Recomiendo:
0

El desarrollo desigual y combinado en las relaciones internacionales

Fuentes: Rebelión

Trotski, cuando encaró el análisis de la Rusia zarista en la Historia de la Revolución Rusa, sintetizó una ley de los procesos sociales, el desarrollo desigual y combinado. De esta manera generalizaba, a partir de la realidad rusa, la aparición de lo nuevo en los procesos sociales; en lo concreto, de cómo en el imperio […]

Trotski, cuando encaró el análisis de la Rusia zarista en la Historia de la Revolución Rusa, sintetizó una ley de los procesos sociales, el desarrollo desigual y combinado. De esta manera generalizaba, a partir de la realidad rusa, la aparición de lo nuevo en los procesos sociales; en lo concreto, de cómo en el imperio zarista, con una superestructura feudal, gracias a las inversiones francesas y belgas, se había desarrollado un proletariado muy concentrado. Y como este proceso había puesto al orden del día la revolución socialista, que combinaría de una manera especial las tareas democráticas y anticapitalistas, con la clase obrera al frente de un mar campesino.

Con esta ley del desarrollo desigual y combinado Trotski corregía a Marx, para el que los países adelantados eran el «espejo en el que se miraban» los atrasados. El surgimiento del imperialismo, la división internacional del trabajo, la proletarización creciente de todos los países,… hace que la división entre naciones maduras y las que no para la revolución se diluya; en todos ellos, la clase obrera es el factor subjetivo fundamental para romper esa división del trabajo entre naciones opresoras y oprimidas, que los sojuzga.

La explicación de Trotski no solo se ciñe como base teórica de la revolución permanente, sino que es una herramienta epistemológica imprescindible para entender los cambios en las relaciones, no solo entre las clases, sino entre las mismas naciones. De alguna manera, da un marco teórico a la afirmación de Lenin en el Imperialismo Fase Superior del capitalismo, de que el «mundo ya está repartido», a partir de ahora solo «caben nuevos repartos».

El desarrollo desigual y combinado se inscribe en la teoría de la historicidad, la temporalidad, de las realidades sociales. No existen realidades estáticas, «fin de la historia», ni, menos que menos, repartos del mundo definitivos. La historia no acaba con el dominio de los EE UU, su democracia capitalista, puesto como ejemplo por Fukuyama para justificar su «fin de la historia». De la misma manera que hubo repartos dentro de las esferas de poder en el pasado, en el futuro también los va a haber; es fundamental para los revolucionarios prever las tendencias por los que estas van a pasar. Trotski, analizando a las potencias emergentes de comienzos del siglo XX (EE UU y Alemania, especialmente) fue capaz de entender y prever la II Guerra Mundial, como continuación de la I, que no había resuelto la contradicción entre las potencias en decadencia (Gran Bretaña y Francia) y las emergentes, en los «nuevos repartos» anticipados por Lenin.

La industrialización de Alemania como ejemplo

A mediados del siglo XIX Alemania era una suma destartalada de principados y estados, anclados en un pasado feudal, con una industria muy especializada y concentrada en la zona del Rhur, que era incapaz de absorber el excedente de población generado por una aldea feudal poco productiva.

«Precisamente en aquella época llovían sobre Alemania los miles de millones de francos franceses, el Estado pagó sus deudas; fueron construidas fortificaciones y cuarteles, y renovados los stocks de armas y de municiones; el capital disponible, lo mismo que la masa de dinero en circulación aumentaron, de repente, en enorme proporción. Y todo esto, precisamente en el momento en que Alemania aparecía en la escena mundial, no sólo como «Imperio unido», sino también como gran país industrial. Los miles de millones dieron un formidable impulso a la joven gran industria; fueron ellos, sobre todo, los que trajeron después de la guerra un corto período de prosperidad, rico en ilusiones, e inmediatamente después, la gran bancarrota de 1873-1874, la cual demostró que Alemania era un país industrial ya maduro para participar en el mercado mundial»

(…)

«Alemania apareció tarde en el mercado mundial. Nuestra gran industria surgió en la década del cuarenta y recibió su primer impulso de la revolución de 1848; no pudo desarrollarse plenamente más que cuando las revoluciones de 1866 y 1870 hubieron barrido de su camino por lo menos los peores obstáculos políticos. Pero encontró un mercado mundial en gran parte ocupado. Los artículos de gran consumo venían de Inglaterra, y los artículos de lujo de buen gusto, de Francia. Alemania no podía vencer a los primeros por el precio, ni a los segundos por la calidad. No le quedaba más remedio, de momento, que seguir el camino trillado de la producción alemana y colarse en el mercado mundial con artículos demasiado insignificantes para los ingleses y demasiado malos para los franceses.»

» (…) En ningún sitio, y apenas se puede exceptuar la industria a domicilio irlandesa, se pagan salarios tan infamemente bajos como en la industria a domicilio alemana. Lo que la familia obtiene de su huerto y de su parcela de tierra, la competencia permite a los capitalistas deducirlo del precio de la fuerza de trabajo. Los obreros deben incluso aceptar cualquier salario a destajo, pues sin esto no recibirían nada en absoluto, y no podrían vivir sólo del producto de su pequeño cultivo. Y como, por otra parte, este cultivo y esta propiedad territorial les encadenan a su localidad, les impiden con ello buscar otra ocupación. Esta es la circunstancia que permite a Alemania competir en el mercado mundial en la venta de toda una serie de pequeños artículos. Todo el beneficio se obtiene mediante un descuento del salario normal, y se puede así dejar para el comprador toda la plusvalía. Tal es el secreto de la asombrosa baratura de la mayor parte de los artículos alemanes de exportación»

(Engels, Prefacio de 1887 a CONTRIBUCION AL PROBLEMA DE LA VIVIENDA)

En este cuadro de retraso en la industrialización alemana, se da la competencia entre las dos grandes naciones donde el capitalismo se está desarrollando a marchas forzadas, Inglaterra y Francia. La primera había hecho su revolución burguesa en el siglo XVII, y en el XVIII había acabado con los restos feudales en Escocia, al derrotar la revuelta jacobita. El capitalismo estaba haciendo la revolución industrial, que el campo tomó la forma de revolución agraria. Por su parte Francia, en 1789, se había liberado de las ataduras aristocráticas y la propiedad feudal de la tierra, de tal manera que el capitalismo tuvo el campo abierto para desarrollarse plenamente.

Ambas naciones burguesas se lanzan al dominio del mundo, con una división internacional del trabajo donde la industria textil y metalúrgica británica se impone. Francia, incapaz de competir con Inglaterra en ese terreno, se especializa en la industria del lujo. El textil británico se nutre del algodón de los esclavos en los EE UU, Francia, por su parte, encuentra en la aldea alemana una fuerza de trabajo barata, y los capitales franceses invierten masivamente en Alemania, como poco después hará en Rusia. De esta manera entra el capitalismo en el rural alemán. Italia se convierte, por su parte, en receptora de inversiones británicas en sistemas ferroviarios.

La tesis de Trotski del desarrollo desigual y combinado se confirma plenamente; los capitalistas más avanzados como ingleses y franceses industrializan países como Alemania e Italia, como los EE UU harán con Japón. La conclusión de este fenómeno combinado de inversiones extranjeras con el desarrollo de una burguesía nacional dará como fruto la necesidad de una nueva división internacional del trabajo. Alemania, Italia, los EE UU, Japón,… ya en la fase imperialista del capitalismo, pedirán primero, y exigirán después, su parte en la tarta de un mundo dividido hasta ese momento entre dos grandes potencias, Gran Bretaña y Francia.

De la misma manera que Alemania presentó sus credenciales como potencia emergente en la guerra Franco Prusiana, que terminó con la derrota de la primera y la Comuna de París, Japón lo hizo frente a Rusia, a la que derrotó en 1905, y los EE UU frente al Estado Español, al arrebatarle los restos de su imperio, Cuba, Filipinas y Guam. En el circo mundial crecían los enanos, al calor de un desarrollo inusitado de las fuerzas productivas, de los grandes inventos de finales del XIX y comienzos del XX que sentarán las bases del salto a la fase imperialista del capitalismo; la guerra era absolutamente inevitable. Marx dijo que «entre dos derechos, el que decide es la fuerza».

Gran Bretaña y Francia estaban agotadas, se habían convertido, en palabras del propio Marx, en «estados rentistas» que vivían del «corte del cupón». Sus inversiones en el extranjero habían debilitado su base industrial, mientras los estados citados, especialmente Alemania y los EE UU, desarrollaban una poderosa industria, a la que incorporaban los adelantos técnicos que incrementaban su productividad. Era cuestión de tiempo que pidieran por la fuerza lo que, evidentemente, no se les iba a conceder de buen grado.

La I y la II Guerra Mundial fueron los momentos en los que chocaron entre ellos, dejando en medio de ambos a las potencias perdedoras, Gran Bretaña y Francia, que profundizaron su decadencia a pesar de la victoria frente a Alemania. Tras la Iª, Lenin les recordó que «no alardeen» de su victoria, puesto que están endeudadas hasta la camisa con los EE UU. El reparto iniciado en 1914 culminó en 1945, de donde salió una nueva potencia hegemónica: los EE UU, en un mundo destruido, y las dos potencias que se habían presentado como alternativas, Alemania y Japón derrotadas.

La hegemonía en crisis: se acaba la paridad «dólar-oro»

Desde 1945 los EE UU hegemonizan el mundo, que se sintetizó en el establecimiento del acuerdo de Bretton Woods y el paridad «dólar-oro». Esta paridad simbolizaba el poderío de una economía que era la fábrica y el banquero del mundo, que dominaba más del 50% del comercio mundial, cuyo PIB era superior a la suma de todos los PIBs del resto de potencias. Esta hegemonía económica se manifestaba en el control de las instituciones políticas construidas a su «imagen y semejanza», con el FMI y el BM como mascarones de proa.

El crack del 67 anuncia el final de los «treinta gloriosos», y de cómo la tendencia decreciente de la tasa de ganancia actuaba sordamente carcomiendo las bases de esa hegemonía. El símbolo actual de esta decadencia que comenzó a finales de los 60, la tenemos en la ciudad de Detroit, sede de la industria del automóvil y de las «tres grandes». De ellas, sólo Ford ha logrado en algo mantenerse a flote. Pero General Motors, quebró en el 2009 y debió de ser «rescatada» por el gobierno. Chrysler se «fusionó» con Fiat y apenas si sobrevive.

En 1973 el presidente Nixon anuncia la ruptura de la paridad dólar-oro; un reconocimiento explicito de que la economía norteamericana ya no podía soportar esa presión. Las reservas de oro de los EE UU se habían reducido significativamente, los competidores destruidos en 1945, Japón y Alemania comenzaban a arañar una parte importante del comercio mundial, y la diferencia entre ellos tendía a reducirse. La cuota de la plusvalía mundial que financiaba a los EE UU se reducía, debilitándolo: estos son los motivos que condujeron a la ruptura del acuerdo de Bretton Woods y la paridad dólar oro.

A partir de aquí, en una huida hacia adelante, el imperialismo yanki deja en flotación su moneda (quintaesencia del neoliberalismo: privatizar la fabricación de moneda de los estados), que se convierte en valor refugio apoyado en su manifiesta superioridad económica y política. Pero no es una medida ofensiva, sino absolutamente defensiva: el dólar ya no vale lo que el oro, sino lo que «la mano oscura del mercado» decida, que en la fase imperialista del capitalismo está totalmente mediatizada por la existencia de los trust y las grandes multinacionales, además del control político de las instituciones. No estamos ya en el «laissez faire», sino en la «planificación» imperialista, donde la «mano oscura» depende de las decisiones de los oligopolios. Por esto, es totalmente defensiva, el dólar no se protege de manera natural por el valor del oro, sino por la fuerza de los marines.

De nuevo nos encontramos con la ley del desarrollo desigual y combinado actuando en un proceso social. Los destruidos estados del Eje, Alemania y Japón, crecen gracias a las inversiones norteamericanas, sus burguesías imperialistas se recomponen de la derrota sufrida, mientras que las leyes del capitalismo actúan también en el interior de los EE UU, debilitándolo en relación a esos estados. La tendencia no es a un aumento de las desigualdades entre la potencia hegemónica y las demás, sino a la inversa, a la confluencia entre ellas.

La restauración del capitalismo y el desarrollo desigual y combinado

Formalmente parecería que tras la ruptura de la paridad dólar-oro el mundo era totalmente norteamericano; pero es una ilusión, a la que ayudan, y de que manera, las campañas de propaganda lanzadas por el control de la industria del ocio que tienen. Como vimos, esa ruptura es una manifestación de debilidad; el imperialismo yanqui en retroceso, para mantener la cuota de plusvalía a nivel mundial, se encomienda al control político y militar de las instituciones.

Mientras el dólar estuviera ligado al valor del oro, la cantidad de dinero circulante tenía un limite objetivo, el valor del oro; no podían fabricar más dinero del que ese valor les permitiera. Cuando estalla la crisis en el 72 / 73 el gobierno norteamericano se ve en la obligación de fabricar más dinero que oro tiene en sus reservas (incluidas las que tiene como «rehén» tras la II guerra, de Alemania, por ejemplo), puesto que la tasa de ganancia ha caído de una manera significativa reduciendo los márgenes de beneficio de las empresas: la subida del precio del petróleo es la forma que toma a nivel mundial esta caída de la tasa de ganancia.

Este cambio de ciclo en la economía mundial se puso de manifiesto con el fin de la expansión productiva de los «treinta gloriosos»; todos los estados imperialistas sufren exactamente el mismo proceso de reconversión industrial, hasta llegar a los «cinturones del oxido» que hoy existen en todos ellos, más o menos ocultos por los museos mineros o industriales, en los distritos que en aquél momento eran el corazón del capitalismo mundial; desde Pittsburg o Detroit hasta la Cuenca del Rhur, desde las minas asturianas hasta Sheffield o Manchester; en todos los estados capitalistas occidentales se da la misma imagen: el cierre masivo de empresas.

La tendencia decreciente de la tasa de ganancia tiene como uno de sus efectos contrarrestantes el que el capital extienda su mano a nuevos mercados, a nuevos territorios que ocupar, a incorporar nuevos contingentes de trabajadores / as que escapan al mercado laboral de las zarpas de la ley del valor, que reinicien el ciclo de acumulación de capital. En los 80 los estados obreros ya comenzaban a dar signos de agotamiento fruto de la conducción burocrática de la economía; el absurdo de la burocracia que solo producía en función de sus estrechos intereses, estaba llevando a esa conquista de la clase obrera al desastre.

La restauración del capitalismo es la otra cara de la misma política neoliberal que desmantela las conquistas del llamado «estado del bienestar». El mismo motivo que provoca la ruptura de la paridad dólar-euro, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y la aparición del neoliberalismo, es la que acelera los planes del imperialismo para restaurar el capitalismo en los estados obreros.

Destrucción de los Estados Obreros y del Estado del Bienestar van de la mano, y son la obsesión de los nuevos dirigentes occidentales, con el triunvirato Reagan-Thatcher-Juan Pablo II a la cabeza: el capitalismo necesitaba una reducción efectiva del valor de la fuerza de trabajo, y la destrucción de esas conquistas sociales era el camino para lograrlo. Pero a diferencia de lo que piensan los conspiranoicos defensores de las burocracias estalinistas, el proceso no fue controlado, sino que fue abiertamente revolucionario.

Las masas trabajadoras se levantaron contra unos regímenes que, consciente o inconscientemente, abrían las puertas a la restauración capitalista, empobreciendo a las masas fruto de la contrarrevolucionaria teoría del «socialismo en un solo país»; mas, fueron levantamientos más instintivos que conscientes, por lo que las direcciones pro capitalistas (surgidas de la misma burocracia en la inmensa mayoría de las ocasiones) pudieron cabalgarlos y desviarlos hacia el pantano de la «democracia» capitalista.

Tras varios años de inestabilidad social, el capitalismo se ha asentado en todos ellos, y de una manera peculiar ha realizado una acumulación originaria de capital, sobre la base de la «proletarización» de sus poblaciones. Bajo el estado obrero, la clase trabajadora no vendía su fuerza de trabajo en el mercado, no sufría la explotación capitalista; lo impedía la misma existencia del estado obrero, del que eran jurídicamente propietarios, aunque la gestión estuviera en manos de la burocracia, el control del comercio exterior, la planificación de la economía, así fuera burocrática. La implosión de esos estados revienta las relaciones sociales de producción no capitalistas en los que se basa; deja a la clase trabajadora sin quien les garantiza sanidad, educación y el mismo trabajo; los proletariza, dejándolos solo como única propiedad, su fuerza de trabajo, en un proceso parecido a la proletarización del campesinado y los artesanos a comienzos de la revolución industrial, cuando el capital les arrebata sus medios de vida y los empuja al mercado de trabajo.

Por otro lado, las inversiones imperialistas junto con el cambio de chaqueta de la burocracia, convertida en propietaria de medios de producción, ya por la vía «legal» (China!), ya por la vía mafiosa (Rusia!), provocaron la aparición de unas burguesías nacionales que se beneficiaron de esa acumulación originaria de capital.

No es el mismo proceso de China y de Rusia; el primero da el salto cualitativo a la restauración cuando el estado obrero derrota a las masas en Tiannanmen; a partir de aquí el PC Chino controla férreamente el proceso, haciéndolo, paradójicamente, de una manera planificada a través de los Planes Quinquenales que regularmente aprueban. El caso ruso es el opuesto, la restauración se produce tras un caótico proceso generado por la implosión de la URSS, la disgregación y las guerras nacionales (Chechenia, Cáucaso,…), con los burócratas convertidos en mafiosos, que, como los viejos corsarios ingleses, aprovechan para enriquecerse con el saqueo del estado y convertirse en capitalistas. Son dos procesos distintos, que resultan en la vuelta al capitalismo.

Nuevamente, la ley del desarrollo desigual y combinado como explicación de un complejo proceso que ha abierto las puertas a la situación actual, en la que la alianza Ruso China amenaza, y de que manera, la hegemonía euro norteamericana del mercado mundial.

Las relaciones actuales fruto de la ley del desarrollo desigual y combinado

El mismo asesor de Reagan que afirmara en 1997, en El Gran Tablero del Mundo, que los EE UU era «la potencia más importancia del mundo», escribió recientemente que: «El hecho es que nunca ha habido un verdadero poder global ‘dominante’ hasta la aparición de América en la escena mundial … .. La nueva realidad global decisiva fue la aparición en la escena mundial de América siendo al mismo tiempo la potencia más rica y militarmente más fuerte. Durante la última parte del siglo XX ninguna otra potencia podía compararse. Esa época está llegando a su fin» (Hacia un realineamiento global», Zbigniew Brzezinski, The American Interest, el subrayado es mío )

Nadie puede cuestionar las dos afirmaciones, los EE UU fueron, y son, la potencia hegemónica a nivel mundial; y, al tiempo, «esa época está llegando a su fin». Que motivos lleva al que teorizó el «siglo americano» a en menos de diez años, cambiar su posición, y afirmar que «esa época está llegando a su fin»; porque sino, vaya siglo más corto. ¡Esta época es la nuestra!, y por lo tanto la que tenemos que analizar.

Pero premonitoriamente, en El Gran Tablero también había escrito, «De ahora en adelante, los Estados Unidos pueden tener que decidir cómo hacer frente a las coaliciones regionales que tratan de expulsar a Estados Unidos de Eurasia, poniendo así en peligro el estatus de Estados Unidos como potencia mundial».

Veinte años después, y confirmando esa premonición, ¿Quién amenaza con esa expulsión? El Plan de la Ruta de la Seda que atraviesa Eurasia, que China presentó el pasado año, ante más de 50 estados, incluidos los aliados europeos de los EE UU. Con una promesa de una inversión de 900 mil millones de euros, es una apuesta con la que, hoy por hoy, los EE UU no pueden ni soñar con competir. Un Plan que no es aislado, China es el principal inversor en África, ha superado en inversiones extranjeras a los EE UU en muchos de las naciones americanas, es tenedor de deuda del estado español, de Grecia, donde se ha hecho con el principal puerto, El Pireo, etc. etc.

Pero no lo voy a tratar desde un punto de vista político, sino teórico; de cómo un estado que en otras circunstancias históricas, no pasaría de ser una gran semicolonia, se ha convertido en el gran competidor global de la potencia hegemónica; y esa explicación solo se encuentra en el desarrollo desigual y combinado. De cómo una potencial semicolonia se han transformado en una potencia imperialista «emergente».

2+2 son 4, pero para la dialéctica, no

Ya vimos como en la historia este fenómeno es posible, el mundo repartido entre Gran Bretaña y Francia a finales del siglo XIX, fue destruido por potencias imperialistas «emergentes», los EE UU y Alemania. Como la farsa del drama, a los EE UU su Frankenstein se le está rebelando, y como al doctor Frankestein, no por la fortaleza del monstruo, que si tiene que ver, sino por la debilidad que tiene frente a él.

China sale de Tiannamenn como la fábrica del mundo; todos los grandes capitales imperialistas, con los EE UU a la cabeza, ven en los 1 000 millones de campesinos pobres un «ejercito de reserva industrial» con el que resolver la causa principal de la crisis de los 70, la caída de la tasa de ganancia. De la misma manera que el capital francés en el siglo XIX paso la frontera, y se fue a la aldea alemana a buscar bajos salarios, las grandes multinacionales se fueron a China. Un estado regido por una dictadura dirigida por el PC, que había derrotado al movimiento de masas en Tiannamenn.

El plan del imperialismo euro norteamericano era bueno; deslocalizo la industria que precisa gran aportación de capital variable, que en China consigo a bajo precio, mantengo en las metrópolis las secciones más rentables, más productivas, con grandes inversiones en capital fijo (maquinaria, tecnología…); y 2+2 son 4.

El drama para el capital es que las industrias más productivas, las que tienen más inversiones de capital fijo son las que tienen una tasa de ganancia inferior; de hecho, las crisis del capitalismo se reducen, en última instancia, a que la tasa de ganancia está en relación inversa a la inversión en capital fijo. «El límite del capital es el capital mismo», dijera Marx.

Si el capitalismo yanqui viviera su época dorada de los años 40, 50 y 60, en que era el banquero y la fábrica del mundo, este «plan» sería perfecto. Pero los yanquis venían de la crisis de los 70, que los había golpeado directamente, que les había obligado a romper el acuerdo de Bretton Woods, a convertirse en un estado rentista… como Gran Bretaña a finales del siglo XIX. Además, el control que el PC chino ejercía sobre sectores fundamentales de la economía china, como el financiero (la banca es estatal) o la industria pesada (toda ella estatal), hacia de este plan algo que la naciente burguesía china buscaba, inyección de capital para desarrollar la industria auxiliar de las multinacionales.

Este plan de la burguesía china tenía otra pata, olvidada por muchos pero esencial para el proceso de acumulación originaria de capital que estaba punto de producirse: la recuperación de las plazas financieras de Hong Kong y Macao a la soberanía (compartida) china. Fue un chute de capital fresco en una economía a la que le sobraba capital humano, fuerza de trabajo barata.

En este cuadro, unos EE UU endeudados por las sucesivas guerras en las que comenzando por la de Vietnam, que había perdido, o estaban estancados (Afganistán, Irak,…), esa acumulación originaria en China despertó al «dragón» dormido (y lo digo con recochineo; el «dragón» es una figura mitológica para los chinos). Por esta combinación de procesos desiguales y contradictorios, 2+2 no fue 4. Para los yanquis fue -3, y para los chinos más 3. La deslocalización de la industria redujo la independencia de los yanquis, provocó un déficit comercial brutal y un aumento de la deuda publica norteamericana; deuda que está en manos… chinas, y / o japonesas.

De fábrica y banqueros del mundo, los yanquis había pasado a ser consumidores y deudores netos; solo les salva el control del dólar, a través del que siguen absorbiendo una parte importante la plusvalía mundial y su potencial militar apabullante.

Aquí entra el otro elemento cualitativo, que marca la situación actual. Tanto China, como sobre todo Rusia, de la que es aliada estratégica en términos militares a través de los Acuerdos de Shangai, han heredado de los Estados Obreros un potencial militar no despreciable; Rusia es el segundo exportador de armas del mundo, tras los EE UU. Esto significa que el potencial militar yanqui es apabullante ante un pueblo como el vietnamita, un estado en desguace como al afgano o un ejercito regional como el iraquí; pero enfrente no tiene a los campesinos vietnamitas, a los talibanes o al fantasma del «quinto ejercito del mundo», como quisieron vendernos que era el de Sadam Hussein.

No, enfrente tiene a la segunda y a la tercera potencia nuclear del mundo, y si la visión de los cadáveres de soldados yanquis muertos en Vietnam, o posteriormente en Irak, desmoralizaron a la población norteamericana; que no harían ver algunas de sus ciudades reducidas a escombros. Porque su poderío es apabullante, sí, pero tanto Rusia como China tienen capacidad suficiente para destruir más de una ciudad en los EEUU.

Además, Trotski señalaba que la guerra no la ganaba el potencial militar presente, sino la industria; la capacidad para recuperar las pérdidas destruidas por la guerra. Gran Bretaña tuvo que ser armada por los EE UU en la II Guerra, y Alemania vio como su industria militar fue destruida por los Aliados. Hoy los EEUU, fruto de la deslocalización, importan desde el acero hasta los aparatos de tecnología punta. Además el endeudamiento del estado no permitiría una política de empréstitos que la financiara.

El apologeta del «siglo americano» Brzezinski ha cambiado su visión, porque es consciente de esta realidad.

A modo de conclusión

Este documento no pretende sacar las conclusiones políticas de unas caracterizaciones que están en discusión, de cómo la acumulación originaria de capital que se produjo en China y Rusia a lo largo de estas décadas, las alianzas que entre ellos se están dando, en el marco de la decadencia de la potencia hegemónica, los EE UU, influyen sobre los conflictos inter capitalistas e interimperialistas.

Los restos del estalinismo, ligados al castro chavismo, se empecinan en defender el carácter absoluto de la hegemonía norteamericana, para justificar su apoyo a supuestos antiimperialistas como Maduro, Castro o Al Assad. Un «teoría» al servicio de una política reaccionaria, que solo busca evitar su desaparición definitiva del panorama político, recurriendo a tics del pasado: el más antiimperialista es el más antiyanki, así sea defendiendo al mismísimo Putin y a Xi, que casualmente (sic) son los grandes protectores e inversores en Venezuela, Cuba o Siria.

Los marxistas debemos actuar de una manera bien distinta, las caracterizaciones teóricas, como los análisis empíricos, preceden a las conclusiones políticas. Actuar de otra manera nos conviertiria en apologetas de unas posiciones apriorísticas que, cuando chocan con la realidad, solo llevan confusión. La realidad hoy es mucho más compleja que la vieja distribución mundial, donde había un imperialismo hegemónico, y los demás se disciplinaban a él… Esta geografía del mundo, como dice Brzezinski, «… está llegando a su fin».

El futuro en el que hay que intervenir no es el de pasado, sino el que está marcado por las nuevas relaciones entre los estados. La ley del desarrollo desigual y combinado es, como bien demostró Trotski ante la revolución rusa, una herramienta fundamental para comprender hasta el final la profundidad de esas nuevas relaciones.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.