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El concepto «Pueblo» en el sur de América durante el nacimiento de la independencia

Fuentes: Rebelión

El objetivo del siguiente desarrollo, no es realizar una reconstrucción histórica meticulosa sobre el desenvolvimiento del pueblo como entidad o sujeto histórico/político; sino que se busca que, a partir de cierto recorrido histórico, se pueda dar cuenta de las tensiones y continuidades que se han ido construyendo, de las disputas conceptuales existentes, alrededor de la […]

El objetivo del siguiente desarrollo, no es realizar una reconstrucción histórica meticulosa sobre el desenvolvimiento del pueblo como entidad o sujeto histórico/político; sino que se busca que, a partir de cierto recorrido histórico, se pueda dar cuenta de las tensiones y continuidades que se han ido construyendo, de las disputas conceptuales existentes, alrededor de la noción de pueblo en esta parte del continente. Esto exige enmarcar las discusiones en un espacio geográfico determinado, y en los momentos históricos donde esa disputa va desenvolviéndose, para poder así aprehender los alcances, sentidos y utilización política que se le dan al concepto en cuestión.

El recorte comienza con las primeras discusiones que sirven de puntapié a la noción de independencia patria, a principios del siglo XIX. Si bien, de algún modo aleatorio (como todo recorte), no está fundado en el capricho ni carece de explicación. Retomar las discusiones que se sucedieron en los momentos fundacionales de la patria, se explica en razón de entender que es allí, donde las discusiones (históricas y conceptuales) posteriores en torno al significante pueblo , se encontraban ya presentes, al menos de manera germinal. Escarbar allí permite una perspectiva que sitúa la discusión en los parámetros propios de nuestra historia, señalar sus particularidades específicas, y así poder observar en el origen, las disputas que hoy con continuidades y rupturas, se siguen desplegando.

En la Oración Inaugural que Bernardo de Monteagudo pronunciara en la apertura de la Sociedad Patriótica el 13 de enero de 1812, dijo que la sociedad patriótica debía focalizar todos sus esfuerzos en lograr «grabar en el corazón de todos esta sublime verdad que anunció la filosofía desde el trono de la razón: la soberanía reside sólo en el pueblo » (Monteagudo, 2009:235). Estos eran los argumentos que se esgrimían desde principios de siglo a lo largo y ancho del continente americano para echar a andar el proceso independentista. Esta fue la principal tesis que sirvió a los patriotas de la ciudad de Buenos Aires en mayo de 1810.

Si bien este argumento bastó en un primer momento de impulso revolucionario, no tardó en comenzar a ser un significante vacío sobre el que se libraban disputas que pugnaban

por llenarlo de contenido. Es así que desde un primer momento, la reasunción de la soberanía por parte del pueblo, abrió (o continuó) una zona gris que, como herida cortante, no iba a cerrarse a lo largo de la historia nacional.

Dependiendo del hablante, del contexto histórico, de la coyuntura política, variará la noción que se construye de pueblo . En un relato que data de principios del siglo XIX pero se publicó por primera vez en 1960, cuyo autor es desconocido, y lleva por título Diario de un soldado ; se muestra ya que la parte más baja de la sociedad, había incorporado el vocablo pueblo a su léxico cotidiano, como mínimo, unos años antes que la revolución de mayo. Así, al relatar los hechos acaecidos con ocasión de las invasiones inglesas, señala en numerosas oportunidades al pueblo como el actor principal de los sucesos.

Dicho diario relata que el 14 de agosto de 1806, «Se abrió Cabildo publico adonde concurio toda la Ciudad a tratar/ Si devian rezevir el Sr. Virey Sobremonte que estaba cerca de Lujan en camino para esta Capital con 3 mil cordoveses esta mañana ubo en Cabildo unos partidos aunque el populacho quando el Sr. Rejenti Obispo y otros majistrados se presentaron al Cavildo digo en su balcón a preguntar al pueblo si eran gustosos que fuesen gobernados por Sobremonte y viniera a esta ciudad todos respondieron que nó nó nó nó no lo queremos muera ese traidor nos a vendido es desertor» ( Diario de un soldado, 1960: 39).

En otra parte dice, refiriendo ahora a lo sucedido el 6 de febrero de 1807, «En este día demostró esta capital darse quejosa sobre los echos de S.E. y Real Audiencia Pidio el Pueblo cabildo abierto concurio Gritando la autoridad quitada a S.E. y fuera la Real audiencia omito los desetinos que en este dia pedian Presto se junto en cavildo el Sr. de linier Audiencia cavildo y un cresido Nº de vezinos el Sr. obispo a la gritería del Pueblo salio al Balcon el Sr. de liniers a sosegar el Pueblo les dijo que se concedería quanto pedían y que se estaba tratando/ acuerdo de lo que justamente pedia» ( Diario de un soldado, 1960: 140).

Al tener el texto la particularidad y excepcionalidad, de no haber sido escrito por alguien perteneciente a la elite ilustrada, permite el acceso a alguna comprensión de los hechos (y de las formas de nominarlos), propio de, al menos, ciertos sectores del bajo pueblo , que participara de los acontecimientos sociales y políticos de la época.

De los fragmentos se pueden empezar a desenvolver algunas dimensiones analíticas. En primer lugar, que queda patente en ambos fragmentos, la idea que el pueblo son los gobernados, y no quienes gobiernan. De un lado el pueblo, del otro: el obispo, el virrey, el cabildo, los magistrados, la Real Audiencia, etc. Además, del primer fragmento, se desprende

que en el entendimiento del autor, el concepto pueblo establece una sinonimia clara con la noción de populacho ; mientras en el segundo fragmento es más confusa o menos directa la relación que la noción pueblo establece con la idea de «vecinos».

Por otro lado, en el primer extracto, parece insinuarse una relación entre ciudad y pueblo. Es importante insistir en este punto, ya que esta novedosa particularidad, implica un quiebre respecto la tradición europea, donde el pueblo, ya sea en su versión medieval o en la comprensión ligada a la tradición de la revolución francesa (gran parte del tercer estado), siempre estuvo fuertemente vinculada a las poblaciones campesinas, y en consecuencia a los pobladores de las zonas suburbanas (provenientes en su inmensa mayoría desde el campo).

Dicho entendimiento, que difiere de la construcción europea de pueblo , no es sólo una ruptura en el plano conceptual, sino que por el contrario tendrá a lo largo de la historia nacional profundas implicancias. Como bien explica Di Meglio (2006), si en Francia los sansculottes y el tercer estado jugaron un papel fundamental en el proceso revolucionario, vinculados al sector más radical de la revolución (los jacobinos); por el contrario, en el Sur del continente americano, los morenistas (acérrimos defensores de la soberanía del pueblo ) no buscaron, en un primer momento, movilizar a dichos sectores a su favor, e incluso se cuidaron de excluirlos de sus planes.

Para frenar el avance de las ideas radicales del núcleo morenista, el sector más moderado buscó el apoyo de los pueblos del interior, y a partir de ellos, de la población rural, no previstos como actores políticos por el grupo morenista. Si bien existía acuerdo dentro de la elite, alrededor de la comprensión del pueblo restringida y vinculada a la ciudad, e incluso dentro de ella, a la parte «sana» de la misma; la debilidad primera del sector moderado, derivó en la búsqueda de apoyos en diversos sectores sociales, lo que permitió que el grupo saavedrista estuviera en mejores condiciones de influir sobre los sectores plebeyos, a la par que le daba voz propia a nuevos actores hasta el momento excluidos de la comunidad política, y tenidos en cuenta sólo como soldados o, en el mejor de los casos, beneficiarios de la nueva situación política y social que se abría al sur del continente.

Empiezan a perfilarse así, diversas comprensiones respecto al pueblo , uno que lo vincula a ciudad (y dentro de ella, a la idea de vecindad y comunidad política), compartida mayoritariamente por todos los sectores de la elite en pugna; y otra, propia de los sectores plebeyos, suburbano y rurales, que comienzan a ser tímidamente aún, actores políticos con voz y capacidad de movilización propia, aunque todavía subordinada a alguno de los sectores de la elite.

Si en 1806-1807 el Diario de un soldado , deja ver que esta noción que vincula pueblo y ciudad, era compartida también por quienes pertenecían a los sectores no ilustrados de la sociedad, la situación va a ir modificándose a lo largo de la lucha y el proceso revolucionario. Si en mayo de 1810, todavía los sectores reaccionarios, podían preguntar irónicamente, en la voz de Leiva: «¿Dónde está el pueblo?» (Di Meglio, 2006:93), esa situación irá variando producto del mismo proceso político y social, teniendo en las jornadas del 5 y 6 de abril de 1811, un punto de quiebre significativo, que implicará según Di Meglio, la ampliación del pueblo de Buenos Ayres. A partir de esas jornadas, en que al decir de Nuñez, «se apeló a los que vestían poncho y chipá contra los hombres de capa y de casaca» (1960:452), la noción de pueblo será de modo creciente, un violento campo de disputa entre significaciones y alcances políticos y sociales. Si bien siempre vinculado a la ciudad, el significante pueblo ya no podrá sólo referir sólo a ella.

Se cree necesario seguir ahondando esta vinculación que se señaló aquí entre ciudad- pueblo . En este punto se considera importante también, tener en cuenta que a lo largo de todo el proceso independentista, la idea de pueblos (en plural) refería a las otras ciudades o provincias, distintas a las que se estaba hablando en ese relato particular. De esto dan fe numerosos escritos de la época.

Así, Manuel Moreno refiriéndose a la expedición militar enviada al interior por la primera junta, escribe que «…la expedición no se enviaba contra los pueblos ; estos eran hermanos, y tenían los mismos deseos que la capital; se dirigía contra los gobernadores de las provincias, coligados de criminales para oponerse a la propagación del nuevo sistema, y estorbar que la voluntad de sus pueblos se explicase libremente sobre la materia…» (Moreno 1968: 121). Si en la primera parte del fragmento, parece en principio, ser clara la utilización del concepto pueblos refiriendo a la idea de otras ciudades o provincias, todo el desarrollo que le sigue, pone en suspenso esa claridad, para afirmar nuevamente que pueblos hace referencia a algo distinto a «los que gobiernan», e inscribe también, al significante pueblos (en plural), en una opacidad semántica significativa.

Esta oscuridad conceptual es una constante en los escritos políticos de la época. El siguiente extenso fragmento de Mariano Moreno que data del 28 de octubre de 1810, será significativo en tal sentido: «La disolución de la Junta Central […] restituyó a los pueblos la plenitud de los poderes […] En esta dispersión no sólo cada pueblo reasumió la autoridad, que de consuno habían conferido al Monarca, sino que cada hombre debió considerarse en el estado anterior al pacto social […] Los vínculos, que unen el pueblo al Rey, son distintos de los que unen a los hombres entre sí mismos: un pueblo es un pueblo, antes de darse un Rey; y de aquí es, que aunque las relaciones sociales entre los pueblos y el Rey, quedasen disueltas o suspensas por el cautiverio de nuestro Monarca, los vínculos que unen a un hombre con otro en sociedad quedaron subsistentes, porque no dependen de los primeros; y los pueblos no debieron tratar de formarse pueblos , pues ya lo eran; sino de elegir una cabeza, que los rigiese, o regirse a sí mismos…» (Moreno, 2009:194).

A lo largo de todo el fragmento tanto el concepto pueblo como el de pueblos , están impregnados de cierta ambigüedad que provoca una tensión de sentidos, entre significar pueblo/s como ciudad/es o provincia/s diversas, y/o referir a un sector de la población distinto a los que gobiernan, e incluso agregándole un significado más, que introduce una dimensión netamente política y cultural, pueblo/s como un conjunto de «hombres» que comparten una historia, una cultura y relaciones sociales particulares entre sí, una comunidad política.

Volviendo a esa vinculación que se señala una y otra vez entre ciudad y pueblo, se rescatan aquí las palabras de Beruti, quien refiriendo a las jornadas que tuvieron lugar el 5 y 6 de abril de 1811, escribe lo siguiente: «…suponiendo pueblo a la última plebe del campo, con desdoro del verdadero vecindario ilustre y sensato de esta ciudad, que ha quedado burlado y no fue llamado para nada; pero bien sabían los facciosos que si hubiera llamádose al verdadero pueblo , no habría logrado sus planes…» (2002: 165).

Las palabras de Beruti, además de confirmar de algún modo que la noción que se tenía de pueblo hasta ese día, estaba profundamente vinculada a la ciudad, también reintroducen la dimensión «clasista» como otras de las disputas en tensión, dentro del concepto pueblo . Así se perfilan otras tres comprensiones de pueblo : una primera que refiere sólo al «vecindario ilustre y sensato de la ciudad», otra que engloba al conjunto de la comunidad política, a la totalidad de la sociedad (lectura que parece por momentos abonar Mariano Moreno, y que en la historiografía argentina será retomada por Mitre y el conjunto de la historiografía liberal), y una tercera que entiende por pueblo sólo al «populacho» o «bajo pueblo» o al sector plebeyo de la sociedad.

Si bien una lectura poco atenta, podría, con justa razón, atribuir una concepción fuertemente clasista (y contraria a la plebe) a las palabras de Beruti, el significado de sus dichos deben ser entendidos (se cree aquí) en otro sentido. Así, no es de extrañar que quienes

ligaban la noción de pueblo a la de comunidad política, abonaran a su vez lecturas que lo vinculaban a la ciudad, y dentro de ella, al sector «más ilustre». Hasta las jornadas del 5 y 6 de abril de 1811 (como hito fundante), no eran sino los pobladores de la ciudad, y dentro de ella: los vecinos, quienes participaban de la vida política. A partir de estos hechos, serán justamente los sectores morenistas y sus continuadores (Partido Popular, con Dorrego a la cabeza -el padrecito de los pobres, como lo apodaban-, que más tarde desembocará de algún modo en el Partido Federal) quienes van a dar un lugar preponderante a la participación de los sectores más bajos de la sociedad (ya trasvasando las fronteras citadinas) en la lucha política.

Pensar la comunidad política en 1810 para la elite porteña no incluía a otros sectores que no fueran ellos mismos, y en una segunda instancia, la elite de otros pueblos . Sin embargo, como se desarrollará más adelante en este trabajo, a medida que otros sectores sociales comienzan a ganar terreno en la lucha política, es el mismo partido que en un primer momento le había dado la espalda, el primero en darle un lugar como actor político. Mientras que los sectores más moderados y refractarios al cambio, serán quienes con el devenir del desenvolvimiento político, irán cerrando las puertas a la participación plebeya en el escenario nacional.

El señalamiento de este desplazamiento semántico, tiene por objeto mostrar, se insiste, cómo la disputa por llenar de contenido la noción de pueblo , irá variando a lo largo de nuestra historia nacional, dependiendo de las circunstancias y las tensiones sociales y políticas que se irán construyendo. Pero también tiene como finalidad marcar otra asociación que hasta el momento no se había resaltado lo suficiente: la vinculación existente en estos relatos entre pueblo y acción política.

Pueblo , para la comprensión del arco morenista, necesariamente implica un sujeto político activo. Las palabras de Saguí pueden ser esclarecedoras en ese sentido: «Después de un largo intervalo, apareció la presentación popular firmada por un considerable número de personas de todas las clases y condiciones. Sucedió no obstante, que al querer el Cabildo oír de boca del mismo pueblo la ratificación de su contenido, para lo cual salió en cuerpo a las galerías altas, vio que no había reunidos sino los mismos o poco más individuos que los que habían concurrido antes. Entonces el síndico procurador, que era el alma de aquella corporación, tuvo el valor bastante para preguntar en alta vos «¿Y dónde está el pueblo?»: interpelación que fue contestada con amenazas de violencia» (1960:123).

Y en otro fragmento del mismo texto dice Saguí que «habíase reunido una multitud de pueblo (como se dice en el acta capitular) agregados a los individuos de la noche precedente; y que se habían amanecidos en una fonda de la plaza, todos armados» (1960:121). Se desprende de ambos segmentos, que lo que hacía en la concepción morenista pueblo al pueblo , no era el origen o pertenencia de clase o condición, sino su resuelta participación política en los hechos que acaecían en los dramáticos momentos en que se forjaban los primeros pasos de la independencia patria.

Será el mismo Mariano Moreno quien dirá en una nota de julio de 1812 que «causa ternura el patriotismo con que se esfuerza el Pueblo para socorrer el Erario en los gastos precisos para la expedición de las Provincias interiores. Las clases medianas, los más pobres de la Sociedad son los primeros, que se apresuran a porfía, a consagrar a la Patria una parte de su escasa fortuna» (2009:179). Encontramos en este texto la reafirmación que en la comprensión morenista, no era la clase social lo que hacía al pueblo , sino su participación en la comunidad política por medio de hechos concretos, de la acción.

Recapitulando el análisis intentado hasta aquí, se pueden identificar distintos campos conceptuales que intentan llenar de significado al pueblo . Como primer elemento, a lo largo de todos los extractos seleccionados, existe una noción clara que pueblo es siempre distinto a quien/es gobierna/n. Al pueblo pertenecen siempre quienes integran el campo de los gobernados. El pueblo peticiona, exige, se planta, acciona (incluso por medio de la violencia armada), pero no gobierna.

En segundo lugar, el pueblo nace en la historia política nacional, vinculado fuertemente a la ciudad, como espacio geográfico y político delimitado. Se insiste que esta vinculación es una particularidad que asume la historia local, diversa a las concepciones filosóficas y las experiencias políticas europeas que habían servido de ejemplo y herramienta de lucha durante el periodo. Esa vinculación en principio clara, va a ir desdibujándose con el correr de los acontecimientos políticos, hasta el punto en que lograr desvincular la noción de pueblo al de ciudad, se volvió uno de las disputas centrales de la etapa política posterior al periodo independentista.

El tercer elemento que debe señalarse, es la relación que se sugiere en los escritos, tanto morenistas como saavedristas entre pueblo y lucha. Sobre todo en la comprensión morenista, parece primar una idea clara de que integrarán el pueblo, sólo quienes se decidan a ser actores políticos, tomando partido por la Patria, en las luchas que se estaban librando.

En cuarto lugar, señalar el abanico de significados posibles, desde el punto de vista «clasista», que se abre (en disputa) para dar contenido al significante pueblo . La primera aclaración que se debe dar, es que cuando se habla de «clase» no se refiere estrictamente a lo que se comprenderá por ese mismo vocablo con el devenir histórico, puesto que se está analizando la disputa conceptual en una sociedad pre-industrial. La segunda advertencia, es que como ya se dijo, se debía descartar que la noción de pueblo, sólo comprehensiva de quienes integraban «la vecindad», sea producto de una lectura estrictamente clasista, sino que la misma era consecuencia de una comprensión que hacía prevalecer el papel que desempañaba cada sector en la lucha política concreta.

Es así que quedan en pie dos comprensiones posibles sobre el contenido de pueblo desde una mirada de clase. Una propia de los sectores pertenecientes a la elite y continuada por la historiografía liberal, que entiende al pueblo como sinónimo de la totalidad de la sociedad. Y una segunda, vinculada a las comprensiones que se realizaban desde los sectores no ilustrados, que significaban con pueblo a los sectores que la elite porteña nominaba como populacho, plebe o bajo pueblo. Dirá Di Meglio que «la noción de plebe, originaria de la Antigua Roma, era usada por los miembros de la elite porteña para denominar a la población que ocupaba lo más bajo de la pirámide social […] se empleará como sinónimo ocasional de plebe el término bajo pueblo , también usado en la época» (2006:19).

Como se observa, toda esta disputa conceptual y profundamente política que se intenta sistematizar aquí, nace en el momento mismo en que comienza la historia nacional, y condensará en sí gran parte de las comprensiones y significados que, a veces de modo sangriento, estarán en pugna, con continuidades y rupturas, hasta el presente.

Se comprende entonces que, cuando el caudillo cordobés José María Paz, intenta resumir las razones de la lucha que seguiría a la independencia patria sostuviera que: «no será inoficioso advertir que esa gran facción de la república que formaba el partido federal no combatía solamente por la mera forma de gobierno, pues otros intereses y otros sentimientos se refundían en uno solo para hacerlo triunfar. Primero era la parte más ilustrada contra la porción más ignorante. En segundo lugar, la gente del campo se oponía a la de las ciudades. En tercer, la plebe se quería sobreponer a la gente principal. En cuarto, las provincias, celosas de la preponderancia de la capital, querían nivelarla.

En quinto, las tendencias democráticas se oponían a las miras aristocráticas y aún monárquicas» (2000:295). Como se observa, todos y cada uno de los nudos problemáticos que dan cuerpo al concepto pueblo en el nacimiento de la nación, son los que sirvieron de sustancia al combate que se libra desde entonces en el suelo argentino.

Bibliografía

BERUTI, J. M. (2002) Memorias curiosas, Emecé, Bs. As.

DIARIO DE UN SOLDADO (1960), Anónimo, Archivo General de la Nación Argentina, advertencia por Roberto Etchepareborda, Comisión Nacional Ejecutiva 150º aniversario de la Revolución de Mayo, Ministerio del Interior, Buenos Aires.

MORENO, MANUEL (1968) Vida y memorias de Mariano Moreno, Eudeba, Buenos Aires.

MORENO, MARIANO (2009) Plan Revolucionario de operaciones y otros escritos. Emecé. Bs. As.

NUÑEZ, I. (1960) «Noticias Históricas de la República Argentina, aumentada y corregida por el hijo del autor, señor Don Julio Nuñez» en Biblioteca de Mayo. Colección de obras y documentos para la historia argentina, Tomo I, Memorias, Buenos Aires.

PAZ, J. M. (2000) Memorias póstumas de José María Paz, Vol. I, Emecé, Bs. As.

SAGUÍ, F. (1960) «Los últimos cuatro años de la dominación española», en Biblioteca de Mayo. Colección de obras y documentos para la historia argentina, Tomo I, Memorias, Buenos Aires.

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