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Crítica acompasada de Corsarios de Levante, de Arturo Pérez Reverte

El corsario de la aurora

Fuentes: Rebelion

Se trata, claramente, de un caso clínico. Una persona que lo pasó muy bien en su adolescencia, leyendo libros de aventuras de piratas y exploradores, ha decidido convertirse, mediante una imitación meticulosa, mas no conseguida, en uno de aquellos autores quiosqueros. A mí, esto, no me parece grave. Lo que sí me lo parece es […]

Se trata, claramente, de un caso clínico. Una persona que lo pasó muy bien en su adolescencia, leyendo libros de aventuras de piratas y exploradores, ha decidido convertirse, mediante una imitación meticulosa, mas no conseguida, en uno de aquellos autores quiosqueros. A mí, esto, no me parece grave. Lo que sí me lo parece es que una crítica literaria incompetente, sumisa ante el poder económico, que sólo rema a favor de la corriente comercial, lo eleve a la categoría de gran escritor; o que unos académicos indignos, que dejaron fuera de su institución al gran fonólogo que era Antonio Quilis (¡en beneficio de Cebrián!), y a José Luís Castillo Puche, uno de los más importantes novelistas españoles del siglo XX, lo acojan en su seno… ¿Para qué? El propio acusado lo dijo cuando fue elegido: «Yo llevo a la Academia a mis lectores» (p. ej.: EFE, La Opinión, Murcia, 24-1-2003): una chorrada memorable, porque, ¿qué iban a hacer allí los lectores de Pérez? Que «hicieran juego» con Cebrián, Muñoz Molina, Ansón, Fernán Gómez, Mingote, Pombo, Mateo Díez y, no digamos ya, Marías y él mismo, no es razón suficiente. Aparte de que no habría sitio para todos.

El Código da Pérez

Estamos en el siglo XXI. En el XX, la novela alcanzó una de las dos grandes cimas de su historia -la otra fue en el XIX-, tanto estética como intelectualmente, y los pastiches de Pérez Reverte no tienen lugar en el discurrir histórico del más comprensivo de los géneros. Que profesores universitarios y críticos litetarios como José Belmonte, Pozuelo Yvancos, Mainer, Sanz Villanueva, Darío Villanueva, Francisco Rico, Gregorio Salvador, De la Concha, Conte, Ángel Basanta, García Posada, Echevarría, Gracia, etc. apoyen la falsificación es escandaloso y, por supuesto, sólo posible en esta monarquía cocotera que es La Españeta. Peldaños como los que representaron Ulises, A la busca el tiempo perdido, El ruido y la furia, El hombre sin atributos, Hacia el faro, La conciencia de Zeno, El tambor de hojalata, Contrapunto, El empleo del tiempo, La ruta de Flandes, No soy Stiller, El círculo vicioso, La ternura del hombre invisible, La revuelta, etc. no pueden -deben- ser transitados en sentido contrario. El arte tiene que cambiar siempre, aunque no siempre sea avanzando. Aunque, en último término, ¿quién señala lo que es avance o retroceso en los aspectos formales, que son los definitorios, de un arte? Por eso he hablado de cambio. En arte está todo permitido, menos hacer lo que ya se ha hecho. Que Reverte no avanza, que Reverte repite fórmulas ya gastadas lo evidencia lo que escribe, que son indisimulados pastiches. Y los críticos, académicos y profesores mentados, y otros más, deberían saber que no se puede levantar una literatura personal sobre el pastiche. En la recién pasada centuria, se llevaron a término novelas con base en la historia, de gran altura intelectual y de absoluta actualidad estética y «filosófica»: Los idus de marzo, de Thornton Wilder; La muerte de Virgilio, de Hermann Broch; Dios ha nacido en el exilio y El caballero de la resignación, de Vintila Horia; Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; Todos los hombres son mortales, de Simone de Beauvoir, marcan cotas elevadísimas a las que no llega ni de lejos «El código da Pérez». Entre otras razones, porque éstas son novelas metafísicas, que intentan explicar el presente, e inclusive calibrar los valores absolutos, valiéndose de la historia, mientras que lo que hace Pérez no es más que recrear, con más o menos acierto -generalmente con menos-, una época del pasado y situar en ella una peripecia también más o menos entretenida. En cualquier caso, y como ya he dicho, nada habría que objetar a que lo hiciera, si quienes deberían orientar al público no lo sitúen por encima de la literatura verdadera -¡lo han metido en la Academia y le han organizado congresos en universidades!-, colocando estas novelas de entretenimiento -por ende, pasadas- en otro lugar que el que les corresponde, que es el quiosco y las librerías de ferrocarriles. Para colmo, Reverte no le llega ni a los borceguíes a los maestros de la novela de aventuras como Robert Louis Stevenson, Daniel de Foe, Paul Feval, Fenimore Cooper, José Malloquí o Emilio Salgari. A pesar de la novedad que le atribuyen los lacayos de los editores, Reverte, con quien de verdad se da la mano, cuando lo alcanza, es con Fernández y González, sin conseguir su maestría fabuladora ni su riqueza de imaginación.

Capítulo I

Que Reverte no avanza, que repite fórmulas gastadas, lo evidencia esta manera de escribir:

<> Etc.

¡Voto a bríos!, que, más que un numerario de la Augusta Academia, parece un tercio, es decir, un cuarto de Flandes. El lector avispado, aunque adusto, se preguntará: «¿dónde me he metido yo? ¿Acaso en la prosa de Hervás y Panduro? No, en una más vetusta».

Dícese que Pérez se documenta exhaustivamente. Peor. El novelista debe partir de una visión general, no de un cúmulo de detalles amontonados. El resultado es que, siendo para colmo quien lleva la contabilidad de la Docta Academia, suministra al lector tal número de tecnicismos, que lo lleva a estar más atento al diccionario que a la historia que se le intenta contar. Al principio del libro, en apenas dos páginas, acumula la siguiente relación: costillar, pique de agua, culo, galeota, cañón de crujía, sotavento, entena, aleta, barloventeaba, lebeche, ciaboga, grímpola, había rolado, maestral, cuarta al griego, tónica jué (¿), aferra la dos, pasaboga, zafarrancho, reniegos, peseatales, porvidas, mosquetes, pedreros, mosqueando lomos, espolón, mosquete, arcabuz, chuzo, soldado plático, bastión del esquife, huevos cuadrados, etc. Uno, que no ha pasado de popa y proa, sin saber cuál es la de la derecha y cuál la de la izquierda, se siente realmente anonadado y fuera de la narración.

En el siguiente apartado, el documental versa sobre lo que Alapérez ha aprendido de la historia patria de la época, con una desdeñosa chanza sobre el insigne Rafael de Cózar, profesor de Literatura española en la Universidad de Sevilla y biógrafo insuperable de Carlos Edmundo de Ory, a quien tacha de cómico.

Id.- El autor no sólo imita a los clásicos -no lo logra-, sino que pretende ser uno de ellos. Así cuando escribe: «el capitán se había trabado de verbos y aceros con el conde de Guadalmedina» (un compuesto de su invención, por cierto, infumable en árabe). Sin duda son estos detalles los que orgasman a Belmonte y Della Conx.

Id.- Dudo de que en 1627 se hablara, al tratar de cuentas, del «debe y el haber». Consultado el profesor Francisco Rico, dice ignorallo (sic).

Pag. 17.- Como tampoco la expresión «para enfermos mentales». ¡Pérez! O como clásico o como lo que eres.

Resulta penoso el esfuerzo pérezrevertiano por sentirse, «actuar» y escribir como un cotáneo de don Francisco de Quevedo. Se trata, como presumíamos, de un caso clínico.

Pág. 17 cronista de sí mismo, se dirige a los lectores, ésos que llenarán los pasillos de la Docta Casa, llamándoles «vuesas mercedes». Personalmente, se lo agradezco. Me hace ilusión.

Pág. 18.- En esa época, nadie pasaba «dos intensos años» en ninguna parte. Ni hablaba de «asedio de Breda incluido». Tampoco utilizaba, entre muchos, el verbo «descartar». Ni decía «se imponía por tanto»… hacer cualquier cosa, como lo haría un congresista.

Pérez Reverte, como Javier Marías, Muñoz Molina, Maruja Torres, Almudena Pollas Grandes y otros boludos y tontitas del sistema reparten las comas por el texto con una regadera. Y no siempre tienen la suerte de que caigan en su lugar descanso. Las comas ausentes todavía brillan más en la prosa del cartagenero.

Pág. 18.- La expresión «…aparte las delicias que a los españoles ofrecía la ciudad del Vesubio» es tan anacrónica como las ideas literarias de Pérez. En 1627 aún no se habían inventado las delicias ni el Vesubio.

Pág. 19.- «estaba sin blanca». Según el viudo de doña María Moliner, esta expresión no fue utilizada hasta 1855. Por el Duque de Rivas en su poema al Faro de Malta.

Pérez Reverte gusta de exhibir su erudición histórica y geográfica. Se llega a poner pesado.

Id.- Como uno no sabe lo que son «galeras despalmadas» se queda sin saber en qué clase de vehículo se montó el protagonista.

Id.- Esta es memorable. Reverte inventa el Prosegur acuático.

Pág. 20.- Empiezo a sospechar que Pérez es más patriota que Pio Moa. Dice en esta página que «para crear el infierno así en el mar como en la tierra, en aquel tiempo no era menester más que un español y el filo de una espada». Memorable chorrada donde las hubiese y se detectaren.

Pág. 21.- Ignora si es correcto o no eso de «haber ido encima de romanía», porque no sé de qué va.

Id.- Los gritos de «¡Pasaboga, embiste, embiste!» parecen de los hinchas del Palmeiras, pero no puedo asegurarlo.

Id.- Excesivos tecnicismos, otra vez. ¿Qué podría uno pensar que pasaba, si le hablan de «rebencazos del cómitre y pitadas del chifle»?

Todos los compañeros de viaje de Pérez son expertos. Así da gusto.

Siguen los términos raros. No me logro imaginar a Pérez con rodela, coselete, chuzo y una afilada partesana. No sé lo que son.

Las ilustraciones que «adornan» la edición que manejo son para echarles de comer en el plato de al lado.

Pag. 23.- Y ahora se larga tajando, que no sé si es lo mismo que hoy decimos irse de naja.

Id.- «Por si las moscas» no es expresión contemporánea de la Batalla de Lepanto. Entonces se decía «por si las pulgas». ¿Se exasperaba entonces un soldado? Creo que no.

Id.- Tampoco existía entonces la cacería del pato. (O pastiche o pistacho, don Arturo). Los personajes tan admirados por Reverte son tan cafres como racistas.

Pág. 24.- Alatriste decide: «Hagamos galima». Y uno no sabe si es que va a hacer una sopa de puerros o si van a dormir la siesta.

Id.- La reencarnación de Pérez se queda, como botín, «con una aljuba». ¿Gran botín? ¿Pequeño? ¿Qué es una aljuba? No se encuentra ni en el diccionario de Della Conx.

Este sube y baja de pringados hablando en esperanto, ¿cómo puede entusiasmar a profesores universitarios contemporáneos de Faulkner, Virginia Woolf, Huxley, Hesse, Camus, Pavese, Dos Passos, Pérez de Ayala, Unamuno, Valle Inclán, etc., etc., etc.

Pág. 25.- «Hay que ahorcar al arráez», viene a decir el capitán. ¿Quién será? Creo poder afirmar ya, a estas alturas, que, pese a cuanto sostienen los fans de Pérez, éste no crea personajes en el sentido estético del término. Ninguno de estos «nombres» representa nada, ni sostiene un actitud ante la vida, ni personifica.nada, ni es distinto los demás,

Llamar al acto de ahorcar a uno proporcionarle «una indigestión de esparto» es gracieta revertiana cuasi literalmente copiada de la indigestión de plomo de los western, pero no expresión propia de la época en que discurre la acción de la novelita.

Pág. 26.- Ahora «hornacheros». Dejaré de señalar todos los palabros, por consideración a mis lectores, que no son tantos como los de Pérez, pero sí de mejor gusto.

Págs. 28 y 29.- Ninguna de las grandes novelas históricas que antes hemos mencionado -las de Broch, Yourcenar, Horia, Wilder, etc. intenta hacer de su lenguaje un sucedáneo, ni en la forma ni en el léxico. Pérez Reuerte se empeña no sólo en acumular términos de la época, sino en escribir como si fuese sobrino de Quevedo. El resultado es el aburrimiento del lector hodierno.

Pág. 29.- «Urdemalas torció el gesto». Enésima frase hecha, estilo novela de quiosco. El aburrimiento se acumula a fuerza de querer ser preciso el autor del memorandum.

Pág. 30.- Para que Reverte pueda usarlos todos, lo marineros expelen juramentos de dos en dos: no sólo, como informa el cronista, un «juro por mí», sino también un «pese a tal».

Id.- «Bajarle los zaragüelles a dos muchachos para ver si salían hombres ahorcables o carne de remo, no era su ocupación favorita». Todo lo subrayado es anacrónico, a pesar de los desvelos de Pérez. Líneas más abajo, «reticencias» y otras cuantas más.

Pág.31.- «hacía rancho aparte», «pagando la loza rota»… éste no ve va a la zaga a Gala, que es el vigente campeón.

Pág.32.- Alatriste se pasa la vida atusándose el mostacho. Será esto lo que entusiasma al profesor Belmonte. Sobre todo si después encoge los hombros y adelanta el mentón.

Pág. 33.- «Cada cual es un mundo». No, Reverte, no. Hay otros mundos pero están en éste.

Id.- Piensa Alatriste: «No había nada que objetar al tono ni al contenido». No, por favor. Es que sólo te falta añadir: «a nivel de barco»

Pag. 34.- Nueva vez muestra Reverte su complacencia por el carácter bravucón del español medio y su circunstancia.

Pág. 35, ant. y sig.- Soporífero repaso a la Historia de España, pretexto de una conversación inverosímil entre Alatriste y el capitán.

Pág. 35.- Tampoco es de la época el concepto de «guerra civil».

Pág. 37.- «O estuve cargándolos el año diez». Así no se expresa un Alatriste que se precie. Tampoco dice «A fin de cuentas». Ni «en lo formal, nadie faltaba allí el (sic) respeto».

Pág. 38.- «… entre pecho y espalda, sin tiempo a decir Jesús». A pares.

Capítulo II

Pág. 39.- Cuesta trabajo pensar que el profesor Darío Villanueva, con todo y ser un calumniador del nouveau roman, el movimiento que, en toda la historia de la literatura, más ha hecho por la renovación estética de la novela, se pueda divertir, como asegura, entusiasmado con esta reiterativa cantinela de la embarcación corsaria y su sombra.

Pág. 40.- Las abundantes citas en versos de la época que hace el autor dan fe de la exhaustiva documentación a que se atiene, pero no contribuyen a hacer fluida la narración.

Id.- «ni credo ni putas que los parió» es expresión del malhablado hodierno, no del de Berbería y países colindantes.

Id.- «echados al mar sin más ceremonia». Ibid., ibid.

Pág. 41.- «fresco como una lechuga». Ibid. La lechuga es adquisición posterior, y no precisamente de la sociedad berberisca, más amiga de la escarola.

Id.- «sin más ceremonia» debe de ser expresión cara a Pérez, pues la repite nueve líneas después.

Pág. 42.- Ahora sopla «un gregal» y los soldados comen «salume», sentados «en el banco de la cogulla siniestra o apoyados en un filarete», con coleto o sin coleto. En una recreación de este tipo, que literariamente no se justifica, lo que procede es hacer creer al lector que le hablan de «aquella época», no atormentarlo con montones de términos que no entiende.

Pág. 43.- «alarbes hostiles» y, etc., etc.

Id.- Luego de escribir lo anterior, el autor hace la siguiente precisión: «Alarbes o alábares, lo preciso a fin de ilustrar al desocupado lector… » Aparte de que, en aquella época, no había lectores desocupados, todos tenían empleo, este tipo de precisiones hacen que esto parezca, más que el relato de un soldado, el de un licenciado en Geografía e Historia.

Personalmente, no creo justificado, en el momento presente, este tipo de relato (que no novela). Pero, ya que existe, y que a un gran sector de los españoles -entre los que en manera alguna me cuento- les gusta, como les gusta tirar cabras vivas desde los campanarios, désele su lugar en los quioscos. Pero que profesores de Literatura y críticos como José Belmonte, Pozuelo Yvancos, Francisco Rico, Ángel Basanta, Ayala Dip, Ignacio Echevarría, Rafael Conte, García Posada, Víctor García de la Concha, Gregorio Salvador, Jordi Gracia, Santos Sanz Villanueva, Darío Villanueva- consideren su práctica una renovación de la novela, organicen congresos en torno al obsoleto autor y hagan a éste académico de la RAE, es como para renegar de este país y largarse a otro más civilizado.

Pág. 43-44.- El relato sigue teniendo más de erudición que de evocación de aventuras. Dicho en menos palabras: es aburrido.

Pág. 44.- «cuando convenía, que era casi siempre»… Expresión que no se empleaba en el siglo XIX y que aparece documentada por primera vez en los discursos de Franco de 1941.

Pág. 45.- «Enrocarnos». (¿)

Id.- «…abría a ratos el escandelar».

Pág. 46.- «lo de Nápoles, las galeras y demás». Este lenguaje de jefe de negociado aún no se había inventado. Tanto empeño en la imitación del lenguaje de los corsarios y el académico falla cada tres palabras.

Id.- Reverte sigue llamando a los lectores vuesas mercedes. Ahora se llama a sí mismo «el dómine Pérez».

Pág. 47.- Nadie hablaba en aquel entonces de «frases hechas». Aún no habían nacido Gala ni Almudena Grandes.

Quienes defienden esta «literatura» porque -dicen- produce

entretenimiento son de otra casta que yo, que me estoy aburriendo como un conejo.

Pág. 48.- «me creía al cabo de la calle». Frase hecha en verdad, anacrónica en el tiempo de la acción.

Id.- El narrador, que se pavonea y se autoalaba mucho más de lo que permite la sobriedad propia del mílite, cobra en caramuzales y carlines.

Id.- «El gusto por lo nuevo» forma parte del lenguaje del periodista Reverte, no del corsario Pérez.

Id.- Otra prueba. Una cosa es ser un mozo con todas las virtudes que Pérez se atribuye y otras es ser, además, español, como diría el coronel Tejero.

Id.- Este crítico no aprueba tantas citas de poemas en una que se pretende novela de aventuras. El paquetón adquiere así la apariencia de un texto escrito para el lucimiento de la sapiencia de su constructor.

Pág. 50.- Y más, y más, pero mucho más… Pérez sigue contándonos lo que ha aprendido en los libros de historia. Yo pensaba que era un narrador del montón, pero ni eso es, con permiso del profesor Belmonte y sus fans.

Id.- «Por falta de recursos». Este relato es un potaje de lenguaje arcaico y lenguaje administrativo, y más aburrido que un partido de water polo.

Pág. 51.- «Lugar muy animado de día». A un novelista -Pérez no lo es- no le basta decir que un lugar es muy animado. Lo tiene que describir de manera que el lector lo vea así.

Pág. 52.- El barco se larga «a la sorda» y «aprovechando el terral». Una «novela de aventuras» que requiere la continua consulta del diccionario es más bien un acordeón.

Pág. 52.- «Orán era otra cosa». Ahora lenguaje de casino de pueblo, para otro documental y otra lección de geografía.

Pág. 53.- «… allí donde nuestra galera mojó ferro… «. Algo hizo la galera, sin duda, pero el lector de aguadulce se queda sin saber qué. El aprovechamiento por parte de Pérez de su exhaustiva y aliteraria documentación empieza a tocar los faldones al lector.

Id.- «…aunque Orán no era Nápoles ni de lejos…». La expresión «ni de lejos» constituye un anacronismo en este relato, redacción escolar o lo que sea. Lo que es novela, no lo es «ni de lejos».

Más descripciones -el mercado, las calles-, que nada tienen que ver con lo que se pretende contar y no se cuenta. Repito: llevamos cincuenta y cuatro páginas de documental, en las que el autor no deja de utilizar uno solo de los apuntes que ha hecho leyendo libros para documentarse.

Pág. 53.- Y en medio del vacío novelístico, esta perla: «Por si fuera poco, la ciudad gozaba de algún lupanar razonable…». ¿Qué es un lupanar razonable, ente académico? ¿Es que hay lupanares no conformes a razón? Probablemente quiso escribir, haciéndolo a lo Almudena Grandes, razonablemente limpio, razonablemente bien provisto… El caso es que lo que quiso ser, además de cursi, una documentada precisión se le convierte en un chascarrillo.

Id.- Otra coincidencia de Pérez con el coronel Tejero: llamar a las mujeres hembras. ¡Qué horror!

Id.- Es sublime el alicortado, triste o alegre: su alter ego mediante, piensa en visitar un burdel (es de suponer que razonable) como primer trámite de almojarifazgo. ¿Preservativo siglo XVI?

Pág. 54.- La consideración de que la vida «nos depara sorpresas cada vuelta y revuelta» es una de las más densas de este profundo libro.

Págs. 54-55.- Tantos lances y aventuras a que después se referirán los críticos sumisos están aquí relatados, pero no novelados. Quizá los sumisos no distingan entre relato y novela. La verdad es que, a medio centenar de páginas del principio, esto es más aburrido que un partido de water polo.

Pág. 56.- Documental sobre Orán.

Págs. 57-58.- Informe sobre «moros de guerra».

Entretanto, más palabras que obligan a echar mano del diccionario y más aventuras relatadas, que no noveladas. Lo esperaba todo de Pérez Reverte, menos que fuese tan aburrido.

Resulta empalagosa la petulancia del personaje narrador, sin duda trasunto de la del autor. Es tan pedante, que se pasa la vida haciendo citas cultas, la mayoría en verso, lo que pega en un relato como quiere ser éste como un misil en un cónclave.

Pág. 61.- Cada vez peor. Ahora, en vez de documental, se trata de un informe.

¿A que tú no sabes, lector paciente, que Barbarroja se llamaba Jaradín. Es una de las cosas que aprenderás leyendo este documentado libreto.

Pág. 62.- Informe sobre diversos asedios.

Por lo que había leído a los fósforos de Pérez creía que los libros de este serían, por lo menos, entretenidos. Este es una plasta vacuna en el que no encuentro ni una sola de esas peripecias que hacen tiritar de placer a Belmonte, Basanta, Pozuelo Yvancos y otros próceres de la crítica.

Págs. 63, ant. y ss.- Leerse unos cuantos libros de historia y resumirlos es, por lo visto, la forma fácil que ha tenido Pérez de ganarse el cielo.

Pág. 64.- «Por lo demás, culminada hacía más de un siglo la reconquista cristiana con la que durante casi ochocientos años los españoles nos construimos a nosotros mismos…». Esto, diga lo que diga Pérez, es más que patriotismo testicular y racista a lo Pío Moa: es una muestra de ignorancia y, como diría el profesor Martínez Montávez, una infamia. Como lo es el cartelito -«Aquí empieza España»- que quienes piensan como él han puesto en Covadonga. No se conforme con autoleerse, señor Pérez. No soy una especialista en el tema, pero le invito por ejemplo a leer La España herética, de Victoria Sendón, y a consultar la bibliografía que ella le ofrece. Se enterará de algo obvio: los musulmanes que habitaban la península cuando usted cree que eran derrotados por los «reconquistadores» eran tan españoles como usted.

Pág. 65.- Sigue la vertiginosa acción de los alatristes: «Salimos a dar una vuelta». Anacronismo donde los hubiere y se detectaren. In illo tempore, nadie salía a dar una vuelta. Entre otras razones, porque aún no se habían inventado las vueltas.

Id.- Informe sobre edificaciones, principalmente, alcazabas y conventos.

Pág. 67.- Para dar paso a otro cumplido informe del documentado Pérez, Copons le hace la siguiente pregunta: «¿Qué te parece Orán?», una pregunta que nadie en sus cabales ha hecho nunca en un diálogo literario. Aparte su anacronismo -su primera utilización está datada en 1921, en el casino de Jabugo- , es una pregunta más inútil que la pilila del papa. ¡Por Dios, por Dios! Un académico preguntado sobre «qué le parece Orán». Creo que me va a dar algo. Ni cuando los mundiales se plantean parejas interrogaciones.

Pág. 68.- Menos mal que ahora me entero de que unos aduares tienen que pagar la garrama.

Id.- Por como pinta Pérez la situación, el lector barrunta que se le quiere decir que de aquellos tres pelmazos que pasean su aburrimiento depende el futuro del imperio español y del celeste imperio.

Id. Estoy evitando al lector el disgusto de enterarle de que estos sujetos, a cada momento, niegan con la cabeza, se encogen de hombros, se rascan el mentón, fruncen el entrecejo, arrugan la nariz, adelantan la barbilla, echan ojeadas sin pestañear y, en fin, hacen todos esos movimientos propios de los españoles invencibles.

Págs. 68-69.- Informe sobre asaltos y botines.

Pág. 69.- Nueva guía turística de Orán. Apasionante.

Pág. 70.- Informe sobre la paga de vuacedes. Vuacedes es vuesas mercedes para los muy familiarizados como Pérez.

Págs. 70 y ss.- El paseo está resultando fructífero en cuanto a informaciones varias se refiere. El gran escritor aprovecha bien sus apuntes. Que el lector se aburra con tanta información que, cuatro siglos más tarde, no le sirve para nada, es lo de menos.

Pág. 71.- Y niega el demandado ser un patriota testicular. Consideren esta frase: «…la pólvora de las espadas y los muros de los cojones de España».

Id.- Dos de los paseantes se pasan toda una página echándose ojeadas y devolviéndolas, ora sin pestañear, ora pestañeando.

Capítulo III

Pág. 73.- Según dice y repite Pérez en pocas líneas, Alatriste, atendiendo a «su instinto de soldado» y a «su hábito de soldado», nos obsequia con una meada que debe de tener su importancia en la economía del relato, a juzgar por el espacio que el autor le dedica.

Pág. 74.- Continua la exposición histórica, ahora de Flandes vía Pérez.

Los personajes -que no son tales desde el punto de vista de la estética narrativa, puesto que no están caracterizados- hablan, no en lo que sería una auténtica conversación, sino informando al lector por turno de lo que el autor ha aprendido en la biblioteca de su barrio, o del barrio de al lado. No hay coloquio, sino una serie de parlamentos superpuestos de una manera realmente colegial. Lo menos novelístico que imaginarse pueda.

Id.- Alatriste se tumba «tras ajustar bien el cinto con las armas y abrocharse las presillas del coleto». Me emocionan estas precisiones en las que tan rico es el relato revertiano. Que no se queda aquí, por cierto. El «novelista» sabe, y nos lo dice, que, pasadas una horas, aquel arreo le dará calor. Y así va llenando páginas y páginas.

Id.- Reverte sabe, que para eso se ha documentado bien, que en cuanto empezara el jaleo, aquella indumentaria le resultará muy útil.

Id. Recuento exhaustivo de las lesiones de Alatriste.

Pág. 75.- Más de una página con los cálculos de Alatriste sobre lo que puede ocurrir. De verdad que una no acierta a descubrir qué es lo que divierte y entretiene a Alfonso Usía, Jordi Gracia, Belmonte y otros fósforos de Pérez.

Siguen abundando los palabros. Como el lector desconoce su significación, no se entera de lo que el autor le dice. Error novelístico grave, porque la misión de la prosa narrativa es levantar una realidad nueva, un segundo mundo, delante del lector. Por lo que esa prosa tiene que ser, por encima de todo, funcional, no el producto de un alarde de lecturas. Ay, mi añorado Salgari, mi recordado Stevenson…

Pág. 76.- Nutrido currículum vitae del sargento Biscarrués, que mucho interesará en la oficina del brigada, pero muy poco al lector.

Pág. 77.- El narrador hace las presentaciones de varios personajes -entre ellos, nuestro ya bien conocido Biscaurrés- al estilo de las que el autor practicará en los cócteles de Alfaguara. No creo que en el siglo XVII se utilizaran las mismas fórmulas. Como yo, piensa el profesor Francisco Rico, especialista en Pérez.

Id.-Uno de los presentados, evocando viejas andanzas -en este libro, todas son evocaciones y rellenos-, termina diciendo: «Ha llovido mucho desde entonces». Anacronismo flagrante. Esa frase, que se atribuye a un meteorólogo de la primera promoción de la Escuela de Meteorología, no se conocía ni el siglo XIX.

Id.- Por allí aparece un mogataz. Ignoramos con qué misión, pues no sabemos lo que es un mogataz. Su currículum, sin embargo, sí lo facilita Pérez

Es difícil adivinar -voy por la página 78- a dónde se dirige, novelísticamente hablando, esta ristra de informaciones sin el menor interés.

Pág. 78.- Informe, ahora, sobre los judíos en Orán.

Pág. 79.- El relator continua apretando los dientes, pasándose la lengua por los labios, encogiéndose de hombros, pág. 83.- frunciendo el ceño…

Pág. 80.- Y ya tenemos a Alapérez haciendo coro con sus personajes: «-¡Santiago!… ¡Cierra!… ¡Cierra!… ¡España y Santiago!» Chillidos que a una le daría vergüenza evocar, de no ser la sobrina predilecta de Blas Piñar.

Ochenta páginas ya y aquí no aparece el más leve conato de argumento ni de trama, como es preceptivo en la novela de aventuras. Personalmente, estaba convencida de que, aunque formalmente desfasadas (lo que equivale a decir novelísticamente inútiles) las «novelas» de Pérez Reverte eran ricas en peripecias más o menos entretenidas, de las que complacen a esos tontorrios aliterarios que, como Pozuelo Yvancos, Belmonte, García Posada, Darío Villanueva, Jordi Gracia, Sanz Villanueva, Gregorio Salvador, Francisco Rico, Rafael Conte, Ángel Basanta, Mainer, etc, abominan de la que llaman despectivamente «la novela seria», es decir, la novela con ideas, la novela que hace pensar, la novela ilustración de la historia, la novela con valores estético-literarios. Pero ¡es que no hay ninguna, absolutamente ninguna peripecia!. Sólo falsas conversaciones mediante las cuales se informa al lector decepcionado aunque prudente, de una serie de cosas que el autor ha leído ¡ni siquiera inventado! La falta de imaginación del patriótico «novelista» es absoluta.

Págs. 83, ants. y ss. Quien en su españolidad exalta hasta nuestros peores defectos, es natural que se muestre a rachas un tanto racista.

A todo esto, la impresión que ha logrado comunicar Reverte es la de que, antes del asalto, el saqueo de las tiendas y la matanza de moros, Alatriste y su pandilla andaban por ahí, de taberna en taberna, esperando la hora de llevarlo a cabo. Llega la hora y, catapún, como el que va al cine.

Pág. 85:- Menos mal que, de vez en cuando, Pérez obsequia a su amplio lectorado con crisóstomas y elaboradas metáforas: «La mora tenía un golpe en la cara […] y sollozaba como animal atormentado». De cadena perpetua.

Pág. Al igual que carece de imaginación, factor esencial de la composición novelística, Reverte no posee sentido del humor. Lo demuestra página a página, aunque alguna vez introduzca chistes como éste, que sin duda él no considerará tal:

<<-¿Hablas español? -Lo hablo -dijo el otro, en buen castellano.>>

Hay que ser espabilado para, de un simple «lo hablo», deducir cómo habla un sujeto la lengua de Cervantes.

Pág. 88.- Interrogan a los prisioneros. Este libro tiene más anacronismos que Los Picapiedra, y muchísima menos gracia.

Me pregunto qué es lo que encuentra interesante el coro de críticos que cantan a la luna. Contraviniendo las leyes del subgénero, en esta «novela de aventuras» no pasa nada. Demostrado que Javier Marías es una estafa; que Muñoz Molina, otra, como Almudena Grandes, Rosa Montero, Maruja Torres y todos los demás abortos del polanquismo editorial, causa estupor verificar que hasta Pérez Reverte lo es, incluso como novelista menor.

Id.- El discípulo de Alatriste que relata estas pamplinas se jacta, bravucón él, de haber matado a cerca de cuarenta seres humanos.

Id.- El sargento mayor, más bravucón que la encarnación de Reverte que relata estos paseos sin el menor interés, se muestra, como es su obligación «rojo como la grana y con las venas del cuello y la frente a punto de reventar». En su momento, había arrugado la frente y fruncido en el entrecejo. Los mayores del lugar celebran nostálgicos la aparición de estas frases tantas veces leídas en su adolescencia en las novelas quiosqueras.

Pág. 90.- Reverte nos cuenta, según ha leído, cómo marcha la tropa de Alatriste, con su botín y sus más bien jodidos prisioneros.

Id.- Relata que se dieron rebatos y escaramuzas. Pero el lector no lo «ve», porque, como casi todo en esta pseudonovela, no están «novelados», sino simplemente referidos.

Págs. 91-92.- Igualmente referido, pero no novelado, está el episodio del bebé que se muere. Para una que se dice novela de aventuras, todos éstos son pecados mortales.

Id.- La madre se ahorca, lo dice Pérez y no tenemos por qué dudar de su palabra de caballero español y cristiano.

Absolutamente nada de lo que sigue está novelado.

Pág. 94.- Si este hombre le llama «inmensidad azul» al Mediterráneo, ¿qué le llamará al océano Atlántico?

Págs. 94-95.- Enésima descripción de Orán, según las guías turísticas que Reverte ha consultado.

Pág. 95.- Las tres prostitutas que se encuentran en el lupanar son «ambladoras y bachilleras del ambrocho». ¿Qué serían en realidad? Me quedo lo que se dice pérez-plexa.

Reverte es tan poco novelista como Marías, Muñoz Molina, Almudena Grandes, Rosa Montero, Antonio Gala y demás componentes de las recuas planetaria y alfaguarrana. Con la ayuda de ustedes, señores (no)críticos, la novela española chapotea en la inmundicia literaria.

Y otra vez «the revertiners» charlando de cosas sin el menor interés, aunque respaldados por la convicción del autor de que son más machotes y más españoles que nadie. Patriotismo testicular, sí, efectivamente.

Pág. 97.- Naturalmente, cuando llega el momento, uno de ellos «mira de soslayo y tuerce el gesto»., mientras otro frunce el ceño, cae en la cuenta y niega con la cabeza. No cabe duda de que nos encontramos en plena renovación de la novela.

Un tribunal compuesto por Michel Butor, Alain Robbe-Grillet, Claude Simon, Marguerite Duras y Samuel Becket condenaría a galeras a Pérez, tras un juicio sumarísimo.

Pág. 98.- Ahora se miran todos en silencio, como en las novelas malas de Biblioteca Oro. Ya quisiera Pérez que esto se pareciese a las buenas.

Id.- El capitán sacude la cabeza.

¡Échate un pulso, Belmonte!

Págs. 98-99.- Casi dos páginas echando cuentas con el dinero. ¡Como si eso le importara a nadie!

Pág. 99.- Las niñas horteras del puente de los siglos dicen «fue bonito mientras duró». Y un personaje de Pérez: «fue hermoso sentirse rico mientras duró». Anacrónico y cursi

Capítulo IV

Pág. 101 y ss.- Más descripciones de Orán.

Repito que yo pensaba que los libros de Pérez Reverte eran otra cosa: relatos más o menos entretenidos para aliviar los ocios de lectores como Darío Villanueva, Santos Sanz Villanueva, Rafael Conte, Pozuelo Yvancos, Jordi Gracia etc., que desdeñan la novela que plantea e intenta resolver problemas estéticos o se presenta como ilustración de la historia, la sociología, la antropología, la filosofía, etc.

Me pregunto en qué se basará Jacinto Antón («Babelia», 2 de diciembre de 2007) para decir que esto es más que una novela de aventuras (no es siquiera un novela de aventuras) y que Alatrsite es un personaje complejo, cuando no es más que un bravucón ocasional que nos informa de todo cuanto Reverte o sus documentalistas han leído. Todo apuntalado, además, sobre lo mucho que Pérez ha dicho, al parecer, sobre sí mismo. O Pozuelo Yvancos para afirmar que la triste prosa del libro que analizamos representa una aventura del lenguaje, de un lenguaje que expresa una visión de España a lo Quevedo. O Ángel Basanta, que llama a lo de Pérez «proyecto novelístico», «proyecto literario de la mayor envergadura», de «nusitada maestría», y ¡hasta se refiere «a la estructura de esta novela» sin estructura! Seguro que Reverte habrá sido el primero en sorprenderse, pues resulta evidente que nunca reflexionado sobre el género novelístico. Queden estos tres ejemplos como muestras de lo que hacen hoy los críticos, quienes parten a su misión predispuestos a exclamar «¡qué bien!»ante todo cuanto les ponga delante la industria cultural de la que viven.

Pág. 103.- En medio del quinto o sexto paseo por Orán, uno de ellos dice: «Visitemos a Fermín Malacalza. Se alegrará de verte». Y el lector ya sabe que se va a encontrar con otra reunión de charlatanes, que le informarán aburridamente de otro montón de cosas.

Javier Marías sigue constituyendo, a mi entender, la mayor estafa literaria del sistema de la industria cultural, pero Pérez, que al menos redacta con corrección escolar, lucha por alinearse, ex aequo con Muñoz Molina y Almudena Grandes, en el segundo puesto.

Pág. 104.- Tenía el presentimiento: nos informan sobre Malacalza.

Pág. 105.- Informe sobre las costumbres de los mogataces.

Id.- Dice el narrador que uno no sobrevivió al tiro que lo mató. ¡Voto a tal, vuesa merced! Si lo mató, ¿cómo iba a sobrevivir?

Pág. 107.- Hablan de la mujer de Malacalza en el tono machista que tiene todo el libro.

Págs. 109 y ss.- La aburrida conversación se prolonga durante varias páginas. ¡Menudas aventuras! Y uno de los críticos mentados compara esto con Beau geste, para decir que es superior.

Págs. 109-110.- Malacalza también sabe adelantar el mentón y esbozar una sonrisa. Y, por supuesto, entornar los ojos.

Pág. 110.- Dudo que, in illo tempore, los soldados tuviesen hoja de servicios, como pretende Pérez.

Pág. 111.- Y también ríe entre dientes.

Pág. 113.- Mientras otro mira sin pestañear.

Id.- En cambio, es un anacronismo que el capitán diga «pues te la estás jugando», ya que esta expresión no surgió hasta 1976 después de que en Madrid pusieran el primer bingo. Igual sucede con «miré de soslayo», que utiliza el relator.

Las de veces que dice «al cabo» el narrador, ha hecho que me pierda en el conteo. En ocasiones, dos veces seguidas, en el mismo párrafo, como en la pág. 114.

Pág. 115.- Aquí todo el mundo mira de soslayo, como es preceptivo en las novelas quiosqueras. Y permanece pensativo o reflexiona antes de hablar. Después de encoger los hombros, por supuesto, o acariciarse la barba.

Es una forma muy ingenua de narrar, esa de hacer pausa entre los interminables parlamentos por medio de movimiento de los ojos, las manos, los hombros, etc.

Y así liquidamos el primer tercio del insulso relato. Me pregunto si merece la pena seguir soportando la retahíla de nombres propios y términos inusuales con que pretende lucirse un inciensado pedante.

Memento homo qui pulvis eris

et in Pérez reverteris

No, no vale la pena seguir hurgando en este pestiño seco, este conato de narración pretenciosa y ridícula, vulgar y reiterativa hasta el mareo. Sí la vale mostrar una vez más la mayor sorpresa ante el hecho de que un montón de profesores de literatura y críticos literarios, que ya quedaron nombrados, hablen de él (el pestiño) como de algo que ha renovado la novela, como de algo que ha revolucionado el lenguaje, como de algo que merece ser estudiado en un congreso en calidad de cumbre de la literatura novelística. Se hace difícil, muy difícil, descubrir el por qué de estas aberraciones, descontada ya la poca seriedad que presenta todo en la Españeta y cerrados los ojos ante el hecho de que al autor lo han nombrado académico. ¡Monarquía cocotera! ¡Deformación grotesca de la civilización europea!

No son muchos los que se han atrevido a ponerle peros a Pérez, canonizado por las autoridades eclesiásticas del cantón de Cartagena. Pero los pocos que lo han hecho se han encontrado con una réplica asentada en la misma «inteligente argumentación». «Ese tipejo lo que me tiene es envidia, porque yo vendo muchos más libros que él y gano más dinero», amén de otras parecidas manifestaciones propias de un cateto envanecido. Lo que es a mí, que no me lo diga. Reconozco que envidio su éxito y sus ganancias, pero mi envidia es compatible con lo incuestionable de mi crítica a su pastiche. Y no soy una novelista frustrada, como otros que han osado perorear a Pérez. Sólo he escrito una novela y no está publicada. Pero no tengo que echar mano de una vanidad que no poseo, para decir que en ella podrían aprender, él y sus aduladores a tanto la línea, lo que debe ser una novela del siglo XXI, por la que han pasado cien años de conocimientos modificadores por completo de la visión del mundo, que ya no es la propiciada por la mecánica de Newton, sino la de la relatividad y el principio de incertidumbre. Después del nouveau roman, del conductismo, «del empleo del tiempo», del monólogo interior, del postmodernismo norteamericano, de la beat generation, de los Angry Young Men, del grupo Tel Quel, de la «nueva novela» alemana de Handke, Grass, etc., de la novela metafísica aquí, en España, de Kafka, Joyce, Virginia Woolf, Faulkner, Musil, Cortazar, Sabato, Svevo, Pavese, Michel Butor, Claude Simon, Alain Robbe-Grillet, presentar la realidad como lo hace Pérez, es un crimen de lesa literatura, como lo es todo retroceso estético. Señor Pérez, el fracaso de un novelista no está en no vender ni en carecer de lectores en un país donde la gente lee antes de aprender a hacerlo, el fracaso de un novelista está en, por ejemplo, tener que echar mano de fórmulas caducadas por carecer de talento para hacer alguna aportación a la escala de valores novelística, a lo formal del género, que es lo que ontológicamente cuenta, no las peripecias. Conmociona comprobar que a un sujeto que -no escribe- redacta relatitos lineales, ignorando todo cuanto se ha producido en el mundo de la novela durante un siglo lo consideran, unos sedicentes críticos, renovador del género.

A Reverte también le molesta que le digan que, por causa de su patriotismo testicular a lo Tejero, evidente en este libro, es un cantor de la España Imperial, reserva espiritual del Occidente. Y lo «refuta» diciendo que quien ha hecho tal afirmación es «un cantamañanas», «un novelista frustrado», autor de «bajezas semanales que perpetra para ganarse el pan». Estas otras bajezas, las de Pérez, las ha proferido el autor de tan festejados pastiches en entrevista con Nuria Azancot publicada en El Cultural, más servil que nunca, del 25 de enero de este año. Una entrevista en la que, por cierto, el engreído sujeto conminaba a Nuria dos veces a que no le tocase los cojones (sic). Del contexto se desprende que ella no llegó a palpallas (las mentadas extremidades), pero sí que rió la tan deshonesta como vulgar gracia, por venirle de uno, para ella seguramente, impepinable.

Apartándome de lo que es pura crítica literaria, quiero decir en este punto que la gracia -a mí no me hace ninguna- revertuda es una muestra de ese castizo y desagradable machismo celtibérico, a lo Umbral, a lo Cela, que por vida conservarán los bravucones -¿qué es, si no, Alatriste?-, que confunden hombría con mala educación, que ignoran la dignidad de la mujer, mayor que la suya de asnos, y que jamás serán europeos. Por cierto que la periodista, Nuria Azancot, me parece tan machista como Alicortado, por no replicar a la grosería. Algunas todavía confunden igualdad en derechos y oportunidades con igualdad en burrez y en bastedad. Si la mujer no aporta a la humanidad sus valores superiores, ¿quién lo va a hacer?

El caso es que Pérez «Reviente», como le dicen en Alfaguara, demuestra ciertamente padecer, al menos en esta novela, de «patriotismo testicular», que es de lo que le había acusado el, según él, «cantamañanas» semanal, Rafael Reig, que no vende ni mucho menos lo que Pérez, pero que es mejor novelista que él, quien nunca responde con argumentos, sino con jactancias sobre sus ventas y sus lectores. ¿Se ha parado a pensar alguna vez en quiénes son sus lectores? Su autoenamoramiento infantil y el patriótico orgullo tejerino que inunda el alma de sus personajes le impiden darse cuenta de que habita en una monarquía cocotera, de súbditos iletrados, sin peso cultural en la comunidad occidental.