A contrapelo de la muy propagada tesis, que vivimos en un mundo post-ideológico, Slavoj Žižek arguye, que la ideología ocupa un lugar central en el capitalismo contemporáneo: mantiene ocultos los mecanismos estructurales y define lo posible y lo imposible. En lo privado o en la ciencia, todo parece posible. Pero cuando nos aproximamos a las […]
A contrapelo de la muy propagada tesis, que vivimos en un mundo post-ideológico, Slavoj Žižek arguye, que la ideología ocupa un lugar central en el capitalismo contemporáneo: mantiene ocultos los mecanismos estructurales y define lo posible y lo imposible. En lo privado o en la ciencia, todo parece posible. Pero cuando nos aproximamos a las relaciones sociales – tocando al capital, la relación fundamental de nuestra sociedad – las posibilidades se están cerrando. Pronto podremos modificar nuestro carácter o viajar a otros planetas, pero demandar un poco más de seguridad social o mejores salarios, es imposible.
La mayoría de las explicaciones de la crisis financiera en curso, obedeciendo el orden ideológico dominante, evitaban mencionar sus causas estructurales. Lo mismo ocurría con las interpretaciones de alzas de los precios de alimentos o con las revueltas en el mundo árabe (otros posibles síntomas, junto con el colapso financiero, de una crisis sistémica más amplia del capitalismo).
Al respeto de las alzas, muchos apuntaban a los desastres naturales y la escasez. Pocos mencionaban la financiarización. Y según la CEPAL y la FAO las reglas de la oferta y la demanda ya no explican las subidas. Es la especulación y un modelo alimentario industrial dependiente del petróleo.
Según algunos historiadores en las últimas décadas hemos tenido el acceso a la comida más barata jamás. Así, el neoliberalismo logró mantener estancados los salarios y aumentando la productividad sin querer compartir sus frutos, inducir una mayor concentración de rentas a favor de los propietarios de los medios de producción y centros financieros. Las subidas son un indicio que este mecanismo ya se va agotando.
El resultado de esto fueron entre otros los levantamientos en Egipto, Túnez o Libia provocados tanto por las alzas de precio de pan, como por las malas condiciones de trabajo, pobreza y desempleo y frustración generada por el cerrazón político.
En Egipto, país que hace poco estuvo autosuficiente en la materia alimentaria y que luego tuvo que importar sus granos de Europa, la ideología estuvo a todo vapor para cubrir los vínculos de las protestas con los efectos de la desregulación general de la economía.
En vez del hambre real, se hablaba del ‘hambre de la libertad’. En vez de dejar ver, que el motor de la revuelta ha sido el movimiento obrero más dinámico del mundo de las últimas décadas, se apuntaba al papel de las redes sociales (Facebook o Twitter) o a una multitud indefinida en la plaza Tahrir.
Desde luego que los manifestantes demandaban libertad y que constituían una multitud heterogénea de los ciudadanos. Pero su lucha, tanto en Egipto como en Túnez, también era en contra del ‘modelo de desarrollo cuya única ventaja comparativa son los bajos salarios‘, como dijo uno de los lideres de las protestas.
Con la caída de los sátrapas, los manifestantes han demostrado al mundo que por décadas cerraba la posibilidad de cualquier cambio político en la región en nombre de sus intereses económicos, que ‘lo imposible ocurre‘.
Ahora este trata de minimizar los daños: extiende el telón de malas interpretaciones, cuida que el nuevo orden no toque las viejas relaciones.
Parece decirle a la gente en las plazas: está bien, se puede echar abajo a los tiranos, pero demandar seguridad alimentaria, mejores salarios, o tocar siquiera el modelo de la explotación es imposible.
Desde los años 70. la oposición democrática en Polonia tenía una parecida mezcla de demandas, que escuchamos ahora en el mundo árabe.
Los antecedentes del sindicato y movimiento social de Solidarnosc eran los motines por las alzas en alimentos, seguidas por las demandas laborales y las libertades democráticas. Todas apuntaban, acertadamente, a la bancarrota del ‘socialismo real existente‘.
La misma mezcla que estuvo ideológicamente ‘correcta’ hace unas décadas, hoy parece ya haber perdido su encanto.
¿Y no será posible que apunte a su vez a la pérdida de la capacidad de autorregulación del capitalismo y a la llegada al borde del caos sistémico?
Para Milan Kundera, remover el telón que envuelve a la realidad, hacer pedazos el velo de máscaras, mitos e interpretaciones previas, es crucial para tratar de entender el mundo que nos rodea.
Quitar el discreto telón de la ideología que cubre el capitalismo, es indispensable para comprender el sistema en que vivimos.
Significa también luchar por lo imposible.