1. Porque no se atiene a la historia tal como ella ha sido, dentro de los muchos errores cometidos por las izquierdas uno merece especial atención. Tal error adviene de una abstractamente teórica defensa de la lucha de clases en el campo mundial. Este error táctico y estratégico atravesó el siglo XX y repercute de […]
1.
Porque no se atiene a la historia tal como ella ha sido, dentro de los muchos errores cometidos por las izquierdas uno merece especial atención. Tal error adviene de una abstractamente teórica defensa de la lucha de clases en el campo mundial. Este error táctico y estratégico atravesó el siglo XX y repercute de forma significativa aún hoy. El escenario que lo dramatizó históricamente fue el de la Revolución Soviética de 1917. Los personajes históricos que representaron la pugna en torno a ese error capital fueron Lenin y Trotsky, en un contexto en el que el primero es el ejemplo a ser seguido y actualizado y el segundo el ejemplo a ser negado e igualmente actualizado. Lenin defendía que era necesario concentrar esfuerzos revolucionarios en el ámbito del Estado-Nación soviético, aumentando su fuerza productiva interna, con el propósito de liberar al pueblo del comunismo de la miseria. «Independencia político-económica interna, es el primer paso de la revolución, en sí mismo revolucionario», alegaba Lenin. Trotsky, a su vez, defendía que la revolución socialista solo sería posible si fuese realizada a escala mundial, argumentando que, de otro modo, la revolución, en el ámbito del Estado-Nación, sería inevitablemente derrotada por las, siempre mundiales, fuerzas contra-revolucionarias burguesas.
2.
El mayor problema de la tesis de Trotsky no es ella en sí misma, sino su transformación en dogma. Trágicamente, esta deriva dogmática de la perspectiva universalista de Trotsky no solo es la que ha prevalecido, sino ante todo ha sido frecuentemente capturada y manipulada por las contra-revoluciones burguesas, imperialistas, de ayer y de hoy. El dogma de la revolución mundial tiende a ignorar el siguiente dato objetivo: todas las revoluciones socialistas del siglo XX fueron realizadas en el ámbito del Estado-Nación y tenía esto como asunto de vida y muerte, en los términos propuestos por Lenin: autonomía militar-productiva, como premisa para mantener la dignidad de la revolución; y su permanencia. La revolución china, la vietnamita y la de Corea del Norte, por ejemplo, se verían frente al reto de afirmar la soberanía popular, teniendo en cuenta el desarrollo de sus respectivas fuerzas productivas nacionales, sin descuidarse del desarrollo de la capacidad de defensa, por la evidente razón de que el imperialismo jamás permitiría ni permitirá una experiencia socialista de base popular, libertaria.
3.
Al respecto, el caso de Cuba es ejemplar, si consideramos a Fiel Castro y al Che Guevara. Éste, fiel a la premisa trotskista, defendía que la revolución debe ser universal y, de forma aún más consecuente que Trotsky, encarnó este punto de vista, rechazando permanecer en Cuba, con el objetivo de llevar a cabo la experiencia exitosa de la revolución cubana al mundo, concentrándose, en un primer momento, en América Latina. Fidel Castro, a su vez, se fijó en Cuba, con el objetivo de liberar al socialismo cubano de aquello que Doménico Losurdo llama ascetismo revolucionario, otra forma de designar al comunismo de la pobreza-ascética. El mayor problema de la tesis trotskista, sobre todo en su versión dogmática, es la indiferencia [con] el socialismo posible, vinculado al ámbito del Estado-Nación. Aquí, sin embargo, no es posible ignorar a Trotsky y su concepto de Revolución permanente, término del marxismo, usado primero por Marx y Engels en 1844, así como en 1850, y más tarde por Trotsky, con quien es más pertinente asociar el término al haber escrito La Revolución Permanente, en 1929, obra publicada al año siguiente en Berlín por la Oposición de Izquierda. Según él, la burguesía contemporánea de los países en desarrollo es incapaz de llevar a cabo la revolución democrático-burguesa debido a factores como debilidad histórica y dependencia del capital imperialista. Por tanto, es el proletariado el que debe conducir al país a la revolución, empezando por las tareas democráticas y continuando por las socialistas: aquella, no puede limitarse a una nación concreta sino que debe internacionalizarse, porque sólo sobrevivirá si triunfa en los países más avanzados. Y quizás eso era lo que, justo, pensaba el Che y en contra de lo que, preciso, iba Fidel.
4.
Esta tesis, la de la indiferencia con el socialismo posible, vinculado al ámbito del Estado-Nación, abstractamente universalista, al contrario de lo que proponía Lenin e incluso Stalin, generalmente es adepta al socialismo revolucionario y tiende religiosamente a tener dificultades con las contradicciones del proceso, lo que la vuelve puritana, porque descalifica a la historia real en nombre de una Idea de revolución trascendental. Evidentemente es anti-dialéctica porque, como se sabe, la dialéctica es la ciencia de las contradicciones y se alimenta de estas. Otro problema grave de la tesis trotskista emerge de la deriva de su rechazo al socialismo posible, realmente existente, en nombre de una abstracta universalidad. Como tiende a negar los procesos revolucionarios en el ámbito del Estado-Nación, siempre en nombre de una abstracción trascendental, generalmente, a la hora de interpretar la Historia, tiende a valerse del punto de vista de la versión imperialista de la Historia, considerado el punto de vista universal: lo que, obvio, no es.
5.
Es por esto que la perspectiva trotskista generalmente es eurocéntrica y pro-imperialista. Si consideramos, por ejemplo, la industria cultural del imperialismo, que es hegemónica en el mundo entero, en la actualidad, verificaremos que la versión de los hechos construida por la industria cultural del imperialismo estadounidense es fácilmente acatada por la vertiente trotskista del marxismo. Como ejemplo, basta considerar los casos recientes de Libia y Siria. Es evidente que las informaciones que recibimos sobre la invasión a Libia y Siria, que no conflicto pues sus pueblos son puestos a pelear desde afuera, es una versión impuesta por el imperialismo gringo, que domina la industria cultural. Más que eso, es una versión producida como arma de guerra, por la evidente razón de que, teniendo en cuenta las guerras de cuarta generación, el poder mediático es un arma de guerra poderosísima. Sin ella, por ejemplo, en Brasil no habríamos sido golpeados. Tampoco en Colombia se hubiera presentado el falso «Acuerdo de Paz», en realidad Cese parcial de la guerra, a un plebiscito, proyectando la impresión, perversa, de que el pueblo es responsable por el NO. Y ahora en México, de no ser por el poder mediático, Peña Nieto tendría que salir a pagar escondederos a peso, máxime ahora que ha amenazado con que «si no se acepta el gasolinazo, entonces cierro las escuelas». Tremendo ejemplo de fascismo extra-ordinario.
6.
Pues bien, la versión trotskista abstractamente universalista, puritana, creyó y cree en la versión del imperialismo producida como arma de guerra contra la soberanía popular de Libia y Siria y la defendió como si fuese una santa causa. Esto es absolutamente inaceptable y transforma la perspectiva trotskista en extrema derecha travestida de extrema izquierda. Por último, como no podría dejar de ser, la vertiente «revolucionaria» trotskista tiende a ser adepta al romanticismo revolucionario. Por rechazar las contradicciones del proceso histórico real, cualquier motín popular -inventado o no por la industria cultural- es de inmediato percibido como revolucionario. Pero, ¿qué es lo revolucionario hoy? La única respuesta posible, dadas las condiciones socio-políticas en este mundo del «todo vale» y de la «pos-verdad», es decir, la mentira legalizada como verdad irrefutable (la de un Temer, la un Uribe, la de un Peña Nieto), es que la única revolución actual posible es la de los oligarcas, los «amos», contra el pueblo, el «esclavo», pero de esa no se habla en los medios porque no es un producto mediático, espectacular, escandaloso: apenas, risible.
Tal como se infiere de lo anterior, en tiempos de falsa revolución, como la actual, este romanticismo revolucionario es fatalmente un tiro en el propio pie, una especie de suicidio asistido, de auto-eutanasia. En Brasil, el partido político que está más pegado al universalismo abstracto revolucionario, puritano, es el [Partido Socialista de los Trabajadores Unificado] PSTU, resultando de ahí el rechazo de este partido a los procesos revolucionarios de la América Latina, con Venezuela y Bolivia como las experiencias más exitosas y más contradictorias, al mismo tiempo, en nuestro entorno planetario. El PSTU acostumbra ser implacable con las contradicciones y, por lo tanto, con los procesos. Este odio a las contradicciones lo vuelve, en su arrogancia divina, «puritanamente» pro-imperialista. Lo que, por contraste, es «diabólicamente» repudiable, no en términos maniqueos sino de consciente postura frente al devenir democrático de todos los pueblos del mundo que, a diario, son bombardeados con las armas más arteras y perversas del capitalismo guerrerista, expansionista, invasor, a causa del cual el término nazi Lebensraum o Espacio vital, resulta caricaturesco frente al engañoso gobierno de Obama y al machista, misógino, homófobo y, no en últimas, xenófobo diktat, del Pato Donald Hitler Trump.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.