El colapso de la civilización actual en la vorágine del capitalismo ya no se puede detener. El destino catastrófico de la humanidad en vista del deterioro ambiental y las múltiples crisis ecológicas a nivel global (provocadas en gran parte por el «progreso» de la industria del capital) que afectan los ecosistemas resulta innegable. No obstante, […]
El colapso de la civilización actual en la vorágine del capitalismo ya no se puede detener. El destino catastrófico de la humanidad en vista del deterioro ambiental y las múltiples crisis ecológicas a nivel global (provocadas en gran parte por el «progreso» de la industria del capital) que afectan los ecosistemas resulta innegable. No obstante, la vida en la Tierra no morirá, sino que seguirá su camino para recuperarse y superar cualquier adversidad ocasionada por la humanidad, pero no será así para las sociedades que sucumbirán en mayor o menor medida a las transformaciones de los territorios que habitamos.
Para poder pensar de manera geopolítica y actuar de manera local, sostengo que es urgente comprender qué significa el colapso para alimentar el debate sobre lo que está ocurriendo y reconocer cuáles son las posibles opciones para sobrevivir a lo que lxs zapatistas llamaron la Tormenta; es decir, el resultado de un diagnóstico crítico y bien fundamentado que ilustra la profundización de distintas crisis en el futuro inmediato.
En la obra de Taibo [1] podemos rastrear algunas pistas analíticas que nos permitan comprender el contexto mundial actual. Para este autor, el colapso implica «un golpe muy fuerte que trastoca muchas relaciones, la irreversibilidad del proceso consiguiente, profundas alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades básicas» (Taibo, 2017, p. 32); en otras palabras, el hundimiento de la civilización como la conocemos ahora. Los factores que atribuyen a ello son diversos: «el cambio climático, el agotamiento de las materias primas energéticas, los problemas demográficos y una crisis social y financiera de hondura difícilmente rebajable» (Taibo, 2017, p. 22). Para acotar el concepto y evitar confusiones teóricas, Taibo aborda seis aristas para la comprensión del colapso.
Primero. No es lo mismo el colapso que la decadencia social; es decir, el colapso puede ser una forma radical de decadencia civilizatoria que se expresa por muchos sentidos y en diferentes grados, aunque esta no sea total. Esta acotación no es nueva. En los fundamentados trabajos de investigación de Diamond [2] y de Tainter [3] se abordan algunas características de colapsos de civilizaciones en el pasado que vale la pena revisar para comprender el contexto actual. Sin embargo, la novedad es que el colapso actual por primera vez en la historia de la humanidad tiene alcances sistémicos.
Segundo. El colapso es un proceso; cada etapa que ocurre nos acerca a la orilla del abismo, pero hay un momento donde el hundimiento será irreversible. El problema es que se suele pensar que llegará en un momento y hora determinada, pero no es así. El colapso puede ser veloz o puede ser lento, quizá si es rápido produzca distintas reacciones de solidaridad o apoyo mutuo entre la gente, por ejemplo como sucedió en el pasado terremoto en México o en escenarios de tragedias similares donde la acción colectiva actúa casi de manera espontánea. Si el colapso se convierte en un proceso más lento es más peligroso, porque «la percepción de que las cosas van a peor genera, antes bien, una mecánica de defensa de los privilegios y propicia las respuestas autoritarias» (Taibo, 2017, p. 35). Lo más probable es que estemos viviendo ya etapas del colapso en este último sentido.
Tercero. El colapso se constituye de varios colapsos simultáneos; las crisis políticas, los escenarios de guerra, los fenómenos climáticos extremos, las invasiones territoriales, el agotamiento de recursos, la hambruna, entre otros, son consecuencias que preceden al colapso y se expresan con diferentes niveles de profundidad a partir de los contextos urbanos y rurales a nivel planetario.
Cuarto. La complejidad de las sociedades no podrá resolver el colapso; a pesar de que existe una idea más o menos establecida de que la acción de las élites mediante la ciencia o la ingeniería podrá ofrecer alguna solución para salvaguardar la vida humana, es probable que esto no sea así. Antes bien, las élites cuidarán sus intereses políticos y económicos y aunque deseen ofrecer soluciones, estas requerirán de energía, la cual será escasa en un contexto cada vez más complejo para la producción de cualquier tipo de tecnología. Habrá que recordar que hemos llegado a picos de distintas energías no renovables, entre ellos el petrolero, energético más consumido en todo el orbe.
Quinto. Los códigos valorativos de la sociedad; este argumento supone pensar que el colapso que sintetiza la destrucción de las instituciones existentes que rigen la vida en sociedad acarreará la barbarie social. Pero, ¿no son las instituciones existentes el origen de la barbarie misma que hoy explota a los sectores populares en todo el mundo? Habría que poner en duda si todo lo que sucede en el contexto del postcolapso es negativo para la vida humana.
Sexto. El colapso no es una crisis, ni una catástrofe, ni se opone a resiliencia; aunque con frecuencia son utilizados como sinónimos, no es muy adecuado hacerlo. La crisis más bien apunta a un proceso que puede ser superado porque tiende a enmarcar un periodo histórico. Por su parte, la catástrofe se vincula a procesos de extinción, pero es en realidad una proyección del colapso o de lo que podría suceder. Tampoco el concepto de colapso se contrapone a resiliencia. Si bien el colapso desestabiliza las relaciones, no acaba con la actividad de apoyo entre sujetos diversos.
Contrario a una posición a favor del crecimiento económico como modelo de bienestar social, Taibo defiende una postura política vinculada al decrecimiento de las sociedades como la única salida para postergar las expresiones más profundas del colapso. Por último, tomando en consideración que el capitalismo como sistema ha provocado el cambio climático, la magnitud del agotamiento de recursos estratégicos, el descongelamiento de los polos, la pérdida de bosques y selvas, la falta de agua potable, la expansión de enfermedades, las crisis de sistemas financieros, guerras y un entorno cada vez peor para las mujeres; sumado a la evidente incapacidad del capitalismo para auto limitarse (por ejemplo en el desmedido consumo de energía mundial o el afán de acumulación por despojo), el camino hacia el colapso parece ineludible.
Ante este escenario ¿qué nos queda? Lo primero es buscar alternativas de vida que se están gestando aquí y ahora para visibilizar e inspirarnos en ellas con el objetivo de motivar nuestra propia acción. Un potente ejemplo es la revolución de las mujeres del pueblo kurdo en el Medio Oriente, el cual representa un proyecto político-organizativo de autonomía regional, que muestra la posibilidad de organizar la vida sin depender de los Estados ni del capital para satisfacer las necesidades básicas de la población.
Los pueblos kurdos (gente de las montañas) agrupan a más de 30 millones de personas que nunca han tenido un Estado propio. Las comunidades kurdas se encuentran dispersas en una diáspora de cuatro Estados que invadieron militarmente su territorio ancestral y configuraron las naciones de Turquía, Irán, Irak y Siria. A finales de la década de 1970, lxs kurdos conformaron el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una confederación de organizaciones en lucha por la independencia del pueblo kurdo frente a las naciones que subsumieron sus lenguas, historias y memorias.
En principio, el PKK se orientaba en una ideología marxista-leninista y su horizonte era la constitución de una nación kurda independiente. Sin embargo, sus principios políticos actuales son radicalmente distintos, en buena parte gracias a los aportes teóricos y estratégicos del líder kurdo Abdullah Öcalan, actualmente preso en una isla donde es el único reo en toda la cárcel. La propuesta política kurda definida como Confederalismo Democrático, Femenino y Ecológico constituye un modelo de organización social basada en la democracia directa, la autodefensa y la autoadministración de la vida sin Estado, con un papel protagónico de las mujeres frente al patriarcado y en defensa de la Madre Tierra. A mi modo de ver, la vigencia de la revolución de las mujeres del Kurdistán ha ganado terreno en los debates sobre alternativas al sistema capitalista y patriarcal en el mundo por dos razones emergentes.
Primero. Porque han construido regiones autónomas que funcionan en «redes de empresas autogestionadas de trabajadores, entidades de autogobierno comunal, así como federaciones y asociaciones operativas de grupos superpuestos de acuerdo a los principios de auto-organización, democracia participativa directa y estructuras vecinales que operan a través de consejos» [4], con lo que reinventan «mundos otros» anticapitalistas y antipatriarcales a partir de su propia acción. En palabras de Öcalan, «el Estado será superado cuando el Confederalismo Democrático haya demostrado sus capacidades para resolver problemas con vistas a los asuntos sociales. Esto no significa, sin embargo, que los ataques de los Estados-Nación deban ser aceptados. Las confederaciones democráticas mantendrán sus fuerzas de autodefensa en todo momento» [5]. De este argumento es posible entender la posición político-militar en el Kurdistán, en el marco de una guerra genocida para exterminar a los pueblos kurdos.
Segundo. Porque es fundamental la capacidad de organización y participación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida para contrarrestar la dominación masculina. Su agencia en la producción de alimentos, en proyectos agroecológicos, en la responsabilidad de cargos públicos, en la coordinación de grupos de estudio entre mujeres, en la conformación de agrupaciones de autodefensa femenina, en tribunales de justicia y redes de apoyo para mujeres, así como en cientos de espacios de aprendizaje y socialización de perspectivas femeninas para liberar la vida, como la jineoloji (ciencia de las mujeres), resulta vital para transformar la sociedad [6]. El corazón de la revolución de los pueblos kurdos son las mujeres y la comprensión de que la liberación de las mujeres es la liberación de la sociedad.
La revolución kurda como alternativa civilizatoria muestra que es posible la «construcción de espacios autónomos auto-gestionados, desmercantilizados y, ojalá, despatriarcalizados (y en esfuerzos encaminados a autogestionar y a socializar, hasta donde ello sea posible, los servicios públicos). Esos espacios […] tanto pueden servir para evitar el colapso como para prepararnos para lo que está llamado a ocurrir después de aquel» (Taibo, 2017, p. 181). Habría que considerar esta experiencia para organizar nuestras rebeldías e imaginar nuevas formas de colectivizar las resistencias a partir de nuestras propias condiciones para sobrevivir en el futuro.
Referencias:
[1] Taibo, Carlos (2017), Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo, Buenos Aires, Libros de Anarres, Tupac Ediciones, Terramar Ediciones.
[2] Diamond, Jared (2005), Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Barcelona, Debate.
[3] Tainter, Joseph (2006), The collapse of complex societies, Cambridge, Cambridge University.
[4] López y Rivas, Gilberto (2018), «Autonomía y Confederalismo Democrático en el Kurdistán», en La Jornada. Disponible en: https://www.jornada.com.mx/
[5] Öcalan, Abdullah (2014), Confederalismo Democrático. Propuesta libertaria del pueblo kurdo, México, El Rebozo.
[6] Véase «alternativas de género. El rol de las mujeres en Rojava»: https://www.youtube.com/watch?
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