Recomiendo:
0

El despertar Rapa Nui

Fuentes: Azkintuwe.org

En un mes, una decena de familias de Rapa Nui, Isla de Pascua, han ocupado 35 terrenos, la mayoría fiscales, exigiendo su devolución y generándole al gobierno de Sebastian Piñera un escenario similar al del País Mapuche. ¿Quiénes son? ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar? ¿Cuáles son sus historias? «Nua, ya es hora». La madrugada […]

En un mes, una decena de familias de Rapa Nui, Isla de Pascua, han ocupado 35 terrenos, la mayoría fiscales, exigiendo su devolución y generándole al gobierno de Sebastian Piñera un escenario similar al del País Mapuche. ¿Quiénes son? ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar? ¿Cuáles son sus historias?

«Nua, ya es hora». La madrugada del 27 de julio, Mutta Heronui Hey Tuki entró a la pieza de su tía abuela, Ana Lola Tuki, de 84 años, y la despertó. Se subieron a su camioneta y recorrieron en sólo dos minutos las pocas cuadras que hay entre su casa y la oficina del Ministerio de Bienes Nacionales en el centro de Hanga Roa, la capital de Rapa Nui o Isla de Pascua. Al frente, los carabineros que custodiaban la Gobernación cambiaban la guardia. No pudieron ver como Mutta y su anciana acompañante entraron a la pequeña oficina de madera. De una patada Mutta abrió la puerta, rápidamente entró frazadas, colchones, comida y una imagen de la virgen. Llegaban para quedarse.

Con la luz del sol, el resto de los cerca de 4 mil habitantes de la isla vio como en el portón de Bienes Nacionales flameaba una pequeña bandera de Rapa Nui, símbolo de las tomas u ocupaciones y que hoy, a casi un mes, se agitan con fuerza en unos 35 terrenos a lo largo de toda la isla. Museos, las oficinas del BancoEstado, de Entel, la Municipalidad, el Registro Civil, dependencias del Ministerio de Obras Públicas, Sernatur, Extranjería, casas particulares, el lujoso Hotel Hanga Roa y hasta en la pista de aterrizaje del aeropuerto Mataveri cuelgan banderas con leyendas que exigen la devolución de los terrenos.

Mutta Hey dice que venía preparándose hace años para esto. Que se aburrió de los abusos del continente y que quiere recuperar para su bisabuela los terrenos que alguna vez fueron de su tatarabuelo Tuko Tuki, el fallecido patriarca del clan. «El Gobierno chileno siempre nos ha discriminado. Dicen que somos ignorantes, que somos flojos, que somos indios. Bueno, nos aburrimos de eso, si ahora quieren conversar que vengan para acá, que den la cara», dice Hey en una de las oficinas donde funcionaba la repartición gubernamental y que ahora es un improvisado dormitorio.

Una cuadra más allá de la ocupación de Hey, están los Riroroco Pakarati. Ellos se tomaron una de las plazas del barrio cívico de Hanga Roa. Tai, la vocera del clan, cuenta que sólo tres horas se demoraron en levantar la cabaña que los protege de las intermitentes, pero intensas lluvias que por estos días hay en la isla. Con el busto de Policarpo Toro -el marino que en 1888 anexó la isla a Chile- que adorna la plaza detrás suyo, Tai Riroroco simplifica todo. » A esta altura estoy esperando que me desalojen. Yo sé que una vez más no nos van a escuchar. Pero si nos desalojan, vamos a usar la fuerza. Yo estoy dispuesta a morir por mi tierra», señala enfática.

La revuelta tiene completamente agitada la apacible vida en la isla. En un mes han viajado tres subsecretarios, el intendente de Valparaíso -región de la cual depende administrativamente Rapa Nui-, renunció el gobernador Pedro Edmunds, se reforzó el contingente de carabineros y, según autoridades locales, se han cancelado algunas reservaciones de turistas extranjeros, los que en todo caso, más allá de sorprenderse con las banderas, casi no se dan por enterados de lo que ocurre.

Lo que más preocupa, como lo reconoce el gobernador interino Jaime Miranda, es el nivel de coordinación que han mostrado las distintas familias y que anticipa una difícil y lenta resolución del conflicto. Por ejemplo, cada vez que aumenta el número de carabineros cerca de algunos terrenos ocupados, inmediatamente los isleños se comunican por radio o celular y a los segundos aparecen cuatro o cinco camionetas con, al menos, seis hombres y un par más a caballo con tenida militar y bototos, personajes que los rapanui conocen como Yorgos. No hay violencia, ni siquiera un cruce de palabras, pero el silencio lo dice todo.

Miranda aporta otro antecedente. Dice que han detectado al menos dos miembros de las tomas que habrían estado en la zona mapuche y que habrían replicado en la isla algunas tácticas para la ocupación de terrenos. «Incluso no descartamos -dice Miranda- la presencia de activistas». «Lo que pasa acá es más simple: primera vez en nuestra historia que los isleños nos unimos», dice Hey, descartando ayuda desde la Araucanía, mientras al frente, en la plaza de la Gobernación, se comienzan a reunir los miembros del Parlamento de Rapa Nui. «Zona cero»

«Para el conocimiento internacional, Rapa Nui jamás entregó ni cedió la soberanía a Chile». Escrito con pintura negra en una pizarra blanca, el cartel aparece en la calle Atamu Tekena, la principal de la isla y paso obligado de los cerca de 60 mil turistas que llegan cada año a conocer los moáis. El letrero está al costado de la sede del autoproclamado y autoconvocado Parlamento de Rapa Nui, instancia formada en 2009 por miembros de algunos de los principales clanes de la isla.

Por estos días, eso sí, la sede está vacía. El centro de operaciones está en la plaza de la Gobernación, que tienen tomada desde el 16 de abril, cuando, a diferencia de las demás ocupaciones, llegaron para exigir cambios en el estatuto administrativo de la isla y aumentar el control migratorio. Como ahí mismo hay otras tomas y está la de Mutta Hey, que fue la que impulsó a las demás familias a hacer lo mismo, los isleños del continente llaman al lugar la «Zona cero».

Es allí donde, mientras dos DVD tocan música anglo de los 60 en dos televisores distintos -uno de ellos LCD-, Leviante Araki, presidente del Parlamento Rapa Nui, termina de enrollar un cigarrillo de marihuana. Se sienta en una silla de plástico roja con el logo de Coca Cola. Viste pantalones de camuflaje, una chaqueta verde y luce una larga barba. Se hace acompañar por su ministro de Tierras y Colonización, Santiago Tepano, todo un prócer en Pascua, ya que es hijo de Juan Tepano, el último cacique de la isla. También está Inés Teave, vicepresidenta del Parlamento, además de un miembro de la Comisión de Justicia, al que no le agradan los continentales, así es que se sube a su moto y se va.

Araki asegura estar en sus terrenos, los de sus antepasados. Para ser más preciso, los de su abuelo Tuko Tuki. No habla, más bien grita. A un costado, una cocinilla con una tetera tiznada como un carbón hierve a más no poder, tanto que se derrama el agua. Araki se enoja y en rapanui ordena que apaguen el fuego. Le da una bocanada a su cigarrillo, mientras a sólo metros pasa un furgón con carabineros que van a reunirse con el gobernador interino. Araki ni se inmuta. Lleva cuatro meses viviendo en la choza que levantó en la plaza de la Gobernación.

El fuerte viento que sopla todo el día en la isla le apaga su cigarrillo. Se vuelve a enojar. Lo prende y comienza un relato que abarca más de 400 años de historia y que termina en una sola conclusión, que suena más bien a advertencia. «Toda esta tierra que tú ves «conti», es nuestra, de los rapanui, así es que si el Gobierno nos viene a sacar por la fuerza, nosotros los vamos a sacar a ellos y nos vamos a Oceanía, donde sí se respeta a la etnia», dice y, de paso, culpa al ex gobernador Pedro Edmunds de no haber escuchado a las familias. Caudillo caído

Pedro Edmunds sale de su ferretería que está al lado del aeropuerto, y en las cinco cuadras que recorre en su camioneta hasta un café, lo saluda casi todo el mundo. Él devuelve las gentilezas y sonríe. «La gente me tiene cariño, les dolió que renunciara, pero lo hice por la isla», dice Edmunds sobre su salida de la gobernación gatillada por el conflicto. Toma su café cortado. A diferencia de la mayoría de los isleños, usa el pelo bien corto. Los cerca de 22 grados que en ese momento hay en la isla son ideales para su polera marca Polo. Edmunds usa iPhone. Hace el típico gesto con el índice hacia la derecha por sobre la pantalla del teléfono. Contesta, habla un par de segundos, cuelga y explica preocupado su visión de lo que pasa en Rapa Nui.

«Acá hay reclamos que son justos. Es verdad que hubo personas, analfabetas, de las que se aprovecharon para quitarles sus tierras. Eso hay que solucionarlo. Pero lo peligroso es que se puede abrir una puerta que va ser imposible de cerrar. Acá hay sinvergüenzas, porque eso es lo que son, que se están aprovechando. En esos casos, el Gobierno va tener que decir ‘no ha lugar'», señala. A lo que apunta Edmunds, es que tal como lo reconocen las autoridades vigentes, el problema para el Gobierno está en encontrar una fórmula que permita abordar los casos que tienen sustento -ya hay una comisión que está trabajando para recopilar los antecedentes- y separarlos de aquellos que se aprovecharon de la coyuntura.

Las autoridades locales temen que si aceptan las demandas de todos los que han ocupado terrenos, más adelante pueden aparecer otras familias, exigiendo nuevas reivindicaciones. Y como hasta mediados de 1800 en la isla -a diferencia de hoy que sólo está habitada en Hanga Roa- había 38 tribus que la ocupaban en su totalidad, pueden surgir voces que aleguen que lugares de alto valor turístico y patrimonial como la playa de Anakena o la zona del volcán Rano Raroku -donde se fabricaban los moáis- pertenecían a sus ancestros.

Edmunds fue de los pocos funcionarios públicos ex Concertación que el Presidente Sebastián Piñera logró fichar en cargos de importancia. Como militante DC fue alcalde de la isla por 16 años hasta 2008. Su pasado político le trajo sus primeros enemigos, ya que los líderes de la Alianza de la isla no le perdonaron a Piñera que no haya buscado entre sus filas a su representante en el ombligo del mundo. Edmunds prefiere no entrar en el tema y se entusiasma al hablar de su sueño de crear una fundación que cautele la sustentabilidad ecológica de la isla. Cree que Rapa Nui debe ser como las Islas Galápagos o como Fernando de Noroña, donde se restringe el acceso a los turistas y hay un plan de cuidado del entorno.

Aunque resulte sorprendente, pese a que en 1995 la UNESCO designó a la isla como Patrimonio de la Humanidad, en Rapa Nui no hay un vertedero para procesar los desechos y sólo funciona un botadero casi clandestino, al que, además de decenas de perros vagos, basura y escombros de todo tipo, llegan residuos tóxicos como las baterías de los autos. Tampoco hay alcantarillado y menos una planta de tratamiento de aguas servidas, por lo que se teme que en un plazo no muy lejano se contaminen las napas de aguas subterráneas, de donde se saca el agua potable de la isla. El «Hito» Hanga Roa

Tal como Edmunds tiene numerosos seguidores, también tiene muchos detractores. Entre ellos, algunos miembros de la familia Hito, quienes desde el 31 de julio ocupan el Hotel Hanga Roa, uno de los más lujosos de la isla, con fecha de inauguración para el verano. A Edmunds lo acusan de haber avalado la construcción «ilegal» del hotel, e incluso, aseguran en la familia Hito, se asoció con la familia Schiess -propietaria del hotel- y sería el dueño del restaurante del complejo.

Los Hito, a través de su vocera Marisol Hito , una rapanui que vivió 25 años en el norte de Chile, no se andan con rodeos: quieren que les devuelvan el terreno donde está emplazado el hotel. El lugar no es cualquiera. Está en la avenida Pont, una especie de costanera de Hanga Roa. Tiene una vista paradisíaca del mar y está lo suficientemente cerca del pueblo como para que sus pasajeros pueden visitarlo, pero lo suficientemente lejos como para gozar de una tranquilidad absoluta.

Hasta allí tiene que ir Leviante Araki. Tiene programada una reunión con los Hito para coordinarse. Araki va en uno de los autos en los que se mueve en la isla. Es un pequeño Kia Morning color azul metálico con sus asientos forrados en telas con dibujos polinesios. Araki fuma otro cigarrillo, esta vez es de tabaco, y conversa en rapanui con el piloto, otro miembro del Parlamento. A un costado las olas golpean furiosas el borde costero, salpicando uno de los moáis que hay en el trayecto. En la radio suena un CD de George Michael con la canción «Don’t let the sun go down on me». Araki tararea algunas sílabas.

La conversación entre Araki y los Hito es breve. Unas pocas palabras y Araki se va. Los Hito están en el lobby. Ahí también están sus colchonetas, al lado de sillones hechos con maderas milenarias traídas del sur de Chile y tapados con cojines de pluma de ganso silvestre. Al fondo se ve una de las piscinas que pareciera proyectarse sobre el mar. Toda la inversión ha significado ya unos 50 millones de dólares y hoy, por la toma, está parada.

Marisol Hito reclama que su abuela, Verónica Hito, señora de Ricardo Hito, fue estafada por el Gobierno, específicamente la Corfo. Su versión -el hotel se excusó de dar la suya- es más o menos así: se supone que en 1969 Verónica le cedió los terrenos a la Corfo a cambio de la construcción de una casa y con el compromiso de que cuando ella falleciera debían devolvérselos para que se los heredara a su familia. Eso no habría ocurrido y en 1979 la Corfo le vende los terrenos a un particular: Hugo Salas, quien a su vez le vende en 1990 a la hotelera Panamericana, grupo que tras asociarse con la familia Schiess le traspasa el resto de la propiedad, transformándola en los actuales dueños.

El principal argumento del clan Hito es que la Ley Indígena y las normas que regulan traspasos de tierra sólo permiten la venta entre rapanuis, por lo que la venta de la Corfo a Salas estaría viciada. También los traspasos posteriores. «Nosotros no nos vamos de acá. El ministro Hinzpeter propuso una mesa de trabajo con resultados en 60 días, pero con la condición de que dejáramos la ocupación de nuestros terrenos, y eso no lo vamos aceptar. Si quieren conversar, que vengan, porque si dejamos la ocupación no nos van a solucionar nada, nos van a engañar como siempre», dice Marisol, mientras su tía prepara los colchones para dormir. Mañana será otro día de toma.

* Gentileza Revista El Sábado