Elaborado por el autor para su publicación en Correo del Alba, a propósito del centenario de la Revolución bolchevique.
I.
Tony Judt definió a inicios de siglo una de sus «preocupaciones dominantes»: el lugar de la historia reciente en una época de olvido, la dificultad que experimentamos para comprender el turbulento siglo XX y aprender de él.[1] Es una preocupación compartida, y no vale la pena justificar esta coincidencia insistiendo en las divergencias con el autor.
Resulta entonces que la Revolución rusa de 1917[2] se conecta al menos en tres sentidos con esta preocupación -asumida ahora desde mi perspectiva-:
1. Es un acontecimiento/proceso de la historia reciente, para algunos -de hecho- es «El acontecimiento» parteaguas que expresa el cambio de época (otros privilegian la Primera Guerra Mundial, la Revolución mexicana o prefieren una mirada integral que pone en diálogo estos y otros procesos históricos).
2. La propia revolución y su más extensa etapa de postrevolución/reacción, como el pasado siglo, es turbulenta y compleja.
3. Esa complejidad se ha derivado al olvido, más que algunos hechos puntuales de su calendario (recordados, condenados o conmemorados), y en ello influye nuestra irrupción en el siglo XXI «provistos de medias verdades egoístas: el triunfo de Occidente, el final de la Historia, el momento unipolar de Estados Unidos, el ineludible avance de la globalización y el libre mercado«.[3]
Muchos de los que nos acercamos a la Revolución rusa, incluso con espíritu reivindicativo, le hacemos un flaco favor. Hay al menos dos aristas que vienen a actuar como cortinas de humo de la contradicción fundamental que deberíamos enfrentar: ¿hubo revolución? ¿Hasta cuándo? ¿Fue el empoderamiento de la reacción un proceso de ruptura con la revolución, o fue su consecuencia? Las dos aristas en cuestión serían:
1)- La representación de la Revolución capitalizada por los bolcheviques como «la búsqueda de la utopía» y;
2)- La concepción que sitúa la trascendencia de «este radical cambio de frente inédito en la historia» -al decir de Trotski- en que fue la fuente de inspiración para revolucionarios de todo el mundo.
Ambas cosas son ciertas, pero pueden ser simplificadas. «La búsqueda de la utopía» tiene el halo de perseguir el «deber ser» y por tanto, de «la posibilidad», de la no realización. Desde esta perspectiva es fácil asumir que no hubo revolución consumada, en el entendido de que lo «realmente» existente en la URSS en 1922 y 1923 no constituía «exactamente» la aspiración de los bolcheviques más lúcidos como lo explica el propio Lenin en su Carta al Congreso, en Sobre la cooperación o en Más vale poco y bueno.
Cargar la mano a la «búsqueda de la utopía» puede limitar las «realizaciones» de Octubre al derrocamiento de la monarquía zarista (en rigor atribuible a las jornadas de Febrero) y a las primeras medidas que pretendían dar salida a una crisis nacional en un contexto de guerra imperialista (léase los Decretos de la paz y la tierra, por ejemplo). Aunque ya esto sería trascendente en el país más atrasado del concierto imperialista, con una amplia preponderancia del mundo rural sobre el urbano y una cultura institucional retrógrada, no explica suficientemente las «realizaciones» de Octubre.
No se trata aquí de enumerar las manifestaciones de una generación legal amplia, que comprendió terrenos como el Código de Familia, los derechos de la mujer, el acceso a la educación y la seguridad social; o celebrar la manera de entender la democracia por los primeros bolcheviques que discutían sobre si realizar o no la insurrección, las condiciones y pertinencia de la paz de Brest, el papel de los sindicatos, las negativas consecuencias de la política del Comunismo de guerra; o elogiar el pragmatismo y flexibilidad que se apreció en el viraje de 1921 hacia la Nueva Política Económica (NEP). No se trata de eso porque, de igual manera, se pueden listar desde el campo opuesto los «errores» de esos primeros años: Kronstad, la Asamblea Constituyente, la Comisión Extraordinaria (Cheka), la resolución sobre la unidad del partido en 1921.
Ocurre que como nunca antes -ni después- un proceso ha sido mirado con mayor parcialización ideológica; o se ha practicado desde las antípodas un utilitarismo semejante: el esfuerzo por borrar la ruptura con el proyecto de los finales veinte en la URSS, un quiebre del que no se salió más. Para unos, Stalin es el hijo de Lenin y Uliánov es el fundador del totalitarismo postrevolucionario soviético; para otros, y en el caso de Cuba esto tuvo mayor peso, la URSS de los setenta y los ochenta era la heredera del octubre de 1917 y Stalin era -cuando más- un polémico intermezzo. No se me ocurren parangones de este utilitarismo, quizás las azuzadas diferencias entre marxistas y anarquistas (las que bebían de las diferencias entre Marx y Bakunin) o las querellas religiosas entre ortodoxia y reforma. Pero… ¿sobre una revolución? Sólo la rusa de 1917 y ello se debe, en esencia, a que hablamos de una «revolución total».
El utilitarismo en cuestión se ha manifestado recientemente en varios de los acercamientos al centenario de la Revolución rusa. Una curiosa expresión se refleja en remover «fantasmas» que, en mi criterio, han sido superados hace algún tiempo. Uno de ellos se encuentra en contraponer a Rosa Luxemburgo y Lenin, utilizando parcialmente los textos de la polaca, Problemas de Organización de la Socialdemocracia rusa, y La Revolución rusa; negando incluso el hecho comprobable de que en 1918-1919 los espartaquistas estaban más cerca de los bolcheviques que de la socialdemocracia ortodoxa.
Sintomáticamente, tomando a Luxemburgo como punta de lanza en el espinoso asunto de ver en Lenin el padrinazgo del autoritarismo estalinista, se replica un dogma totalitario: identificar la crítica y la oposición como la misma cosa. También se utiliza a Kautsky, quien a la cabeza de los socialdemócratas «occidentales» sí se posicionó claramente contra la Revolución bolchevique a través de la categoría de democracia.[4]
Una última manifestación resulta de simplificar el escenario ruso-soviético de 1918-1921. Para ello, se limitan los retos que enfrentaba el recién formado gobierno a la guerra civil y no se menciona la intervención extranjera; o se representa la contradicción que constituyó una revolución proletaria en un territorio de mayoría campesina. La lógica aquí es una: se apuesta por desprender a la Revolución rusa (la de Octubre) de su consustancial dialéctica internacional, una dialéctica proclamada por Lenin el propio 3 de abril, recién llegado a la estación Finlandia. Todo el período posterior estará marcado por esa dualidad «solución problemas nacionales-internacionalización de la Revolución», y muy rápido el segundo componente llevó las de perder con los fracasos en Alemania, Austria y Hungría. En resumen, el componente «internacional» de la revolución se encuentra en su impacto; pero no visto como externidad, sino como parte esencial del proyecto bolchevique.
Mencionaba antes lo que considero una de las mayores sobrevivencias de la Revolución rusa: su irrupción como «revolución total».
En agosto de 1844 el Vorwärts publica un artículo de Marx con el título Glosas críticas al artículo «El rey de Prusia y la reforma social«, por «Un prusiano». En este escrito «de juventud» dice Marx: «Debemos reconocer que el proletariado alemán es el teórico del proletariado europeo, como el proletariado inglés es su economista y el francés su político».[5] Años después Franz Mehring, en su biografía de Carlos Marx, repite el esquema siguiendo la pista a las influencias que recibió el de Tréveris en su peregrinar europeo. Por su parte, Karl Kautsky con su conferencia de 1907 Las tres fuentes del marxismo. La obra histórica de Marx publicada un año después; y Lenin con Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo de 1913, vinieron a afianzar esa incidencia «partida» que tomaba como referentes fundamentales a Inglaterra, Francia y Alemania. Estos textos, que tuvieron -especialmente en el caso de los dos últimos- fines conmemorativos, divulgativos o de sistematización fueron codificados por buena parte de la literatura postrevolucionaria (la literatura «marxista» oficial, lógicamente) y constituyeron un ladrillo importante para minar el concepto de revolución como totalidad.
Los acercamientos a la Revolución de octubre también han sido marcados por este dogma. La dinámica, en este caso, funciona con la siguiente lógica: primero, acorralar el proceso en el terreno de lo «estrictamente» político, aderezando este «asalto político» de 1917 con una carga predominante de voluntarismo; conectar entonces con una lectura que limita lo político a una forma de gobierno totalitaria y una ideología oficial (ambas conectadas a ese voluntarismo), y aquí viene el criticado Stalin como aliado utilitario para atacar Octubre; y apelar a la historia reciente, el resultado final de 1989-1991, como la confirmación de un fracaso anunciado. Si a ello se suma, que estas lecturas tienen lugar en una época dominada por el «consenso pospolítico»;[6] puede entenderse que muchos se refieran bucólicamente a aquel Octubre Rojo, o que en la búsqueda de referencias alternativas al capitalismo actual sean privilegiadas otras experiencias en los terrenos de política social, economía, legalidad y cultura.
A cien años de la gesta bolchevique, no se trata de exagerar sus virtudes, o sobredimensionar sus aciertos. Pero no hay dudas, aquellos días que estremecieron al mundo deben ser recordados con la mirada puesta en que siempre, como moscas a la leche, hay acercamientos malditos.
Notas:
[1] Tony Judt. Sobre el olvidado siglo XX. Santillana Ediciones Generales, S. L., 2008. p. 13.
[2] Asumiremos aquí la concepción más general de la Revolución rusa como proceso, incluyendo la Revolución de Febrero y la de Octubre, aunque esta última ocupará el lugar central.
[4] Estos asuntos han sido superados o ventilados por ejemplo, en textos como el de Alain Badiou El Uno se divide en Dos. Ver Sebastian Budgen, Stathis Kouvelakis y Slavoj Zizek. Lenin Reloaded. Toward a Politics of Truth. AA. VV., 2007.
[5] Carlos Marx. Glosas críticas al artículo «El rey de Prusia y la reforma social», por «Un prusiano». En Carlos Marx. Escritos de juventud. Fondo de Cultura Económica, México, 1982. p. 517.
[6] Sebastian Budgen, Stathis Kouvelakis y Slavoj Zizek. Ob. Cit.
Fuente: http://medium.com/la-tiza/el-centenario-y-los-acercamientos-malditos-6ae06b83d474