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El coqueteo de Occidente con el totalitarismo

Fuentes: Instituto Humanitas Unisinos

Traducido del portugués para Rebelión por Susana Merino

«Del mismo modo el tema de la seguridad no se dirige a impedir actos de terrorismo. Se dirige a establecer una nueva relación con los seres humanos, es decir de control generalizado e ilimitado, dando énfasis especial a los dispositivos que permiten el completo control de los datos informáticos y de comunicación de los ciudadanos, incluyendo el derecho a intervenir integramente en el contenido de las computadoras» destaca Giorgio Agamben, filósofo italiano y profesor, en un artículo titulado «Otras Palabras».

El estado de emergencia no es un escudo que protege a la democracia. Por el contrario acompañó siempre a las dictaduras y hasta proporcionó un marco jurídico a las atrocidades de la Alemania nazi. Francia debe resistir a la política del miedo.

Será imposible comprender el verdadero problema que plantea el estado de emergencia en ese país -hasta fines de febrero- si no se analiza en el contexto de una transformación radical del modelo de Estado que se ha vuelto familiar. Es preciso en primer término desmentir las palabras de los irresponsables hombres y mujeres políticos según las cuales el estado de emergencia es un escudo para la democracia.

Los historiadores están bien conscientes de que lo verdadero es lo opuesto. El estado de emergencia es precisamente el dispositivo que usaron los poderes totalitarios para instalarse en Europa. Durante los años que precedieron a la toma del poder por Hitler, los gobernantes socialdemócratas de la República de Weimar habían establecido tantas veces el estado de emergencia (llamado en Alemania estado de excepción) que puede decirse que ese país había dejado de ser, ya desde 1933, una democracia parlamentaria.

Pero el primer acto de Hitler luego de su nombramiento fue proclamar de nuevo el estado de emergencia, nunca luego derogado. Cuando nos sorprenden los crímenes impunemente cometidos por los nazis en Alemania, nos olvidamos de que esos actos eran perfectamente legales, dado que las libertades individuales habían sido suspendidas.

No queda claro por qué ese escenario no habría de repetirse en Francia. Es posible imaginar que un gobierno de extrema derecha podría usar para sus propósitos un estado de emergencia a que los ciudadanos socialistas ya acostumbrados volverían. En un país que vive una prolongada emergencia y en el que los operativos policiales van sustituyendo gradualmente a la Justicia, es de esperar un rápido e irreversible deterioro de las instituciones públicas.

Esto es especialmente cierto porque el estado de emergencia forma parte del proceso con el que las sociedades occidentales tienden al llamado Estado de Seguridad (Security State como lo llaman los cientistas políticos usamericanos) La palabra «seguridad» se ha incorporado absolutamente al discurso político y puede decirse sin temor a equivocarse que las «razones de seguridad» han ocupado el lugar que anteriormente se denominara «razón de Estado» (razón de ser del Estado). Aún no existe sin embargo un análisis de esta nueva forma de gobierno. Como el estado de seguridad no es ni el estado de derecho ni aquello que Michel Foucault llamó «sociedades disciplinadas» se requieren algunos encuadres para intentar su posible definición.

En el modelo del inglés Thomas Hobbes que influyó tan profundamente en nuestra filosofía política, el contrato que otorga poderes soberanos presupone miedo a la guerra de todos contra todos: el Estado es el que precisamente debe terminar con el miedo. En el Estado de Seguridad ese patrón se invierte: el Estado está permanentemente fundado en el miedo y debe mantenerse así a cualquier costo, dado que de él deriva su función esencial y su legitimidad.

Foucault ya había demostrado que cuando apareció por primera vez la palabra «seguridad» en Francia , en el discurso político con los gobiernos fisiócratas de antes de la Revolución no fue para evitar desastres y hambre – sino para dejar que sucedieran para gobernar inmediatamente en un sentido que creían rentable.  

Sin ningún sentido jurídico

Del mismo modo la seguridad no está destinada hoy en día a impedir actos de terrorismo (algo ciertamente difícil, cuando no imposible dado que las medidas de seguridad son eficaces apenas después de los hechos y el terrorismo es por definición una serie de primeros disparos). Esta destinada a establecer una nueva relación con la gente, la de un control generalizado e ilimitado – con énfasis en dispositivos que permiten el completo control de datos informáticos y de la comunicación entre ciudadanos, incluido el de la intervención en el contenido de las computadoras. El riesgo que enfrentamos en primer término es la tendencia a establecer una relación sistémica entre terrorismo y Seguridad del Estado. Si el Estado necesita legitimar el miedo, es necesario producir terror o por lo menos no impedir que se produzca. Es por eso que muchos países adoptan una política exterior que alimenta al terrorismo – al que interiormente dicen combatir – y mantener con él relaciones cordiales y hasta venderle armas a Estados que se sabe financian organizaciones terroristas.

Un segundo aspecto a destacar es el cambio de estatuto político de los ciudadanos y del pueblo, que debería ser el titular de la soberanía. En el Estado de Seguridad, existe una tendencia a la despolitización progresiva de los ciudadanos cuya participación política se reduce a las urnas. Esta tendencia es particularmente preocupante y fue formulada teóricamente por juristas nazis, definiendo al pueblo como un elemento esencialmente apolítico, al que el Estado debe asegurar la protección y el desarrollo.

Mientras tanto de acuerdo con los juristas solo existe una manera de volver político a un elemento apolítico: a través de la igualdad de ascendencia y de raza, que llevará a distinguirlo del extranjero y del enemigo. Esto no significa confundir al Estado nazi con el Estado de Seguridad contemporáneo; lo que es necesario entender es que al despolitizar a los ciudadanos estos no podrán salir de la pasividad, cuando sean movilizados por el miedo ante un enemigo extranjero que no es necesariamente externo (como en el caso de los judíos en Alemania o ahora con los musulmanes en Francia).

Es en tal contexto que debemos analizar el siniestro proyecto de privar de la nacionalidad a los ciudadanos binacionales, que recuerda la ley fascista de 1926 sobre la desnacionalización de los «ciudadanos indignos de la ciudadanía italiana » y las leyes nazis de desnacionalización de los judíos.

Un tercer aspecto, cuya importancia no debemos subestimar es la radical transformación de los criterios que establecen la verdad y la certidumbre en la esfera pública. A un observador atento no le pasan desapercibidos los expedientes sobre crímenes del terrorismo en que se observa una absoluta renuncia al establecimiento de la certeza jurídica.

Lo que corresponde a un Estado de derecho es que un crimen pueda ser comprobado mediante la intervención judicial, cuando existe el paradigma de la seguridad debemos conformarnos con lo que dicen la policía y los medios de comunicación que dependen de ella – es decir dos instancias que fueron siempre consideradas poco confiables. De allí las increíbles imprecisiones y las evidentes contradicciones en la reconstrucción de sucesos que eluden conscientemente toda posibilidad de verificación y de falsificación y que mas se parecen a chismes que ha interrogatorios. Esto significa que el Estado de Seguridad tiene interés en que los ciudadanos – cuya protección debe asegurar – se mantengan sin saber qué los amenaza, ya que la incertidumbre y el miedo andan juntos.

La misma incertidumbre que se encuentra en la ley del 20 de noviembre sobre el estado de emergencia y que se refiere «a cualquier persona en que existan razones serias para dar por cierto que su comportamiento constituye una amenaza para el orden público y la seguridad» Es bastante obvio que la expresión «razones serias para considerar» no tiene ningún significado jurídico y como está referida a la arbitrariedad de quien las «expresa» puede ser aplicada en cualquier momento y contra cualquier persona. En el Estado de Seguridad esas formas indeterminadas que siempre fueron consideradas por los abogados como contrarias al principio de seguridad jurídica se convierten en la norma.  

Despolitización de los ciudadanos

La misma imprecisión y los mismos errores aparecen en las declaraciones de las mujeres y de los hombres políticos que afirman que Francia está en guerra contra el terrorismo. La guerra contra el terrorismo es una contradicción terminológica, porque el estado de guerra se define precisamente por la capacidad de identificar realmente al enemigo contra el que se debe luchar. En la perspectiva securitaria el enemigo debe- por el contrario – mantenerse indefinido, tanto interna como externamente de manera que cualquiera pueda ser identificado como tal.

El mantenimiento de un estado de miedo generalizado, la despolitización de los ciudadanos, la renuncia a la efectividad de la ley: son tres características del estado de seguridad suficientes para perturbar los espíritus. Porque eso significa, en primer lugar, que el Estado de seguridad para al que nos estamos refiriendo hace lo opuesto a lo que promete. La seguridad significa falta de preocupación (sine cura) en lo referente al miedo y al terror. El Estado de Seguridad es por otra parte un Estado policial, porque eclipsando al Poder Judicial generaliza la discrecionalidad de la policía de modo que en estado de emergencia permanente se vuelve cada vez más soberano.

Por medio de la despolitización gradual de los ciudadanos convertidos los transforma de algún modo en terroristas potenciales: el Estado de Seguridad ha traspasado el conocido campo de la política para dirigirse a una zona incierta donde lo público y lo privado se confunden y en donde se dificulta entre ellos la definición de fronteras.

Fuente: http://www.ihu.unisinos.br/noticias/550514-agamben-o-flerte-do-ocidente-com-o-totalitarismo

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.