América Latina y el Caribe son hoy el escenario de un intenso y frecuentemente acalorado debate sobre las estrategias que la izquierda debe adoptar para alcanzar el poder. En otro momento, en la época de las dictaduras militares latinoamericanas y caribeñas, que abarcó casi todo el siglo XX, el debate principal en el seno de […]
América Latina y el Caribe son hoy el escenario de un intenso y frecuentemente acalorado debate sobre las estrategias que la izquierda debe adoptar para alcanzar el poder. En otro momento, en la época de las dictaduras militares latinoamericanas y caribeñas, que abarcó casi todo el siglo XX, el debate principal en el seno de la izquierda revolucionaria fue alrededor de: vía armada o vía pacífica electoral.
El gobierno de Estados Unidos simplemente no estaba dispuesto a aceptar el ascenso de la izquierda a los gobiernos por vía electoral. El Chile democrático, con ejército «profesional y obediente de la autoridad civil», fue enterrado por el golpe militar encabezado por Pinochet, el asesinato del Presidente Salvador Allende y la matanza generalizada que sobrevino al 11 de Septiembre de 1973. Después, los militares aplastaron la democracia uruguaya, la «Suiza de América»; los militares argentinos instauraron una de las más cruentas dictaduras sufridas en ese país. En Brasil, los militares volvieron aún más asfixiante el régimen que habían instaurado a inicios de la década de los sesentas.
El derrumbe del socialismo soviético, la entrada en el mundo unipolar y en el capitalismo neoliberal volvieron innecesarias para los Estados Unidos las dictaduras militares, ya desgastadas por las luchas políticas y armadas de nuestros pueblos y riesgosas para la estabilidad de la dominación imperial, como lo habían demostrado en su momento la Revolución Cubana y la Revolución Sandinista.
Washington hizo entonces un giro de su estrategia en América Latina y el Caribe, hacia la promoción de gobiernos civiles surgidos de elecciones «democráticas». No buscaba favorecer el ascenso revolucionario a los gobiernos, sino sustituir una forma de dominación que se había vuelto riesgosa por otra más segura, para el implantamiento del capitalismo neo-liberal, su globalización y su hegemonía militar.
Este giro inauguró arrebatándole el poder a la Revolución Sandinista por vía electoral y favoreciendo la solución política negociada del conflicto armado salvadoreño, después de la gran ofensiva militar del FMLN en noviembre y diciembre del año 1989. Chile, Uruguay, Brasil, Perú, Bolivia, Argentina, fueron también escenarios de la resistencia popular, incluso armada, contra las dictaduras militares que desembocaron en salidas electorales.
El debate en la izquierda sobre vía armada ó vía pacífica electoral entro en receso. ¿Volverá a surgir en el futuro? En verdad no puede descartarse.
Los procesos electorales se convirtieron en una prioridad para la izquierda en nuestro sub-continente, casi impuesta por la desaparición de la bipolaridad geopolítica, en cuyo marco triunfaron tantas revoluciones y muchas pudieron consolidarse. En América Latina la Revolución Cubana es el ejemplo primero y clásico. En el marco de la bipolaridad se liberaron también del colonialismo muchos pueblos en Asia y África.
El debate en la izquierda Latinoamérica y Caribeña se desplazó a la búsqueda de respuestas a interrogantes como las siguientes:
¿Podrían realmente los procesos electorales, en el marco de la uní polaridad, constituirse en una vía para el acceso a los gobiernos de las fuerzas revolucionarias?
Más aún… ¿Podrían las elecciones llegar a ser una vía para la conquista del poder y no solo de los gobiernos?
¿Las victorias electorales de la izquierda podrían excluir la posibilidad de ser revertidas por los tradicionales cuartelazos de jefes militares sumisos al imperio y a las oligarquías? Y muchas otras más por el estilo.
Surgieron las respuestas contradictorias o matizadas.
En Colombia, por ejemplo, continúo y creció la lucha armada, combinándose en ocasiones con alianzas y luchas electorales. En Perú surgió y se desenvolvió por varios años la lucha armada.
Por su parte, una pequeña minoría de la izquierda Latinoamericana y caribeña se mantuvo al margen de la participación electoral y continuó rechazándola como vía para el ascenso revolucionario al poder, sin practicar tampoco otras vías.
La parte mayoritaria se incorporó a los procesos electorales a partir de estrategias diferenciadas y divergentes:
Para algunos de estos últimos, las elecciones pueden ser vía de la izquierda hacia el poder si esta se «modera», se «moderniza», si es «realista» y se convierte en un proyecto «viable», tolerable para el imperio, para el gran capital oligárquico y para los militares reaccionarios y si además es capaz de entusiasmar a las mayorías ciudadanas para cosechar sus votos. A menudo, un componente de esta receta es el anticomunismo y la toma de distancia de la Revolución Cubana y ahora, aunque más tímidamente, respecto al proceso revolucionario ! bolivariano en Venezuela. Se plantean así mismo la no ruptura con el modelo del capitalismo neoliberal y su Fondo Monetario Internacional, o hablan de postergarla o gradualizarla.
En ciertos casos estas recetas incluyen la postulación al cargo presidencial de personajes «potables» cooptados de fuera de la izquierda. Un caso extremo de esta formula fue el del FREPASO argentino, que obtuvo una clara victoria electoral, pero instaló un gobierno, encabezado por Fernando de la Rua, que profundizó el modelo neo-liberal heredado de Menem, lanzó a la miseria a una vasta proporción de la sociedad y fue derrocado por las más grandes e intensas movilizaciones populares. Esta parte de la izquierda suele también distanciarse de las luchas ! sociales de los sectores golpeados por el modelo neoliberal y que buscan salidas alternativas a las crisis que los abaten. Los argumentos que frecuentemente se escuchan, para justificar ese distanciamiento, es que la movilización social y popular perjudica las posibilidades electorales, pues se asusta a los votos moderados.
Mientras tanto, otra parte de la izquierda se ha planteado ascender a los gobiernos por vía electoral para cambiar el sistema del capitalismo neoliberal y consumar verdaderas revoluciones democráticas, ganando para ello el entusiasmo, la participación, la acción organizada y decidida de la mayoría del pueblo, concertando amplias, multiclasistas y multisectoriales, alianzas anti-neoliberales, nacional e internacionalmente, disputándole la influencia sobre los militares al imperio y la oligarquía financiero-mediática. Es una estrategia que se articula en torno a la realización de un programa claro y consistente de cambios estructurales, en lo económico, social y político.
Este es el caso de la Revolución Bolivariana liderada por Hugo Chávez Frías, que ha surgido y avanzado a través de reiterados procesos electorales y grandes enfrentamientos victoriosos con la contrarrevolución apoyada por las transnacionales y el gobierno de Estados Unidos.
Para esta parte de la izquierda los procesos electorales son una gran oportunidad para la comunicación de las propuestas revolucionarias a la gente y un gran escenario para la lucha de ideas contra el capitalismo neo-liberal y por una sociedad justa. Son, a la vez, un gran instrumento movilizador y organizador del pueblo, consolidador de las alianzas anti-neoliberales, fuente de acumulación de fuerzas y de construcción del poder popular, enrumbados hacia el cambio de la correlación y hacia la revolución.
Ese es el gran debate que está planteado hoy en el seno de la izquierda. El FMLN en El Salvador no es la excepción. Al igual que en otras experiencias latinoamericanas la derecha y sus medios no disimulan sus simpatías. En el fondo, como lo han señalado algunos de sus ideólogos más connotados, comparten el propósito de debilitar y hasta destruir el proyecto revolucionario, que ha probado ser una real amenaza para su modelo de dominación.