Cuando veo al personal que le ha tocado la lotería saltando y descorchando cava, siento una mezcla de envidia y repulsión. Envidia porque a mí me hace falta una inyección de lana para abrigar mejor mi vejez, ya que el Estado no me protege lo suficiente tras más de cuarenta años cotizando mientras le da […]
Cuando veo al personal que le ha tocado la lotería saltando y descorchando cava, siento una mezcla de envidia y repulsión. Envidia porque a mí me hace falta una inyección de lana para abrigar mejor mi vejez, ya que el Estado no me protege lo suficiente tras más de cuarenta años cotizando mientras le da cobijo al abuso de los bancos. Repulsa porque creo que el jolgorio representa una escenificación del pan y circo que nos dan para que seamos masa en lugar de pueblo compuesto por ciudadanos libres gracias al conocimiento, ciudadanos que a su trabajo acuden, con su dinero pagan, como diría Antonio Machado. Eso de que a diario vea en la TV que un numerito da derecho a tener tanto dinero como -a veces- países enteros, es amoral, mucho pegarse golpes de pecho desde la izquierda y la derecha a favor de los migrantes mientras existen estas barbaridades con las que distraer y despistar al gentío.
Lotería es igual a ilusión, nos dice el eslogan publicitario. A Hollywood se la definió como «la fábrica de sueños», qué nos cuesta a los humanos aceptar lo que somos y desde ahí construir un tipo de felicidad donde los sueños encierren otros significados. Desde luego, Andalucía debe ser una de las zonas de la península ibérica donde sus habitantes tienen más claro que viven en un valle de lágrimas y que el trabajo es un castigo bíblico. Peor para ella y para ellos, así nos va. Fuimos prósperos a finales del XIX y principios del siglo XX, sobre todo la zona de Málaga, pero eso pasó pronto. «Si el andaluz rico piensa en Madrid y el pobre en Barcelona, ¿quién piensa en Andalucía?», rezaba un cartel de la transición política. El tiempo le ha dado la razón, para nuestra vergüenza, somos una región que vive sobre todo gracias al dinero de los no andaluces o de los andaluces que aún deben emigrar.
«Están muertos, pero mientras sigan cobrando, no se enterarán», le decía un personaje a otro en una viñeta de Forges que criticaba a la clase media occidental. El dinero es una buena capa que todo lo tapa, empezando por bocas y mentes. Bien pensado, puede que los celebrantes de los premios monetarios lleven en su inconsciente o en su consciente que el dinero lo puede todo. Con el dinero se compraba la gloria eterna en la Edad Moderna y eso terminó por promover el estallido de la Reforma luterana y calvinista y la Contrarreforma. Ahora los de la Reforma dominan el mundo y los de la Contrarreforma le cantan saetas no al Cristo que anduvo en la mar sino al del madero, y juegan a la lotería y al euromillones que debe ser una de las poquísimas señas de identidad de la UE.
El dinero, además de la previsión, fue un elemento clave para que Stalin lograra la bomba atómica para la URSS, y USA se quedó con la boca abierta cuando supo que los comunistas le habían aplicado la misma medicina que ella aplica desde siempre. Con dinero llama uno a la consulta privada de ciertos médicos que atienden también a gente de mutuas, y te cuelan por lo privadísimo. Con dinero puedes mandar a tus hijos a colegios que preparan para afrontar el mercado salvaje, aunque sea al precio de meterlos en una burbuja donde no les explican los efectos perversos de ese mercado, simplemente los adoctrinan. Con dinero se compran niños en países de América Latina y a eso lo llaman adopción para revestirlo de legalidad. Con dinero el narco de México y otros países compra voluntades y crea más «puestos de trabajo» que los mismos gobiernos hasta llegar al punto de que los grupos musicales le componen al jefazo narcocorridos en su honor.
Con dinero se convierte en corderitos del mercado a los que ayer se declaraban revolucionarios. Con dinero se toma Bagdad y se compra a esa guardia terrible de asalto y élite que los gringos esperaban que saliera a su encuentro en 2003 para defender a Sadam Hussein. ¿Dónde estaban? Con dinero se libran de la cárcel montones de delincuentes de cuello blanco. Gracias al dinero hubiéramos escuchado cosas muy jugosas si a Bin Laden no lo llegan a matar y lo capturan para ser juzgado públicamente ante el mundo con TV en directo. Y algo parecido se podría sostener en relación con el juicio al «Chapo» Guzmán.
Con dinero se publican artículos de investigación en unas pocas revistas mundiales revestidas de carisma por instituciones de las que no quiero acordarme. Con dinero te atienden mucho mejor los médicos y logras una carrera universitaria prestigiosa en EEUU y a los españoles se nos llena la boca de alabanzas hacia ese país enfermo y obsesionado con la venta y las armas. Con dinero se instalan alertas cada vez más sofisticadas en las casas y será posible pagar a guardias jurados que te protejan de tus semejantes, esos que no tienen dinero porque se supone que son seres inferiores que no se adaptan al progreso.
Por tanto, quienes gozan de haber entrado más a fondo en el capitalismo popular por medio de la suerte, lo que hacen es celebrar su adaptación a este mundo cruel y monetario. «Qué bonito sería el mundo si no existiera el dinero», afirmaba la letra de una sevillana en mis tiempos. ¿Será eso cierto? No. Porque con el dinero esa sevillana se puede oír en todo el mundo a todas horas y, sin él, se quedaría en Sevilla y poco más. Sí, ya sé que hay fenómenos que se han consolidado sin dinero. Las excepciones que confirman una regla que me gustaría que fuéramos capaces de romper. Soñar es gratis. Hoy se puede colgar una sevillana en la red y tener éxito. Pero, ¿quién ha puesto ahí Internet? El dinero. ¿Y quién la sostiene? Nuestros datos, que son dinero.
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