A ver si encontramos motivos de esperanza en estos momentos en que el Ecuador pasa por uno de los peores momentos de su historia. La catástrofe que vivimos no es casual: Es el resultado programado del control de los países por parte de la hegemonía neoliberal impulsada por Estados Unidos. El actual presidente es el actor que mejor cumple con los deseos del gobierno norteamericanos.
Usaron un sinnúmero de medios para lograrlo: los préstamos del FMI (Fondo Monetario Internacional), los grandes medios de comunicación que siembran la confusión, el odio y la mentira, la colaboración con los narcotraficantes para subordinar el Estado ecuatoriano y sus instituciones, el descuido de la educación y de la salud, la persecución sistemática a los opositores, la falta de inversiones estatales, la sumisión de la justicia al proyecto arrasador de las llamadas élites nacionales… Todo eso para crear el caos en que nos encontramos a fin de que los mismos de siempre, nacionales y extranjeros, puedan “pescar a río revuelto” a su gusto.
De esta manera se fomentó el aumento de la pobreza, del desempleo, de la migración, de la violencia, de la delincuencia, del crimen organizado. Fomenta también el individualismo, el miedo, la desconfianza, la desorganización, la fatalidad, etc. Por eso nos sentimos indefensos, vigilados, perdidos, pasivos. Es exactamente lo que busca el sistema capitalista agónico mediante sus instancias principales de Estados Unidos y Europa.
Fue en Inglaterra, en el siglo 17, cuando empezó la industrialización de Europa, lo que fortaleció el comercio internacional. Esta dinámica que dio preeminencia al capital sobre las personas y las relaciones humanas, se generalizó rápidamente en Europa y Estados Unidos sobre todo gracias a las innumerables toneladas de oro que se sacaban de América del Sur. Las revoluciones europeas buscaron enfrentar este monstruo. Pero Napoleón logró desbancar la revolución francesa de 1789. La revolución europea de 1848, conocida como la revolución de los Pueblos, no logró estructurarse. La corta vida de la Comuna francesa logró cambios sociales significativos, pero fue aplastada en la sangre. La revolución rusa de 1918 logró establecer un socialismo en la URSS (Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas) y en luego en China en 1949. A pesar de estas alternativas, el capitalismo siguió su curso.
América Latina sacudió el yugo colonialista europeo en el siglo 19, pero sólo cambiaron los amos. Expulsando a los europeos, los terratenientes y los exportadores nacionales se adueñaron de sus países y la gran mayoría de la población siguió en nuevas esclavitudes. La revolución cubana, de corte socialista, triunfó en 1959. La revolución sandinista de 1979 gobernó 11 años en Nicaragua antes de ser asfixiada por el gobierno de Estados Unidos. Para sofocar los levantamientos populares latinoamericanos los norteamericanos propiciaron las dictaduras comenzando por Brasil en 1964. En Chile la CIA (Centre de Inteligencia de Estados Unidos) en 1973 fomentó el derrocamiento de Salvador Allende, elegido democráticamente. Desde 1992 Hugo Chávez empezó a abrir una nueva era para Venezuela. Al mismo tiempo despertaban los pueblos indígenas: los Zapatistas en México, los quichuas y aymaras en Bolivia, las nacionalidades indígenas en Ecuador, etc.
El siglo 21 vio florecer gobiernos progresistas en Brasil, Argentina, México, Panamá, Bolivia, Honduras, Uruguay, Ecuador… que, al poco tiempo, fueron derrocados por los norteamericanos. Pero la necedad de los pueblos volvió a reponerlos, añadiéndose Colombia. Ahora, para detenerlos, el capitalismo norteamericano y europeo fomenta gobiernos y oposiciones fascistas en los diferentes países, que no respetan la democracia, ni la justicia, ni los derechos humanos, ni los derechos de los pueblos. En esa dinámica estamos actualmente.
Esto demuestra el declive del imperio capitalista, o sea, de América del Norte y de Europeo. Mientras estaban ocupados a destruir Túnez y Mohamed Gadafi, Iraq y Sadam Hussein, Afganistán y Osama Ben Laden, los países progresistas latinoamericanos fortalecían su integración principalmente mediante al ALBA (Alianza Bolivariana Americana) y la CELAC (Comunidad de los Estados Latinoamericanos y Caribeños). Fortalecían sus relaciones con China y Rusia y formaban la Alianza de los BRICS (Brasil, Rusia, China, India y Suráfrica) afín de los depender exclusivamente de la globalización capitalista del dólar.
Estamos en ‘el parto’ de un pluralismo mundial que abarque cada vez más la soberanía de los Pueblos que quieren renacer a una vida más digna, más equitativa, más soberana, más respetuosa de la naturaleza, más integrada entre los pueblos pobres… Ecuador se encuentra en este torbellino, devastado por la violencia gubernamental de un neoliberalismo fascista y de la narco-delincuencia internacional, agobiado por el empobrecimiento creciente, limitado por la desorganización social.
A pesar de estas desgracias del capitalismo decadente, no faltan los motivos de esperanza: su deseo que continúe la década ganada de la Revolución Ciudadana, sus luchas para una unificación de los sectores populares, el protagonismo de los Pueblo indígenas y negros, las luchas de las mujeres y de los jóvenes. Muchos cristianos, impulsados por el papa Francisco, apoyamos estas novedades esperanzadoras. El futuro pertenecerá a los que luchamos en estas dinámicas renovadoras. Un Ecuador nuevo se está construyendo desde abajo; un mundo nuevo se está gestando desde el protagonismo de los Pueblos… y Dios nos mira con cariño y esperanza, porque acompaña el Éxodo se está emprendiendo, porque “su Reino no se detiene”.
Pedro Pierre: Sacerdote diocesano francés, acompaña las Comunidades Eclesiales de Base (CEB ) urbanas y campesinas de Ecuador, país adonde llegó en 1976.
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