Está visto que la política es demasiado importante como para dejarla exclusivamente en manos de los políticos. Es demasiado importante, pero también prescindible. Y sabemos que es prescindible por tantos casos en la historia en los que ha terminado barrida por un golpe de Estado en cuestión de horas o de años en guerra… Desde […]
Está visto que la política es demasiado importante como para dejarla exclusivamente en manos de los políticos. Es demasiado importante, pero también prescindible. Y sabemos que es prescindible por tantos casos en la historia en los que ha terminado barrida por un golpe de Estado en cuestión de horas o de años en guerra…
Desde luego, cuando la corrupción en la política tiene las proporciones que alcanza en España, el tratamiento paliativo aplicado por uno de los tres poderes del Estado, el judicial (implacable pero también el más débil), provoca una sensación tan frustrante por el modo premioso de sustanciarse que al final, para tanta población desfavorecida se convierte en veneno cuyo único antídoto no puede ser más que la abrogación del marco constitucional y la refundación del país entero. Pues lo mismo que miles de ciudadanos han muerto y morirán sin haber sido resarcidos de un céntimo por las estafas, fraudes y abusos de auténticos canallas (bien porque han carecido de recursos para entablar la demanda judicial correspondiente, bien porque el proceso judicial abierto se dilata el tiempo suficiente como para que la prescripción termine liberando al encausado), en otros casos el proceso encallará y será archivado porque los que habrán muerto serán los propios delincuentes; delincuentes que se pueden ya contar por centenares, si no miles, y la mayoría miembros del partido del gobierno constituidos en asociación ilícita para delinquir, según han calificado los jueces instructores de causas, muchas de ellas abiertas hace la friolera de quince años …
Pero, aparte el número de los casos de esos delitos económicos que nunca acaban de ser enjuiciados; aparte la envergadura y las sumas del dinero derrochado, malversado o apropiado; aparte el fraude de prometer y no realizar, tan habitual en los dos partidos «únicos» hasta ayer aunque a niveles diferentes, la política en España -al menos también hasta ayer- resulta ser una actividad vergonzosa, como lo fue en otro tiempo la prostitución, y un indigno menester. Eso, si no le ponemos el marchamo de la actividad más delictiva y ruinosa, por más que sus mentores oficiales quieran ocultar que, por varios motivos entrelazados, están llevando al país a la quiebra…
Ya sabemos, como se les oye decir a menudo a sus voceros, por ejemplo, que no todos son delincuentes (faltaría más); que hay miles de concejales que no cobran; que los delincuentes «presuntos» son apartados del partido (cuando entran preventivamente en la cárcel, claro)… todo en un intento desesperado de impedir el descrédito absoluto de la política que tiente a los totalitarismos. Pero cuando un partido ha actuado prácticamente desde su nacimiento a principios de la democracia, primero impunemente amparado en mayorías absolutas y luego con más impunidad en el horizonte, por las dificultades con que tropieza la justicia y las maquinaciones del propio partido concernido para retrasar y entorpecer la instrucción de cada proceso, el resultado final en la percepción del ciudadano, ya entumecido por la corrupción generalizada, no puede ser más desalentador. Parece traerle sin cuidado a una gran parte de la población española lo que pueda suceder. El caso es que entre unas cosas y otras la política se ha convertido en España en un fácil botín adornado con «volquetes de putas».
Dicen que son cientos o miles quienes lo han desvalijado, pero aun los que no figuran como desvalijadores oficiales ya han tenido la precaución de poner a salvo su vida (y la de sus descendientes) blindándosela al socaire de órganos institucionales inoperantes o de Consejos de empresas energéticas. Y eso sucede mientras millones de personas sufren, carecen de futuro y, ya mayores, han perdido toda esperanza. Pero es que aunque fuera un centenar… ¡qué digo!, aunque fuera uno solo el que pagase el precio de la desgracia por la incompetencia y por tanta bellaquería de una retahíla de gobernantes de todos los colores y niveles, superada la dictadura, la política en España resulta desgarradora y el artificio social más perverso que pueda uno imaginar… Toda la clase política está bajo sospecha. Y los políticos que se salvan de la quema (con las excepciones que caben hacerse en todo comportamiento colectivo), o es porque han incurrido en alguna clase de complicidad o bien porque han sido repulsivamente pusilánimes…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista
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