Uno de los mayores pecados de la izquierda real, a mi juicio, es la imposibilidad de gestionar el disenso o la discrepancia, ese fenómeno asociado a la acción humana que, de hecho, constituye un poderoso factor para evitar el acomodo y además permite, en los diferentes ámbitos de la vida, la evolución. Todas y cada […]
Uno de los mayores pecados de la izquierda real, a mi juicio, es la imposibilidad de gestionar el disenso o la discrepancia, ese fenómeno asociado a la acción humana que, de hecho, constituye un poderoso factor para evitar el acomodo y además permite, en los diferentes ámbitos de la vida, la evolución.
Todas y cada unas de las corrientes políticas de la izquierda en general, con casi ninguna excepción, tienden a construir un discurso homogéneo que muchas veces se convierte en dogma u ortodoxia inamovible. A la vez, en la gestión del poder, se tiende al tribalismo o a la familia como elemento de pertenencia que condiciona todas las acciones dentro de una organización.
Las gentes de izquierda aspiramos a transformar la sociedad y pensamos que nuestras propuestas tendrán la capacidad, al menos, de mejorar la vida humana, convertida hoy en día en un mero producto más dentro del mercado global del capitalismo.
Hoy en día, y en medio de cambios vertiginosos, el respeto a la sana discrepancia brilla por su ausencia en el espectro amplio de la nebulosa que conforma la izquierda. Y no constituye un problema menor, pues conduce a la parálisis o a la transformación de elementos vivos en sectas que persiguen la heterodoxia como una herejía a la que se debe combatir de manera inquisitorial.
Es cierto que el disenso, para ser sano y constructivo, debe tratar de construir un debate enriquecedor, plural e incluyente. Estar al servicio de la organización, colectivo, sindicato o partido y nunca ser la excusa que esconda la búsqueda de la ruptura.
Dejando aparte actitudes que buscan el enfrentamiento o la imposición, que nuestro ámbito de lucha no sea capaz de tolerar e integrar los pensamientos que chocan con las asumidas, inconscientemente o no, líneas oficiales de la mayoría, convierten toda teoría emancipadora en una realidad opresiva que en ningún caso, si llegase a ser hegemónica, traería el mejoramiento humano.
Estos tics que contradicen cualquier pensamiento racional y que nos retrotraen a la forma en que se cohesionan las sectas, a parte de convertir organizaciones que deberían estar vivas en entes fosilizados, son la causa de la actual atomización de la izquierda.
Ideas cerradas, inmovilistas, que descansan sobre dogmas inmutables, construyen formas de pensamiento en torno a una verdad superior que los demás no tienen, convirtiendo el exterior en amenaza equivocada y el interior en un castillo protegido por murallas de cohesión dogmática.
Parece que dé miedo escuchar lo diferente, poner en cuestión nuestras verdades, revisar el argumentario oficial. Preferimos estigmatizar directamente. Al enemigo no se le escucha, se le vence. No se le respeta, se le ataca. No vaya a ser que nos convenza y nos saque de nuestra torre de marfil, de la seguridad del no pensar.
Sé de lo que hablo, no es un ejercicio de teorización sobre cuestiones desconocidas. Abracé, y aún abrazo algunas veces, esta forma de relación sectaria. Es como una armadura que te alinéa con los elegidos y te permite caminar entre la minoría, soportando una sociedad que no marcha por donde querrías.
Pero sé que es el camino equivocado, que nos hace más pequeños.
Nos encontramos en medio del triunfo del pensamiento neoliberal, asumido como hegemónico por una parte importante de la población. Trabajadoras y trabajadores que asumen el discurso de los mismos que los esclavizan. Es la vieja asunción de la autoridad clara y precisa frente a la minoría que además de ser minoría, lo es porque se fragmenta en base a cualquier diferencia.
Si queremos crecer, pero además crecer con garantías de crear algo que valga la pena y que dé espacio a las diferentes sensibilidades, tendremos que desterrar esas prácticas que se han asentado en el alma de la izquierda.
Generosidad con nuestra gente. Apertura al disenso constructivo. Respeto a la diferencia de planteamientos.