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Una crítica (entre líneas y en cursiva) al artículo de Francisco Umpiérrez

El doble salto mortal de una crítica insustancial

Fuentes: Rebelión

«El salto del valor de la mercancía desde el cuerpo de ésta al cuerpo en oro es, como ya digo en otro sitio, el salto mortal de la mercancía. Claro que si le falla, no es la misma mercancía la que se estrella, sino su poseedor». Karl Marx, El Capital. La cita de Umpiérrez  (rebelion.org/noticia.php?=16294) […]

«El salto del valor de la mercancía desde el cuerpo de ésta al cuerpo en oro es, como ya digo en otro sitio, el salto mortal de la mercancía. Claro que si le falla, no es la misma mercancía la que se estrella, sino su poseedor». Karl Marx, El Capital.

La cita de Umpiérrez  (rebelion.org/noticia.php?=16294) es efectivamente de Marx, pero está mal traída en el contexto. Efectivamente, antes del oro como moneda o valor de cambio, sólo existía el trueque y la forma de medir el intercambio de bienes o servicios, en el trueque, era exclusivamente el esfuerzo humano en producir el bien o el servicio; esa era la medida del valor. Cuando Marx hace referencia a que el salto mortal de la mercancía lo da el oro, no está queriendo decir nada sobre el mercado o la economía de mercado; entre otras cosas, porque el mercado ya existe cuando hay trueque. Cuando habla de salto mortal, se refiere a que con el oro, producto que en muy poco peso y volumen acumula una enorme cantidad de esfuerzo humano, por lo escaso que es en la naturaleza y lo difícil de obtener con esfuerzo humano, representa, en muy poco volumen y peso, como decía, el equivalente a una gran cantidad de bienes o servicios de los que comúnmente se emplean en los intercambios entre personas. Eso es como abrir una caja de Pandora a la agilización de los intercambios. A eso se refiere, a un salto mortal, que no tiene vuelta atrás, como la entrega a los militares, por parte de Enrico Fermi, de las claves de una bomba atómica en el mundo de la física. Sin embargo, Marx no vivió la época de Breton Woods, para llegar a ver lo mucho que todavía podía degenerar el asunto; en Breton Woods se dio el definitivo salto mortal con doble carambola, que es la que ha terminado de destruir el planeta y sus recursos. Después del oro y metales preciosos o bienes raros (conchas en algunas culturas, etc.), los chinos inventan el papel moneda. Eso fue antes de Marx, claro está. Y apenas quiere decir que un notable de la comunidad dice o avala con su firma en un papel (El Banco de España pagará al portador…), que detrás de ese papel hay una cierta cantidad de oro a disposición del portador; es decir, de esfuerzo humano concentrado libre para intercambiar. Después de este salto, todavía se dio otro más importante y calamitoso: el de la rotura de la paridad entre lo que dice el papel que hay en oro en un depósito (al fin y al cabo esfuerzo humano mensurable) y lo que efectivamente hay en el depósito. El simple papel, pasó a tener un valor ficticio, errático y dependiente sólo de la voluntad del emisor que lo controla, que asigna y valora, exclusivamente el que lo imprime a voluntad, sin referencia alguna a lo que pueda haber en oro (es decir, en definitiva, en esfuerzo humano equivalente) en sus depósitos de Fort Knox o donde sea. Aquí se acabaron los baremos de medida justa y proporcionada. Hoy nueve de cada diez dólares que circulan en el denominado «mercado financiero», no se corresponden con bienes o servicios efectivamente realizados, sino que son una voluta de humo que puede desvanecerse en cualquier momento.

Pero volviendo al asunto, no entiendo a que se refiere el articulista, cuando hace esta cita, que a mi juicio, no tienen nada que ver con la apología del mercado liberal que hoy conocemos. Nadie duda, desde los fenicios, de la necesidad y de la mucha conveniencia del mercado. Se duda, y mucho, de algunos tipos de mercados organizados para la acumulación y el trapicheo, que intentan generalizar el concepto de «mercado» como algo imprescindible. Veamos algunos puntos más.

Supongamos que un productor independiente o una empresa de propiedad colectiva elaboran un determinado valor de uso y que luego lo llevan al mercado a venderlo. Si logran venderlo, esto es, si su mercancía atrae al dinero, se demuestra que el trabajo gastado en ese producto es socialmente necesario. Si no logran venderlo, entonces el trabajo gastado en su elaboración es inútil y, por lo tanto, no necesario socialmente.

Aquí es donde al articulista le han debido dar unas lecciones de libre mercado, más propias de Chicago que de un marxista que se precie. La gente lleva al mercado cosas no para atraer al dinero, sino para intercambiar bienes y servicios. Esa es la función principal. La atracción por el dinero es algo ajeno al mercado; tiene que ver más bien con el ansia de acumulación capitalista. El que presume o entiende que los que van al vender al mercado van a por dinero, es que está bastante pervertido, en el sentido económico de poner cosas en el mercado para acumular bienes en forma de dinero, sobre todo, en el mundo actual, donde el dinero lo imprimen y le dan valor unos y los demás lo utilizan como pueden y sin referencias válidas.

El trabajo gastado en la elaboración de un bien, no deja de ser quizá algo necesario, aunque no «encuentre mercado». La prueba está en los alimentos que se queman, o se tiran al mar o entierran en minas para mantener los precios bajos, mientras la gente se muere de hambre. No me explico, como un pretendido marxista puede concluir que algo no es necesario socialmente cuando «no se logra venderlo», en un mundo en el que el acceso al mercado (sólo hay que ir a Mercamadrid o darse una vuelta por la Bolsa) está reglamentado a favor de unos pocos, que actúan de forma oligopólica y abusiva en beneficio propio. Que no funciona por las reglas de «lo necesario», sino de lo que permite el lucro sin límites y está muy inducido. El hecho de que el mundo se gaste en publicidad, como hace un año dijo Fidel Castro, un billón (10 elevado a doce) de dólares, es una prueba evidente de que ese mercado es inducido por ansias de acumulación groseras y a veces hasta criminales y no por «necesidades» objetivas. Empieza mal.

Así que no hay manera de determinar si un trabajo es socialmente necesario si no se lleva su producto al mercado.

Otra apología al mercado por el mercado. Sin duda el articulista es un «Chicago boy», este pseudomarxista. Un producto muy necesario que no llega al mercado, es el de la pesca de un pescador que se autoconsume en la familia o el clan. Un producto necesario que no llega al mercado son las vacunas en África ¿Cómo que no se puede determinar si es necesario? ¿Qué fue primero, el huevo de la necesidad de un producto, o el mercado en el que se intercambia socialmente? ¿Pero qué dice este articulista?

Cuando se determina a priori, esto es, mediante un plan, qué trabajos son socialmente necesarios, las consecuencias para la economía son desastrosas. Les cuento un caso que ocurrió en China. Una empresa fabricaba unos determinados tractores y las cooperativas de agricultores estaban obligados a comprarlos. Resultaba que al poco tiempo de usarse se rompían. Sin embargo, durante más de dos años se siguieron produciendo esos tractores inútiles y las cooperativas de agricultores siguieron comprándolos. Si esa relación de compra venta hubiera estado determinada por el mercado y no por el plan, las cooperativas de campesinos hubieran dejado de comprar esos tractores desde la primera vez que comprobaron que se rompían. Y esto hubiera obligado a la empresa productora a tomar medidas para producir tractores que no se rompieran. El plan genera una enorme burocracia, es un gran peso sobre las decisiones y autonomía del obrero colectivo, estrangula los canales de la circulación, y el tiempo de circulación de las mercancías se hace muy lento. Y el tiempo, sobre todo en economía, es oro.

¿Y este señor es director de un centro de estudios Karl Marx? Mire usted, señor Umpiérrez, las consecuencias para los seres humanos (porque las consecuencias para la economía, así, como usted las cita, me traen al fresco, porque indican que se ha aprestado a adorar al mercado, cuando las necesidades son siempre humanas, no abstractas de un «mercado») pueden ser catastróficas, tanto si se planifican previamente los trabajos necesarios, como si se deja al albur de los empresarios capitalistas, que controlan los mercados, que deciden finalmente qué es lo que «el mercado necesita». Con los primeros, se han podido, efectivamente, vender tractores malos en China a cooperativas. Con los segundos, nos meten los «compact discs», los televisores de plasma y demás absurdos innecesarios hasta las cejas, a unos quinientos millones de febriles y descerebrados consumidores, mientras doscientos millones de niños tienen que trabajar como esclavos para mal comer, por mucho mercado que encuentren los cachivaches que nuestra «economía de mercado» es capaz de producir («mercado» que, por cierto, ha sido previamente cocinado por las lavanderías de cerebros para fomentar consumos estúpidos), mientras dos mil millones de personas están subnutridas y a más de mil les falta acceso al agua potable. Podía haber mencionado también la enorme burocracia capitalista que genera el tremebundo mundo de los bienes y servicios absolutamente innecesarios, que existen en el mundo del «libre mercado», pero no, se tuvo que ir a los chinos a dar un ejemplo de lo mal que funcionan algunas planificaciones. Podría haber mencionado los efectos de la thalidomida sobre miles de embarazadas y fetos, porque «el mercado la demandaba». Pero no, se fue a los chinos rojos, pobres, de Mao.

El mundo no consiste exclusivamente en «agilizar los canales de la circulación», sino en verificar qué bienes, realmente necesarios (y no innecesarios y superfluos) debería ser bueno producir, dadas las limitaciones del mundo físico y de cuáles se puede prescindir. El «obrero colectivo» (no se qué figura es esa), no toma absolutamente ninguna decisión, ni tiene autonomía alguna en esos supuestos «mercados libres» a los que parece referirse. ¿Qué demonios decide el obrero de una multinacional del automóvil privado, por mucho que las piezas salgan defectuosas? ¿O es que los ingenieros no diseñan científicamente los coches para se caigan a cachos nada más acabarse la garantía y así obligar al incauto al reemplazo de un bien superfluo que se lleva en muchos casos el 30% de su salario a cada cinco años, porque además le retiran los repuestos, para dejarlo en la miseria?

Por otra parte, el tiempo es sencillamente el tiempo. En economía liberal podrá ser oro, pero en una economía marxista, el tiempo es la cuarta dimensión, una variable más del mundo físico en que vivimos. Punto. El tiempo será oro para los que viven pensando en los sistemas de acumulación infinita y se les hace tarde para acumular un billón de dólares y sobrepasar al gran dueño del casino mundial actual de acumulaciones, que es un tal Bill Gates, creo. Para el resto de las personas, el tiempo son muchas otras cosas, aunque ahora ya tengan el cerebro tan lavado y estén tan alienadas (¿se acuerda de esta palabra, tan usada por el marxismo?), que terminen creyéndose, efectivamente, que el tiempo es oro.

La producción y circulación de la riqueza como mercancía supone el derecho de propiedad sobre el trabajo propio, mientras que la producción y circulación de la riqueza como capital supone el derecho de propiedad sobre el trabajo ajeno. Así que acabar con la forma de capital de la riqueza es acabar con el derecho a la propiedad sobre trabajo ajeno, mientras que conservar en el socialismo la forma mercantil de la riqueza supone asegurar el derecho de propiedad sobre el trabajo propio.

¡Qué frase tan farragosa y compleja, para no decir nada sustancioso! Veamos: «La producción y circulación de la riqueza como mercancía, supone el derecho de propiedad sobre el trabajo propio». Supongo que por riqueza, se refiere al valor que genera el esfuerzo o trabajo humano. Pues no señor, no supone ningún derecho de propiedad sobre el trabajo propio, si la riqueza la ha generado un trabajador por cuenta ajena. La riqueza, circula como riqueza, los bienes y servicios circulan en esa forma, como bienes y servicios, son mercancía siempre. Cuando lo que circula es el capital (es decir, la representación inmaterial de la riqueza creada), que es esfuerzo humano concentrado en oro o en un papel moneda o en activos financieros o lo que sea), hay tanto derecho de propiedad sobre el trabajo ajeno, como cuando un faraón se aprovecha de las piedras que coloca el esclavo (mercancía que genera cuando las pica y da forma y cuando las transporta y coloca para hacer un palacio), sin que tenga nada que ver el capital con ello.

Cuando dice que «conservar en el socialismo la forma mercantil de la riqueza supone asegurar el derecho de propiedad sobre el trabajo propio», creo que no sabe a lo que se refiere. La forma mercantil de los bienes y servicios -la riqueza-, siempre existe; mercantil significa que llega al mercado, nada más, que es algo físico, o verificable, en el caso de un servicio. La riqueza en forma de capital, como hoy se da, en gran medida, en el mundo capitalista (es decir, en todo el mundo industrial) es seguro que es demoníaca y por tanto, acabar con ese sistema, si es lo que quiere decir, que no se sabe con claridad, porque el mensaje es bien oscuro y retorcido, desde luego que ayudaría considerablemente a acabar con el derecho de propiedad sobre el trabajo ajeno, aunque como ya vimos con el faraón, no es garantía de que eso sea totalmente así. Por otro lado, reafirmar el valor de los bienes y servicios físicos (lo que denomina «forma mercantil de la riqueza», sobre la prevalencia de un mundo en que circulan capitales sin control de los obreros que los producen, claro que ayudaría (tampoco aseguraría) a asegurar el derecho de propiedad sobre el trabajo propio. Pero ¿qué tienen que ver esas churras con las merinas de la desafortunada frase anterior de los tractorcitos chinos que se rompían? ¿Es que las bombillas iniciales del capitalista Edison no cascaban a las primeras de cambio y a Von Braun, fascista afamado en dos sucesivos bandos, no se le fundieron varias V-2 antes de volar a los cielos?

En las economías planificadas ha imperado en general el igualitarismo. Esto provocaba que quien trabajara mucho ganaba lo mismo que quien trabajaba poco, y quien hacía un trabajo de calidad le pagaban un poquito más que quien hacía un trabajo de inferior calidad. Así que en las economías planificadas no se aseguraba el principio socialista de «a cada uno según su trabajo». Por lo tanto, la sustitución del plan por el mercado en las economías socialistas supone restaurar el derecho de propiedad sobre el trabajo propio.

Esta frase es el remate. Primero, la obviedad de que imperaba el igualitarismo en las «economías planificadas» (por cierto, esa es una convención muy de economistas clásicos: toda economía, incluso la de las corporaciones o multinacionales capitalistas, se planifica, no sólo la marxista; lo que sucede es que una se planifica para unos propósitos y otra para otros). Y luego concluye lo que todos sabíamos: que había currantes que ganaban más o menos lo mismo que los vagos (es decir, que no funcionaba la cosa, sin decirlo directamente). El principio socialista, si mal no recuerdo, no era «a cada uno según su trabajo«, sino «cada uno según su capacidad y a cada uno, según su necesidad«, que es muy diferente, aunque este economista de baratillo o de mercado libre, venga ahora a retorcer la frase.

Y cuando concluye que «Por lo tanto, la sustitución del plan por el mercado en las economías socialistas supone restaurar el derecho de propiedad sobre el trabajo propio», no puedo por menos que quedarme pasmado, ante tamaña conclusión, de los farragosos e ininteligibles párrafos anteriores. Primero, no ha definido qué entiende por «mercado», aunque como dice un amigo mío, se temen mejoras, sobre la definición de la Real Academia. En segundo lugar, no se sabe qué puede significar sustituir el plan por el mercado, porque tampoco se sabe si hay un solo plan o si se refiere a los planes estratégicos de las compañías multinacionales (que también planifican) o sólo se quiere referir a los malditos chinos, que cuando eran rojos, no sabían hacer tractores, porque odiaban «el mercado» (hay muchos que dicen que es ahora, que son muy, muy capitalistas, cuando exportan herramientas que son una caca a los «todo a cien» occidentales y que se siguen comprando, seguramente «porque hay un mercado»). Y finalmente, si se llega a imponer «el mercado» sobre el «plan» (en la falsa dicotomía o falso debate que presenta), me temo que ese «mercado» es el que exige que la «riqueza como capital», que él mismo menciona en el párrafo anterior, siga imperando. Y si no se le entendió mal, creo que acabar con ello ayudaba a «acabar con el derecho de propiedad sobre el trabajo ajeno». Aunque apenas en el siguiente párrafo parezca augurar que «restaurará el derecho de propiedad sobre el trabajo propio«. Justo lo contrario por lo complementario. Por favor, que alguien saque a este hombre de ese centro de estudios o que cambie de nombre al centro. Por el bien del mercado y por el bien del plan y sobre todo, por el bien de la casi extinta clase trabajadora.