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El dedo y la yakuza

Fuentes: Punto Final

No es el dedo que ustedes se imaginan. Pero es que hay una película argentina antigua, sobre «el dedo», de Sergio Teubal, basada en una novela de Alberto Assadourian. No se llama el dedo de R., sino El dedo de Baldomero. Película y novela bastante malitas, pero es el momento de traerlas a colación. Porque […]

No es el dedo que ustedes se imaginan. Pero es que hay una película argentina antigua, sobre «el dedo», de Sergio Teubal, basada en una novela de Alberto Assadourian. No se llama el dedo de R., sino El dedo de Baldomero. Película y novela bastante malitas, pero es el momento de traerlas a colación. Porque a Baldomero, por algún motivo, le cortaban el dedo y este apéndice se transformaba en un objeto de culto porque era milagroso. Pues nosotros también tenemos un dedo famoso, que aunque no sea milagroso podría ser bastante interesante, si bien, como he referido en otro artículo aquí mismo, ese dedo se paró solamente a causa de un calambre. A nuestro dedo cortado de R., perdón de Baldomero, lo podríamos reproducir. Eso es muy normal en las reliquias, que se multiplican por miles. Así vemos que no hay iglesia en Europa que no tenga su Santo Prepucio, ¿se dan cuenta? ¡Tremendo…!

Pero no voy a hacer una broma sobre esto, porque sería de mal gusto y podría resultar ofensivo para los creyentes. Pero es cierto que la Iglesia Católica se ha hecho rica vendiendo reliquias de todo tipo, entre otras cosas. Pondríamos el dedo en formol y al poco rato, igual que algunas plantitas, iría retoñando en muchos dedos que luego se podrían comercializar. De tal modo nos zafaríamos del dueño del dedo, tan antipático y tan viejo -y como yo soy vieja tengo derecho a decir «muera la gerontocracia»- y nos quedaríamos con su dedo que es mucho más inofensivo, y en todo caso, más productivo. Porque como los dedos no hablan, no nos podría decir: «En privatizar y privatizar, todo está en empezar». No, no, no, eso sí que no. Porque al fin y al cabo de los bienes privados sólo se benefician unos pocos, sus dueños y los privatizadores. Mientras que de los bienes públicos nos beneficiamos todos, vamos, que esto lo sabe cualquiera, no necesito explicarlo. También hay que recordar sobre este tema, que la mafia japonesa Yacuza les corta un dedo a sus afiliados, un procedimiento muy leal, para que todo el mundo sepa que ese hombre es de cuidado. Y permítanme decir «hombre», porque en la Yakuza no admiten mujeres, no es mi culpa. Esta no es una referencia indirecta a Lula. De Brasil no me voy a ocupar, porque si allí hay corrupción o no, es algo que no me consta, pero en todo caso apoyo a Lula, porque no se le puede faltar el respeto a un ex presidente obrero que sacó a millones de brasileños de la miseria. No es lo mismo que un ex presidente que era académico y muy protegido funcionario internacional durante la dictadura. Y hay que recordar que el trópico siempre ha sido propicio para los excesos, basta con ver esos carnavales de fábula.

Pero en Chile, con el clima tan frío que tenemos, no piensen solamente en Santiago, piensen en Concepción y otras ciudades donde hay que usar braseros y guateros todo el año; aquí, repito, la corrupción no es de fábula ni de carnaval, es de verdad.

Pero en Chile la sinvergüenzura no resulta, porque como es relativamente reciente, de 1973 para adelante, los corruptos son torpes y los pillan altiro. Es que se les olvidó que ya no estábamos en dictadura, cuando se podía robar y privatizar impunemente.

Pero no fueron leales como la Yakuza que avisa, o sea que cuando uno ve a una persona con un dedo cortado, ya sabe a qué atenerse.

Pero acá hay muchos que conservan veinte dedos para poder robar y privatizar con más tranquilidad. Y lo hacen rápido y fácilmente -con dedos de pies y manos- porque saben que el mundo de ellos se va a acabar, ya que pronto vamos a tener que decirles «Que se vayan todos», frase algo peligrosa pero que cada vez se está haciendo más necesaria. Siempre se ha dicho que este dedito compró un huevito, este lo puso a asar, este le echó la sal, este lo revolvió y este viejo gordo se lo comió. No vamos a poder cortar sólo meñiques, vamos a tener que cortar dedos gordos, por todo el trabajo que ha hecho nuestro sacrificado pueblo para el progreso de Chile. Por el cobre que estaba nacionalizado, por Soquimich que era del Estado, por la educación que era gratuita y la salud que era muy buena, por la seguridad social que era un ejemplo para el mundo, por todas estas cosas buenas que teníamos y que los corruptos vienen y se las comen o se las regalan a sus amigotes. Porque de eso se trata, nuestros bienes comunes, nuestra lucha común, nuestra obra común, que el que la privatiza siempre logra que buena parte se quede pegada en el bolsillo de su camisa. Ahora no vamos a creer más cuentos chinos o japoneses a esta altura del partido ¿verdad? Hay que exigir que el que se propone privatizar o robar, se corte el dedo para poderlo ubicar -en eso se exige un mínimo de lealtad- y para poder decirle «Vete a la Yakuza, que a esa mafia pertenece la gentuza».

Por lo demás, estoy segura de que a don R., don Froilán o don Baldomero, como se llame da lo mismo, lo recibirá la Yakuza con los brazos abiertos. Y aunque tuviera que cortarse un dedo o dos, le valdría la pena, le compensaría, sin duda. Y así no tendría que andar intrigando por aquí y por allá, rindiéndole homenajes a Patricio Aylwin que fue el principal promotor del golpe; cometiendo deslealtades contra la presidenta del país y contra la presidenta de su partido o del que fue su partido, demostrando así que es el tipo más felón y más machista de Chile, país machista por excelencia. A mí estas señoras no me interesan, pero no me gusta que a nadie lo apuñalen por la espalda. Y mientras tanto nosotros felices, buscaríamos a un@ joven macanud@, que hay much@s en Chile. Son tod@s los que no han privatizado nada

Publicado en «Punto Final», edición Nº 848, 1º de abril 2016. [email protected] www.puntofinal.cl