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Esta tecnología tampoco puede asegurarnos que las crías resultantes, mueran irremediablemente al activarse el gen letal que heredan

El dengue y la mentira transgénica

Fuentes:

El dengue es el nombre de la enfermedad viral, endémica y epidémica, que principalmente en las regiones tropicales y subtropicales, donde vive casi la mitad de la población mundial, tiene como vectores a los mosquitos Aedes aegypti (de origen africano) y el Aedes Albopictus (sureste asiático), cuya larga historia de este último, parece remontarse a […]

El dengue es el nombre de la enfermedad viral, endémica y epidémica, que principalmente en las regiones tropicales y subtropicales, donde vive casi la mitad de la población mundial, tiene como vectores a los mosquitos Aedes aegypti (de origen africano) y el Aedes Albopictus (sureste asiático), cuya larga historia de este último, parece remontarse a los años 265-420 de la dinastía Jin, en la legendaria China. Hoy, junto al zika, chikungunya y fiebre amarilla, enfermedades cuya trasmisión también están asociadas a estos vectores, el dengue no solo ha pasado a convertirse en un importante problema de salud pública en muchos países, sino que desde que se conocieran sus perjuicios, se ha venido combatiendo con diferentes estrategias de prevención y control, que suelen no ser tan eficaces, porque en la mayoría de los casos, ignoran o subestiman las causas reales que generan sus epidemias. 

Aun cuando esta enfermedad, que resulta endémica en más de cien países y provoca un número total de infectados en el mundo muy difícil de precisar, existen estimaciones que consideran que el dengue afecta anualmente a casi 100 millones de personas a nivel mundial y en ese mismo lapso, causa la muerte a un poco más de 25,000. Tanto el dengue clásico como el dengue hemorrágico, así como el zika y el chikungunya, son enfermedades que todavía hoy siguen siendo enfrentadas, desde modelos y estrategias de control, muy similares a los que prevalecieron en las décadas de los años 60 y 70, donde lo esencial consistía en eliminar solo los vectores a través de compuestos organofosforados, como el Temephos y Malathion u organoclorados como el DDT, sustancias todas que resultaban además, sumamente tóxicas para los seres humanos.

No fue sino hasta la década de los años 90, cuando por razones más bien de financiamiento, que la estrategia biomédica prevaleciente, dio paso a la incorporación activa de las comunidades en la lucha contra el Aedes aegypti. Pero este enfoque, al igual que sus programas y campañas, tanto ayer como hoy, han continuado imponiéndose con un desprecio o una subestimación casi total, a las relaciones e interacciones complejas que se producen entre los vectores y los contextos sociales predominantemente marcados por la miseria, viviendas deplorables, deficientes sistemas sanitarios, racionamientos frecuentes en el suministro de agua potable, que como determinantes estructurales, potencian y expanden las consecuencias de estas enfermedades.

De modo que el poco éxito que muchos en el mundo le fueron reconociendo a las estrategias convencionales de salud pública, dentro de las que aún siguen formando parte además, el uso de productos tóxicos, en su objetivo de combatir y reducir significativamente las poblaciones del Aedes aegypti, permitió que otros, cautivados por meras soluciones tecnológicas y con fuertes vínculos e intereses comerciales, comenzaran a proponer y justificar el uso de técnicas transgénicas e innovaciones de grandes transnacionales de la industria farmacéutica, en forma principalmente de versiones modificadas genéticamente del mosquito Aedes, mosquitos esterilizados e irradiados y vacunas para prevenir las enfermedades del dengue, zika y chikungunya.

Desde que en 1980 se creara el primer animal modificado genéticamente y tres años más tarde apareciera una planta transgénica de tabaco, no existen hasta ahora estudios rigurosos, independientes, objetivos y a largo plazo, que hayan demostrado que estos organismos son completamente seguros para el consumo, no representando peligro alguno; tampoco puede asegurarse que carezcan de impactos negativos imprevistos sobre los ecosistemas. Lo que hoy prevalece es la falta de consenso científico entre los que afirman en sus estudios –casi todos afines o financiados por las grandes compañías de la biotecnología– que los alimentos y organismos transgénicos son inocuos y seguros; y están, los que por otro lado, rechazan estos resultados al considerar que las investigaciones independientes realizadas, solo han demostrado que sí existen efectos nocivos o dañinos para los seres humanos.

Lo cierto es que en el caso del desarrollo comercial y liberación masiva al ambiente de los mosquitos transgénicos, mejor valdría ante esta tecnología, aplicar el principio de precaución, sobre todo cuando la propia empresa que la produce y promueve, ya desde el 2012 reconocía, que hasta un 15% de las larvas descendientes del cruce de hembras silvestres y mosquitos modificados, podrían sobrevivir en presencia del antibiótico tetraciclina, ampliamente usado en la medicina humana, veterinaria, la producción avícola, acuícola y en muchos alimentos, entre ellos, raciones para mascotas.

A esta peligrosa, cuestionable y poca segura tecnología, se le une además, la experimentación, producción y uso de vacunas, principalmente contra el dengue y el zika, que aunque vienen presentándose como muy seguras y efectivas, ya algunas de las que se comercializan en la actualidad, han sido rechazadas en países como la India, donde las casas farmacéuticas se han rehusado a practicar ensayos clínicos, exigidos por esta nación, con la finalidad de que prueben la eficacia de sus vacunas a nivel local. Algo similar sucedió en el 2017 en las Filipinas, donde se suspendió la aplicación de la vacuna tetravalente Dengvaxia (CYD-TDV) de Sanofi Pasteur, luego que se le vinculara con la muerte de tres personas vacunadas y que esta compañía «anunciara que un nuevo estudio a largo plazo mostró diferencias en el rendimiento de la vacuna, y que en algunos casos podría incluso agravar la enfermedad «. En esos momentos, ya Filipinas había vacunado a casi 800,000 niños mayores de nueve años contra el dengue. Los riesgos potenciales a los que han sido expuestos estos niños, podrían aparecer hasta cinco años después de la vacunación.

Las dudas y las desconfianzas sobre la seguridad y efectividad de las vacunas, que desarrolla la industria biotecnológica contra las enfermedades transmiticas por Aedes aegypti, no son tan diferentes de las que provocan, desde hace algún tiempo, muchas otras; como por ejemplo, la vacuna contra el virus del papiloma humano VPH. Los cuestionamientos a esta vacuna van en aumento, porque se le asocia con una serie de efectos secundarios adversos, como parálisis faciales, sordera, convulsiones y dolores sistémicos, que han motivado en algunos países, como España y Estados Unidos, el surgimiento de importantes asociaciones de padres de familia contra esta vacuna. También en Japón desde el 2013, se dejó de recomendar activamente su uso, luego de informes que la acusaban de causar daños a jóvenes de ese país que habían sido vacunados.

Uno de los principales rasgos que más sobresalen, en las soluciones tecnológicas que se proponen desde la industria biotecnológica y farmacéutica, para combatir las enfermedades causadas por el mosquito Aedes aegypti, es la excesiva simplificación que hacen de las relaciones complejas entre humanos, mosquitos y los serotipos del dengue, por un lado, y por el otro, de la importancia e influencia de los mecanismos de transmisión, de los sistemas inmunológicos humanos, de los métodos tradicionales de control del vector y de las condiciones ecológicas de cada lugar, donde ellos se reproducen. Esta visión sesgada y reduccionista que suele imperar en estas industrias, hace que se terminen por excluir consideraciones sumamente fundamentales y decisivas, como la necesidad de contar con la consulta y el consentimiento previo, libre e informado de los afectados, el posible cruzamiento de machos modificados con hembras de especies similares, el desarrollo de resistencias de las especies, así como la imprescindible evaluación de los posibles riesgos que estas tecnologías pueden causar.

Aparece en escena el OX513A y los primeros ensayos

Las primeras versiones modificadas genéticamente del Aedes aegypti, para combatir las enfermedades del dengue, zika, chikunguya y fiebre amarilla, fueron producidas por la firma británica Oxitec, que fue fundada en el 2002 y adquirida en agosto de 2015 por la empresa estadounidense de biología sintética, Intrexon Corporation. El OX513A, identifica una supuesta herramienta de control biológico, en forma de un mosquito cuyo genoma fue construido en un laboratorio de la Universidad de Oxford, mediante la técnica patentada RIDL (Liberación de Insectos con un Dominante Letal) y al que se le insertaron dos genes: uno (tTVA) que es una proteína que le impide al mosquito sobrevivir sin la presencia de tetraciclina y de la que se desconoce sus posibles efectos tóxicos en humanos, mientras el otro gen (DsRed2), es un marcador fluorescente que facilita la identificación del mosquito transgénico.

Toda la tecnología que propone Oxitec con el mosquito OX513A, se basa en la producción y liberación masiva de mosquitos machos genéticamente modificados, para que una vez libres en el ambiente, compitan con sus pares silvestres por el apareamiento con las hembras normales, generando en la fase larvaria una descendencia no viable, que no solo vendría a reducir significativamente la población de Aedes aegypti en la zona de intervención, sino que supondría, según sus creadores, una disminución efectiva de la incidencia de las enfermedades causadas por este vector. Lo cierto que de esto último no hay seguridad alguna, ya que no existe evidencia que una reducción de mosquitos, conduzca a un decrecimiento exponencial de la enfermedad del dengue.

Esto no ha sido así ni en el pasado, cuando en la lucha antivectorial se envenenaban a las poblaciones con poderosas sustancias insecticidas y larvicidas; no parece ser tampoco muy creíble en el presente, cuando conocemos que con tan solo una pequeña cantidad de mosquitos, se puede trasmitir el dengue, y que en zonas endémicas, las pasajeras disminuciones que se logren, van a afectar el sistema de inmunidad humano y pueden ocasionar que prolifere el Aedes albopictus, un vector que no solo se adapta y se reproduce más rápido, sino que es más temido que el A. egypti, por su capacidad de producir el dengue y también la Malaria, junto a hacérsele responsable de otras 20 enfermedades más. Ya estudios realizados hace algunos años en dos áreas diferentes del Brasil habían demostrado, que los casos de dengue aparecidos en esas localidades, no estaban relacionados con el número de mosquitos, sino con el tamaño de las poblaciones humanas allí existentes.

De todos modos, cualquier éxito que se produzca en la aplicación de la tecnología de Oxitec, solo podría ser reconocido a corto plazo, ya que para mantener muy baja la incidencia de la enfermedad, se necesitaría liberar continua e indefinidamente al ambiente, mosquitos modificados. Sin embargo, los entusiastas investigadores de esta empresa aseguran, que utilizando modelos de análisis matemáticos de la técnica RIDL, han podido predecir la erradicación completa del Aedes aegypti en un término de un año. Esta predicción es muy discutible, cuando sabemos que esos ejercicios matemáticos han sido realizados, sin considerar por un lado, las interacciones y complejidades propias de los organismos vivos con su entorno ecológico y, por la otra, que Oxitec necesita garantizar su viabilidad financiera y la venta en forma de paquetes anuales de control e instalación de biofábricas, de su tecnología patentada.

Corrían los años 2009 y 2010, cuando en las Islas Caimán, territorio británico de ultramar, donde los casos de dengue no son muy frecuentes, la empresa biotecnológica Oxitec, liberaba de manera experimental por primera vez en la naturaleza, tres millones de mosquitos machos transgénicos. De esa manera Oxitec, sin divulgar resultados de ensayos sobre la evaluación de los riesgos ambientales y sanitarios de esta tecnología y sin consultar públicamente a la población afectada, iniciaba en esta parte del mundo, lo que en su país de origen y en casi toda Europa, tenía absolutamente prohibido hacer. En Islas Caimán, las pruebas realizadas con los mosquitos transgénicos, distaron mucho de ser consideradas exitosas. La propia separación mecánica en la fase de pupa de los mosquitos machos y hembras transgénicas, hizo que se admitiera que hasta un 0.5% de los mosquitos liberados, fueran hembras.

Eso supone que si en toda la prueba se hubiesen liberado únicamente 3 millones de mosquitos, el total de hembras transgénicas aptas para producir crías híbridas o transgénicas (según el macho con el que elija aparearse), alcanzarían un total de 15,000 insectos totalmente nuevos en el ecosistema y con capacidad real para producir enfermedades. A esto se suma el hecho que se le solicitara a la población, abstenerse de aplicar otros métodos de control convencional, con el fin de evitar interferencias con la prueba experimental. Esta medida lógicamente, exponía a las personas a un mayor peligro de picaduras por Aedes aegypti y de hecho, a contraer el dengue. Asimismo se reconoció, que aunque hubo una disminución en la cantidad de mosquitos en las áreas de tratamiento, se comprobó que en las localidades más próximas, los mosquitos se habían incrementado.

Pese a estos resultados, Oxitec logró autorizaciones para continuar con sus liberaciones experimentales de OX513A, en Malasia, Brasil, Panamá y los cayos de la Florida, Estados Unidos. Tiene proyectado hacerlo en muchos otros países, entre ellos, Filipinas, India, Vietnam y Costa Rica. Sin embargo, esta tecnología ha cosechado ya rechazos, principalmente de los habitantes de una pequeña isla de Malasia, llamada Pulau Ketam, que en el 2009 se opusieron rotundamente a ser usados como laboratorio. Igual conducta digna y ejemplar asumieron las autoridades de salud de El Salvador, que se rehusaron a ser parte de un experimento genético que ellos consideran, no tener ningún respaldo científico.

OX513A desembarca en Panamá… pero no viene solo

En nuestro país, Panamá, este ejemplo de los isleños malayos de Ketam o de las autoridades sanitarias salvadoreñas, no parecen significar mucho, a la hora de consentir con tanta facilidad, que el territorio, la población y el ambiente, queden expuestos a un número cada vez más elevado de ensayos peligrosos e inseguros. Aquí, deslumbrados por las «novedades científicas» y una interpretación desacertada del significado de lo que debe ser el auténtico progreso científico nacional, algunos círculos «academicistas» influyentes se han coligado con no pocas autoridades locales, para desechar o reducir las preocupaciones de bioseguridad y del principio de precaución, con la finalidad de justificar el ingreso, el consumo y la experimentación con organismos transgénicos, ya sea incorporados en alimentos o en forma de semillas, salmones, vacunas y mosquitos.

Más recientemente, y como para confirmar aún más la condición de campo de pruebas transgénicas en que se ha convertido el país, se ha conocido que desde hace algún tiempo, la Universidad Estatal de Carolina del Norte de los Estados Unidos, viene evaluando con excesivo sigilo, el comportamiento de dos plagas transgénicas del ganado: el gusano barrenador y la mosca australiana. ¿A qué obedecerá tanto y misterioso secreto en ensayos, con potenciales riesgos sobre la ganadería y otros sectores económicos de este país?

Vacunas y mosquitos modificados genéticamente para combatir principalmente el virus del dengue, representan en Panamá, los más recientes sectores en los que la gran industria biotecnológica, ha conseguido una plaza casi perfecta, donde probar la eficacia de sus tecnologías con poca o ninguna crítica, rechazo o resistencia. Con relación a las vacunas, ya en agosto del 2015 se anunciaba que se había autorizado una prueba en menores de 5 años, de una vacuna contra el dengue, y cuatro meses más tarde, se estudiaba la introducción de la vacuna Dengvaxia (CYD-TDV) de Sanofi Pasteur, misma que esta empresa dos años después, aseguraba que podía provocar en algunas personas que la recibían, casos más graves o mortales de la enfermedad.

Vacuna que como ya sabemos, puede haber comprometido de por vida la salud de miles de personas en Filipinas y que obligó a la FDA estadounidense, a suspender de inmediato su venta, distribución y comercialización. Sin embargo, nada de esto ha impedido que las autoridades de salud panameña, hayan consentido que 50 voluntarios se sometieran desde abril de 2017 y por espacio de dos años, a una prueba con una novedosa vacuna de ADN, que sus investigadores aseguran estimula el desarrollo de anticuerpos contra el virus del zika.

Sería en las comunidades de Nuevo Chorrillo, Princesa Mía y Lluvia de Oro, pequeñas localidades del distrito de Arraiján, al oeste de nuestra capital, donde de la mano del Instituto conmemorativo Gorgas de Estudios de la Salud (ICGES), colaborador local de Oxitec, que se realizarían en mayo del 2014, las primeras liberaciones del mosquito modificado OX513A. Aun cuando Panamá figura como un territorio donde el dengue es endémico y que en el año 2016 se confirmaran un total de 3,327 casos, con once defunciones, las autoridades de salud de las áreas seleccionadas para estas pruebas, no reconocían a esta enfermedad en esos momentos como un problema epidemiológico.

Sin embargo, al cabo de casi un año después, desde el ICGES, institución también vinculada a estudios internacionales para una vacuna contra el dengue, aunque se aseguraba que el experimento había sido un éxito total, al obtenerse en esas localidades un descenso del 93% de la población del mosquito Aedes aegypti, no mencionaban por ningún lado, las posibles variaciones en el comportamiento poblacional de los mosquitos en las áreas aledañas. Más tarde, a principios de febrero del 2016, las autoridades panameñas anunciaban la posibilidad de repetir la liberación de estos mosquitos, pero ahora para combatir el zika.

El plan piloto del 2014 destinado a evaluar en tres pequeñas localidades panameñas, las liberaciones de mosquitos genéticamente modificados de la empresa Oxitec, induce a que se consideren algunas forzosas interrogantes y se emitan ciertos cuestionamientos. ¿Era acaso consciente el Ministerio de Salud y sobre todo el Comité Nacional de Bioseguridad, de las deficiencias que a esta tecnología transgénica le estaban siendo encontradas? ¿Existía algún compromiso por parte de Oxitec o el ICGES, de darle seguimiento a los posibles impactos negativos que la liberación de mosquitos transgénicos podría provocar? Sin dudas que en este ensayo de mosquitos modificados en Panamá, no parece haberse considerado estas preocupaciones, como tampoco las posibles consecuencias de las interacciones de los mosquitos con otros seres vivos, entre ellos, las aves o la influencia que ejercen las condiciones ecológicas en los sistemas biológicos y las diferentes y sorprendentes estrategias de supervivencia que suelen exhibir los insectos.

 Zika, microcefalia y mosquitos transgénicos en Brasil

Brasil ha sido otro de los países donde el control vectorial del Aedes aegypti, por ejemplares machos de esta especie manipulados genéticamente, ha contado no solo con el entusiasmo y apoyo de sus autoridades, sino, y principalmente, con la defensa y justificación que ha hecho de esta tecnología, su Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad (CNTBio). Así, ya en el año 2014, esta Comisión autoriza la liberación comercial en territorio brasileño y por primera vez en el mundo, de mosquitos transgénicos de la firma inglesa Oxitec, en alianza con la empresa brasileña Moscamed y la asistencia técnica de la Universidad de São Paulo. Este consentimiento se otorgó, pese a las preocupaciones que en el mundo académico de ese país, han despertado sus potenciales riesgos y que además, los resultados de las pruebas de campo realizadas entre el 2011 y 2012, en localidades de los municipios de Jacobina y Juazeiro en el estado de Bahía, resultaran muy discutibles.

La tecnología de Oxitec, diseñada exclusivamente para combatir a la especie Aedes aegypti, pretende apoyarse en Brasil en la instalación de biofábricas en grandes ciudades, siendo ubicada la primera en Juazeiro en el 2011, para producir todas las etapas de cría y liberación de los mosquitos transgénicos, excepto la de su manipulación genética que se seguiría haciendo en el Reino Unido. También en el laboratorio de Juazeiro desde septiembre del 2016, se ha estado trabajando en otro método para el control de vectores de las enfermedades del dengue, zika y chikunguya, mediante la Tecnología de Esterilización de Insectos (SIT), que vuelve infértil el esperma de mosquitos machos con la finalidad de frustrar su procreación.

No obstante, para el caso de la tecnología basada en el mosquito modificado OX513A, sus liberaciones al ambiente, de ser efectivo y seguro este método, deberán mantenerse de forma indefinida, ya que de suspenderse, el Aedes aegypti podría recuperar sus niveles poblaciones en poco tiempo. De modo que esta tecnología podría no solo ser muy onerosa, sino que una vez adoptada, conllevaría el descuido de otras medidas de control, con el riesgo de que su sola suspensión, ya sea por falta de fondos o ineficacia de los tratamientos, haría que aumentara significativamente la incidencia de la enfermedad.

La fiebre del zika, otra de las enfermedades que se le atribuyen como vector al Aedes aegypti, se le empezó a considerar en la América continental como un gran problema de salud pública, cuando en mayo del 2015 aparecen los primeros casos en seres humanos, en zonas del Nordeste brasileño, misma región donde se liberaron por primera vez en Brasil millones de mosquitos transgénicos y, donde además, desde que apareciese el brote de zika, se han reportado casi el ciento por ciento de los casos de microcefalia.

Esta coincidencia temporal entre el aumento de los casos registrados del zika y el número de niños que nacían con defectos cerebrales o microcefalia, hizo que sin evidencias y pruebas concluyentes, se acusara a este virus y, por ende al mosquito Aedes aegypti, de ser el responsable de un trastorno neurológico, que puede tener entre sus muchas causas, las exposiciones a tóxicos, la desnutrición grave de embarazadas, anomalías cromosómicas e infecciones como varicela, rubeola y toxoplasmosis. A esto se suma el hecho que en esta región, la del Nordeste de Brasil, la más pobre de este inmenso país y acostumbrada a los racionamientos continuos de agua, desde hace muchos años se viene añadiendo al agua potable, larvicidas como el Piriproxifen, un insecticida reconocido como interruptor endocrino, hormona juvenil y agente de efectos teratógenos.

Resulta muy curioso que una enfermedad relativamente benigna y de poca duración como el zika -si se le compara con la gravedad del dengue y todavía más con el chikunguya- y cuyo virus fue aislado hace más de 70 años en el bosque ugandés del mismo nombre, no fuera sino hasta hace poco que se le descubrieran supuestos efectos desconocidos y tan devastadores, como la microcefalia y el síndrome de Guillain-Barré. Y es que el zika, que no ha podido demostrar ser el responsable directo y único, del 96% de los casos reportados con microcefalia en Brasil en el 2015, ni tampoco en el 100% de las 2,000 mujeres embarazadas colombianas, infectadas con ese virus durante sus últimas semanas de gestación, según un estudio publicado en el New England Journal of Medicine en junio del 2016; debe cargar, más por los intereses mercantiles y corporativos de grandes transnacionales, con la culpa de todos estos males.

Este enfoque de encontrar culpable a un mosquito, en lugar de poderosas empresas que lucran con la salud, la transgénesis y los plaguicidas, resulta más beneficioso y rentable en naciones como Brasil, con grandes zonas poblacionales donde predomina la desnutrición y la pobreza y que sigue siendo en la actualidad el principal consumidor mundial de plaguicidas tóxicos, entre ellos, la atrazina y el malathion, muy ligados a las deformaciones congénitas de nacimiento y el cáncer. Además, esta nación figura también, como el tercer consumidor del antibiótico tetraciclina, que está vinculado estrechamente -como veremos más adelante- con la sobrevivencia en el ambiente de los mosquitos transgénicos.

Plagas agrícolas transgénicas y otras innovaciones con el Aedes aegypti

Aunque la muerte programada y prematura de las larvas transgénicas del Aedes aegypti, mediante la técnica RIDL, es considerada la tecnología estrella de Oxitec, muchos piensan que el verdadero negocio biotecnológico de esta empresa, no está allí. Esta sospecha parece cobrar fundamento, no solo por los estrechos lazos de financiamiento que tiene con la Fundación de Bill Gates, sino porque al ser adquirida por Intrexon, crece su tentación de buscar «soluciones tecnológicas» desde el peligroso ámbito de los impulsores genéticos y porque además, comparte intereses comunes con la multinacional suiza Syngenta, orientados al desarrollo de una gran variedad de insectos transgénicos que son plagas agrícolas y que han demostrado haber adquirido resistencia a los cultivos transgénicos Bacillus thuringiensis. A esto se suma el hecho que esta multinacional le financió directamente a Luke Alphey, director de Oxitec, investigaciones sobre insectos transgénicos y que antiguos ejecutivos de la misma, han ocupado los principales puestos directivos en la empresa británica. De modo que en el terreno de la liberación experimental y comercialización de plagas agrícolas transgénicas, y no solo de mosquitos transgénicos, los esfuerzos de Oxitec han sido tan significativos, como el crecimiento de sus ambiciones comerciales.

Entre las plagas modificadas genéticamente por esta empresa, se cuentan la palomilla dorso diamante (Plutella xylostella), gusano rosado del algodonero (Pectinophora gossypiella), minador del tomate (Tuta absoluta), mosca mediterránea de la fruta (Ceratitis capitata), mosca mexicana de la fruta (Anastrepha ludens) y mosca del olivo (Bactrocera oleae). Sobre esta última plaga, que según informes es responsable de la pérdida anual de un 10% de la cosecha de aceitunas en la ciudad de Tarragona (Catalunya), España, desde el año 2013, Oxitec viene solicitando autorización del gobierno de ese territorio para practicar ensayos de campo, donde para combatirla, se liberarían millones de moscas transgénicas.

De aprobarse en algún momento esta liberación, su principal novedad sería que por primera vez en Europa, insectos modificados genéticamente, saldrían al ambiente. Sobre esto ya se han adelantado desde el 2005 en los Estados Unidos, cuando aprobaron la liberación experimental de insectos transgénicos en el desierto de Arizona y luego en el período 2014-2017, lo hicieron para el Estado de Nueva York, con la liberación de polillas transgénicas en campos de col y brócoli. Este tipo de tecnología parece olvidar deliberadamente, que muchas de las plagas agrícolas que en estado natural dañan a los cultivos alimenticios, son más letales en su estado larval, que en sus otros estados.

Se estima que en el mundo existen alrededor de 3.500 especies de mosquitos, de las cuales solo en un 3% de ellas, sus ejemplares hembras portan virus y otros parásitos capaces de transmitir enfermedades a los seres humanos. Pese a este importantísimo detalle, que parece ser desestimado a la hora de considerar las estrategias que se centran únicamente en la lucha antivectorial, un puñado de empresas biotecnológicas ha continuado depositando tanto sus certezas como sus intereses, en la manipulación genética de insectos, y particularmente de los mosquitos, no solamente por las repercusiones que estos tienen en la salud humana y la agricultura, sino porque –y esto sí es lo más decisivo– es fuente para ellas de jugosos beneficios económicos. De estos sustentos nace el diseño en laboratorio de mosquitos para erradicar la malaria, mediante discutibles técnicas de edición genética, que le incorporan en el ADN genes de resistencia al parasito protozoo Plasmodium falciparum, para hacer –eso aseguran– que sean los propios mosquitos los que se vuelvan incapaces de transmitir la enfermedad a los seres humanos.

Otra de las iniciativas tecnológicas controversiales que se han desarrollado en la misma dirección, está basada en la introducción en mosquitos Aedes aegypti, de la bacteria no patógena e intracelular Wolbachia pipientis, descubierta en 1924. La estrategia con esta bacteria consiste en aprovechar la peculiaridad que se le ha observado, de bloquear la capacidad del mosquito Aedes de transmitir los virus del dengue, zika y chikungunya. Pese a las legítimas preocupaciones que ha levantado la infección de mosquitos, con una bacteria que puede alcanzar con mucha facilidad a los seres humanos, cientos de miles de ellos ya han sido liberados en abril del 2017 en los Cayos de la Florida (Estados Unidos) y entre noviembre 2017 y junio 2018, en la ciudad de Queensland (Australia). En países considerados como zonas endémicas como Brasil, Colombia y otros, se han efectuado hasta ahora solo ensayos piloto.

Problemas de la tecnología de Oxitec. Alternativas

Hasta aquí es indudable que uno de los grandes problemas de la tecnología de Oxitec y de cualquier otra tecnología similar, es que como consecuencia de las serias deficiencias, inseguridades y riesgos que la misma entraña, se terminen por imponer en la naturaleza los mosquitos modificados genéticamente, con todas las incertidumbres e impactos ambientales desconocidos que eso representa. Esta situación, posible en el mundo real, se ve fundamentada en primer lugar, porque en la técnica RIDL se utiliza en laboratorio, un método de separación por tamaño en el estado de pupa de los machos y hembras transgénicas, que es tan ineficaz, que por cada medio millón de mosquitos transgénicos machos producidos, se filtran y se liberan junto con ellos, en el mejor de los casos, más de 100 hembras.

En Islas Caimán esta falla resultó más marcada, cuando por cada millón de mosquitos machos, se liberaron hasta un 0.5% de hembras transgénicas. Todo esto supone que ya en liberaciones comerciales y reiteradas que alcanzarían miles de millones de mosquitos transgénicos, puedan estar presente al mismo tiempo en el ambiente, cientos de miles o quizás millones de hembras transgénicas, con capacidad de adaptarse al medio ambiente, transmitir el dengue y otras enfermedades, generar resistencia a los genes letales, aparearse con machos transgénicos o silvestres y desplazar en el tiempo, a los mosquitos naturales que existan en las áreas intervenidas.

Otro importante problema que caracteriza a la tecnología de mosquitos transgénicos, es su dependencia a un antibiótico tan común en el ambiente, como es la tetraciclina; ampliamente usado en la medicina humana, la veterinaria y la agricultura industrial y por eso suele encontrarse en desechos urbanos, de comida rápida, en los suelos, aguas servidas y alimentos para gatos y perros, entre otros. Este medicamento que en el laboratorio de Oxitec, sirve para criar a los mosquitos transgénicos hasta su fase adulta, de faltarle después a la descendencia, aseguran los creadores de la tecnología, la condena a morir de manera programada.

Sin embargo, al mismo tiempo admiten que en condiciones controladas de laboratorio, han observado que hasta un 3% de los mosquitos han sobrevivido sin tetraciclina y que entre un 15-18% lo han hecho también, al encontrarse con este antibiótico tanto en ambientes naturales como en algunos alimentos. Por eso es fácil colegir que esta tasa de sobrevivencia resultará mucho mayor, si junto a los mosquitos transgénicos que pueden sobrevivir sin el antibiótico, se le unen aquellos que son liberados en zonas, donde la tetraciclina figure como un importante contaminante industrial.

De modo que esta tecnología, que no ha podido demostrar ser ni verde, ni sostenible, ni segura, no solo no puede garantizarnos que libera únicamente mosquitos machos transgénicos, para aparearse con hembras silvestres, sino que tampoco puede asegurarnos que las crías resultantes, mueran irremediablemente al activarse el gen letal que heredan. A los problemas derivados de la clasificación por sexo de los mosquitos y a su dependencia extrema a la tetraciclina, esta tecnología suele dejar de considerar otros muchos, no menos importantes. La reducción o posible extinción del Aedes aegypti, por ejemplo, supondría el riesgo que otros mosquitos como la especie Aedes albopictus, más invasiva y letal, se introdujera en las zonas que ocupara el primero.

Por otro lado, no parece que se hayan considerado lo suficiente los impactos de la posible transferencia de otros rasgos genéticos, como resistencia a insecticidas y facilidad en la transmisión de algunos de los serotipos del dengue, que el mosquito transgénico –al no desarrollarse desde una cepa nativa– puede trasladar durante el apareamiento a las especies naturales locales. No hay duda además, que una suspensión de un programa continuado de liberaciones, independientemente de las razones que la justifiquen, expondría a las personas a una mayor incidencia del dengue.

También se desdeña mucho en esta tecnología, las posibles fallas que pueden producirse durante la misma modificación genética de los mosquitos o por causa del fenómeno del apareamiento selectivo, donde la hembra al elegir al mosquito macho, puede no ser tan receptiva de aparearse con un transgénico, en lugar de uno silvestre. Asimismo, siempre existirá la posibilidad que los mosquitos transgénicos encuentren la forma de sobrevivir, ya sea dejando de depender exclusivamente del antibiótico tetraciclina o generando un mecanismo de resistencia a los efectos del gen letal que portan.

La prevención y control de enfermedades transmitidas por mosquitos, en particular del Aedes aegypti, no parece encontrar en el uso de tecnologías basadas en la modificación genética de estos insectos, su mejor y más efectivo recurso. Y es que no parece muy razonable depositar tanta confianza, en una herramienta de control como los mosquitos transgénicos, donde no se puede establecer ni el tiempo de duración ni la cantidad mínima necesaria que habrá de liberar, para eliminar de una zona específica al Aedes aegypti, sabiendo además que el mismo se recuperaría, por la eclosión de sus huevos, algunas semanas después. La propia deficiencia de la separación por sexos del mosquito OX513A de Oxitec, no solo puede favorecer la transmisión de la enfermedad por dengue, sino que al ser liberados, se precisa para no comprometer su efectividad, que a las comunidades en un mensaje contradictorio, se les indique por un lado, que se abstengan de eliminar los focos o criaderos de los mosquitos y que se suspendan, por otro lado, todos los demás controles, entre ellos la aplicación de insecticidas.

Así que no será con vacunas, mosquitos modificados e insecticidas poderosos, que enfermedades creadas socialmente como el dengue, zika y chikungunya, van a terminar siendo cosas del pasado. Tampoco lo será envenenando hogares y personas con campañas de fumigación indiscriminada, donde el resultado sobre los objetivos es de dudosa eficacia, pese a las densas nubes de humo tóxico que son levantadas. Estas engañosas «soluciones», beneficiosas solo para la gran industria biotecnológica, farmacéutica y agroquímica, sirven únicamente para desviar u ocultar las causas determinantes o estructurales, que hacen que las mismas adquieran la gravedad que les conocemos. Será con respuestas inmunitarias activas desarrolladas por las personas expuestas a los virus o eliminando criaderos para atacar simultáneamente a todas las especies y no a una sola, como las emergencias que estas enfermedades crean, debiesen ser afrontadas.

Además, es evidente que para que esto sea más eficaz, se necesitara erradicar las viviendas deplorables e insalubres y detener su rápido crecimiento; suministrar agua potable ininterrumpida en todos los hogares; facilitar la educación y participación activa de las comunidades en los programas de prevención y control y prescindir del almacenamiento de agua en precarios tanques y contenedores. Está comprobado que con relación a esta tecnología basada en la modificación genética del mosquito Aedes aegypti, existen métodos y herramientas que conllevan menos impacto ambiental, menos toxicidad, resultan más económicos, y lo más importante: son más efectivos y seguros.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.