Durante su naufragio, Robinson Crusoe -el personaje alumbrado por Daniel Defoe en 1719- logró salvar alguna herramienta, ropas escasas, una Biblia, lápices y una libreta. Al día siguiente, dado que quería permanecer vivo, se vio obligado a dotarse de los medios de producción para obtener de la naturaleza los bienes necesarios. Como buen ilustrado, organizó […]
Durante su naufragio, Robinson Crusoe -el personaje alumbrado por Daniel Defoe en 1719- logró salvar alguna herramienta, ropas escasas, una Biblia, lápices y una libreta. Al día siguiente, dado que quería permanecer vivo, se vio obligado a dotarse de los medios de producción para obtener de la naturaleza los bienes necesarios. Como buen ilustrado, organizó a conciencia su jornada laboral: tiempo para la pesca, obtención del agua, confección de la ropa, descanso… Requería una cantidad ingente de trabajo para sobrevivir, en una situación de autoconsumo y escasez crónica, dado que se hallaba solo en la isla. Tampoco podía guardar los excedentes. Pero las cosas cambiaron con la aparición del segundo personaje, Viernes. Surgieron entonces los problemas de convivencia, la ética y la política, que no tenían lugar en la isla primigenia. El dilema de Robinson Crusoe consistía en plantearle a Viernes la cooperación entre personas libres o, por el contrario, una relación asimétrica, de desigualdad, en la que sólo Viernes trabajara y provisionara la subsistencia de los dos.
Una obra vasta y compleja como «El Capital» de Marx tiene esta disyuntiva como sencillo punto de partida. El activista, graduado en Filosofía, miembro del Frente Cívico y promotor de seminarios de lectura sobre Pensamiento Político y Social, Jorge Negro, ha ahondado en la vigencia de las reflexiones de Marx en una conferencia titulada «El capital: una reflexión para el siglo XXI», organizada por el Frente Cívico-Valencia y el sindicato estudiantil Acontracorrent. Uno de los sentidos de la lectura de «El Capital» aparece condensado en la frase del escritor Stefan Zweig: «Una ley inexorable de la historia impide a los seres humanos ser conscientes a los actos que dan forma a su época».
Jorge Negro recuerda la importancia que en la obra de Marx adquieren los «modos de producción», entendidos como la forma dominante en que la sociedad organiza la producción, reparte la riqueza y gestiona los excedentes para reproducir el orden social. Si pretende transformarse el mundo de manera eficiente, añade, «no es suficiente con los cambios de tipo moral». «No se producirá un cambio social duradero si no cambian los medios de trabajo, la división laboral, la ciencia y la técnica, por tanto, es necesario modificar el sistema productivo», explica.
El capitalismo, según una de sus definiciones canónicas, de la época de Adam Smith, es un sistema productivo que se impone por su capacidad (utilidad social) de proveer y repartir riqueza en una sociedad de mercado con una amplia división del trabajo. Teóricamente, el mercado regula los intercambios según la ley de la competencia, al tiempo que se da una libertad de elección absoluta entre empresa, trabajadores y consumidores. «Hasta que llega una crisis y estropea este modelo teórico», recuerda Jorge Negro. Además, cuando los «desajustes» entre la oferta y la demandan llevan a un exceso de capital, «los estados suelen resolver el problema mediante la guerra».
El presidente del PP en Cataluña durante cinco años, vicepresidente del Parlamento Europeo durante una década y exdirigente de la formación ultraconservadora Vox, Alejo Vidal-Quadras, señaló nítidamente en un mensaje a través de twitter los límites morales del sistema capitalista: «Por sorprendente que suene, la opulencia y la extravagancia de una minoría selecta es la condición indispensable para el progreso general». Pero no es el único paladín del capitalismo que revela su pensamiento profundo. El geógrafo marxista David Harvey recuerda que Alan Budd, uno de los asesores de Margaret Thatcher, confesó en un descuido que las políticas antiinflacionistas de los años 80 resultaron ser «una muy buena forma de aumentar el desempleo, e incrementar el paro fue una forma extraordinariamente atractiva de reducir la fuerza de la clase trabajadora… Lo que se diseñó allí fue en términos marxistas una crisis del capitalismo que volvió a crear un ejército de reserva del trabajo, que ha permitido a los capitales generar grandes beneficios desde entonces». Otra reflexión «inconfesable» la formuló el archimillonario Warren Buffet (tercera fortuna mundial en 2015 con un patrimonio de 64.400 millones de dólares, según la revista Forbes): «Por supuesto que hay una lucha de clases, y es mi clase, la de los ricos, los que la están librando y vamos ganando».
Pero más allá de planteamientos teóricos y afirmaciones descaradas, el capitalismo se define, según Jorge Negro, como «un sistema de competencia perverso, que esconde sus reglas tras la opacidad del mercado; además, genera violencia, desigualdad y miseria». Por otro lado, «cosifica y vuelve competidores a sus víctimas, los trabajadores». Uno de los elementos que invariablemente se repiten en el sistema económico capitalista es la crisis, que se resuelve históricamente mediante el desempleo, la desposesión, la concentración de capital, una creciente explotación y el subconsumo.
Ya durante la primera revolución industrial, la economía capitalista manifestó unos efectos destructivos que atacaban, incluso, los pilares del liberalismo político. Jorge Negro subraya que entre 1750 y 1790, «como consecuencia de décadas de expolio», se produjo una manifiesta disminución de la estatura en la población europea. Entre los varones ingleses, la talla media de 1,75 metros en 1750 pasó a 1,70 en el año 1790 (entre las mujeres pasó de 1,72 a 1,64). La tendencia fue general en el viejo continente, salvo en países como España, eminentemente agrarios y pobres, donde la media se mantuvo en 1,63 metros. La talla media en Francia pasó de 1,65 (1790) a 1,63 (1790) y a 1,56 en el año 1832.
En los últimos 20 años el 1% más rico de la población duplicó su riqueza y el 0,1% más opulento, la triplicó. La relación entre los ingresos de los gestores de las empresas y los subalternos de las mismas pasó de una proporción 30/1 en 1970 a 350/1 en 2010. Mientras, según la OCDE, en el periodo 1970-2010 las tasas de desempleo se dispararon en la misma proporción en que se hundieron los salarios. Pero dado que el mecanismo principal con el que actualmente cuentan los países centrales es la fiscalidad, la gran cuestión es cómo se ha repartido la carga impositiva en las últimas décadas. Jorge Negro pone el ejemplo de Gran Bretaña, donde en 1940 el tipo marginal máximo sobre la renta se situaba en el 100%, y se mantuvo en torno a esa cota hasta que Thatcher llegó al poder en 1980. También con el Thatcherismo los días de huelga por cada mil empleados cayeron en picado, al igual que la inflación. Los economistas neoliberales hubieran considerado «confiscatoria», hoy, la fiscalidad máxima sobre la renta (tipos marginales) en Estados Unidos: el 80% en 1920 y en torno al 90% durante la segunda guerra mundial.
¿Cuáles son los problemas globales generados por el capitalismo en el siglo XXI? Es la cuestión a la que trata de responder el seminario del Frente Cívico. El estancamiento en el crecimiento de la economía, las desigualdades sociales disparadas, el «saqueo» de lo público, la violencia global, la corrupción y las «puertas giratorias». «Los estados son meros consejos de administración de las empresas, como ya advertía Marx en 1862», resume Jorge Negro. La posibilidad que le quedaría al capitalismo para legitimarse, opina el activista, es garantizar el crecimiento económico, una moneda sólida y la equidad social, aunque «la tendencia es la contraria». El diagnóstico apunta a la consolidación de un libre mercado no violento en los países centrales del sistema capitalista, con una politización oligárquica de la economía y una «des-democratización» de la vida pública. Éste es a grandes rasgos el panorama, al que cabría agregar una atomización de la vida social.
A los ciudadanos, partidos y movimientos antagonistas con el sistema se les presentan tres «alternativas»: la espera de un improbable «colapso» capitalista (advierte Jorge Negro que no se cumplieron las expectativas de Marx, y que la economía capitalista ha demostrado contar con mecanismos de «ajuste» que le han permitido sobrevivir). La segunda opción consiste en «adaptarse» (la población) a la posibilidad de una dictadura planetaria, desarrollada por una plutocracia que controle los recursos vitales (energía, agua potable, bosques…). Por último, es posible imprimir coherencia y unidad a la lucha de los desposeídos, lo que debería apuntar a un cambio en la base material del modo de producción capitalista, sus mecanismos de desposesión y la propiedad privada de los recursos naturales, la ciencia y la tecnología. «Un desafío extraordinario», concluye Jorge Negro.
¿Cuáles son los elementos vigentes de la lectura de «El Capital»? Marx desarrolla su análisis (sobre todo en el libro I de «El Capital») para un capitalismo nacional acotado; hoy se han modificado las fronteras y los límites de ese acotamiento, pero las reglas con las que funciona el capitalismo son las mismas, explica el activista del Frente Cívico. «El patriarcado, la prostitución o la explotación infantil más brutal, que en el siglo XIX se escondían en la trastienda de los talleres domésticos, hoy se han tratado de invisibilizar; en el caso de la prostitución y las drogas, se han sacado a las rotondas y los polígonos industriales, pero la explotación también se ha desplazado a los países de la periferia del sistema: donde no la veamos». En resumen, «40 años de neoliberalismo han puesto en tela de juicio el contrato social». Y lo ha hecho en todo el planeta, donde mil millones de personas viven con menos de un dólar al día. ¿Tienen conciencia de clase? Sostiene Jorge Negro que el sistema «es tan perverso que los niveles mayores de conservadurismo se hallan en muchas ocasiones en las clases más desposeídas, como los parias de India». «No pueden permitirse el hecho de enfrentarse al sistema; no hay filosofía sin la barriga llena», concluye.
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