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El día que las tinieblas cubrieron la tierra

Fuentes: La República

Caminando por mi calle, por donde casi nadie pasa, en apenas 50 metros conté 58 escarabajos muertos. Como no nos fijamos en esos hermanos nuestros más pequeños, los pisamos, y nuestros automóviles los masacran. Si San Francisco los viese muertos, lloraría de compasión. Me acordé entonces de un bello mito de los indios Maué, que […]

Caminando por mi calle, por donde casi nadie pasa, en apenas 50 metros conté 58 escarabajos muertos. Como no nos fijamos en esos hermanos nuestros más pequeños, los pisamos, y nuestros automóviles los masacran. Si San Francisco los viese muertos, lloraría de compasión. Me acordé entonces de un bello mito de los indios Maué, que tienen mucho que enseñarnos. Los Maué forman parte del área cultural que se extiende entre los ríos Tapajós y Madeira, en el noroeste de Brasil. Relato el mito y que cada cual saque sus lecciones, que pueden ser ecológicas y hasta de política internacional.

Reza el mito: Cuando el mundo fue creado no existía la noche. Solamente existía el día y la luz penetraba en todos los espacios. Solo no llegaba a las aguas profundas del río. Los Maué, por más que lo deseaban, no conseguían dormir. Vivían cansados y con los ojos irritados por el exceso de luz. Cierto día, uno de ellos se llenó de valor y fue a hablar con la Cobra Grande, la sucuriju, toda oscura, considerada la señora absoluta de la noche. Era ella quien mantenía a la noche aprisionada en lo más hondo de las aguas.

La Cobra Grande oyó los lamentos del indio y viendo su piel ennegrecida por el sol abrasador y los ojos enrojecidos por el exceso de luz, se apiadó de él. Luego de mucho dudar por temor a los riesgos, le propuso un pacto: «Yo soy grande y fuerte. Sé defenderme. No necesito de nadie. Pero muchos de mis parientes son pequeños e indefensos. Nadie cuida de ellos. Especialmente vosotros andáis por ahí sin mirar donde pisáis y los matáis sin piedad. ¿Cómo van a defenderse? Hagamos un trato: tú me consigues veneno y yo me encargo de distribuirlo entre mis pequeños parientes indefensos. Los grandes no lo necesitan porque pueden defenderse solos. De esta manera vosotros, Maué, cuando caminéis por ahí, mirad bien donde ponéis los pies para no pisar los bichitos pequeños. Ellos ahora tendrán cómo defenderse. En cambio te daré un coco lleno de noche»,

El Maué aceptó el trato. Corrió a la selva y pronto volvió con el veneno para la Cobra Grande. A su vez, ella le entregó un coco lleno de noche. En el momento del trueque, la Cobra Grande le recomendó: «no se te ocurra abrir el coco fuera de la cabaña». El indio prometió mantener el pacto, pero los otros Maué estaban enloquecidos de curiosidad. Querían conocer en aquel mismo momento la tan ansiada noche. Abrieron juntos el coco, justo en medio del campo sembrado. Y entonces sobrevino la desgracia: las tinieblas cubrieron el mundo. No se podía ver nada. Y una angustia imprevista y terrible invadió el ánimo de los Maué. Hubo una correría general. Y en el corre-corre precipitado, nadie pensó en los bichitos pequeños que ya habían recibido veneno de la Cobra Grande. Los primeros en recibirlo fueron las arañas, las culebras pequeñas y los escorpiones, que se defendieron de las pisadas de los indios mordiéndoles las piernas y los pies. ¡Qué calamidad! Los pocos que sobrevivieron a las picaduras venenosas, ahora saben cómo comportarse. Y a partir de entonces todos empezaron a tener cuidado con los bichitos pequeños para no pisarlos y no ser mordidos, conviviendo pacíficamente y en el mayor respeto mutuo. ¿Por qué será que nuestros grandes no cuidan de nuestros pequeños? *

(Especial de IPS en Uruguay para LA REPUBLICA)

* Leonardo Boff, teólogo y escritor brasileño.