«El ejemplar humano, enajenado, tiene un indivisible Cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: La ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va modelando su camino y su destino». (Ernesto «Che» Guevara) Hoy estamos ocupando los espacios de la memoria, estos son territorios llenos de […]
«El ejemplar humano, enajenado, tiene un indivisible
Cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto:
La ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida,
va modelando su camino y su destino».
(Ernesto «Che» Guevara)
Hoy estamos ocupando los espacios de la memoria, estos son territorios llenos de recuerdos, que cuando emergen se reinventan y enriquecen las formas de pensarlos y de ubicarlos en nuestra realidad. Estos recuerdos permanentemente son amenazados por el olvido, por las amnesias convenientes, por los silencios impuestos. Como en toda guerra, también en estos territorios, estamos en una disputa por salvar nuestros recuerdos de los galopes bestiales del progreso, tras cuyas embestidas, son convertidos en datos inútiles y anacrónicos. Nuestros enemigos también incursionan en estos territorios para satanizar culturalmente nuestros recuerdos, criminalizar y condenar al olvido nuestras luchas, sacar de la historiografía las revoluciones, secuestrar como verdaderos delincuentes los recuerdos de vida rebelde de nuestros héroes y devolvernos imágenes de super-estrellas que disuelvan en nuestra conciencia su condición de enemigos del capitalismo.
Hace 50 años, en la escuelita del pueblito de La higuera en Bolivia, fue asesinado el «Che». Sin querer convertir este hecho trágico, en una suerte de memorial litúrgico, nos parece que conmemorar su muerte encuentra su sentido, en el acto de explicarnos su asesinato, como el objetivo de nuestros enemigos: la burguesía y el imperialismo, de buscar neutralizar o anular de un modo definitivo, la concepción revolucionaria de cambios que puede llegar a encarnar una persona; al punto que se les hace necesario recurrir a la persecución y al crimen para hacer desaparecer y sepultar esa grave amenaza contra el capitalismo. Tal intento, como en el caso del «Che», fue eso, un intento, un gran y fallido intento; porque la historia demostró, a ellos y a nosotros, que un crimen, por más alevoso que sea, por más despiadado que lo hagan y al que además le sumen el ocultamiento de cualquier rastro o vestigio material, que pueda exhibirse como prueba de su existencia; no puede constituirse en la historia humana en un vacío inexplicable, no puede llegar a ser el eslabón invisible de una larga y gran cadena de luchas emancipadoras y libertarias. No es posible, y no será posible nunca, que la existencia real de un hombre como Ernesto Guevara, con todo lo que era y lo que fue, afincada en la historia de los que luchan por la revolución social, se pueda reducir mediante el asesinato a un olvido forzado. Por esta suficiente razón, el pueblo de Cuba al poco tiempo de ocurrida su muerte, consagra el mes de octubre como el «Mes del Guerrillero Heroico». La revolución cubana responde de esta manera a los reaccionarios, al imperialismo y al intento de la CIA, estableciendo que ninguno de los mejores hijos del pueblo, caídos por la causa de los pobres y de los humildes del mundo, serán cubiertos por un manto de olvido.
Ernesto Guevara de la Serna, no era un desconocido para la clase dominante, muy por el contrario, representando de manera abierta y pública los intereses y los grandes postulados históricos del proletariado mundial; en declaraciones francas y claras, se les había presentado, como la voz política y moral irreductible e incorruptible del liderazgo revolucionario, que supo con gran lucidez y convicciones firmes, denunciar y desenmascarar a los enemigos de la humanidad como la expresión más bestial del odio de clase. Lo tuvieron incluso en sus espacios institucionales donde no trepidó en declarar el cinismo e hipocresía de la burguesía para mantener su dominio y explotación contra los pueblos. Ellos le conocían pero no era ese el peor de sus agravantes, lo peor fue que el «Che» a ellos los conocía mucho más; les conocía sus manera de pensar, sus manera de proceder, sus manera de mentir y engañar, sus mecanismos de manipulación y sus estructuras de dominio y cerco de las conciencias. Y este guerrillero que emerge de la Sierra Maestra, se hace también un peligroso guerrillero de la retórica cuando expresa su pensamiento revolucionario en sus discursos públicos.
Ernesto Guevara de la Serna, como un gran y significativo deber, pensaba en su condición de revolucionario, y pensando esa condición la amplificaba valóricamente a todos y cada uno de los militantes revolucionarios. Su obra escrita se introduce y transita por los callejones clandestinos de la conciencia, y desde estos espacios interpela y exhorta los niveles de responsabilidad y compromiso moral con los pobres y con los pueblos, pensando y mirando más allá de las fronteras y más allá de los continentes, más allá de los cercos que nos imponen las clases dominantes para dividirnos y mantenernos divididos.
El «Che» no calla lo que piensa, lo habla, lo hace, no calla lo que piensa, lo transforma en decisiones, lo convierte en resultados prácticos. La generación de cubanos que lo vieron y le conocieron, fueron testigo de su moral y de su consecuencia, la Africa en lucha, particularmente el Congo, conocieron de su espíritu intrépido y osado y la estatura elevada de su compromiso, propia de un militante de la revolución mundial. Ese internacionalismo vivido a plenitud lo lleva a cumplir tareas en Bolivia, buscando la creación de esos Vietnam necesarios para la toma del poder.
A medida que los años pasan, conocemos más del «Che» y más se agiganta su figura y se cosecha mucho más de la semilla que él dejó sembrada en los campos de batalla de la lucha de clases. Aún así, los efectos de su ejemplo cuestionan a no pocos de quienes dicen ser sus seguidores, por lo mismo, hacen denodados esfuerzos, por mostrarlo menos marxista y más aún, menos leninista de lo que realmente fue; algunos incluso, oportunistamente lo declaran públicamente como un gran revisionista que «humanizó» la concepción revolucionaria, como si proclamar la revolución y llevarla a cabo, al decir de un Papa, hubiese sido algo intrínsecamente perverso. Otros confesados militantes de la «izquierda revolucionaria», desde hace tiempo, buscan con lupa en su pensamiento su distancia o cercanía con Trosky o Stalín, para emparentarlo o divorciarlo de ideas y prácticas dogmáticas o pragmáticas, y se esfuerzan para no atenerse a lo que el «Che» real e histórico asumió como su explícito referente teórico: el marxismo-leninismo. Estos supuestos discípulos de su causa, quieren y necesitan un «Che» a sus antojos y medida, un «Che» que les legitime política y moralmente sus complejos mesiánicos, sus egolatrías y egocentrismos pequeño-burgueses, para ganarse como jineta un aurea revolucionaria que no poseen ni podrán jamás tener, obviando al propio como lo hacen, la lucha de clases y todas sus objetivas y reales consecuencias. Y no es extraño, que estos «discípulos» no se encuentren parados, precisamente allí, donde están en ebullición las contradicciones sociales más agudas entre burgueses y proletarios, porque hasta rehuyeron la condición de intelectuales orgánicos de la clase, para instalarse de manera más cómoda, en la academia o en los think thank de moda de la elaboración intelectual, para desde allí influir y conducir el acontecer político-ideológico. Sin embargo, el «Che» no está ni estará a sus medidas, y es porque el «Che» aún después de su asesinato, pudo continuar hablando y desde sus escritos y desde la memoria de su ejemplo puede seguir cantándoles las verdades que evidencian sus prácticas y espíritus mediocres. No podemos negar, ni desconocer, que en los avatares de la lucha de clases, especialmente en los periodos de derrota de los pueblos, estos falsos discípulos han logrado sembrar la duda, han desvirtuado su práctica y su pensamiento, intentando beatificar su rebeldía para vaciarla de sus contenidos irreverentes y revolucionarios. Han querido despojar su concepción del mundo y de la historia, de su combate irreductible contra el hambre, la opresión y la explotación humana, mostrando su pensamiento fuera de contexto y desperfilando su voluntad guerrera violenta e indomable contra las injusticias.
Es un Comandante, así quedó inscrito en la conciencia de clase de los obreros y de los sectores populares. Integrado al grupo de combatientes del Granma, ganó en ese proceso de organización y desarrollo de la lucha revolucionaria, la autoridad moral para erigirse en uno de los conductores político-militar de los enfrentamientos en la Sierra Maestra. A pesar de este peso moral ganado con el ejemplo, no renunció al valor de la humildad para reconocer en su compañero Fidel Castro, al líder indiscutido de toda esta tremenda hazaña insurgente, que liberaría al pueblo de Cuba de la tiranía capitalista encarnada en el dictador Fulgencio Batista. Como Comandante revolucionario, asume con responsabilidad y disciplina militante, las tareas de la construcción socialista. En el desafío de legitimar y afirmar la confianza del pueblo en la revolución, el «Che» predica con el ejemplo y es capaz con un compromiso genuino a toda prueba, de rescatar en los momentos más cruciales de ese proceso de construcción, el espíritu bolchevique: sacrificado, incansable, disponible a todo tiempo, multifacético y al mismo tiempo sobrecargado de fraternidad humana.
Y ese mismo «Che» hecho Comandante, nos provoca, nos exhorta, nos interpela y de esta manera nos acerca a las gestas épicas, a los temblores de los levantamientos sociales, le da un lugar de honor a la violencia y al odio de clase de los desposeídos. «El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.» (1)
Desde estos mismos territorios de la memoria, recordamos que asumimos la audacia y el coraje para cambiar el mundo. Tomamos las banderas de la revolución de octubre, con el mismo sentimiento de admiración y respeto con que el «Che» las tomo y apostamos con nuestra voluntad y conciencia por los cambios revolucionarios. De la misma manera, recordamos la ofensiva del enemigo de clase y la derrota que nos lanza al más profundo reflujo de nuestra historia. Y porque hemos dicho, que los espacios de la memoria son territorios en disputa, es que recordamos también, que la historia se construye de marchas y contramarchas, de avances y retrocesos, pero que en última instancia, esta no se detiene, su legalidad dialéctica le impide conservarse y quedar estática, porque además la historia es un producto del hombre y de la conciencia de sus desafíos. Es entonces la memoria con sus fragmentos heroicos, la que nos incita a desatarnos de la derrota y entre estos fragmentos hojeamos la vida y el ejemplo del Comandante Ernesto Guevara. Con los tácitos sentimientos de amor por nuestros hermanos de clase, nos conminamos a echar a andar y nos decimos: Hay que seguir al «Che», hay que imitar su ejemplo y decir además, que cuando reiniciemos la marcha hacia el porvenir, encantados por la decisión de asaltar el poder, evitemos, como lo hizo el «Che» que nuestros espíritus se enreden en los matorrales de la mediocridad. No existe posibilidad de cumplir la gloriosa faena de armar los cimientos del mundo nuevo, si extraviamos la ruta, si no miramos a nuestros héroes a la cara y los aceptamos con los retos que sus ejemplos nos imponen.
Mañana unidos como revolucionarios, unidos como pueblo, unidos como clase, seremos para el capitalismo y los patrones, mucho más, mucho más que una «espina irritativa» y sentiremos como decía el «Che» que esa unidad, que esa interacción de clase, se convierte en una poderosa y eficaz fuerza, y como un pueblo armado que se levanta contra un enemigo bestial, también posee una decisión de triunfo en sus pupilas.
«Tenemos, entonces, que liberar el pasado, recuperar la historia de las revoluciones, de las rebeldías y de las resistencias múltiples. América Latina se cuenta como una epopeya, entre lo imaginado y lo histórico, que narra nuestra identidad. Esta herencia se mantiene en el recuerdo colectivo, en los símbolos y en quienes resisten.» (2)
Citas bibliográficas
(1) Ernesto «CHE» Guevara. Obras Completas. Crear dos, tres…, muchos Vietnam es la consigna. Pág. 351. Edit. Legasa. Buenos Aires. Argentina.
(2) Carla Valdés León. Tomado de La Ventana (Casa de las Américas)
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