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La dialéctica de Pandora (IV)

El comunismo se hace carne

Fuentes: Claridad

En su obra cumbre El principio esperanza, señala el filósofo marxista alemán Ernst Bloch lo siguiente: «En sentido primario, el hombre que aspira a algo vive hacia el futuro; el pasado sólo viene después; y el auténtico presente casi todavía no existe en absoluto. El futuro contiene lo temido o lo esperado; según la intención […]

En su obra cumbre El principio esperanza, señala el filósofo marxista alemán Ernst Bloch lo siguiente: «En sentido primario, el hombre que aspira a algo vive hacia el futuro; el pasado sólo viene después; y el auténtico presente casi todavía no existe en absoluto. El futuro contiene lo temido o lo esperado; según la intención humana, es decir, sin frustración, sólo contiene lo que es esperanza».(1)

Es lo que yo llamaría la dialéctica de Pandora, ese forcejeo permanente entre lo dado, que nos pesa, aflige y se nos presenta como eternamente repetible, y lo deseado, lo aspirado y lo esperado, como alternativa, como otra cara de lo real que a ratos se nos oculta, pero que en otros momentos nos da señales de estar en trance de ser y materializarse entre nosotros. El mito antiguo de Pandora representa esa permanente lucha entre la necesidad y la libertad. Es la condición más explosiva y pesada de la condición humana.

Sin embargo, el destino de lo humano es traspasar las tiránicas limitaciones de la necesidad para alzarse sobre las ansias potenciadoras de la libertad. En todo presente, además de lo que se pueda observar a primera vista, existe un impulso, una ruptura, una incubación y una anticipación de lo que aún no ha llegado a ser. La esencia de la humanidad no está, en ese sentido, en lo que ha sido sino en aquello que sueña ser.

Vivimos en una era en que la esperanza se va encarnando como libertad común, como resultado de una construcción social plural. Lo uno se transforma a partir de lo múltiple. Tal vez uno de los mejores ejemplos de ello es el caso de Bolivia y precisamente en ello radica su enorme valor histórico.

La construcción del nuevo Estado plurinacional y productivo se inscribe dentro de lo que el intelectual boliviano René Zavaleta llamó una sociedad abigarrada, una sociedad atravesada por una hibridez que lleva a la coexistencia de facto de varias sociedades y diversas culturas con sus correspondientes cosmovisiones. ¿Cómo en un contexto tal se articulan los múltiples tiempos históricos y espacios sociales? ¿Cómo se produce el nuevo orden desde lo local, ese espacio contemporáneo de la verdadera autodeterminación, de manera coordinada con los esfuerzos de gestión gubernamental bajo el Estado actual? ¿Cómo se transita efectivamente desde un principio de representación que bajo el estado-nacional burgués estuvo centrada en el gobierno hacia un principio difuso, plural omniversal de la representación, donde cada ciudadano, como tal, se representa a sí mismo dentro de una democracia radicalmente potenciada? ¿Cómo se consigue que las decisiones políticas sean efectivamente actos comunes?

Precisamente, esta constituía la principal inquietud compartida por un grupo de integrantes del equipo de gestión pública del gobierno actual que asistió a una elocuente y ilustrativa conferencia sobre «El Estado plurinacional», ofrecida a comienzos de mayo en la sede de la Vicepresidencia a cargo del filósofo político boliviano, Luis Tapia. Los funcionarios se quejaban de las dificultades que presentaba tener que trabajar sin referentes o modelos preestablecidos. Lo novedoso de su experiencia era que no había nada dicho y menos escrito sobre cómo debían proceder en su trabajo de gestión gubernamental y los intentos de conjugar sus esfuerzos centrales con los de las instancias locales de gobierno. Demasiadas veces se sentían incómodos al verse obligados a improvisar sobre la marcha, a partir de lo dictado por la experiencia misma. Tapia les respondió que el nuevo diseño constitucional requiere ahora de un proceso complejo de creación de los nuevos espacios y las prácticas que lo harán operacional, que lo harán realidad. Hay que estar dispuestos a inventar, para no errar, me pareció estar escuchando. Menos hay que desesperar cuando por fin hay tanto por lo que esperar.

Ahí esta precisamente lo refrescante del proceso boliviano. Se trata de producir un estatismo de nuevo tipo, añadió por su parte el constituyente y pensador crítico boliviano, Raúl Prada, en la conferencia antes mencionada. Y dicho estatismo tiene que ser fluido como el proceso mismo de cambio histórico y tiene que estar apuntalado en la comunidad como su fuente material de autoridad y normatividad. En las circunstancias históricas actuales de Bolivia, el Estado no domina ya de forma exclusiva la esfera de lo público. En la medida en que éste se ha encarnado en la comunidad, se ha ido rediseñando a partir de las formas nuevas de gobierno sobre lo concreto que surge de su seno.

Es así como el «comunismo», es decir, la experiencia de lo común surge, según Prada, como «construcción en el presente del entramado social alternativo al Estado y a las estructuras sociales capturadas por el Estado y por el capital». Y abunda al respecto: «El comunismo de los procesos desatados en las luchas sociales; procesos deconstructivos de los ordenamientos institucionales: al mismo tiempo, procesos constructivos de las formas sociales de lo colectivo».(2)

El comunismo es, en última instancia, no una utopía permanentemente postergada, sino que esa constelación de prácticas sociales y políticas que van transformando las conciencias y las realidades en todos los ámbitos. El comunismo es el acto constituyente de lo esperado que irrumpe en la historia nuestra de cada día.

Al respecto coincide el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera cuando expresa: «El horizonte general de la época es comunista. Y ese comunismo se tendrá que construir a partir de capacidades autoorganizativas de la sociedad, de procesos de generación y distribución de riqueza comunitaria, de autogestión». No obstante, seguidamente advierte que si bien ese es el horizonte general, el horizonte inmediato es algo más concreto: «la conquista de la igualdad, redistribución de riqueza, ampliación de derechos. La igualdad es fundamental porque quiebra una cadena de cinco siglos de desigualdad estructural, ese es el objetivo de la época».(3)

La potenciación radical de la democracia y la descolonización plena de la vida se convierte así en un paso imprescindible para abrirle paso a formas más avanzadas de lo común. Y es que el comunismo no es una ideología, ni una nueva realidad que se impone desde arriba por una autoproclamada vanguardia y menos es un Estado, sino el movimiento real de la sociedad mediante el cual se supera el estado de cosas actual a través del despliegue decidido de la autodeterminación y la construcción plural de lo común. Es la constitución de un nuevo tiempo y espacio histórico como capacidad común de producir y reproducir nuestro modo de vida en plena libertad, la única real alternativa posneoliberal y poscapitalista. Por fin se va entendiendo lo dicho por Marx.

(1) Ernst Bloch, El principio esperanza, Editorial Trotta, Madrid, 2004, p. 27.

(2) Raúl Prada, Subversiones indígenas, CLACSO, Muela del Diablo Editores y Comuna, La Paz, 2008, pp. 16-17.

(3) Pablo Steffanoni, Franklin Ramírez y Maristella Svampa, Las vías de la emancipación: Conversaciones con Álvaro García Linera, Ocean Sur, México, 2009, p. 75.

 

El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad».