El Cultural publica una obra inédita en nuestro país del desaparecido Arthur Miller: El descenso del Monte Morgan. Se trata del texto que inaugura la producción tardía del dramaturgo, -y para muchos el mejor de este periodo-, ya que es la obra que le rescata de un letargo de casi 25 años después de El […]
El Cultural publica una obra inédita en nuestro país del desaparecido Arthur Miller: El descenso del Monte Morgan. Se trata del texto que inaugura la producción tardía del dramaturgo, -y para muchos el mejor de este periodo-, ya que es la obra que le rescata de un letargo de casi 25 años después de El precio (1967). Dedicada a su esposa, la fotógrafa Inge Morath, el dramaturgo aborda en ella un caso de bigamia en un estilo que se aleja del realismo para mezclar los recuerdos, sueños y fantasías del personaje protagonista, Lyman Felt. La pieza se publicó por primera vez en 1991 y ese mismo año fue estrenada en Londres, aunque no alcanzó los escenarios neoyorquinos hasta cinco años después. A éste le seguirían otros seis títulos no siempre bien acogidos por la crítica como Finishing the picture, el último, inspirado en el rodaje de la película que Miller escribió para Marilyn Monroe, Vidas rebeldes. El próximo otoño la editorial Tusquets publicará El descenso del Monte Morgan, traducida al castellano por Carlos Milla Soler.
El descenso del Monte Morgan
por Arthur Miller
[Resumen: Una noche de temporal, un hombre, Lyman Felt, baja del monte Morgan en un Porsche y acaba en el hospital después de un accidente. Su primera esposa, Theodora (Theo) -de la que se divorció y con la que tuvo una hija llamada Bessie-, y su segunda esposa, Leah, son llamadas a su lado. Durante nueve años, Lyman ha estado manteniendo a dos familias en dos casas diferentes y situadas, convenientemente, en extremos opuestos del estado de Nueva York. El descenso de Monte Morgan gira en torno a la traición y la bigamia, las crisis y las reconciliaciones.]
Para Inge
Primer acto
Breves acordes de música acompañan los cambios de tiempo y lugar.
Una cama de hospital en la que yace Lyman Felt. Momentos después entra la enfermera Logan. Es negra. Lyman duerme profundamente, con ronquidos intermitentes. Tiene vendados la cabeza y el torso, una pierna escayolada, en alto, y un brazo en un ángulo poco natural. La enfermera ajusta la posición del colchón con una vuelta de palanca. Después se sienta al lado, abre una revista y pasa las hojas distraídamente mirando las fotografías. Al cabo de un momento…
LYMAN (con los ojos todavía cerrados): Gracias, muchas gracias a todos. Siéntense, por favor.
(La enfermera se vuelve y lo mira.)
LYMAN: Esta tarde tenemos mucho material…, no, material, no…, sí, material… que abordar, así que, si son tan amables, tomen asiento y crucen las piernas. No, no… (Ríe débilmente.) No crucen las piernas; basta con que tomen asiento…
ENFERMERA: Señor Felt, ha pasado por el quirófano. Debería descansar… ¿Está grogui?
LYMAN (duerme por un momento, ronca, y después): Hoy me gustaría que considerasen el seguro de vida desde una perspectiva distinta. Quiero que imaginen el sistema económico en su conjunto como una teta gigante.
ENFERMERA: ¡Vaya, vaya! (Ríe abochornada.)
LYMAN: Así pues, la misión del individuo consiste en conseguir un buen sitio en la cola para dar una chupada. De donde, dicho sea de paso, viene la expresión «chupar del bote». O…, o no. (Ronca profundamente.)
ENFERMERA: Si esto va a más, tal vez haya que ponerle otra inyección… (Vuelve a pasar las hojas.)
(Entra el padre; lleva un panamá, empuña un bastón, fuma un cigarrillo con boquilla, arrastra un amplio atuendo negro. Se acerca y se inclina sobre Lyman para besarlo. Lyman se pone tenso, deja escapar un grito de miedo y, a la vez, de esperanzada sorpresa, con los ojos todavía cerrados. El padre se yergue y mueve la cabeza en gesto pesaroso.)
PADRE: Esto no es nada bueno para los negocios.
(Lyman lloriquea en actitud suplicante.)
PADRE: ¿Para qué necesitas patines si cuando te caes se ríen de ti? Nunca hables de negocios con mujeres; Dios las ha creado sólo para una cosa. Obedece a Dios. Tienes los dientes salidos, tienes las orejas salidas, lo tienes todo salido, lamento decir que eres un niño muy tonto, una gran decepción. (Se retira a la penumbra cabeceando.) Esto no es nada bueno para los negocios.
LYMAN: Te lo prometo. ¡Papá! (Levantando la voz.) ¡Te lo prometo! (Abre los ojos; asimila gradualmente la presencia de la enfermera.) ¿Es usted negra?
ENFERMERA: Eso me han dicho siempre.
LYMAN: ¿Es usted…, eh…, una diplomada del programa de recolocación?
ENFERMERA: ¿Enfermera diplomada? Sí.
LYMAN: Bravo. Tengo un curso de formación estupendo para ustedes, el mejor del sector, y antes otro de introducción a las ventas. Ahora no hay elecciones, ¿no? ¿Eisenhower o algo así?
ENFERMERA: ¡Eisenhower! Desapareció hace mucho, mucho tiempo. Y es diciembre.
LYMAN: Ah. Porque en época de elecciones hay más probabilidades de hablar con desconocidos… ¿Por qué no puedo moverme, si puede saberse?
ENFERMERA: Se ha roto varios huesos. Dicen que bajó el monte Morgan esquiando en un Porsche.
(Ella se ríe. Él entorna los ojos intentando orientarse.)
LYMAN: ¿Qué es esa música? Parece Earl Hines.
ENFERMERA: ¿Qué música? No hay música.
LYMAN (canta): «I’m just breezin along with the breeze…» Escuche. ¿No la oye?… ¿No es preciosa? (Silba la melodía un momento y vuelve a quedarse dormido. Despierta.) Aún conservo varios amigos de color. Dicen que tengo alma de negro. (Ríe.) Es todo un honor. A Jimmy Baldwin le gustaban mis cuentos cuando yo era escritor. Hace mucho tiempo. (Breve pausa.) Mi mujer esquiaba como una metodista…, directa hacia…, decía que yo esquiaba como un árabe…, los pantalones se me caían continuamente. Por entonces no había telesillas, ¿sabe? Uno tenía que subir la montaña con los esquís. En tijera. Las mujeres lo tenían más fácil porque se les separan más las rodillas. Me ponía cachondo sólo de verlas subir. ¿Qué ha dicho?
ENFERMERA: No he dicho nada.
LYMAN: Ah. ¿Y dónde estoy?
ENFERMERA: En el Hospital Clearhaven Memorial.
LYMAN (toma conciencia lentamente): ¿Clearhaven?
ENFERMERA: Su mujer y su hija acaban de llegar de Nueva York.
LYMAN (amago de cautela, pero todavía confuso):… ¿De Nueva York? ¿Cómo es esa mujer? ¿Qué edad tiene?
ENFERMERA: Calculo que unos cincuenta años.
LYMAN (empieza a alarmarse): ¿Quién las ha llamado?
ENFERMERA: ¿Qué quiere decir? ¿Por qué no íbamos a llamarlas?
LYMAN: ¿Y dónde estamos?
ENFERMERA: En Clearhaven. Yo soy canadiense; soy nueva aquí. En Canadá aún tenemos ferrocarriles.
LYMAN: Escuche…, no me encuentro bien. ¿Por qué estamos hablando de ferrocarriles canadienses?
ENFERMERA: No, sólo lo mencionaba por el temporal.
LYMAN: ¿Y qué…, qué…, qué me decía de mi mujer de Nueva York?
ENFERMERA: Está en la sala de espera. Y también su hija.
LYMAN (escudriñando): Y estamos… ¿dónde?
ENFERMERA: Ya se lo he dicho, en el Hospital Clearhaven.
LYMAN (mira alrededor con recelo): ¿Tiene un espejo?
ENFERMERA: ¿Un espejo? Cómo no. (Saca uno del bolso y se acerca a él.) No está precisamente como una rosa, ya se lo digo.
LYMAN (se mira y se toca el vendaje, sorprendido): ¿Podría usted… tocarme? (Ella apoya un dedo en su mejilla. Él baja el espejo, la mira, de pronto iracundo.) Por amor de Dios, ¿quién demonios las ha llamado?
ENFERMERA: ¡Yo soy nueva aquí! Si cree que me he equivocado en algo, lo siento. (Alterada, vuelve a su silla.)
LYMAN (muy angustiado): ¿Quién ha dicho que se ha equivocado? ¿A qué viene toda esta… verborrea innecesaria?… Por Dios, no verborrea…, quiero decir… (Con la respiración entrecortada:) Oiga, no puedo ver a nadie; tienen que volverse a Nueva York ahora mismo.
ENFERMERA: Pero mientras está despierto…
LYMAN: Échelas de aquí inmediatamente, ¿entendido? (Punzada de dolor.) ¡Ay!… Oiga…, no ha venido nadie más…, a verme, ¿verdad?
ENFERMERA: Que yo sepa, no.
LYMAN: Vaya, por favor, deprisa… ¡No puedo ver a nadie!
(Ella sale, desconcertada.)
LYMAN: Dios mío, ¿cómo puedo haber hecho una cosa así? ¡Santo cielo, puedo verlas!… ¡Qué espanto! Esto no puede ocurrir, no debe ocurrir. (Deslizándose hacia atrás, se desprende de la escayola y se desplaza hacia la claridad con la bata del hospital pero sin vendajes. La escayola vacía permanece sobre la cama tal como estaba. Con los ojos desorbitados, Lyman contempla su catastrófica visión…) ¡Oh, puedo verlo!… Bessie llora, la pobre. Pero Theo no. No, Theo no pierde el control en absoluto, no…, ni el control ni la entereza… (Mientras habla, las camas se alejan detrás de él, y el mobiliario de la sala de espera del hospital, un sillón y un sofá de mimbre tapizados de chintz, avanzan. La iluminación adquiere un tono más intenso, más alegre. Su mujer, Theodora, y su hija, Bessie, están sentadas en el sofá.) ¡No, no; no debe ocurrir…!
(Las observa muy tenso, pero como es invisible para los demás, puede acercarse a ellas, sentarse a su lado, etcétera. Theodora tiene al lado su abrigo de piel de castor; Bessie se ha puesto su abrigo de tela sobre el regazo. Theodora bebe una taza de té. Es una mujer idealista, de gran vigor intelectual, tiene recién cumplidos cincuenta años, es físicamente fuerte, aunque un tanto estirada y sin gracia. Al cabo de un momento, de pronto Bessie prorrumpe en sollozos y se tapa la cara. Theodora le toma la mano.)
THEO: Cariño, debes procurar contenerte.
BESSIE: No puedo evitarlo.
THEO: Claro que puedes. Piensa en la felicidad, en su risa. Tu padre ama la vida; luchará por ella.
LYMAN (mirando con admiración): ¡Dios, qué mujer!
BESSIE: … Supongo que en realidad es porque nunca me ha pasado nada malo.
LYMAN: ¡Mi querida Bessie…!
THEO: Pero a medida que te hagas mayor verás que todo va encajando…, y para bien.
LYMA (con una mezcla de afecto y condescendencia por la ingenuidad de ella): ¡Qué americana, la pobre!
THEO: Vamos, Bessie. ¿Recuerdas lo bien que lo pasamos en África? Piensa en África.
BESSIE: Madre, eres increíble.
(Entra la enfermera Logan.)
ENFERMERA: No podrá ver a nadie por un tiempo. Hay un buen motel a un paso de aquí, en la misma carretera. Aunque es temporada de esquí, seguramente mi marido puede conseguirles habitación; es él quien les quita la nieve del camino de entrada.
BESSIE: ¿Sabe si está fuera de peligro?
ENFERMERA: Eso creo, pero sin duda los médicos las informarán. (Cambiando de tema de manera evidente.) Me cuesta creer que hayan conseguido venir desde Nueva York con esta aguanieve.
THEO: Una hace lo que tiene que hacer. Me apetece acostarme. ¿Le importaría llamar al motel? Ha sido un viaje espantoso…
ENFERMERA: A veces me volvería a Canadá de buena gana…, allí al menos teníamos ferrocarril.
THEO: Aquí volveremos a tenerlo. Puede que en este país las cosas lleven su tiempo, pero al final las hacemos.
(Sale la enfermera.)
THEO (con una sonrisa forzada, se vuelve hacia Bessie): ¿Qué te ha hecho tanta gracia?
BESSIE (tocando la mano de su madre): No, nada…
THEO: Venga, dímelo.
BESSIE: Bueno, es que… en este país no siempre se hacen las cosas.
THEO (retirando la mano; está dolida): A mí me parece que a la larga sí. Yo he vivido cambios que eran inconcebibles hace treinta años. (Esforzándose por reír.) La verdad, Bessie, tan ingenua no soy.
BESSIE (enfadándose): En fin, no te pongas así, no es para tanto. (Pausa. Para hacer las paces…) Por aquí la gente es muy amable, ¿no crees?
THEO: Sí, desde luego. Muchas veces he lamentado que nunca hayas conocido la vida de pueblo, esa bondad que se respira.
BESSIE: Me pregunto si no debería avisar a la abuela Esther.
THEO: Si quieres… (Breve pausa.) Tiene unas reacciones tan exageradamente emotivas… BESSIE: En fin, si ha de molestarte, no la llamo.
THEO: Ah, no. Ya no tengo nada contra ella; sencillamente, nunca le he caído bien, y yo siempre lo he sabido. Pero a ti te quiere mucho.
BESSIE: Ya sé que es una mujer superficial, pero me hace reír tanto y…
THEO: Hace reír, sí.
BESSIE: Nunca he entendido por qué la consideras tan fría.
THEO: Quizá porque no me gustan las mujeres que están siempre seduciendo a sus hijos.
LYMAN (con afectada rectitud): ¡Estoy de acuerdo!
THEO: Es un milagro que él no haya salido homosexual.
LYMAN: ¡Perfecto!
THEO: Antes pensaba que era porque no se casó con una judía.
BESSIE: Pero tampoco ella se casó con un judío.
THEO: Cariño, lo que ella hace nunca cuenta. Pero ve, llámala; es su madre y te adora.
(Entra Leah. Ronda la treintena; pelo rubio teñido, abrigo de mapache abierto, zapatos de tacón. La enfermera entra con ella.)
LYMAN (en el instante en que ella entra se tapa los ojos con las manos): ¡No, no debe estar aquí! ¡Esto no puede ocurrir! ¡No debe! (Incapaz de soportarlo, empieza a huir, pero se detiene cuando…)
LEAH: Después de haber dado tanto dinero a este hospital, me parece que debería poder hablar con la enfermera jefa, ¡por Dios!
ENFERMERA: ¡Hago todo lo que puedo para encontrarla!
LEAH: Muy bien, esperaré aquí. (La enfermera se dispone a marcharse.) ¡Sólo pido un poco de información, qué caramba!
(Sale la enfermera. Pausa. Leah se sienta, pero enseguida vuelve a levantarse y se mueve inquieta. Theo y Bessie la observan de reojo, con educada curiosidad. Ahora sus miradas se cruzan. Leah levanta las manos.)
LEAH: Igual que cuando tuve aquí a mi hijo. Sonsacarles si era niño o niña fue como arrancarles los dientes.
BESSIE: ¿Es una urgencia?
LEAH: Mi marido; ha chocado con el coche en el monte Morgan. ¿Y ustedes?
BESSIE: Mi padre. También en un coche.
LYMAN: ¡Dios bendito!
THEO: Las carreteras están intransitables.
LEAH: Es esa maldita carretera del monte Morgan. En los dos últimos años ha habido ya media docena de accidentes terribles. Aún no puedo creerlo: ese hombre conduciendo con hielo en el asfalto… ¡y para colmo, de noche! ¡Es incomprensible! (Estalla:) ¡Los muy idiotas! ¡Tengo derecho a saber qué ha pasado! (Sale precipitadamente.)
BESSIE: Pobre mujer.
THEO: Pero ya sabe lo ocupados que están…
(Sigue un silencio. Theo se recuesta y cierra los ojos. Bessie está otra vez al borde del llanto. Se contiene y se cubre los ojos. De pronto se viene abajo y rompe a llorar.)
THEO: Vamos, Bessie, cariño, procura no…
LYMAN (mirando fijamente al frente): … Si pudiese llegar a la ventana… ¡y tirarme!
BESSIE (moviendo la cabeza en un gesto de impotencia):… ¡Es que lo quiero tanto!
(Vuelve Leah, ya más tranquila. Con evidente cansancio, se sienta y cierra los ojos. Pausa. Se acerca a la ventana y mira fuera.)
LEAH: ¿Ven qué luna? Todo el mundo se estrella por la oscuridad y ahora podría leerse el diario ahí fuera.
BESSIE: ¿Vive por aquí?
LEAH: No muy lejos. En el lago.
BESSIE: El paisaje es precioso.
LEAH: Ah, sí, pero yo me quedo con Nueva York de todas todas. (Se le escapa un profundo sollozo.) Perdón.
(Llora desconsoladamente cubriéndose con el pañuelo. Bessie, afectada, también empieza a llorar.)
THEO: ¡Pero, vamos…! (Le sacude el brazo a Bessie.) ¡Basta ya! (Ve la mirada de indignación de Leah.) Todavía no sabe si es muy grave, ¿verdad? ¿Qué necesidad hay de ponerse así?
LEAH (de muy mala gana): Puede que tenga razón.
THEO (eufórica, dirigiéndose también a Bessie): ¡Claro que sí! Quiero decir que siempre hay tiempo para la desesperación, ¿por qué, pues, habríamos…?
LEAH (con aspereza): ¡Ya le he dicho que tiene razón, que estoy de acuerdo con usted! (Ve que Theo se pone tensa y que vuelve un poco la cabeza.) Disculpe.
(Breve pausa.)
LYMAN: ¡Mujeres admirables! ¡Unas personalidades tan fuertes, tan firmes!… ¿Y qué dirán a continuación?
BESSIE: ¿Cultivan o crían algo en su casa?
LEAH: Criamos casi todo lo que comemos. Tenemos sesenta reses. Y ahora empezamos a criar animales de raza a pequeña escala.
BESSIE: Ah, eso me encantaría…
LEAH: Envidio la serenidad de ustedes dos. De verdad, me ha reconfortado. ¿En qué parte de Nueva York viven?
BESSIE: En la calle Setenta y Cuatro.
LYMAN (llevándose las manos a la cabeza): ¡Oh, no! ¡No, no…!
LEAH: ¿La calle Setenta y Cuatro? ¿En serio? Nosotros a menudo nos alojamos en el Carlyle…
BESSIE: Está muy cerca.
THEO: Por como habla, se diría que es neoyorquina.
LEAH: Fui tres años a la Escuela de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva York, pero me crié aquí, en Elmira, y aquí tengo mi empresa, así que… (Se encoge de hombros. Vuelve a la ventana.)
THEO: ¿Qué clase de empresa?
LEAH: De seguros.
LYMAN (golpeándose la cabeza): ¡No! ¡Basta! ¡Ya es suficiente!
BESSIE: ¡Vaya, como mi padre!
LYMAN (con las manos entrelazadas, mirando al cielo): ¡No, no permitas que ocurra!
LEAH: Bueno, somos un millón. ¿Usted también se dedica a eso?
BESSIE: No, yo estoy en casa…, cuido de mi marido.
LEAH: Espero vender la agencia dentro de tres o cuatro años, buscar una casa en Nueva York y pasarme el resto de la vida pintando de la mañana a la noche.
BESSIE: ¿En serio? Mi marido es pintor.
LEAH: ¿Profesional o…?
BESSIE: Sí. Es Harold Lamb.
LYMAN: ¡No! ¡Dios mío! (Se marcha apresuradamente con las manos en la cabeza.)
LEAH: ¿Harold Lamb?
(Lyman regresa, incapaz de apartar la vista de ellas. Leah, tras interrumpir todo movimiento, mira a Bessie fijamente. Ahora se vuelve para observar a Theo.)
THEO: ¿Qué ocurre?
LEAH: ¿De verdad Harold Lamb es su marido?
BESSIE (muy ufana y orgullosa): ¿Lo conoce?
LEAH (a Theo): ¿No será usted la señora Felt?
THEO: Pues sí.
LEAH (expresión de perplejidad): Entonces ustedes… (Se interrumpe y añade:) No estarán aquí por Lyman, ¿verdad?
BESSIE: ¿Conoce a mi padre?
LEAH: Pero… (Volviéndose de una a la otra.) ¿Cómo es que las han avisado a ustedes?
THEO (sin comprender, pero empezando a ofenderse): ¿A qué viene eso?
LEAH: Bueno…, después de tantos años…
THEO: ¿Qué quiere decir?
LEAH: Pero hace ya más de nueve años…
THEO: ¿De qué?
LEAH: De su divorcio. (Theo y Bessie enmudecen. Un silencio.) Usted es Theodora Felt, ¿verdad?
THEO: ¿Y usted quién es?
LEAH: Soy Leah. Leah Felt.