Cuando se cambia o manipula el lenguaje se modifican también las ideas. Se suaviza el significado de las palabras y, al final, un pensamiento rebelde se acaba entendiendo como una crítica moderada a una situación más o menos incómoda o políticamente poco correcta. Lo he escrito en otras ocasiones porque es un método muy implantado […]
Cuando se cambia o manipula el lenguaje se modifican también las ideas. Se suaviza el significado de las palabras y, al final, un pensamiento rebelde se acaba entendiendo como una crítica moderada a una situación más o menos incómoda o políticamente poco correcta. Lo he escrito en otras ocasiones porque es un método muy implantado en el discurso capitalista y plantea un problema dialéctico e ideológico que me preocupa mucho. En los días previos y durante la importante huelga que ha protagonizado la clase trabajadora de Euskal Herria, se ha repetido hasta la saciedad el mensaje de que las fuerzas del orden velarán para que se respete el derecho al trabajo de quienes no secunden la huelga. Así, se entiende que el derecho a acudir al trabajo de unos pocos cuando la mayoría decide secundar el paro es el súmmum del ejercicio democrático. Pues no. La calidad democrática de una sociedad, de un país y de un gobierno se manifiesta cuando su legislación respeta y cumple el artículo 23 de la Declaración de Derechos Humanos en el que se dice que «toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, en condiciones equitativas y satisfactorias y a la protección contra el desempleo». Ese es el auténtico derecho al trabajo que se debe de proteger y defender y por el que se reivindican y convocan huelgas. El otro responde a la insolidaridad de trabajadores que se alían con la patronal, se esconden en la matera y se aprovechan de las mejoras logradas por los huelguistas. Estos seres hoy considerados tan democráticos, siempre han tenido un nombre muy claro: esquiroles, rompehuelgas.
Fuente:http://www.gara.net/paperezkoa/20110129/245508/es/El-diccionario-les-llama-esquiroles