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El consumo a 150 años de la «Introducción a la crítica de la economía política de Marx» de 1857 (I)

Fuentes: herramienta.org

«¿Sería posible Aquiles con la pólvora y las balas?» I El texto de la «Introducción» ha sido materia prima para innumerables estudios polémicos, tantos como tan azarosa ha sido su historia[1]. Según parece Marx comenzó a redactar su texto el 23 de agosto de 1857 y dejó de hacerlo a mediados de septiembre del mismo […]

«¿Sería posible Aquiles con la pólvora y las balas?»

I

El texto de la «Introducción» ha sido materia prima para innumerables estudios polémicos, tantos como tan azarosa ha sido su historia[1].

Según parece Marx comenzó a redactar su texto el 23 de agosto de 1857 y dejó de hacerlo a mediados de septiembre del mismo año: menos de un mes. Son parte de la primera síntesis de sus investigaciones iniciadas en Londres en 1850.

Recuerda Mario Del Pra[2] que el texto estaba destinado a la «Contribución a la crítica de la economía política» de 1859, pero el autor decidió suprimir esa introducción general para no estorbar su comprensión anticipando los resultados que previamente deben demostrarse, condenando al lector a ir de lo particular a lo general. Sin embargo, finalmente, la Crítica se publica con un Prefacio (el famoso y controvertido «Prólogo») que, seguramente era el resultado de aquellos estudios de Londres, según Martin Nicolaus.[3]

Según el mismo Del Pra el texto se publicó por primera vez por C.Kautsky en 1903, es decir casi cincuenta años después de su redacción. Los prologuistas de la primera edición alemana de los «Elementos fundamentales…» de que forma parte la «Introducción», realizada por los soviéticos en 1939, consideran que esa edición, así como otras posteriores, difieren considerablemente con el original de Marx.

Resulta extraño también que esa edición del Instituto Marx-Engels-Lenin apareciera en plena guerra mundial. Según los curadores de la edición en castellano[4], la obra en su conjunto «pasó inadvertida para los especialistas y durante mucho tiempo constituyó una rareza bibliográfica».

Sin embargo, antes de los años setenta, algunos estudiosos ya habían presentado fragmentos aislados, en particular Eric Hobsbawn, en 1956, en «Formaciones económicas pe-capitalistas». La «Introducción» en particular ya había dado, y siguió dando, sus frutos en el abordaje de numerosos temas, no sólo en relación a la intelección de El Capital, sino a cuestiones filosóficas, metodológicas, históricas y epistemológicas. Valga mencionar la cuestión de lo abstracto y lo concreto, la relación de lo lógico y lo histórico, lo concreto de pensamiento, la dialéctica y su relación con Hegel. Entre nosotros, Abel García Barceló, en relación a la dialéctica de punto de partida histórico y resultado sobre nueva base de desarrollo y cuestiones de la ideología. Nombres tales como Galvano Della Volpe, Cesare Luporini, Lucio Colletti, Ilenkov, Lefebvre, Althusser, Mario Rossi, André Gorz, Herbert Marcusse, Paul M. Sweezy, Jindrich Zelený, transitaron esos textos.

II

De toda la «Introducción» quizá el fragmento subrayado hasta borronearlo es el de «El método de la economía política» y el más impoluto el de «El arte griego y la sociedad moderna». A este último corresponde la pregunta sobre la actualidad de Aquiles.

Aquí quiero tratar del consumo en referencia a las relaciones de articulación de los momentos de la «totalidad orgánica»[5] de la producción.

Me circunscribiré deliberadamente al texto de la «Introducción», particularmente al apartado 2), conciente de tal arbitrariedad, sólo porque -tal como lo dice el mismo Marx en una de sus cartas- es el momento de su esfuerzo supremo para poner en clave dialéctica todo el material londinense. Allí, y en medio de su miseria material, parece tensar su pensamiento en la búsqueda de las diferencias específicas, alejándose de, y criticando, las identificaciones supra-históricas. Actitud que, creo, es la que nos sigue haciendo falta para abordar este mundo revolucionado que vivimos.

Tomaré prestadas algunas palabras para expresar lo que, creo, es una premisa de un pensamiento crítico, es decir no dogmático, no teológico, si se quiere dialéctico.

Dice el filósofo marxista Giuseppe Prestipino a propósito de la actualidad de Gramsci: «…tiene sentido preguntar no que habría dicho Gramsci si hubiese conocido el mundo que vino después del suyo, sino que podemos decir nosotros hoy atesorando las reflexiones gramscianas…No tiene sentido, repito, preguntar «que diría Gramsci hoy» y, quizá, ni siquiera buscar en Gramsci algunas anticipaciones de la realidad actual. Tiene sentido, en cambio, la pregunta ¿cómo desarrollar los métodos y las temáticas gramscianas a la luz de la realidad actual?»[6]

Pues bien, creo que esta misma actitud debe adoptarse, con mucha más razón respecto a Marx, cuyos escritos datan del doble de tiempo transcurrido que los del italiano. En estas mismas páginas de la «Introducción» que nos ocupa, el mismo Marx valora los aportes de quienes le precedieron, desarrollando sus métodos y sus temáticas a la luz de la realidad de su época ¿Qué otra cosa quiere decir sino su célebre cuestión de la anatomía del hombre para conocer la del mono, en relación a las teorías?

No me parece casual que Mario Del Pra haya sostenido que hay en este texto un «retorno» a Hegel. En realidad creo que hubo quizá un retorno a la filosofía, entendida ésta como lo hizo Ludwig Wittgenstein: «el objeto de la filosofía es la aclaración lógica del pensamiento. Filosofía no es una teoría, sino una actividad».[7]

Aunque no debe desconocerse la filología, no es mi intención hacerla[8], para lo que, francamente, no estoy capacitado, sino simplemente apoyarme en ese esfuerzo intelectual, precisamente porque lo es de un modo destacado en la historia del pensamiento de Marx. Parece ser el momento en que dice: ahora, manos a la obra.

Por eso no me interesa el texto como canon, sino como peldaño; inevitable en verdad, imprescindible, pero sólo útil para volver a bajar, o para recordarnos que por él hay que subir, para volver a comenzar. Para una nueva evolución del pensamiento. Dado que Wittgenstein tampoco es un canon, desacuerdo aquí con su proposición de «tirar la escalera, después de haber subido» (6.54).

III.

Para la descripción-interpretación de algunos aspectos del mundo actual me apoyaré en un reciente texto del filósofo y jurista, de origen catalán, el comunista libertario Juan-Ramón Capella. [9]

Capella sostiene que venimos viviendo un tiempo de contrarrevolución que llama la Gran Restauración emplazada en una tercera revolución industrial, una renovación organizativa empresarial y una contrarrevolución política en un proyecto globalizador.

Las bases tecnológicas son «la informática, la química industrial y la biotecnología – para la obtención de nuevos materiales – y la publicidad de masas, principalmente. A ello se añade un experimentado y renovado saber organizativo que resultará decisivo para la innovación tecnológica y política»[10]

Son aspectos de la renovación organizativa los cambios de escala, de financiación, el funcionamiento en red, la externalización y deslocalización de la producción y la integración indirecta como obra de la industria publicitaria y la informática.

Quiero detenerme en lo vinculado a la publicidad por su vinculación con los dos opuestos: producción y consumo.

El asunto se vincula también a la escala y a los recursos, por un lado y a los contratos en relación a las marcas, que posibilitan formas empresariales de integración indirecta, por otro. Es decir, varias empresas se asocian a una marca para colocar su producción cediendo sus beneficios a los gestores de la misma. Estas marcas son gigantescos íconos de referencia para la comercialización.

Los gastos de publicidad, según una fuente citada por Capella, representan algo así como la mitad del gasto mundial en armamentos. Agrego yo que la escala puede comprobarse empíricamente en el tiempo o espacio de cualquier medio de «información». En el caso de los medios gráficos en las toneladas de papel inutilizado. Teniendo que agregarse a ello la incidencia del costo de los envoltorios en cada producto, el packing, su efímera existencia y el derroche de recursos naturales que todo ello presupone y que es por todos, conocido, y cuyo impacto y duración, en cambio, no tiene nada de efímera.

La publicidad es así un instrumento para el pasaje de la producción mediante el cambio al consumo, conforme sea la distribución, es decir a la realización final del producto como mercancía, a que el producto culmine su ciclo como tal y pueda, retornar a la forma capital para reiniciar un nuevo ciclo.

Los nuevos medios, con la incidencia de la informática convirtieron a la publicidad en una industria de masas, una industria de producción de contenidos de conciencia. Por lo tanto un elemento indispensable para la reproducción social.

El resultado final de esta producción opera atribuyendo sentimientos de carencia generalizados aun en poblaciones suficientemente dotadas de bienes.[11] El autor está pensando aquí en el llamado consumismo. Otra cosa sucede cuando se trata de poblaciones no dotadas de bienes.

Refiriéndose a ésto decía mi amigo Prestipino: «La necesidad advertida por el capital, ya con el fordismo, de impulsar y promover el consumismo de masa chocará con una crisis general de la ocupación y, por lo tanto, con la creciente dificultad, para los sin trabajo, para comportarse como consumidores reales. De aquí deriva, ya hoy, la nueva figura del «consumidor virtual». Ella corresponde en cierto modo, sobre el terreno del cambio, a la función que tenían entonces, en el terreno de la producción, los brazos inactivos del «ejército industrial de reserva». Prometer al consumidor virtual (virtual porque se consuela introyectando los consumos ajenos) que podrá adquirir bienes futuros (si los hubiere) es como prometer hoy al trabajador irremediablemnte desocupado que podrá vender su fuerza de trabajo en el futuro.»[12]

Invito a retener, por ahora, que si el productor no es productor si no vende su fuerza de trabajo, tampoco el consumidor es tal si no puede comprar bienes. Esto mismo, en otro terreno, significa carencia de contractualidad. Como asimismo que, si existe un consumidor virtual, es decir, quien imagina ser, o que podrá ser[13], consumidor «a futuro», puede existir un productor virtual, por lo tanto habría también una «contractualidad virtual». Esto no es poca cosa desde el punto de vista de la inercia de las ideologías; pero no este asunto del que quiero tratar acá. Sin embargo esta figura del «consumidor virtual» que, en su momento, Prestipino contraponía a mi definición del «tipo ideal» del pobre actual (como no-productor, no-consumidor, no-contratante, no-propietario, no-ciudadano), teniendo en vista el consumismo de los países «centrales», me parece más fecunda de lo que imaginábamos.[14]

Tal «virtualidad», me parece, puede desglosarse en varios aspectos, porque si bien la publicidad crea sentimientos de carencia, es sintomático que mi amigo Capella se refiera a su existencia «aun en poblaciones dotadas de bienes». También Capella está pensando en países de buen ingreso económico. De modo que el sentimiento de carencia puede corresponder a una situación real de carencia o a cierta autonomización de tal sentimiento respecto a la situación real, independientemente del snobismo o el coleccionismo exhibicionista. Sería el del consumidor compulsivo, figura bastante común en la cultura del shopping. Tendríamos así, virtualidad por carencia y virtualidad por excedencia, si en la primera el producto no culmina su ciclo porque no se realiza como mercancía, en la segunda no se consuma como producto. Como veremos para Marx, en la dialéctica de la producción el consumo efectivo es su diluirse en otras formas: una casa es una casa si se habita, un vestido lo es si viste a alguien.[15]

Volvamos a Capella. Nos dice que los contenidos de conciencia rebosan el ámbito de la comunicación pública, convirtiendo una amplia gama de productos culturales: diarios, revistas, programas radiales y televisivos y hasta espectáculos deportivos en «meros soportes de sus mensajes». Pasando a ser así el principal instrumento de educación informal. La autonomía de esta industria es tal que se «despega» hasta de la calidad de los propios productos publicitados.[16] Agregaría, hasta publicitándose a sí misma.

Destaca el autor el resultado social final de aceptación acrítica, en suma, de las relaciones dominantes, por ello indispensable para su reproducción social. Una especie de forma de dominación a través del consumo. Agregaría, de dominación política porque, precisamente, del carácter público de la publicidad, devienen normas de conducta que, aunque de origen no estatal, tienen un carácter general para grandes contingentes humanos.

Cabría agregar aquí que, si Gramsci, en su momento, indicaba que la hegemonía tenía ya, en los Estados Unidos, su origen en la fábrica (en esa forma de organización de la producción) más que en las instituciones políticas, hoy lo tiene en la producción de publicidad. Parafraseándolo, entonces, la hegemonía nace en la publicidad para el consumo. Podría decirse también que así como el taylor-fordismo creaba una masa de «gorilas amaestrados», la industria del consumo crea el consumidor de masa, cuyos consumos sólo se diferencian entre sí por la diferencia de las marcas (esto evidente en el automovilismo, también soporte de la publicidad).

Publicidad generadora, además, de la lógica de la competencia, propia del individualismo burgués-capitalista y, peor aun, generadora de identificaciones en sectas seculares, como son las hinchadas deportivas, por lo demás altamente alienantes, hasta el punto de la violencia irracional, casi religiosa.

Masas de consumidores, pero no necesariamente, consumo en masa, masividad efectiva del consumo. De allí el crecimiento de la productividad junto al crecimiento de la pobreza.

Por último quiero retener, de lo expresado por los dos autores citados, los siguientes elementos:

a) todo el proceso se halla «sobre-determinado» por saberes, es decir por productos del conocimiento y, particularmente, de los conocimientos técnicos aplicados a la producción. Vale decir, los conocimientos, prevalentemente científicos, en el seno mismo de la producción.

b) esta producción es también producción de contenidos de conciencia, hasta de educación. Es decir, los conocimientos en el seno del consumo que, creo, no habría inconvenientes en denominar ideológicos.

c) el proceso es, entonces, material-cultural, con una preminencia, quizá, del aspecto cultural (en sentido amplio) en el conjunto del bloque histórico, es decir, no solamente en la producción propiamente dicha, como una forma de dominación hegemónica[17].

Finalmente quiero recordar que no he hallado, en el texto de la «Introducción», trazas de la incidencia de los conocimientos científicos en el proceso de producción. Mucho menos, por supuesto, habría de hallarlos en relación a la producción de consumo.

IV

Decía, producción industrial en masa de consumidores, aunque no masividad efectiva del consumo. Es decir, producción de un tipo ideal humano. Producción que se realiza por medios culturales, es decir por medio de ideas, de conocimientos que «encarnan» en relaciones sociales, dentro y «fuera» del modo de producción material-cultural propiamente dicho, es decir en relaciones sociales de clase, familiares, territoriales y en la normatividad jurídico-estatal o institucional. Pero, finalmente, producción de un tipo humano por medio de conocimientos, sean éstos científicos, religiosos o ideológicos.

Pues bien, las ideas mismas sólo existen si son expresadas y esa misma expresión de las ideas contiene la probabilidad de un consumo que no consume. O, lo que es lo mismo de un consumo que no agota el objeto consumido. Eso es precisamente la materia incorporada a la producción, la inteligencia.

Desde el punto de vista de los agentes de la producción, cualquier materia prima, al entrar en el proceso de producción, se agota como lo que era, es materia de otra forma. Los instrumentos de producción se van agotando por medio del uso o la obsolescencia hasta inutilizarse, lo que contablemente se llama «amortización». La energía puesta en acción por el productor también se agota al transformarse en trabajo incorporado al producto resultante. Cualquier producto que reponga la energía del productor se agotará en el proceso biológico de su reproducción como individuo o como especie.

Pero una idea expresada, consumida que sea por un receptor, no se agota como tal idea. Puede ser materia prima de una re-elaboración cambiando singularmente de forma, pero permanece para ser simultánea o sucesivamente materia prima de otras re-elaboraciones. Esto es evidente en los conocimientos matemáticos: no se gastan por su uso, como instrumento de un desarrollo más complejo, ni como materia prima de alguna elaboración en que sea subsumida. De modo que su consumo no los consume. Ellos culminan su proceso, se consuman como tales y no se consumen.[18]

Entonces, sólo en un mundo como en el que vivimos, en que los conocimientos científicos y el modo de producción cultural, por ellos «sobre-determinado», poseen tal presencia autónoma, donde su diferenciación es plena y capaz de oponerse con ventaja a otros modos de conocimiento y otras formas de producción cultural y material, digo, sólo en un mundo como éste la teoría (independientemente de geniales intuiciones anticipatorios) puede dar cuenta de productos que se consuman y se consumen sin consumirse.

Sólo el poder de disposición (la distribución, diría Marx en la «Introducción») hace que muchos conocimientos no se consumen y sean consumidos por pocos. Las patentes, los royalties, son un límite a la vida de los conocimientos y el plagio es una manera de resistencia a ese cercenamiento de la capacidad cognoscitiva humana.[19]

El llamado «derecho de propiedad intelectual» no es más que el tratamiento de los conocimientos como mercancías y, si tales resultan ellos, tales resultarán sus productos.

Si de la industria cultural productora de consumo resultan consumidores, éstos también resultarán mercancías. Porque interesan como «tipo consumidor», independientemente de que su consumo sea efectivo o virtual, como carencia o como excedencia. Es de vieja data la venta de las carteras de seguro como potenciales (virtuales) clientes (compradores-consumidores de pólizas), como lo es la clientela de un fondo de comercio, hasta con normas para su avalúo, sin olvidarnos del valor llave de una comisaría según los «asegurados» para el proxenetismo, el juego clandestino, los desarmaderos et altri. En política son el capital de los «punteros». En fútbol las rentas de los jefes «barrabravas».

De donde la producción del consumo, no sólo resulta en la producción del consumidor sino que se consuma en ello. Con lo cual poco importa ya la consumición del producto que se proyectaba destinar al consumo, porque el negocio ya está hecho. Para el capital tiene valor lo que se vende (y se cobra).

El que no tiene precio es el que no alcanza siquiera a ser consumidor virtual: el absolutamente excluido, aun de la publicidad. La publicidad tiene también sus estrategas.

De modo que el consumidor efectivo, virtual por carencia o por excedencia o el consumidor que consume bienes no consumibles, por un lado se diferencian del no-consumidor, pues éste no entra de ningún modo en el circuito y, por otro, hoy adquieren caracteres diversos respecto a su relación con la producción.

V

Vayamos de una vez a la «Introducción».

Como dije, Marx decide no publicar este texto pretendiendo que el lector vaya de lo particular a lo general y no al revés. Sobre esta intención y sobre lo sucedido luego tanto con la Contribución a la Crítica de la Economía Política como con El Capital se cortó bastante tela en su momento y no es cuestión de recordarlo acá. De todos modos nuestra mirada ahora no puede sacarse de encima o abstraerse de todos los sedimentos teóricos (o ideológicos) que dejaron las lecturas. Probablemente Marx quería evitar preconceptos porque estaba exponiendo una nueva visión que quería desprenderse de las generalidades abstractas heredadas de la teología. Para ello el asunto era demostrar y, quizá, demostrarse que tenía los pies en la tierra. No parecen casuales sus referencias a los hegelianos. Pero es indudable que buscaba una unidad, una unidad – como él dice – articulada, en un proceso, en las relaciones entre los distintos momentos del proceso.

Este proceso es el de la producción, del que la producción propiamente dicha es un momento diferenciado dentro del conjunto unitario de los momentos.[20]

La producción propiamente dicha es la actividad de la que resulta el producto. Su disociación como «esfera autónoma, independiente» ha pasado de la realidad a los textos.

«Los adversarios de quienes cultivan la economía política…que les reprochan disociar groseramente las conexiones, se colocan en su mismo terreno…Nada más común que la acusación de que…consideran a la producción demasiado exclusivamente como un fin en sí. La distribución tendría una importancia similar. Esta acusación está basada precisamente en la idea de los economistas según la cual la distribución está situada al lado de la producción como una esfera autónoma, independiente. O los momentos no serían concebidos en su unidad. Como si esta disociación hubiera pasado no de la realidad a los libros de texto, sino de los libros de texto a la realidad,…»

Tanto, esta esfera de la producción propiamente dicha, como la distribución, que puede provenir de una conquista o de las leyes, si bien son momentos de la producción concebida como proceso general, social, pueden discernirse como esferas independientes.

«Determinar más en particular la influencia de las leyes sobre la conservación de las relaciones de distribución y, por consiguiente, su efecto sobre la producción»

Sin embargo lo determinante es la forma de organización de la producción, el modo de producir.

Aunque la distribución «aparezca como un supuesto para el nuevo período de producción, ella misma es a su vez producto de la producción, no solamente de la producción histórica en general, sino de la producción histórica determinada».

«…el tipo de pillaje está determinado también por el modo de producción»

«cuando se roba el esclavo se roba directamente el instrumento de producción. Pero también es preciso que la producción del país, para el cual se ha robado, esté organizada de manera que admita el trabajo de los esclavos…»

De modo que tenemos hasta aquí la unidad de un proceso cuyos momentos pueden concebirse de manera independiente, pero cuya unidad está dada y determinada por uno de ellos. Sin embargo esta unidad es ella misma un aspecto diferenciado, pues puede recibir la influencia, en el caso, la de las leyes. Naturalmente no se refiere a las leyes naturales, sino a normas