El filósofo húngaro Istvan Meszaros abordó, a lo largo de su vida intelectual, el conjunto de dificultades que entraña la transición al socialismo. El socialismo no sólo debía «negar el metabolismo social del capital», sino que estaba obligado a constituirse en una «alternativa positiva». Constituir entonces «el metabolismo social» de la reproducción ampliada del socialismo. Para ello es necesario tener un correcto diagnóstico histórico-social de los rasgos estructurales históricos y actuales del capitalismo.
En primer lugar, las «tendencias destructivas» inherentes a la reproducción del capital no son un efecto aislado o externo, son un componente de su reproducción.
El «desarrollo con carácter expansivo» no es un fenómeno general y totalizante, y si uno lo analiza de forma global está restringido y acotado a zonas muy específicas.
Una primera ilusión a cuestionar, es la de pensar al «desarrollo» como algo inherente a la acumulación de capital. Eso que llamamos el «tercer mundo» en realidad es la representación de la necesidad de los centros del capitalismo de tener extensas zonas de subordinación —en varias regiones— de la esfera del trabajo, a su tasa de acumulación. El lugar que ocupan Cuba o cualquier país de América Latina dentro de esa «división internacional del trabajo» está sobredeterminado, con independencia de si Cuba o cualquier otro país desearan y decidieran o no un proyecto socialista. Lógicamente, decidir la transición socialista dentro de ese marco antes descrito genera otras condiciones, sobredeterminantes también, pero en las que el poder y la participación de los pueblos tienen un papel decisivo. Y esto es un factor de suma importancia.
En segundo lugar, la reproducción ampliada del metabolismo social del capitalismo no sólo está relacionada a la reproducción de lo que pudiéramos nombrar la «esfera material». Sino que requiere un conjunto de premisas ideológico-culturales tan decisivas, que hay sectores del consumo donde es más importante el discurso acerca del producto que el objeto mismo a consumir. En otras palabras, si la transición socialista resuelve componentes importantes de la esfera material pero no produce una ideología y cultura nuevas no puede no sólo superar al capitalismo, sino que está condenada a crear caminos que conducen después de rodeos al metabolismo social del capitalismo.
En otro sentido, si tomamos aquel aserto de Marx «de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades», sólo si el sujeto está de acuerdo con los objetivos de la transición dará según sus capacidades o habilidades; si no está de acuerdo, aporta menos e incluso se opone a los objetivos. Meszaros nos confronta a una cuestión fundamental: si el sujeto colectivo no ha hecho suyos los objetivos del proyecto no es posible la transición, y esto es algo que no guarda una relación directa con el bienestar material que perciba. Por lo mismo nos convoca a preguntarnos algo muy simple: ¿quién define cuáles son las necesidades de cada sujeto, y hasta qué punto deben ser saciadas? Otra vez llegamos al papel del sujeto en el proceso de cambios.
Fernando Martínez Heredia afirmaba con frecuencia que el pueblo cubano en revolución muchas veces hizo y realizó tareas «superiores al modo de producción». ¿Será esa una cualidad necesaria a la transición?
Eso nos traslada a otra cuestión. Debemos estudiar el carácter mundial y articulado del capitalismo. Lenin y los bolcheviques deseaban que el triunfo de la revolución provocara e influyera en que llegara la explosión revolucionaria a otros países. Estaban conscientes de la necesidad para un país atrasado como Rusia de que en otros países, algunos de ellos más «desarrollados» en varios aspectos, se produjera la revolución. Esa potencial confraternidad con otros pueblos podría haberle significado a Rusia aminorar los efectos no solo de su atraso sino el costo de la reacción interna e internacional. Los cambios a los que se vio obligada la nueva revolución con un sentido y marcado carácter capitalista, simbolizado en la NEP, fueron una decisión táctica que buscaría corregirse cuando las condiciones lo permitieran, a lo interior de Rusia y también en el contexto internacional. Ocurre esto tres años después del triunfo, en un país sin socios comerciales y con tareas gigantescas por delante. Si tomamos en cuenta que es la primera experiencia de transición es difícil sostener la idea de que fue un repliegue, porque fue una decisión ante problemas concretos ineludibles, y no había una experiencia anterior en base a la cual diagnosticar que hubo un retroceso.
La fuerte crítica del Che a la NEP, solo puede ser comprendida si partimos del hecho en que el poder socialista constituido en la URSS estabilizó aquella experiencia primigenia. Ahora, es innegable que la tendencia que se volvió dominante en la URSS dejó de ser leninista en el sentido de practicar una verdadera transición superadora del capitalismo, y el «olvido» interesado de revisar —en medio de mejores condiciones, con un poder internacional fuerte— lo que fue un posicionamiento táctico.
Ello solo es explicable porque en más de un aspecto esencial se traicionó la original condición revolucionaria, que en más de una ocasión Lenin en vida tuvo que sacudir.
La idea del «socialismo en un solo país» que se impuso a lo interno del partido comunista en su XIV Congreso de diciembre de 1925, y que después fue trasladada a la Internacional, tuvo consecuencias desastrosas. Tal errada teoría consideraba a Rusia como «el mayor logro del proletariado mundial» y que ya no era necesaria la revolución mundial. Las derrotas de la clase obrera en Inglaterra en 1926, la entrega al Kuomintang de la Revolución china (1925–1926), el fracaso de la socialdemocracia alemana y el consiguiente ascenso de Hitler, son algunos de los efectos de ese imperdonable desacierto y se perdió además una oportunidad única.
Esa es una de las cuestiones importantísimas con las que tiene que lidiar, en otro contexto, la joven Revolución cubana. Y el Che fue un actor fundamental en esa problemática, cuando defendía que el desarrollo de los países pobres y en lucha por su liberación nacional debía «costarle» a la Unión Soviética y a todo el campo socialista. Fue el modo guevariano de traer a los bolcheviques a la intensidad de los sesenta. De ahí que debamos observar varias consecuencias para el proyecto socialista cubano, que debe afrontar desde los noventa una relativa soledad si tomamos en cuenta la desaparición del campo socialista. Tuvo que generar, además, un proceso de resistencia en esas condiciones, y con la confluencia al menos de dos factores: el carácter permanente de agresión por parte de los Estados Unidos, y un momento regional de introducción de políticas neoliberales y la consiguiente ausencia de un movimiento de masas lo suficientemente activo como para contrarrestar a la dominación regional, en esa alianza casi perfecta entre el imperialismo norteamericano y las burguesías y oligarquías nacionales.
Es decir, a pesar del aserto de la necesidad de una revolución mundial para que no se vea cercado, debilitado y derrotado un proyecto de transición, Cuba, su pueblo y una singular conducción política encabezada por Fidel, continuó la ruta del socialismo. Si perdemos de vista el terreno de la práctica, cualquier principio revolucionario puede ser convertido en dogma. Cuba decidió en los noventa —con disímiles fuerzas hostiles en contra, externas e internas— el camino socialista.
¿Cómo decidir la transición socialista si no hay las condiciones de una revolución mundial? ¿Cómo desencadenar la revolución mundial si no hay un proyecto de transición socialista en práctica, aunque no sea más que en un solo país? Podemos quedar en un callejón sin salida.
Una recuperación del trabajo teórico-práctico desplegado por el Che en los primeros años posteriores al triunfo de la Revolución resulta esencial para responder y elaborar nuevas preguntas sobre las cuestiones antes expuestas. Fue un singular pensador marxista de la transición socialista por varias razones. Estableció un pivote entre los problemas de la práctica revolucionaria y las discusiones teóricas. La teoría que debía servir a la transición no podía conformarse con aprehender de manera acertada las condiciones histórico concretas del capitalismo y las características del sistema de relaciones socialistas de su tiempo, sino que tendría la misión de crear algo —además de contrario al proceso de acumulación capitalista— nuevo.
Y además habría que demostrar su valor práctico, revisarlo, reformularlo, criticarlo, pero para hacerlo más coincidente con los objetivos del proyecto, no alejándolo de él. Tenía además que estar comprometido por la solución socialista y de liberación nacional de los problemas del llamado «Tercer Mundo».
La ambición puede ser una cualidad revolucionaria, no así la adaptación.
El «desarrollo» del que se trate en el socialismo debe abordar de modo ineludible una serie de problemas y dimensiones en torno a la transición, en los que el Che pudo avanzar muchísimo y en otros dio algunos pasos que requieren continuidad.
Una primera dimensión está relacionada a las formas de retroalimentación entre la conducción política y el pueblo. Comprendiendo a este no como una masa uniforme y acrítica, sino como un agente activo, que se educa y educa a sus conductores. Y que tiene múltiples modos de expresión, emocionales e intelectuales. A través de grandes concentraciones y movilizaciones pero también de múltiples maneras de intercambio directo.
¿Cómo podemos saber el «desarrollo» que el pueblo quiere y requiere si no se buscan las vías y modos creativos de generar procesos de comunicación política de múltiples vías y en los cuales no haya espacio para escamotear aspectos esenciales de la verdad política, que no es siempre una ni absoluta pero que es instante necesario, consumatorio e imprescindible a los procesos de cambio revolucionario?
¿Cómo puede ser el pueblo, además, un agente activo y por lo mismo generador o productor de mejores conducciones políticas para el logro de los objetivos revolucionarios?
¿No podría ser que «desatar las fuerzas productivas», en vez de remitir a que todos tratemos nuestra parcela de socialismo como una «pequeña y mediana empresa» que debe competir con las demás y ser más rentable y eficiente, consista al contrario en que el pueblo, sus diversos agentes y sujetos colectivos y sus conducciones políticas aprendan a producir otras necesidades, otras ideas acerca del desarrollo, que no estén atadas a esa esclavitud, que combina en iguales dosis el lujo y la podredumbre, en una sociedad de inequidades?
En segundo lugar, fue un conocedor profundo de los callejones sin salida del capitalismo de su tiempo, de las funciones del imperialismo norteamericano, del carácter subordinado y antinacional de los poderes dominantes en la región y era un crítico muy fuerte del papel histórico jugado por el campo socialista en el apoyo a los movimientos de liberación nacional. Por tanto, los «remedios» que proponía eran el resultado de una interpretación histórica de aquellas circunstancias.
Es necesario entonces actualizar ese diagnóstico, los factores históricos de la dominación y sus rasgos actuales, y las características de la correlación de fuerzas de nuestro tiempo. Las disputas interdominantes entre distintos modelos de dominación capitalista: los rasgos de las corporaciones dominantes y los Estado-nación aliados.
América Latina es un espacio de disputa de los grandes capitales y también se juegan aspectos esenciales de la hegemonía por parte de los países principales del capitalismo central. Es necesario realizar un mapa de las posiciones de Estados Unidos, Rusia, China y otras potencias tradicionales y emergentes, sus relaciones con las oligarquías y burguesías regionales y el mayor o menor peso que tienen en los rasgos de nuestras sociedades actuales.
Tercero, su práctica se sintió obligada a desarrollar una compleja y estrecha articulación entre lo económico y lo político.
Si lo económico es el espacio por excelencia de reproducción material de la sociedad lo que ocurre en ese lugar no es un asunto técnico, es algo que compete al conjunto de la sociedad y de su reproducción ampliada.
La reproducción ampliada del capital del que habla Marx subordina al conjunto de la sociedad a los efectos de la estructura de la sociedad capitalista. La reproducción ampliada del capital es totalizante, y es lo que trata de mostrar Marx en el análisis del proceso de acumulación originaria. La hiperbolización del proceso técnico-económico es el modo de subordinar todas las formas y modos de reproducción del sujeto al aspecto técnico del trabajo. El Che no descuida el progreso técnico pero lo ve subordinado a procesos más trascendentes del proyecto socialista y, algo muy importante, permite pensar también una crítica a los derroteros de la técnica en cuanto a su distribución desigual y a sus fines y contenidos.
Los últimos tiempos muestran la irrupción de un sujeto-ordenador, con alimentos específicos, dietas personalizadas, ejercicios corporales temporalizados, horarios de entretenimiento, emociones típicas y regularizadas. Esa compleja irrupción de sujetos individualmente únicos pero producidos en serie, es la mostración obscena del capitalismo en nuestras vidas.
Una cuarta dimensión es su apreciación de que «no hay soberanía política sin independencia económica».
El 1ro de enero es la fecha consumatoria del deseo republicano destrozado y preterido por la dictadura de la casta reaccionaria, de los «capitales parásitos» y de todas las formas de oligarquías, pero sería un hecho anecdótico más si Cuba no hubiera intentado y en muchos aspectos logrados su independencia económica. Pero la independencia económica de la que habla el Che como objetivo estratégico es realmente ambiciosa, porque su cumplimiento requiere no estar sujeto a ningún lazo o cadena, ni siquiera a aquellas que pudieran parecer deseables.
Pero no desconocía la necesidad o la obligatoriedad de determinadas relaciones. En tal dirección también podría decir que sin soberanía política no es posible una real independencia económica.
Son formulaciones generales pero permiten orientarnos frente a problemas prácticos que se dan todo el tiempo. Esa idea que esgrimía de que «se venden mercancías, no soberanía política», recuerda aquella de Jesús en la tradición cristiana: denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Mientras haya que convivir con ciertas reglas del mercado debe cuidarse ese sinuoso y trascendente límite ético.
Una quinta dimensión es la articulación entre educación y economía. La educación debe dar los técnicos que se requieren, pero al mismo tiempo debe producir otro sujeto, con otras necesidades.
Ahí donde decimos «satisfacer las crecientes necesidades de los sujetos», debiera decirse también «producir otros sujetos, transformar las necesidades».
Si el capitalismo basa una parte de sus réditos en el aumento del mercado de consumo creando necesidades de las cuales el sujeto no requiere para sobrevivir, por qué el socialismo tendría que renunciar a crear y producir necesidades que no están dadas de antemano en la cultura de consumo dominante. «Desatar las fuerzas productivas» puede querer decir otra cosa: des-atar al sujeto del conjunto de necesidades que la sociedad moderna inserta en cada individuo y colectividad. Es decir, liberar al sujeto de un proceso técnico subordinado a la férrea ley del valor de cambio, en el que no se producen los valores de uso necesarios para la reproducción ampliada de la sociedad, sino los valores de cambio que se requieren para la reproducción ampliada del plusvalor que, como ya sabemos, no es el valor que le sobra a alguien, sino que le es quitado a alguien.
Debe haber entonces una transformación del proceso educativo en toda su amplitud, como instancia de reproducción ampliada de la transición socialista. Desplegar una crítica socialista de la enseñanza, de los contenidos y de sus usos historizables. El técnico del socialismo debe apropiarse de los mayores avances de su campo e incorporar una crítica emancipatoria del proceso técnico del capitalismo, y elaborar los fundamentos de lo nuevo.
Sexto, argumentaba que la lucha en el frente económico es «una guerra de posiciones», por tanto se requiere de una construcción permanente de procesos de hegemonía. En la guerra de movimientos se toman lugares de escaso valor y que no obligan a entrar en acción toda la fuerza del enemigo o una parte importante de ella. Trasladar este concepto de la guerra al campo de la economía en la transición implica que ahora se ocupan posiciones decisivas y de mucho valor que requieren la mayor producción de hegemonía posible. Si nos apropiamos de Gramsci para argumentar esta idea del Che, la hegemonía incluye al consenso y la violencia.
Cómo convertir cada espacio económico en productor de consenso político alrededor de los objetivos de la transición en su interrelación compleja con los intereses y deseos del sujeto colectivo, y además la construcción de un poder fuerte que garantice la permanencia de esa posición.
Concretamente cada unidad económica en particular, y la economía del país debe tener además de indicadores de eficiencia técnicos, formas de evaluar cuánto acrecientan la hegemonía socialista en su realización.
¿Qué podría ocurrir si el Estado, como representante del poder socialista y controlado por el pueblo, se retira de las posiciones económicas conquistadas durante el periodo de mayor hegemonía revolucionaria? ¿Qué ocurriría si capitales o fuerzas externas de otros países y Estados llegasen a tener una presencia preponderante en sectores estratégicos de la economía que antes eran casi absolutamente control del Estado? ¿Qué ocurriría si una parte de nuestras empresas estatales más importantes empiezan a funcionar como sectores privados autónomos compitiendo con otras, o fusionadas con capitales foráneos, o articuladas a empresarios privados nacionales? ¿A quién beneficiarían esos cambios en la guerra de posiciones siempre existente entre capitalismo y socialismo?
¿Por qué no pensar en nuevas formas de construcción de hegemonía revolucionaria dentro de aquellas posiciones ya conquistadas que profundicen la transición socialista?
Si la decisión táctica es retirarse de algunos sectores cuyas posiciones son casi imposibles de mantener por su dificultad para sostenerlos materialmente, ¿cómo fortalecer en un sentido socialista las posiciones que no se entregarán, con formas cada vez más populares y democráticas de organizarlas y gestionarlas?
Séptimo, señalaba que los factores histórico-sociales alrededor de la emergencia de un acontecimiento como la Revolución cubana, estaban presentes también en otros pueblos. Esos factores por sí solos no podrían explicar lo ocurrido. Al cuestionar que Cuba sea una excepción histórica, ello no es obstáculo para que sitúe su mirada en aquellos probables factores específicos con cualidades de excepcionales.
En primer lugar, el liderazgo de Fidel Castro, esa «fuerza telúrica» al decir del Che, reúne una serie de rasgos o peculiaridades que si bien no tienen que ser necesariamente replicados, describen componentes esenciales que debe intentar incorporar la conducción política del proceso. Aunque en un liderazgo confluyen una serie indudable de caracteres y singularidades personales, es también la expresión de un complejo proceso de identificaciones colectivas, que han sido acumuladas en un sujeto particular. No es tanto decir qué le entregó ese líder a su pueblo y a la historia, sino cómo la historia y el pueblo escriben a través de ese sujeto aparentemente singular y único que es el líder.
En tal sentido no se pueden fabricar líderes, pero sí se pueden construir conducciones políticas de procesos donde muchos de los rasgos que estuvieron presentes en esa relación pueblo-líder puedan aparecer de nuevo.
Una tarea decisiva es la de recrear nuevos modos de producir una intensa movilización social alrededor del proyecto socialista. A partir de los análisis que él realiza sobre las relaciones de Fidel con el pueblo, podríamos sintetizar algunos rasgos imprescindibles para una conducción política revolucionaria durante la transición socialista:
a- La conducción es elegida por la colectividad a través de procesos muy complejos y no es producto de imposiciones o forzamientos.
b- Quienes conducen deben tener características personales como audacia, fuerza y valor, y sostenerlas en los momentos más difíciles.
c- La conducción política del proceso intenta de forma constante indagar en los deseos y aspiraciones de las colectividades y tiene capacidad para influir en estos.
d- Capacidad de asimilar conocimientos y experiencias.
No sólo el manejo de un gran volumen de datos sino los usos del conocimiento. La capacidad de asimilar experiencias implica, en su mayor grado de desarrollo, detectar lo singular en lo aparentemente repetitivo, y lo común y reiterado en lo que parece excepcional y único.
e- Deben desarrollar altas dosis de previsión y anticipación a los acontecimientos.
f- Capacidad para producir lazos de unidad en momentos decisivos.
Crear procesos de unidad creativos donde el poder siempre quede del lado de las fuerzas más revolucionarias.
En octavo lugar es importante el modo en que el Che analiza al sujeto revolucionario. Cuando describe, por ejemplo, las características del campesino cubano de los primeros años de la revolución, cierta «proletarización» que se da en su conformación a partir de los cambios en el proceso técnico que se han dado en el sector agrícola. En el campesino se combinaban el deseo moderno de obtención de riquezas, y las necesidades propias de su constitución en una cultura agraria apegada a la tierra. Pero el proyecto revolucionario cubano logra conectar al deseo propiamente moderno y burgués que empieza a situarse en las aspiraciones del campesinado, y que ya está inserto en los sectores obreros, con algo mucho más amplio y de horizonte no inmediato: un proyecto socialista mucho más ambicioso que las posibilidades que podrían dejar entrever las condiciones sociohistóricas de constitución del cubano.
Sirva este solo ejemplo para observar que un poder revolucionario se mide por su capacidad de conectar con las aspiraciones populares, y por la capacidad fáctica de llevar esas aspiraciones hacia un lugar otro no visible en su percepción más directa pero contenido en su potencialidad. Debemos someter a un examen minucioso esa idea de que el proyecto debe responder a «las necesidades aplazadas» o a la «deuda acumulada» con las aspiraciones populares. El proyecto debe tomar en cuenta el hecho real de los deseos o aspiraciones de los sectores populares, pero tomándoles como trampolín desde un poder revolucionario lo suficiente creativo como para dotarlos de un horizonte socialista que no esté constreñido a las circunstancias histórico concretas. La adecuación a las «circunstancias» no es un valor revolucionario, ni puede ser considerada una práctica de poder socialista, porque el socialismo es avanzar hacia un lugar no aceptado, hacia un no-lugar porque su historización es sólo posible después de que haya ocurrido. Sólo la política eficaz hecha arte y poder, logra articular «eso no ocurrido» como condición de posibilidad en el discurso que se inserta en el sentido común del sujeto colectivo. No hay en el campesino y el obrero cubanos del año 1959 la revolución social que vendrá después, como no hay necesariamente en los sectores populares de hoy el socialismo o el capitalismo de mañana. Es una construcción política que debe darse o no. Decir que hay una potencialidad para que acontezca algo es también un producto historizable, es decir, también es producto de una creación.
Las conmociones político-económicas de un pueblo pueden ser resueltas de un modo o de otro, lo fundamental es el sentido dominante que oriente el rumbo de esas conmociones.
Noveno, su análisis de los conceptos «subdesarrollo» y «desarrollo». Ambos tienen más huellas y connotaciones de los dominantes que de los sectores populares. A lo sumo, se les ha podido cuestionar intentando abrirles otras significaciones pero, en su esencia, son el manto encubridor del carácter estructural de la miseria y la pobreza en América Latina como expresión del carácter subordinado de las sociedades al modelo dominante de acumulación, a las disputas intercapitalistas, el interjuego de fuerzas de los grupos económicos dominantes, al significado geopolítico que conserva América Latina para los Estados Unidos, y al carácter de sometimiento que signan el comportamiento de las burguesías y oligarquías nacionales y los aparatos de dominación que se derivan de ellos a lo interno de cada país y con coordinaciones regionales. «Las burguesías nacionales temen más a la revolución popular, que a los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del imperialismo», es una definición de una claridad y vigencia impresionantes.
La transformación de nuestra condición de «periféricos» y «subdesarrollados» no vendrá de la mano del capitalismo, ni siquiera de la combinación a dosis exactas de «socialismo y liberalismo», o «socialismo y capitalismo de Estado».
Un teórico e ideólogo fundamental de la teoría del desarrollo y con una influencia que llega hasta hoy en la CEPAL, como lo fue Raúl Previsch, realizó estudios sobre el capitalismo periférico en nuestra región y tiene algunos elementos de interés para esta discusión. Previsch intentó explicar las dificultades que enfrentan nuestros países para trascender la condición de subdesarrollados. Hace un análisis detallado sobre los problemas de la acumulación de capitales que, según su visión, impedían el alcance del desarrollo. Un elemento central de su propuesta se refiere a los «usos del excedente». En su lectura hay un conflicto entre la distribución del excedente y el proceso de acumulación. Una parte del excedente se pierde por «el consumo privilegiado o suntuario» de los estratos superiores de la sociedad. Los consumos de las clases altas intentan imitar los consumos propios de sociedades «desarrolladas» y ello impide que ese excedente regrese al proceso de producción, por otro lado el aumento de derechos laborales, sociales y políticos, obliga a derivar una parte del excedente cada vez mayor «al gasto social». Ello impide de nuevo que ese excedente regrese y fortalezca el proceso de acumulación de capitales. Y, por otro lado, una parte del «excedente» es «succionado por los centros» del capitalismo mundial, en lo fundamental por el carácter desigual de los «términos de intercambio».
¿Por qué es importante está cuestión? Previsch consideraba, al igual que una serie de actores políticos, que existía una «puja distributiva» entre los estratos superiores y los sectores medios y populares de nuestras sociedades. Uno de los elementos principales de su pensamiento es que, en «nuestros capitalismos», no se daba el salto al «desarrollo» porque se generaban niveles y tipos de consumo que no correspondían con el momento del desarrollo alcanzado. A grandes rasgos, habría que ajustar la distribución y el consumo privilegiado en el sentido de no afectar la acumulación. En la práctica una tendencia política que suponía que era necesario reducir el gasto público para no afectar al proceso de acumulación tomó oxígeno de aquí, otra tendencia que quería poner freno al gasto de los estratos superiores también pudo tomar elementos de análisis de lo antes señalado. Aunque Previsch consideraba importante el antagonismo entre centro y periferia, no planteaba ni por asomo superar de un modo revolucionario tal antagonismo. Con otros rasgos, sigue hoy en modos de pensar la economía esta idea de que no se puede «gastar más de lo que se ingresa», se ajusta el gasto social pero no se ajusta el consumo privilegiado. Es decir, la propuesta de Previsch es bastante avanzada para cierto reformismo que considera al Estado demasiado grande y que distribuir es un problema, combinado esto con la necesidad de gravar o aminorar el consumo privilegiado de las élites. Pero esto no es transición socialista, ser más eficiente en el gasto y disminuir los niveles de consumo de sectores privilegiados que existen o pueden surgir, es una adaptación reformista. La propuesta del Che es la revolucionaria, no renunciar a avanzar en la transición socialista, poner el uso del excedente en función de crear una sociedad de nuevo tipo y con otras prioridades de justicia social aunque vayamos más lento y no aceptar, además, que haya algún tipo de privilegio que se coloque por encima del conjunto de la sociedad.
Su visión es que como revolucionarios no podemos «prever de antemano todas las variantes tácticas que pueden presentarse en el curso de la lucha». Nuestra «real capacidad se mide por el saber encontrar tácticas revolucionarias adecuadas en cada cambio de la situación», en tener presentes «todas las tácticas y en explotarlas al máximo». Necesitamos flexibilidad táctica producto de análisis rigurosos, y firmeza e invariabilidad en el programa estratégico de la transición. Para ello es necesario «un conocimiento profundo de las circunstancias» y la relación de estas con las tácticas a utilizar.
Décimo, es necesario tener una vocación para la consolidación de un tipo de poder socialista. Los métodos que se empleen son para obtener el poder, este es el instrumento indispensable para desencadenar las reales transformaciones. Si ese poder ya se tiene es para dotarlo de mejores rasgos y cualidades. Sin la obtención del poder cualquier transformación que se obtenga será inestable y de escasa duración en el tiempo.
Ahora, ¿cuáles serían los rasgos de ese poder? El poder del que se trata en el socialismo es poder popular, pero en su dimensión práctica, con el objetivo de obtener, conservar y profundizar las metas de justicia social.
Conservar el poder, en esta comprensión, no es sostener el poder de un grupo sobre el conjunto de la sociedad para obtener provecho propio. Es poder al servicio del proyecto y de su enorme extensión social.
La reproducción ampliada del socialismo corre el centro del eje de acumulación. El centro no es ahora la reproducción de capitales, por lo cual las relaciones monetario mercantiles no sólo dejan de ser el centro del tipo de desarrollo específico a construir, sino que están subordinadas a los objetivos de la transición.
¿Dónde radica el eje de acumulación en la transición? No puede ser en otro sitio que en el campo de la ideología y la política.
La ideología comprendida como un conjunto de nuevas prácticas, identidades, subjetividades, modos de vida y también una nueva forma de satisfacer el orden material de las necesidades. Es un cambio totalizante porque es la creación de un nuevo metabolismo social, no sólo opuesto al capital sino diferente en su cualidad.
Y, en onceno lugar, incorporar la visión del Che en torno a la planificación y el tipo de desarrollo a construir en la transición. Se exige imprimirle «un carácter armónico al desarrollo», que no hayan esferas desconectada unas de otras. Para ello su concepción acerca de la planificación juega un papel decisivo. A nuestro juicio, la planificación en el Che no es un concepto técnico-económico, aunque tiene un impacto directo en la esfera de la reproductividad técnica. La planificación para él es un concepto político y una práctica política: destruir el metabolismo de reproducción del capital requiere una acertada planificación y la creación de un metabolismo nuevo lo exige aún más. La certeza de que así lo consideraba está en su afirmación de que la «real planificación» de todos «los medios de producción» necesita dos condiciones:
– Que «los trabajadores hayan conquistado el poder político».
-Que sean «los dueños de los medios de producción».
No hay transición socialista o se retrocede en ella si no se recrean nuevos modos de ejercicio efectivo de poder político por parte de los trabajadores. Y no hay transición si no se ensayan nuevas vías de demostración de que los trabajadores son, en realidad, los dueños de los medios.
Por tanto, la pregunta fundamental no debería ser si las «empresas deben ser más o menos autónomas», si «más control del Estado o menos control», si «con mercado o sin mercado», si «un sector cooperativo amplio y autónomo», si «empresa estatal o sector privado». Todas esas preguntas pueden ser respondidas y clarificadas si antes le planteamos, a cada una de esas definiciones tácticas en materia económica, al menos dos interrogantes:
¿Cuánto aumentan o disminuyen el poder político de los trabajadores?
¿Cuánto expresan un real ejercicio por parte de los trabajadores de su condición de dueños de los medios de producción o disminuyen su control y poder sobre ellos?
Una idea trascendental en su pensamiento era que solo podíamos hablar de una verdadera planificación «si todos los obreros de una fábrica, todos los campesinos de las cooperativas, y los trabajadores de todo tipo pueden discutir los planes una y otra vez, analizarlos y aprobarlos en asamblea de producción». El debate, la discusión efectiva, real y vinculante son categorías centrales de la transición. Necesitamos, en otras palabras, un índice de Dow Jones, de Nasdaq, de Gini o de Riesgo País que midan cuánto avanzamos o retrocedemos en esas categorías. Sirve esto para afirmar que el socialismo está en la obligación de crear sus propios indicadores para categorías nuevas. Pero, para que haya un real espacio de discusión de los trabajadores debe existir una «relación directa» con la conducción política. En tal sentido el poder socialista del que hablábamos antes está ligado de manera directa al concepto socialista de planificación que el Che practicaba y proponía.
Hasta aquí algunos apuntes que son sólo una aproximación. En síntesis, a nuestro juicio, la discusión en Cuba y en América Latina no debiera ser si tener más o menos relaciones de tipo capitalista en nuestras sociedades. Además de negar y aminorar los efectos perjudiciales de la reproducción ampliada del capital, avanzaremos si desplegamos prácticas afirmativas de un nuevo orden social, con otros parámetros e indicadores de la medida de nuestro crecimiento.
¿Si no hubiese una relación directa entre los trabajadores y la conducción política quiere esto decir que poner a los trabajadores en relación directa con el mercado, y las reglas que le sobredeterminan, va a resolver los problemas de la transición socialista? ¿No será que estos problemas se agravarían si el trabajador, en vez de transformar la relación burocrática que padece con su conducción política se entrega a una ilusoria relación «autónoma y libre» con el mercado?
¿No será demasiada perversidad que le pidamos al capitalismo — que ha creado los problemas fundamentales de eso que llamamos civilización y que se enfrenta en la jaula de hierro del capital sin salida — que venga a resolver una serie de problemas propios del socialismo que solo se pueden resolver con más socialismo?
Es fundamental entonces, como afirmábamos, determinar en la medida de lo posible los rasgos que deben dibujar un tipo específico de poder socialista, sus distintas prácticas e imbricaciones con los distintos tejidos sociales que el sujeto colectivo y sus múltiples formas integran. La economía, el mercado, las empresas, los distintos sujetos económicos no pueden ser pensados como esferas autónomas que puedan ser reguladas de forma indirecta. Los intentos a lo largo de la historia de constituir mercados autoregulados han desencadenado procesos de dislocación en las sociedades, que han derivado en la búsqueda de mecanismos que permitan aminorar sus efectos. Las formas de reproducción ampliada del capital requieren un modo específico de hacer uso del excedente social producto de todo el trabajo de la sociedad. La parte que se dedica al consumo no debe afectar aquella que regresa como capital, para garantizar su reproducción y aumento. Uno de los conflictos estructurales de la reproducción del capital se da entre la acumulación de capital y la distribución del excedente, así como expusimos con anterioridad. Si profundizamos aún más en la condición de periferia de nuestros países veremos que en los países del capitalismo central esa pugna es menos visible porque los altos salarios, y demás características del Estado como garante de un conjunto de prestaciones sociales que su lugar en el proceso de acumulación les permite, no ponen en crisis al proceso de acumulación en la medida en que tal contradicción ha sido tradicionalmente traslada al capitalismo periférico, es decir a los países de capitalismo periférico.
Los problemas de la tasa de acumulación de los países centrales tienden a ser trasladados a la periferia, como mismo a lo interno de cada país la homeostasis del sistema exige, para afectar lo menos posible al proceso de acumulación, que el conflicto acumulación y distribución sea trasladado o derivado a su periferia. Los usos del excedente o plusvalía generados en el proceso de trabajo requieren, en el proceso de reproducción de capitales, que estén subordinados a su sostenimiento y que participen en la distribución solo de un modo en el que no afecten el proceso anterior. Es decir: o distribuye lo menos posible el excedente generado o crea su propia periferia. Es una ilusión la idea de que las relaciones entre actores económicos independientes entre sí, mediante la competencia con arreglo a la ley del valor, permita con el aumento del excedente eliminar las formas periféricas a partir de una mejor distribución. Incluso las «periferias acomodadas» tendrían su propia periferia.
La idea del Estado como árbitro entre actores económicos relativamente independientes, que garantice el ajuste a reglas de los actores económicos en pugna, puede garantizar un combate justo pero no puede evitar que haya un perdedor.
La reproducción ampliada del capital premiará siempre a quien pueda retener una mayor parte del excedente para que favorezca al proceso de acumulación. Aquellos actores que —por poner un ejemplo— deriven una parte importante de su excedente a la distribución entre sus trabajadores, como ocurre en formas cooperativas, no podrían sobrevivir si no existe una decisión política externa al mercado que les preserve. La apropiación privada del excedente está directamente relacionada al proceso de acumulación y su reproducción ampliada, mucho más que la apropiación colectiva. Las formas cooperativas dentro de los marcos del capital están acotadas a un margen de acción muy específico, no son generalizables sin un poder político que les acompañe.
Las sinergias que pueden darse entre las formas cooperativas y su desarrollo dentro del orden del capital, están siempre sobredeterminadas por los rangos o márgenes que las tendencias dominantes en el proceso de acumulación le imponen.
La transición socialista requiere un carácter totalizante que no quiere decir totalitario. Esto significa que debe abarcar todos los aspectos de la sociedad, y debe proponerse procesos de transición en todos sus espacios de reproducción.
La reproducción ampliada del socialismo exige crear una concepción propia del desarrollo, una idea propia de eso que llamamos el conjunto de necesidades de la sociedad, y aquello que designamos como «fuerzas productivas». El tránsito al socialismo es una decisión política, sólo es posible con la construcción de un poder socialista. Una serie de componentes de la sociedad socialista requieren la reproducción ampliada de la esfera de lo material, pero esta instancia, así como todas las demás del conjunto social, deben encaminarse hacia otro lugar diferente por esencia a la reproducción del capital. En el poder socialista de la transición deben cambiar las formas de acumulación del excedente, las formas de apropiación del excedente y las formas de distribución del excedente. En las formas de acumulación la transición socialista está obligada a crear una nueva manera de producir y crear, el sujeto colectivo se transforma en el proceso de trabajo, y su trabajo debe conducir a otra finalidad que no es la de competir en el mercado para tener un mejor lugar con arreglo a la ley del valor. Se transforma el lugar del sujeto en el propio proceso del trabajo. Se debe transformar el modo de apropiación del excedente y producto del trabajo, si ahora el proceso dominante no es la apropiación privada del excedente, se deben crear formas de representación del sujeto colectivo y que estén subordinadas a este.
El Estado debe tener una nueva función mientras no pueda ser abolido como sistema de dominación, debe ser un Estado controlado lo más colectiva y democráticamente posible, un verdadero Estado popular con una conducción política que rinda cuentas de manera permanente por múltiples vías y todas vinculantes.
El socialismo no es solo un modo de distribución, pero es también una nueva forma de distribuir y no debe crear su propia periferia, ni conformarse con obtener ventajas transitorias del carácter periférico de otros. Si una parte importante del excedente ahora no va hacia la acumulación y a la reproducción ampliada de capitales, y es derivada a la distribución en toda la sociedad mediante distintas vías y prestaciones sociales, las posibilidades de aumento del excedente son menores, debe ocurrir entonces una transformación de eso que entendemos por las «necesidades continuamente crecientes».
El socialismo reclama un cambio en el sujeto, en el tipo de necesidad y en el modo de satisfacción de esa necesidad.
Las características del modo de consumo en la reproducción ampliada del capital están atadas a la reproducción de este. Hay una ideología en el capitalismo que genera la ilusión de que todos los consumos son posibles para todos, pero escondiendo el hecho estructural de una parte importante y periférica que subconsume, y que a veces ni siquiera consume, pero como efecto estructural no como accidente.
Aunque en cada uno de estos ejes no se avanza del mismo modo e incluso puede haber lamentables retrocesos o repliegues de carácter táctico, deben ser elementos consustanciales al horizonte del proyecto estratégico de la transición, y deben inventarse formas creativas de avanzar en cada uno de ellos todo lo que nos sea posible.
Los cambios que se operen en la cadena de valor de los productos, requieren en alguna porción herramientas propias del proceso de acumulación de capitales y formas de manejo del excedente que le garanticen. Esos cambios operados en la cadena de valor no son sólo técnicos, entrañan transformaciones ideológico-culturales no sólo en la relación del sujeto a lo interno del proceso técnico, también en el contexto más amplio que generan los potenciales consumos.
El carácter destructivo del proceso técnico del capitalismo no disminuyó, más bien se acrecentó mucho más si tomamos en cuenta el carácter expansivo que adquirieron líneas de producción no ligadas no sólo a valores de uso reproductores de la vida, sino productores de muerte y destrucción total, como la producción militar atómica. Grandes cantidades de recursos —varios no renovables— que son gastados y pueden permanecer cientos de años sin usarse. Esas tendencias destructivas fueron analizadas por Marx pero han aumentado de un modo que no alcanzó a ver. Ello nos permite retomar a Meszaros en otro sentido cuando enfatizaba que ello exige mayor rigor en el momento de decidir qué formas del proceso de acumulación de capitales se pueden adoptar, porque las formas de inserción en los modos actuales de la cadena de creación de valores están sobredeterminadas, mucho más en el caso de Cuba, donde hay otros determinantes permanentes como la guerra económica de los Estados Unidos, que condicionan esa inserción en múltiples sentidos.
¿Cómo insertarse sin perder la transición socialista como tendencia social dominante? ¿Cómo tomar distancia sin comprometer los niveles de desarrollo requeridos para garantizar un conjunto de necesidades imprescindibles para sobrevivir? ¿Cómo insertarse de un modo en el que no queden afectados los objetivos estratégicos de la transición por la apuesta táctica de herramientas monetario-mercantiles y con el conjunto de efectos que son propios de la acumulación de capital en sus múltiples dimensiones? Para ello es necesario un diagnóstico acertado de las características del capitalismo actual, mundial, regional, las posibilidades de inserción en función de los rasgos de la economía cubana. Subordinar los rasgos de la inserción a un proyecto de desarrollo propio.
Los cambios operados en los últimos tiempos con respecto a la cadena de valor, dan mayor peso a los sistemas de innovación que participan de la concepción y diseño de los productos. Cuba tiene potencialidades enormes, tomando en cuenta las características del campo científico que fue desarrollado por la revolución y que puede fortalecerse pensando en esa estrecha articulación que puede lograrse vía la planificación entre universidades, centros científicos, sistema empresarial y conexión con otros actores miembros de la cadena de valor en otras regiones del mundo a las que se pueda acceder. Pero esa inserción no se hará sin los efectos propios del mercado capitalista que influirá en sus rasgos.
Lo decisivo será, de nuevo, el campo de la política buscando las vías y modos mediante los cuales, además de aminorar los efectos de dicha inserción, se reviertan los excedentes no sólo en una mejor distribución sino en las dimensiones económicas, ideológicas y sociales propias del objetivo estratégico socialista.
Para ello es necesario tener absoluta claridad de qué es socialismo y qué no es socialismo. Desmontar conceptos y discursos muy engañosos y nocivos como el de «socialismo de mercado», «tomar las cosas buenas del capitalismo», que «al socialismo se llega por fases», que «ahora no hay las condiciones, pero más adelante», eufemismos y estrategias de autoengaño —intencionales o no— pero que conducen de manera irremediable al capitalismo.
Nombrar a la apropiación privada del trabajo ajeno y a los fenómenos del capitalismo como lo que son. Asumir que necesitamos dar un paso atrás, retroceder o tomar tácticas del proceso de acumulación capitalista pero sin buscar racionalizaciones falsas en las que digamos que el socialismo «necesita al mercado», «que puede haber un desarrollo armónico entre sector privado y espacios no privados y de propiedad social», porque no es verdad, son muchas las tensiones y ninguna fácil de resolver y todas con efectos decisivos en si somos o no socialistas.
Por lo mismo debe afirmarse el carácter positivo del socialismo a partir de la conservación y creación de extendidas zonas o espacios de relación donde prime un metabolismo de reproducción social propio del socialismo bajo otras reglas, y generar las condiciones de modo paulatino para que este supere aquel y se mantenga como tendencia dominante. Ahora, sabiendo que es un proceso largo y que no bastará con el ejemplo cubano, habrá que fortalecer, retomar y recrear de múltiples maneras el impulso integracionista regional, apoyar los procesos de cambio que se generen en América Latina, ayudar en la creación de las condiciones subjetivas para que se desencadenen procesos de cambio y transformaciones regionales, y que la práctica internacionalista sea también un factor decisivo para el verdadero «desarrollo de nuestros pueblos».
¿Qué hacer si nos niegan ciertos mercados, ayudas o créditos por nuestro internacionalismo, aduciendo que nos insertamos pero al mismo tiempo apoyamos a movimientos de cambios en los países con los que nos relacionamos? Aquí hay un juego de fina política, pero atravesado por principios revolucionarios. ¿Por qué, si nosotros para relacionarnos con el mundo muchas veces hacemos abstracción del carácter de explotadores que poseen sus gobernantes con el pueblo, no habrían de hacer abstracción ellos de nuestra condición de revolucionarios?
No debemos «escondernos tras los conceptos» como pedía el Che, debemos aferrarnos a los principios en cuestiones donde perderíamos completamente el rumbo. Fernando Martínez Heredia nos diría que todo lo anterior es sumamente difícil, pero es lo único factible y necesario.
¿Por qué tenemos que aceptar que su carácter de explotadores quede inalterable y nuestra condición de revolucionarios deba atenuarse o desaparecer?
La tarea pragmática y realista de nuestra época es defender la transición socialista por todas las vías posibles, aunque seamos el único país y todas las «circunstancias» y sus «voceros» aconsejen lo contrario.
Fuente: https://medium.com/la-tiza/el-che-y-los-voceros-de-las-circunstancias-c677939ba9c