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Entrevista con cardenal Ricardo Ezzati Andrello

«El desarrollo debe ser mucho más participativo, más solidario, más justo»

Fuentes: Noticias Aliadas

Nacido en 1942 en un pequeño pueblo de Vicenza, norte de Italia, Ricardo Ezzati salió a los 18 años, bajo los auspicios de los salesianos, del puerto de Génova con dirección a Chile. Era el año1959. Después de estudiar y ordenarse, se desplazó entre Valdivia, Concepción y Santiago, y ocupó varios puestos siempre con mayor […]

Nacido en 1942 en un pequeño pueblo de Vicenza, norte de Italia, Ricardo Ezzati salió a los 18 años, bajo los auspicios de los salesianos, del puerto de Génova con dirección a Chile. Era el año1959. Después de estudiar y ordenarse, se desplazó entre Valdivia, Concepción y Santiago, y ocupó varios puestos siempre con mayor responsabilidad. En el 2010 fue designado arzobispo de Santiago de Chile y presidente de la Conferencia Episcopal, cargos que desempeña actualmente. Paolo Moiola , colaborador de Noticias Aliadas , conversó en la capital chilena con monseñor Ezzati, recientemente nombrado cardenal por el papa Francisco, sobre su experiencia y vida en Chile.

Durante los últimos 50 años, Chile pasó de la breve temporada de Salvador Allende (1970-73) a la larga dictadura del general Augusto Pinochet (1973-90) y al retorno de la democracia. El país ha logrado éxitos económicos importantes, con altas tasas de crecimiento. Sin embargo, sigue siendo uno de los más desiguales del mundo: el 1% más rico se embolsa el 31% de los ingresos. La lista 2014 de los 1,645 multimillonarios del mundo, compilada por la revista Forbes, incluye 12 chilenos pertenecientes a la oligarquía histórica. Es verdad. En el país hay una gran brecha social entre las personas que no tienen nada y viven en la pobreza, si no en la misma miseria, y un grupo minoritario de chilenos que viven en la abundancia. En setiembre del 2012, en una carta pastoral [titulada «Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile»] dijimos como obispos que el desarrollo de Chile no se puede centrar sólo en los valores económicos y, sobre todo, que debe ser mucho más participativo, más solidario, más justo. Este es un país de muchas esperanzas, pero también de muchísimos desafíos.

Según el censo del 2012, los pueblos indígenas constituyen el 11% de la población total (1.8 millones de 16.3 millones). El grupo étnico predominante es el mapuche, con más de 1.5 millones de personas. En setiembre del 2010, cuando era arzobispo de Concepción, usted aceptó el papel de mediador en el conflicto entre los mapuche acusados de terrorismo y el gobierno central. ¿Cómo es hoy en día la relación con los indígenas? En primer lugar, tengo que precisar que en el 2010 fui un «facilitador del diálogo», más que un «mediador». Los mapuche me pidieron que interviniera y el gobierno de [el ex presidente Sebastián] Piñera (2010-2014) aceptó. Tuve diálogos larguísimos con los líderes mapuche. En ese momento la crisis se resolvió, pero la situación entre los indígenas y el gobierno sigue siendo delicada, con manifestaciones de protesta e incendios en los casos más graves. Mi experiencia me ha hecho descubrir que entre los indígenas hay dos almas, dos visiones. La predominante es pacífica y contemplativa, y ve en la naturaleza el reflejo de Dios. Los mapuche observan con gran preocupación la desaparición de los cultivos tradicionales para dar paso a pinos y eucaliptos utilizados en la producción de pulpa para papel. Pero no sólo eso. Con los cultivos tradicionales desaparecen también las hierbas medicinales, en las que se basa la autoridad de los machi, los guías espirituales mapuche, la mayoría de los cuales son mujeres.

¿Qué hay que hacer, por lo tanto, para resolver el conflicto entre los indígenas y el gobierno central? Lo primero que se necesita es el reconocimiento político de los mapuche como pueblo con su cultura e identidad. Y luego debe resolverse el problema histórico de la tierra.

Usted es presidente de la Conferencia Episcopal de Chile ¿Cómo describiría a la Iglesia chilena? La chilena no es una iglesia clerical, sino una iglesia del pueblo, donde la participación de los laicos es muy fuerte. Aquí en Santiago tenemos una escuela de formación de laicos [Instituto Pastoral Apóstol Santiago] que seguí de cerca cuando era obispo auxiliar de la capital, en que participan miles de personas. Todos son voluntarios que, después del trabajo, dedican un par de horas por la noche a formarse para estar activos en sus respectivas comunidades. Y luego un segundo aspecto muy bello de la Iglesia chilena son las expresiones de piedad popular, que constituyen una riqueza extraordinaria, transmitidas de generación en generación. Recordemos, sólo como ejemplo, la fiesta de Cuasimodo en la Pascua. Personalmente, me siento cómodo y feliz dentro de esta Iglesia.

Por primera vez en la historia de la Iglesia Católica en el Vaticano se sienta un papa latinoamericano. ¿Qué puede decir al respecto? Tuve ocasión de conocer al cardenal [Jorge] Bergoglio en algunas reuniones del Consejo Episcopal Latinoamericano, pero especialmente durante la asamblea de Aparecida, Brasil, en mayo del 2007, donde estuvimos en la misma comisión, él como presidente y yo como miembro. Conocí a un hombre muy humilde, respetuoso del trabajo de los demás, un hombre de espiritualidad sencilla pero a la vez muy profunda. Una persona de gran fe y de trato humano verdaderamente exquisito. Considero realmente una gracia del Señor que él sea el obispo de Roma. También porque el papa Francisco trae a la Iglesia universal el aliento de una iglesia que, después de 500 años de historia, puede ofrecer mucho.

Una Iglesia, la latinoamericana, que propuso, entre otras cosas, una teología tan fascinante cuanto anunciadora de discusiones interminables, polémicas feroces, separaciones dolorosas. Nos referimos a la teología de la liberación que, precisamente con el papa Francisco, parece haber encontrado una nueva vitalidad. Como todas las teologías, también la de la liberación tiene su propia historia. Los documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe hablan de una teología de la liberación necesaria, influenciada por ideas sociopolíticas. Lo digo sin querer hacer una crítica, ya que siempre la historia de la salvación se encarna en la historia concreta de las personas y de los pueblos. Yo creo que la teología de la liberación, la más auténtica, ha hecho una contribución significativa a la Iglesia universal.

La teología de la liberación se difundió entre los años 60 y 70, precisamente en los años en que se produjo el golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el gobierno socialista de Salvador Allende. ¿Qué recuerda de aquel periodo histórico? Puedo decir que, durante los años de la Unidad Popular hubo grandes problemas. Cuando se produjo el golpe de Estado se pensaba que duraría pocos días. En cambio se transformó en una dictadura, donde se pisotearon los derechos humanos y se generó mucha injusticia. Entonces yo era un joven e insignificante sacerdote de la periferia, pero también viví momentos difíciles. En 1978, con un grupo de sacerdotes elaboramos textos escolares de educación religiosa. Fuimos denunciados como «enemigos de la patria y marxistas» simplemente porque un libro, destinado a la escuela secundaria, hablaba del cristiano en el mundo haciendo referencia a problemas muy concretos: derechos humanos, justicia distributiva, armamentos. Ese tiempo ha pasado, incluso si hay heridas que permanecen y que sólo con el tiempo podrán sanar.

http://noticiasaliadas.org/articles.asp?art=7026