A todo régimen nuevo se le presta al principio obediencia. Por eso duró sin mucha dificultad algún tiempo esta democracia. Pero a medida que ha ido desapareciendo la generación que lo hubo instituido o esa generación va perdiendo el empuje y el vigor que acompaña al envejecimiento y al mismo tiempo han ido saliendo a […]
A todo régimen nuevo se le presta al principio obediencia. Por eso duró sin mucha dificultad algún tiempo esta democracia. Pero a medida que ha ido desapareciendo la generación que lo hubo instituido o esa generación va perdiendo el empuje y el vigor que acompaña al envejecimiento y al mismo tiempo han ido saliendo a flote los tremendos abusos cometidos por las mismas autoridades a cuyo amparo emergieron, la ciudadanía, el pueblo, perdió todo el respeto que pudo tener en los primeros tiempos por la Constitución y por ellos. Lo mismo que han ido perdiéndose respeto los políticos y los magistrados entre sí.
De ese modo, los tres poderes del Estado han dejado, para una gran mayoría y pese a que les voten para no empeorar las cosas, de representar lo que pretenden. Por eso una gran mayoría está confusa, no quiere saber nada de quienes en general no sólo les han defraudado sino también y literalmente sodomizado. O bien esas mayorías no votan, o se aferran a los espejuelos prometidos por advenedizos cargados de maliciosas intenciones que no otra cosa es apropiarse del poder para gozar de él sin miramientos. Pero es que, al fin y al cabo, quienes se conducen con descaro en esa dirección, aunque sólo sea porque el ciudadano sabe a qué atenerse han de inspirar mejores expectativas que quienes engañaron y se dedicaron a cometer toda clase de tropelías en el uso de un poder cuya configuración crearon prácticamente también para su personal provecho, o tienen estrecha relación con ellos porque pertenecen a la misma formación política…
La única manera de haberse podido restablecer el respeto que la ciudadanía había perdido por las leyes, por la constitución y por la clase política, hubiese sido a través del escarmiento de la justicia. Sin embargo, lejos de ello, rebajando su egregio papel de transmisora de ponderación y ecuanimidad al de alcahueta, ha contemporizado en exceso con los abusadores contribuyendo a agigantar en la ciudadanía su aversión hacia los políticos e incluso hacia los propios magistrados.
Restablecer la calma, abolir la Constitución o reformarla hasta que pierda todo vestigio de los términos autoritarios propios del régimen caudillista anterior, infundir esperanzas a millones de personas, y regenerar la política en buena medida manejada por quienes a fin de cuentas tienen detrás a la clase financiera, es el reto que tienen ante sí tanto quienes compiten por el poder como la sociedad española en su conjunto, ante el tribunal sociológico de la Comunidad Económica Europea y ante el mundo…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista
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