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El cinismo en la política

Fuentes: Rebelión

En el imaginario popular, Maquiavelo está desacreditado sólo por una de sus frases en El Príncipe: «el fin justifica los medios». Idea que, como tantas otras, se divulgan fuera de contexto. Pues esa frase aludía a la estrategia del mal príncipe, César Borgia. El buen príncipe era prudente. El buen Príncipe era Fernando I de […]

En el imaginario popular, Maquiavelo está desacreditado sólo por una de sus frases en El Príncipe: «el fin justifica los medios». Idea que, como tantas otras, se divulgan fuera de contexto. Pues esa frase aludía a la estrategia del mal príncipe, César Borgia. El buen príncipe era prudente. El buen Príncipe era Fernando I de Castilla. De modo parecido fue absolutamente desacreditado el Cinismo. En este caso debido al uso caprichoso del lenguaje que no afina y si­gue la deriva de la reacción de la época contra los seguidores de su Escuela; es decir, por las formas de contestación de sus filósofos a la sociedad griega, y no por el contenido de la filosofía cínica. En el fondo, otra manera de salir las cosas de contexto… 

Así es cómo desde aquel entonces y en adelante para la posteridad, resulta que la primera definición de cinismo en el diccionario de la real academia de la lengua española es desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. La se­gunda es impudencia, obscenidad, descaro. Pero también, como de­cía, Cinismo es doctrina de los cínicos … La Escuela de los Cínicos, fundada en la antigua Grecia durante la segunda mitad del si­glo IV a.C, reinterpretando la doctrina socrática, consideraba que la civilización y su forma de vida era un mal, y que la felicidad venía dada siguiendo una vida simple y acorde con la naturaleza; que el ser humano llevaba en sí mismo ya los elementos para ser fe­liz y conquistar su autonomía y eso era de hecho el verdadero bien. Despreciaban las riquezas y cualquier forma de preocupación material. El ser humano con menos necesidades era el más libre y el más fe­liz. Diógenes e Hiparquía, por cierto una de las primeras filósofas de la historia y desde luego la primera feminista, fueron fa­mosos por lo que entonces se consideraban excentricidades. Con sátiras y diatribas arremetían contra la corrupción de las costum­bres y los vicios de la sociedad griega de su tiempo…

Como se ve, nada de esta filosofía ha quedado en la etimología de las nociones de cínico y de cinismo en la sociedad desde entonces hasta hoy. Sin embargo, ¿acaso somos cínicos (según el fosilizado y denigratorio sentido de la palabra cínico) quienes pensamos y decimos que la civilización y su forma de vida están siendo un mal para la sociedad mundial, para el ser humano y para el planeta que habita, y que la felicidad posible se alcanza mediante una vida sim­ple y acorde a la naturaleza? No. Pero del concepto cínico sólo ha quedado la corteza: hablar con desvergüenza, contra el sentido común, escandalizar, mentir, tergiversar, exagerar… Hasta tal punto eso es así que, compartiendo muchos se­res humanos hoy el fondo de la doctrina cínica y el sentido primigenio que tiene la filosofía de los cínicos de la anti­gua Grecia, las sucesivas capas culturales y antropológicas que se han ido superponiendo desde entonces para desacreditar al cínico en su aspecto supuestamente innoble, han ente­rrado su significado positivo y hecho del cínico un individuo despreciable.

Pero España (quizá todas las sociedades humanas levantadas sobre la civilización grecolatina), es un país plagado de paradojas, de contrasentidos, de incongruencias y enalbardada por la hipocresía y por el cinismo a partes iguales. En la vida ordinaria el cinismo y la hipocresía, que es esta última casi siempre un mecanismo incons­ciente de de­fensa y no un acto de engaño consciente, es muy raro que se den en la misma persona. Sin embargo, en el campo de la política espa­ñola, hipocresía en su sentido de simulación y cinismo en su sen­tido de desvergüenza coinciden cada vez con más descaro en el político español. Y con mucha mayor frecuencia en el de per­fil conservador: en la vida privada es un hipócrita y en la vida pública un cínico.

Porque en este país de escaso recorrido democrático, donde esca­sean el espíritu ingenuo y la diplomacia que no se confunde con la simulación, y sobran la parresía, es decir, la franqueza hiriente y la rudeza en el hablar, abunda esa clase de políticos hipócritas y cínicos al mismo tiempo, cuyo cinismo encubre su hipocresía y la hipocresía encubre su cinismo según la circunstancia, el mo­mento y el caso. Pues si la hipocresía apenas admite grados, no es conta­giosa ni es imitable pues depende sólo de la índole de la personalidad o de experiencias que dejan huella, el cinismo admite niveles, es contagioso, hace escuela, y no precisamente filosófica, y puede alcanzar cotas superlativas. Y a menudo en política va acom­pañado de grandes dosis de logorrea sin poner límites a false­dades para minar con juego sucio el crédito del adversario. Esta es la práctica habitual de ese político español del momento. Ese líder político que añade a las funestas consecuencias de la política de sus predecesores, la repulsión sentida colectivamente hacia su persona por estar probado que además es un impostor…

Me refiero al líder de un partido nutrido de centenares o miles de miembros la­drones que, mientras se estaban produciendo los efec­tos nefastos de una crisis financiera mundial, ellos se dedicaban a desvalijar literal­mente las arcas públicas durante todo el periodo que abarca este re­medo de democracia, esclerotizando la vida de mi­llones de españo­les. Político y líder cuyas graves falsedades académicas si no han calado mucho en la sociedad es por dos motivos: uno, que las bellaquerías informativamente hablando se desplazan vertiginosamente unas a otras como los universos entre sí, y otro, que los brazos de su partido son muy largos y alcanzan a los centros neurálgicos del poder, sea el académico, el judicial, el Se­nado, las finanzas, y casi to­dos los medios de información. Y este fantoche, en lugar de pedir perdón a la ciudadanía por sus im­posturas personales y la corrupción de sus correligionarios, niega su corrupción y tiene el cinismo de postularse como el mayor ene­migo de la corrupción… ajena.

Sin embargo, el mundo entero está al corriente de que su cinismo y el cinismo institucional de su partido se elevan al cubo. Pues hay por medio una circunstancia de coyuntura. Y esa es que tras haber desencadenado otra crisis gravísima territo­rial (después de la otra, la entrada de España en guerra en Asia), en cuya virtud se están sol­ventando en estos momentos penas de cárcel para siete gobernantes catalanes, este petimetre impos­tor líder del partido ame­naza con aplicar el artículo 155 con su interpretación más se­vera si llega al gobierno. Le importa un comino a este cínico nausea­bundo que el presidente de su partido en 2006 exigió en la Cámara Alta al gobierno español de enton­ces ¡un referéndum en Ca­ta­luña!

Confiemos, no obstante, que en una España en la que, salvo cor­tos espacios de tiempo, nunca reinó la cordura política, los españo­les no propicien con su voto la involución de derechos, libertades y es­peranzas que se proponen estos cínicos modernos de su misma nacionalidad. Esperemos que al fin esté próximo ese momento en que se puedan materializar las palabras del Dante: Incipit vita nuova. «Una nueva vida ha comenzado»…

Jaime Richart, Antropólogo y jurista 

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