
Burguesía sindical
 
El marxismo definió a la burguesía como la propietaria de los medios de producción. ¿Qué sería una burguesía sindical? De la misma manera, ¿qué fue y es la burguesía burocrática del partido-Estado y del Estado-partido, en lo que respecta a la experiencia del socialismo real? ¿Propietaria de qué son estas burguesías? ¿Lo mismo podríamos preguntarnos de la burguesía financiera? ¿Propietaria de qué es? El concepto de burguesía como propietaria de los medios de producción queda restringido, sin poder dar explicación de estos estratos de las oligarquías modernas.
 
En realidad, la arqueología del concepto burguesía es mucho más amplio y dúctil que el concepto marxista. De una manera resumida, un tanto esquemática, podríamos decir que con el término burguesía se identificaba a los habitantes de los burgos, municipios y ciudades, que no dependían para su subsistencia y reproducción del trabajo de la tierra. En otras palabras, se trata de habitantes de las ciudades a diferencia de los habitantes del campo. Se puede suponer que estos habitantes de los burgos generan una economía distinta a la economía o las economías generadas en el campo, comenzando de la economía feudal, en Europa, y terminando con la economía campesina, que se ha identificado como una economía subordinada, una economía sierva, aunque también, hablando de los campesinos autónomos, como economías campesinas propiamente dichas, confundidas por ciertos analistas con economías mercantil simples. La estratificación social de los burgos no tardó en pronunciarse abiertamente, distinguiendo estratos de comerciantes, estratos de prestamistas, incluso de financistas, estratos sociales de empresarios de la incipiente industria, prioritariamente textil, también se puede incluir a estratos de artesanos. Esta estratificación deja también fuera del campo de dominio de la definición de burguesía a amplios estratos de pobres, quizás jornaleros, familias de trabajo itinerante, incluso pordioseros. La «revolución comercial» del siglo XVII enriqueció al estrato comercial de la burguesía; entonces estos «ricos», esta oligarquía comercial, se vuelven como el referente del denominativo de burguesía. Con la revolución industrial, es el estrato de la oligarquía industrial la que ha de convertirse en el referente del denominativo de burguesía. El marxismo recoge este significado de burguesía; por eso la define como la propietaria de los medios de producción.
 
Sin embargo, las transformaciones y estatificaciones de la burguesía no se detienen. Nuevamente, aprovechando la expansión mundial del capitalismo de la revolución industrial, el estrato de la oligarquía se va convirtiendo en el nuevo referente del denominativo de burguesía. Aunque, en esta etapa del ciclo largo del capitalismo vigente, la composición de la burguesía, comprendiendo sus estratos sociales, presentan más bien un perfil entrelazado de la burguesía. La movilidad inter-burguesa es abierta, acompañada por la movilidad del capital y de las inversiones. Hablar ahora de burguesía connota un campo de dominio social variado, diferencial; empero, articulado e integrado, concomitante y cómplice de las dominaciones. No es tanto la función en el modo de producción lo que define a la burguesía como cuando ocurría con la revolución industrial, son, más bien, sus funciones variadas en la acumulación originaria y ampliada del capital. En este sentido se puede comprender que burguesía connota a los estratos sociales privilegiados y dominantes que se apropian sustantivamente del excedente, haciéndolo circular, fuera de consumir parte, invirtiendo en variados rubros, buscando la mayor rentabilidad posible.
 
La burguesía sindical, que es un denominativo reciente, una especie de extensión metafórica del concepto acumulativo de burguesía, identifica a un nuevo estrato de la burguesía, de por sí amalgamada. Se trata de una oligarquía que se apropia de parte del excedente de los trabajadores, ya sea de una manera directa o de una manera indirecta, por ejemplo a través de transferencias estatales o empresariales. Lo sugerente es que esta burguesía sindical, en el Brasil en tiempos de Lula y Dilma, se especializa en la administración financiera.
 
La diferenciación inicial, para el espacio o la geografía ocupada por la burguesía, sus hábitats y sus circuitos, entre ciudad y campo se ha roto, pues, en parte, los terratenientes, se han aburguesado, no solo a través de la renta percibida, sino que han incursionado en la inversión en distintos rubros, asimilando a su habitus las lógicas de la acumulación de capital.  Las relaciones y las redes de los circuitos capitalistas han atravesado lo que la sociología llama área rural.
 
La palabra burguesía deriva del francés bourgeoisie; en sentido lato, denomina a la clase media acomodada. En principio se usó esta denominación para referirse a la clase social compuesta por los habitantes de los «burgos»; es decir, las ciudades bajomedievales de Europa occidental. Ejercieron el poder local en las ciudades a través de una distinción social urbana, mezclados con la nobleza; lo que en las ciudades-Estado italianas contraía la ejecución de una forma autónoma de poder. En tanto que en las monarquías absolutas se conforma, de manera variada, la delegación subordinada del Tercer Estado, plebe, pueblo vulgo.
 
Como dijimos, esquemáticamente, la burguesía comercial, también financiera, emergida de la bonanza desatada por la conquista y la colonización del quinto continente, bautizado como América, fue el primer referente claro en relación al perfil de lo que se llamó conceptualmente burguesía.  Después, cuando se dio lugar  a la emergencia de la burguesía industrial, durante el ciclo inaugural de las revoluciones modernas, comprendiendo a la revolución industrial, a las llamadas revoluciones políticas, así como a las revoluciones sociales, si se quiere acompañadas, en parte, por las burguesías, aunque las vanguardias eran los plebeyos, el pueblo insurrecto.
 
Se puede hablar de una extensión del habitus; la moral burguesa se extendió por el mundo donde el capitalismo se expandió, asentándose, incluso en combinación, mezcla y articulación abigarrada con costumbres nativas y locales, comportamientos dominantes en las distintas tierras del mundo. Con el tiempo, sobre todo con la proliferación de los mercados y el incremento del consumo, los habitus burgueses se modificaron; sin exagerar, se puede decir que el llamado «modo de vida americano», que corresponde al estilo burgués norteamericano, irradió por el mundo de las comunicaciones, siendo asimilado e imitado por los comportamientos, no sólo de parte de las burguesías locales y nacionales, sino también de otros estratos medios, llamados, de una manera general, pequeño-burguesía.
 
Entonces, podemos decir, tomando estos bocetos esquemáticos de esta descripción panorámica, que se forma una burguesía sindical también por medio de la incorporación de habitus, por medio de la imitación de comportamientos, por medio de la influencia «ideológica» de formas de concebir el mundo y la «realidad». Si atendemos a los comportamientos y conductas de la «aristocracia» sindical, vamos a ver que tienen muy poco que ver con los comportamientos y conductas, con los habitus de la inmensa mayoría del proletariado, sobre todo en lo que respecta al proletariado nómada.
 
 
Siguiendo la ilustrativa descripción, Zibechi dice:
 

La elite del poder estatal federal ha vivido importantes mutaciones en los últimos años, de modo particular desde enero de 2003 cuando Lula llegó a la presidencia. En Brasil existen unos 80.000 cargos de confianza política; de ellos unos 47.500 son cargos de confianza en la administración directa que pueden ser nombrados discrecionalmente por el Poder Ejecutivo. De todos esos cargos, los que pertenecen a la Dirección y Asesoramiento Superiores (DAS) niveles 5 y 6 y los de Naturaleza Especial (NES) son definidos como «cargos de dirección comandados por dirigentes públicos», ya que se ubican en el escalón inmediatamente inferior a los ministros y secretarios de Estado. Al ser cargos nombrados directamente por los ministros o por el propio presidente, y por tratarse de puestos gerenciales de alto nivel, son considerados como la elite dirigente del gobierno.
 
Ese escalón está integrado por apenas mil cargos. El estudio de la socióloga Maria Celina Soares D´Araujo echa luz sobre esa elite. En el año 2009, 984 cargos de confianza integraban el DAS 5: jefes de gabinete del ministro, directores de departamento, consultores jurídicos, secretarios de control interno y subsecretarios de planeamiento, presupuesto y administración. Otros 212 cargos integraban el DAS 6: asesores especiales, subsecretarios y secretarios de órganos de la Presidencia. Los cargos NES eran 62 en 2009: comandos de las fuerzas armadas, dirección del Banco Central, y diversos cargos jurídicos y secretarías especiales. El trabajo de campo consiguió respuestas del 30% de esos 1.258 cargos, lo que lo convierte en la fuente más importante de información sobre el más elevado escalón del gobierno Lula.
 
Un primer dato es que hay apenas un 20% de mujeres y que entre el 87 y el 84% son blancos (según se tome el primer y el segundo gobierno de Lula, o sea 2003-2006 y 2007-2010). El 95% tiene formación terciaria o son posgraduados, predominando economía, ingeniería y derecho. Sin embargo, la formación de los padres de estos cargos es mucho más baja, apenas el 45% tienen formación universitaria completa, lo que muestra que los cargos de mayor confianza provienen de familias con niveles socioeconómicos más bajos que los alcanzados por sus hijos.
 
Sin embargo el dato más relevante es la participación de los cargos de confianza en la alta administración federal en organizaciones sociales: el 45% tienen afiliación sindical y un porcentaje similar participan en movimientos sociales mientras un 30% participa en consejos profesionales, lo que permite concluir que un sector mayoritario de los cargos de confianza son profesionales organizados. Ese porcentaje llama la atención porque es varias veces superior al promedio de afiliación sindical de los brasileños, que es del 18%. La mitad de esos cargos son funcionarios públicos de carrera, sobre todo profesores y bancarios. Entre los sindicalizados, la mayoría (39%) están afiliados a algún partido político, siendo el PT (con el 82,5%) el partido que más adhesiones tiene en ese sector. Si se extrapolan los datos de la encuesta, de los 1.200 cargos de mayor confianza en el gobierno federal casi la mitad (unos 600) provienen del mundo sindical[11].
 
 
Lo que hay que analizar es qué pasó con la estructura de poder heredada con la llegada al «poder» del PT.  ¿Cambio? ¿No cambio, se asimiló el PT a la estructura de poder heredada? Esta pregunta es crucial en el ensayo; podríamos decir, que es mucho más sugerente que aclarar la definición metafórica de burguesía sindical.
 
Tomando en cuenta este propósito, retomamos la descripción, recurriendo a Raúl Zibechi, quien, citando a Maria Celina Soares D´Araujo, escribe:
 
La autora que realizó la investigación sobre las elites en el gobierno de Lula, estima que la fuerte presencia sindical en el gobierno no es un reflejo del triunfo electoral del PT, sino de la elevada tasa de sindicalización en el sector público, en general adherido a ese partido, cercana al 80% entre los funcionarios públicos del Poder Ejecutivo federal.
 
Un poco más adelante, expone:
 
Sin embargo la autora advierte:
 
En un país con tantas desigualdades como Brasil, nada indica que el fortalecimiento de la estructura sindical corporativa pueda convertirse en instrumento de mayor igualdad social, económica y política. Porque nunca lo fue. Al contrario, fue instrumento de jerarquización de ganancias y de derechos en la sociedad brasileña, pautada por derechos desiguales y restringidos apenas a quien estaba formalizado en el mercado de trabajo[12].
 
 
Una clave en esta información es la indicación de que se trata de una estructura corporativa, calificada como instrumento de jerarquización de ganancias y de derechos en la sociedad brasileña, pautada por derechos desiguales y restringidos apenas a quien estaba formalizado en el mercado de trabajo. La estructura corporativa ya estaba constituida antes de la llegada del PT al «poder»; ¿qué pasa después? Sabemos, por lo menos hipotéticamente, con el uso de las hipótesis interpretativas que hicimos en Relaciones de dominación clientelares, Acontecimiento Brasil, Acontecimiento novela, Geografía emancipadora versus geopolítica y Acontecimiento y narrativa, que estamos ante un Estado corporativo, forma concreta, histórico-política, del Estado-nación, del Estado Federal de Brasil. La hipótesis interpretativa subsecuente parece ser que la organización corporativa sindical le cae como anillo al dedo a la forma singular del Estado corporativo. Si sostenemos esta hipótesis, tendríamos que deducir que la estructura de poder heredada no ha cambiado.
 
Pero, vamos con calma, sigamos con el análisis. Zibechi continúa:
 
En el primer gobierno Lula el 26% de los ministros provenían del sindicalismo, y en el segundo el 16%. Cabe aclarar que en los siete gobiernos pos dictadura el porcentaje promedio de sindicalistas en el gabinete era de apenas 11,5%. En cuanto a la participación en movimientos sociales, el 45% de los ministros de Lula estaban vinculados a ellos. El 38% de sus ministros estaban a su vez en el consejo de alguna empresa estatal.
 
Con este conjunto de datos podemos tener un perfil aproximado de la importancia que tuvo el movimiento sindical en los dos gobiernos de Lula, de modo muy particular en el primer escalón del poder. Debe aclararse, no obstante, que se trata de un sindicalismo de clases medias, integrado por profesores, bancarios y otros profesionales, con estudios universitarios y posgraduados y carreras como funcionarios estatales[13].
 
 
No parece aconsejable sostener la hipótesis de que la estructura de poder no cambio, de que el PT y la poderosa organización sindical fueron absorbidas, incorporándose a la estructura de poder dada; es preferible, comprender que la incorporación de una organización sindical corporativa modifica la estructura de poder heredada, dando lugar a relaciones de dominación delegadas, conformadas por la fijación de as representaciones.  
 
 
 
Estructuras estructurantes y des-estructurantes del poder
 
Respondiendo a la pregunta si cambió o no la estructura de poder heredada, descartando la presumible hipótesis que conjetura, apresuradamente que no cambio, vamos a intentar elaborar hipótesis interpretativas configuradas poniendo en juego la episteme de la complejidad y lo que hemos llamado la percepción del acontecimiento.
 
 
Hipótesis interpretativas de la complejidad y del acontecimiento
 
1.   Una de las tesis más apasionantes de la teoría de la dependencia es la de salir de la dependencia recuperando el control de los recursos, el control económico, por medio de lo que, las versiones más suaves de estas corrientes de la teoría de la dependencia, llamaban sustitución de importaciones, que en las versiones más concretas y sólidas no era otra cosa que la revolución industrial. ¿Por qué es esta tesis apasionada? Los teóricos más radicales de la teoría de la dependencia comprendían profundamente el significado histórico-político de las nacionalizaciones. Las nacionalizaciones no son sólo medidas administrativas de transferencia de propiedad, por la vía de la expropiación, pasando de manos de empresas privadas trasnacionales a la empresa pública, creada con este fin. Las nacionalizaciones no sólo recuperan los recursos bajo el control del Estado-nación subalterno, sino que, con este acto político, que viene acompañado por el entusiasmo popular, se planta raíces, por así decirlo, para una efectiva constitución y construcción de lo que los nacionalistas y populistas del medio siglo XX llamaban nación, concretamente el Estado-nación. Hay como una intuición política de que la materialidad de la institución imaginaria de la sociedad, el Estado, y de la comunidad imaginada, la nación, radica en estos subsuelos, en estos yacimientos, en este humus, que debe volver a manos del pueblo, por mediación del Estado.
 
Entonces, ¿qué estructuras de poder son las que se activan en estas acciones políticas de nacionalización? Hemos hablado de las paradojas de los populismos y de los nacionalismos del medio día del siglo XX; sin embargo, esta inteligibilidad de las paradojas no es suficiente para terminar de abordar, de una manera más completa e integral, todo lo que se pone en juego. Lo decimos sobre todo a partir de la experiencia de los gobiernos progresistas de Sud América de fines del siglo XX y en el albor del siglo XXI, particularmente la experiencia de las gestiones de gobierno del PT, que, como hemos dicho no pueden explicarse sin la inflexión dada en el trazado temporal crítico y desgarrador de los periodos diletantes y cambiantes de Getúlio Vargas.
 
La hipótesis interpretativa, manejada por nosotros, es que los Estado-nación subalternos, al formarse en los umbrales y los limites traspasados de la revolución industrial británica, terminaron formando parte del orden mundial, que se empezaba a configurar, que terminó de consolidarse después de la segunda guerra mundial. Dijimos que los Estado-nación forman parte del orden mundial, a tal punto que son los administradores de la trasferencia de los recursos naturales de las periferias a los centros cambiantes del sistema-mundo capitalista. Mantenemos esta hipótesis; sin embargo, no es suficiente para explicar lo que se ocasiona cuando se dan las nacionalizaciones, y, sobre todo cuando se continúa consecuentemente con la industrialización, como ha ocurrido en el caso de Brasil, obviamente hasta el periodo neoliberal, cuando se orienta una privatización arrasadora, recuperándose después, la proyección anterior, con las gestiones de gobierno del PT.
 
La interpretación de la economía académica, muy influenciada por las corrientes neoclásicas y por las interpretaciones neoliberales, hablan de potencia emergente, conformando un grupo ejemplar llamado BRICS. Esto es una lectura cuantitativa, que induce de cuadros estadísticos esta calificación, que no llega a ser conceptual. La discusión cualitativa no se encuentra en las dimensiones cuantitativas del crecimiento y el desarrollo de la potencia Brasil, sino en cuáles estructuras subyacentes son las que se ponen en juego, cuáles son las que sostienen no sólo un proyecto político, que hemos llamado de integración conservadora, sino el acaecimiento paradójico y complejo del acontecimiento Brasil.
 
Ya dejamos claro que no es adecuado manejar el concepto de subimperialismo, que fue el proyecto geopolítico de la dictadura militar; también dijimos que es mejor hablar de geopolítica regional, en vez de subimperialismo, proyecto que ha sido transferido a los siguientes gobiernos, incluyendo a los gobiernos de lula y Dilma. Sin embargo, dejamos claro que esta geopolítica sigue siendo un proyecto, no es exactamente una «realidad», aunque cuente con el peso de la economía pujante de Brasil y la voluntad política de un Estado, además de las irradiaciones en el continente. Para realizarse se requiere su realización territorial, social, política y cultural, que no puede ser otro que la integración. Entonces lo adecuado es hablar de dos tendencias potenciales; una, que hemos llamado la integración conservadora, burguesa, monitoreada por la dinámica economía brasilera; la otra, es una integración emancipadora, impulsada por la capacidad de resistencia, de lucha, de rebelión, transgresiones y alteridades, de los pueblos de Abya Yala, capaces de intuir, en sus cuerpos, en las expresiones desbordantes de sus cuerpos, la emergencia, desde sus subversiones minuciosas, cotidianas, a veces explosiones itinerantes, volcánicas, la emergencia de mundos alternativos.
 
Los gobiernos progresistas, las estructuras estatales tomadas por ellos, se ponen o mantienen el contacto con el magma social, del que, en parte se sustentan, y en parte lo escamotean. Estructuras organizacionales más consolidadas como las del PT pueden leer, a su manera, las señales, las marcas, las huellas, las inscripciones, los signos, del magma social, apoyarse en esta lectura parcial para darle consistencia al proyecto geopolítico regional,  marchando a la integración capitalista regional. No se disputa, exactamente, como comúnmente se cree, convertirse en la principal potencia emergente, o en la segunda más importante, aunque este proyecto esté en la cabeza de los estrategas y geopolíticos. La concurrencia inmanente es otra, aunque no sea decodificada, interpretada y vislumbrada; en la actualidad desafiante, en el momento abierto a sus horizontes mutables, en la coyuntural del ciclo del capitalismo vigente, comprendiendo las contradicciones inherentes al sistema-mundo capitalista, lo que está en juego, en la perspectiva conservadora, esta vez mundial, es qué potencia o grupo de potencias integra el mundo, ciertamente de una manera conservadora.
 
El juego de fondo, que empuja a la economía y la política brasilera, es esta compulsión en la que se ve comprometida, en la medida que se transforma su economía. Sin embargo, esta tendencia inherente, que arrastra toda lógica de concentración, centralización y acumulación capitalista, no puede darse sin América Latina y el Caribe. La integración conservadora, capitalista, es una tarea imperiosa para la economía pujante, desenvuelta, brasilera.
 
Teóricamente, el ahora, es buen momento para realizar esta integración, cuando hay acuerdos y coincidencias ente gobiernos progresistas. Sin embargo, hay problemas. Las economías desiguales, las diferencias cualitativas entre las burguesías nacionales, también entre las maquinarias estatales, incluso diferencia entre proyectos de integración, esta vez incluyendo al mismo gobierno de Brasil, que sólo logran armar instituciones burocráticas de integración, quedando lejos una institucionalidad transversal que articule los territorios, las poblaciones, del continente. Las burguesías, incluso sus burocracias, si es que el Estado tiene un papel mayor que las empresas privadas, no tienen vocación efectiva de integración.
 
¿Qué decimos con estas reflexiones? Para decirlo directamente, para Latino América y el caribe hay sólo dos proyectos con futuro, por así decirlo; uno, es el de la integración conservadora; el otro, es el de la integración emancipadora de los pueblos.
 
Lo sugerente de Brasil, como puede observarse en el libro de Raúl Zibechi, Brasil potencia, también, aunque lo haga de una manera crítica, enfoque que compartimos plenamente, el libro de Francisco de Oliveira, El neo-atraso brasilero, es que ha logrado no solo una revolución industrial, sino también tecnológica, científica y cibernética. Yendo al ejemplo más concreto, ha logrado montar un aparato tecnológico y científico que le permite autonomía energética, con tecnología propia y proyectos fabulosos de ciudades submarinas para abaratar los costos de producción del crudo. Este ejemplo, muestra, para parafrasear el libro leído, la potencia de la economía brasilera como para empujar el proyecto de integración mencionado.
 
Chanceando, se podría bromear, decir, en ese tono juguetón, que los de UNASUR, en vez de reunirse para escuchar sus declaraciones integracionistas, que parecen flores arrancadas para regalarlas a los asistentes, flores que después mueren en los floreros, den pasos efectivos de integración. Comenzando por renunciar a la retórica burocrática, convocando a una constituyente de Latino América y el Caribe. No lo van a hacer, pues esas instituciones no están para eso, están para perder el tiempo, para llenar de papeles las oficinas; les es imposible la integración efectiva, pues sus imaginarios siguen apegados a las comunidades imaginadas, a las «republiquetas», a las naciones recortadas por las oligarquías regionales, opuestas a los proyectos políticos de Tupac Amaru y de Simón Bolívar. Los pueblos rebeldes, cuando se encuentran más cerca de la rebelión de los cuerpos, son los que tienen más posibilidad de realizar una integración, esta vez, emancipadora, con proyección a los pueblos del mundo.
 
Entonces, como que podemos sugerir hablar de estructuras estructurantes y de estructuras des-estructurantes. Ampliando el concepto de Pierre Bourdieu de estructura estructurante, queremos nombrar de esta manera a las redes, tejidos, articulaciones, conexiones, complementariedades, que se dan en las relaciones prácticas entre pueblos, territorios, ecologías, asociaciones y composiciones sociales, incluso cruzando las fronteras. Ciertamente estas relaciones se encuentran codificadas por los estados; empero, los códigos estatales no interpretan la complejidad; la reducen a la norma, a la interpretación institucional, que no deja de ser procedimiento. Las diferencias locales, territoriales, de costumbres, de usos de la lengua, de usos culturales, mas bien, acercan a los pueblos, pues viven los mismos dramas sociales. Sus historias coloniales, las herencias de la colonialidad, son casi parecidas, a no ser por las tonalidades, las tramas y las memorias concretas. Estos tejidos socio-culturales componen entramados que articulan y enlazan a los pueblos, a pesar que los interese económicos empujan a suponer separaciones encontradas.
 
Las oligarquías de nuestros países se han creído herederas de los conquistadores, por lo tanto, que podían continuar su huella. Se comportaron como conquistadores al interior de los países, enfrentándose nuevamente, recurrentemente, a los pueblos indígenas, a los afrodescendientes, a los mestizos, a los descendientes «blancos» pobres; así también convirtiendo a la naturaleza en una adversidad, que debería ser domesticada, dominada. La división de fronteras de las repúblicas flamantes fue una herencia de las administraciones coloniales. La descolonización debería haber comenzado por ahí, disipando las fronteras.  Es todo el continente el que ha sufrido la conquista y la colonización, es todo el continente el que debería borrar las fronteras imaginarias, sostenidas estatalmente, para afrontar la descolonización, que implica primordialmente liberar los espesores territoriales, ecológicos, poblacionales de toda división administrativa, de toda cartografía colonial. Otro mundo posible era posible, bastaba con empezar sin espacios estriados.
 
Sin embargo, estas estructuras estructurantes sociales, culturales y territoriales, se encuentran montadas por estructuras institucionales, por mallas institucionales estatales, que capturan e inhiben la potencia social, que la dividen, que la separan, desviando sus fuerzas hacia la realización de estructuras de poder, que llamaremos estructuras des-estructurantes.
 
El substrato entonces, incluso de la tendencia inherente, que señalamos más arriba, la tendencia a la integración conservadora, por la vía capitalista, es esta discordancia entre estructuras estructurantes y estructuras des-estructurantes. Entre estructuras estructurantes de la potencia social, que se expresa en dinámicas moleculares sociales, y estructuras des-estructurantes del poder.
 
Retomando la tesis matricial que enunciamos, de que la existencia es paradójica, de que la vida es paradójica; hablamos de paradojas iniciales, que sostienen el decurso de las paradojas específicas,  se llamen paradojas políticas, sociales, económicas, culturales, en las sociedades humanas. Podemos conjeturar que esta discordancia principal entre estructuras estructurantes y estructuras des-estructurantes no se resuelve con la opción unilateral de un polo, sino que es probable que la paradoja se de en otras formas.
 
 
 
 
 
   

[1] Raul Zibechi: Brasil potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo. Ediciones desde Abajo; Bogotá 2012.

[2] Raúl Zibechi: Ob. Cit.; págs. 36-36.

[3] Ibídem: Pág. 38.

[4] Ibídem: Pág. 39.

[5] La nota de pie de página aclara el sentido de esta calificación: Pelego, en referencia a la piel de cordero, se asimila a «carnero», rompehuelgas o amarillo en el lenguaje del Río de la Plata. En Brasil el término «pelego» se comenzó a popularizar durante el gobierno de Getúlio Vargas, en la década de 1930. Imitando la Carta del Trabajo, de Benito Mussolini, Vargas decretó a Ley de Sindicalización en 1931, sometiendo los estatutos sindicales al Ministerio de Trabajo. Pelego se llamaba al líder sindical de confianza del gobierno y con vínculos con el Estado. Bajo la dictadura militar instalada en 1964, pelego pasó a ser el sindicalista apoyado por los militares. Ibídem; Pág. 39.
[6] Ibídem: Pág. 40.

[7] Tesis de Antonio Negri y de Michael Hardt. Ver Imperio. Paidós; Buenos aires.

[8] Ibídem: Pág. 41.

[9] Ibídem: Págs. 41-42.

[10] Ibídem: Págs. 43-44.

[11] Ibídem: Págs. 44-45.

[12] Ibídem: Pág. 46.

[13] Ibídem: Págs. 46-47.

 

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