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El centro político y los bordes de lo político

Fuentes: Rebelión

Hace algunos meses se desplegó en Colombia todo un debate al respecto del centro político, su definición, sus bases ideológicas, su existencia o inexistencia, etc. Yo mismo tomé parte de aquella discusión apoyándome en algunas afirmaciones hechas por filósofo Jacques Rancière en su libro El desacuerdo[1]. En aquella ocasión no tuve el tiempo para explorar rigurosamente la obra del mencionado filósofo en busca de una reflexión elaborada al respecto del concepto de centro político, esto debido a la necesidad de responder pronto a algunas de las posiciones esgrimidas en aquel momento en la discusión pública. Hace unos días releyendo el texto Los bordes de lo político he encontrado algunas páginas dedicadas a los conceptos de centro y de borde, que me parecen de alguna manera confirman y profundizan la posición que intenté esbozar en mi artículo anterior. A continuación, presentaré lo dicho por Rancière en los primeros capítulos de aquel libro y que resultan pertinentes para comprender la imposibilidad de la “utopía centrista” a la vez que su función como dispositivo anti-político.

Antes de empezar con lo dicho en Los bordes, es necesario asegurar un par de puntos de la teoría política de Rancière, a saber, su definición de la política y la relación que mantiene la filosofía política con respecto de aquella. Para hacer las cosas simples, diremos que la política es una suerte de interrupción del reparto de lo sensible dominante provocado por la irrupción de un sujeto (los sin parte o el demos) que no era considerado como tal en una comunidad determinada, con aquella irrupción se transforma reparto de lo sensible común y se instaura un nuevo mundo compartido. Teniendo en cuenta esta definición, Rancière insistirá en que la filosofía política es un dispositivo cuya función es la de anular la política, tarea que para ser realizada necesitará, algunas veces, de la metáfora del centro.

Ahora si, adentrémonos en las primeras palabras de Los bordes: “La leyenda de lo político sitúa sus comienzos siempre en algún Borde”[2], siempre en el borde de algún rio o de algún mar, allí nace la historia de la política, “algo esencial debe contener este paisaje para que la política se haya obstinadamente representado en él”[3]. Adelantemos una tesis fundamental que ya se deja entrever: la política siempre ocurre en los bordes. Por ello no es casual ni extraño que la filosofía política haya tomado a su cargo el trabajo de “arrastrarla sobre seco, instalarla en tierra firme”[4]. “La totalidad de la empresa política platónica puede ser pensada como una polémica anti-marítima”[5], el problema del mar parece ser que “huele (demasiado) a democracia”[6]. “El trabajo de la filosofía (política) consiste en fundar una política distinta, una política de conversión que vuelva las espaldas al mar”[7], esto es, una política anti-política, una política que se cancele a sí misma, una política de tierra firme bien lejos de cualquier peligroso borde.

Hoy en día cuando se ha anunciado a todos los vientos el fin de la historia, y por ende el fin de la política, la tarea de la filosofía política parecería realizada, es decir, “la política abandonaría hoy, finalmente, el territorio de los bordes”[8]. A este nuevo tiempo le correspondería “una nueva configuración del espacio político”[9], “Centro es su nombre”[10], pero aun así el “centro no cesa de escaparcenos”[11], dice Rancière. ¿A que se debe que aun en el contexto más propicio para la configuración de la utopía centrista las hipótesis anti-políticas del centro político sigan siendo ineficaces? Tal vez las hipótesis del centro, ya sea el centro vacío o el centro lleno, han fracasado siempre desde que fueron formulas por Platón y Aristóteles hace más de dos mil años.

El Gorgias de Platón moviliza cierto objetivo entre lineas, este es el de “poner fin a esa autoregulación anárquica de lo múltiple por la decisión mayoritaria”[12] y democrática del demos. “El demos es para Platón la facticidad insostenible del gran animal que ocupa la escena de la comunidad política”[13]. “El nombre que lo califica es ciertamente ochlos:, turba popular, entíendase, la turbulencia infinita de esas colecciones de individuos siempre diferentes de sí mismos”[14]. Es el caos y el tropel que despliega aquella multitud agitada de cuerpos la que quiere ser conjurada por Platón.

Aquel espíritu anti-democrático será heredado y desarrollado por Aristóteles. Para él, la polis no tiene más que dos partes: “La cuestión política se inicia en toda ciudad con la existencia de la masa de los aporoi, aquellos que no poseen los medios y con el reducido número de los euporoi, que los poseen”[15]. Sin duda resuena aquí la tipología marxiana de las clases sociales. “Toda polis comprende estos dos componentes irreductibles, siempre en guerra virtual, siempre presentes y representados por los nombres que se atribuyen y por los principios en que se reconocen y que reclaman para sí”[16]. Así la polis griega debe verselas “con la co-presencia entre los ricos y los pobres que ya no pueden ser lanzados por la borda y que permanecen ligados al centro de la polis[17]. Esto ultimo es precisamente lo que intentan evitar Aristóteles y su maestro, la cercanía de los pobres al centro de la polis, lugar en el cual podrían atreverse descaradamente a tomar parte de los asuntos comunes. Para evitar este inconveniente, Aristóteles propondrá las hipótesis del centro vacío y del centro lleno. La primera de ellas aplicable en el mundo griego y la segunda aplicable en  nuestro mundo moderno.

Hipótesis del centro vacío: En este caso la anulación de la democracia y del poder del demos se logra vaciando el centro de la ciudad, haciendo de él un desierto, evitando que los pobres, los artesanos o los campesinos lo ocupen con sus molestos asuntos y voces. Sucede que la existencia de la posibilidad de asistir a las decisiones comunes no es suficiente para asegurar la participación de todos en la asamblea, esto se debe a que algo debe sobrarles a aquellos que toman parte en ella. “Algo suplementario en relación al trabajo y a la vida que éste asegura. Ese suplemento que falta no es necesariamente el dinero. Puede ser simplemente el tiempo, el tiempo libre. Tiempo libre que falta para ir al centro, porque el centro está lejos; porque no se puede renunciar al trabajo o la ganancia cotidiana”[18]. Aquel exceso de tiempo es precisamente el privilegio de los euporoi, privilegio desconocido para el demos, o por lo menos eso querían creer y hacer creer los grandes filósofos griegos. Pero la verdad es que “ese no man’s land es aún una utopía. Siempre hay gente, la turba ocupa siempre el ágora, el populacho (ochlos) hierve en torno a la ecclesia[19].

Hipótesis del centro lleno: esta es la utopía centrista moderna anticipada por Aristóteles, “que el centro esté en el centro, que el centro político (el meson) de la polis sea ocupado por la clase media (to meson) – por la clase de aquellos que no son ni ricos ni pobres”[20]. Desafortunadamente para Aristóteles esta propuesta no era aplicable en su contexto histórico ya que las ciudades eran aun demasiado pequeñas, habrá  que esperar hasta las sociedades modernas y con clases medias. “Pero quizá también esto no sea más que una utopía, la utopía realista: (…) hacer coincidir dos espacios separados como la media social y el centro político. Ahora bien, como es sabido, nuestras sociedades producen clases medias y sectores terciarios en abundancia. Pero nos encontramos aún a la búsqueda del centro, de la coincidencia de los centros. El gobierno de centro continua siendo la utopía de nuestra política realista”[21].

Vemos entonces como ambas caras del dispositivo anti-político que se ha llamado Centro han fracasado aun en tiempos y lugares en los cuales cada una tendría más chance de funcionar. La hipótesis griega que esperaba vaciar el centro de la polis en tanto el demos no tenía el tiempo para llenarlo, fracasó. La hipótesis moderna que esperaba llenar el centro con su equivalente sociológico, la clase media, fracasó también. ¿A que se debe este fracaso? Como intenté explicar brevemente en mi anterior artículo la hipótesis del centro político parecería ser una hipótesis obturada en tanto toda comunidad política existente desde los griegos hasta nosotros está compuesta siempre por dos partes, aquella que encarna la anti-política (los ricos) y aquella que encarna la política (el demos), esta última siempre dispuesta a emerger desde los bordes de la comunidad, ampliándola y transformándola, demostrando la igualdad de cualquiera con cualquiera.

PD: Espero haber contribuido en algo al debate en curso al respecto del centro político con este artículo y con el anterior. Rancière no tiene todas las respuestas a todos los interrogantes políticos pero parece que siempre tiene algo que decir.

Notas


[1] “De la inexistencia del centro” https://www.las2orillas.co/de-la-inexistencia-del-centro/

[2] Jacques Rancière, Los bordes de lo político, pp. 2.

[3] Ibid.

[4] Ibid.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Ibid, pp. 3.

[9] Ibid, pp. 6.

[10] Ibid.

[11] Ibid.

[12] Ibid, pp. 11.

[13] Ibid.

[14] Ibid.

[15] Ibid, pp. 12.

[16] Ibid.

[17] Ibid.

[18] Ibid, pp. 14.

[19] Ibid, pp. 15.

[20] Ibid, pp. 13.

[21] Ibid.