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El Dr. Luis Fernando Lara sobre el maridaje Planeta-RAE

Fuentes: Rebelión

Compruebo, con enojo, que la vorágine neoliberal penetra cada vez más en las lenguas. Hace treinta años me quedé sorprendido cuando, en un folleto de propaganda de la Dianética -todavía no era «iglesia» de la cientología- el señor Hubbard marcaba palabras inglesas como soul o mind con el simbolito del copyright. Eso quería decir que […]

Compruebo, con enojo, que la vorágine neoliberal penetra cada vez más en las lenguas. Hace treinta años me quedé sorprendido cuando, en un folleto de propaganda de la Dianética -todavía no era «iglesia» de la cientología- el señor Hubbard marcaba palabras inglesas como soul o mind con el simbolito del copyright. Eso quería decir que les robaba a todos los hablantes de inglés el derecho a usar sus propias palabras.

Me entró el temor de que, de veras, alguien quisiera privatizar la lengua, que significaría condenarnos a enmudecer y a perder todo viso de existencia social. Después vinieron las empresas del «plain language» que, enmascaradas con un loable esfuerzo por hacer llano el uso burocrático de las lenguas, comenzaron a considerar, a los hablantes, «clientes» y a vender sus «sellos de calidad idiomática»: verdadera amenaza para periodistas, traductores e incluso escritores, a quienes cualquier empresa podría exigirles que sus textos llevaran el «sello de calidad idiomática» para poderlos aceptar; buen negocio: si quieres publicar algo, págame antes. Hasta allí llegaría la libertad de hablar. Vino después la Fundéu, corsario del idioma, como dice José del Valle, a hacer lo mismo. ¡Cuidado, cuidado!

Cuando permitamos que se nos imponga una sola concepción de la lengua como único código correcto, nuestros pensamientos comenzarán a verse sojuzgados; se acabará la creatividad, la lengua morirá; viviremos en el estado del 1984, de Orwell. Las lenguas son constituyentes de la sociedad: antes de las lenguas (si hubo alguna vez un antes) sólo podemos imaginar grupos antropoides reunidos de manera tan elemental como las bandadas de pájaros o las manadas de orangutanes: grupos, no sociedades. Ante ese carácter constituyente de la lengua, que la vuelve el hecho más público de lo público, lo que hacemos autores de diccionarios y gramáticas, incluso los autores de la reciente Ortografía de la Real Academia Española, no es nuestro, como lo es nuestra casa o nuestra cama, como lo es incluso la obra de un escritor o de un descubridor científico.

Queremos que se nos reconozca la autoría, pero como reconocimiento a nuestro esfuerzo; queremos recibir regalías por el trabajo, no por la lengua, en relación con la cual somos meros intermediarios entre el público y su propia lengua. Las editoriales que hacen de nuestra obra una mercancía tienen derecho a proteger su inversión, pero ni unos ni otros podemos impedir que el público la utilice, y tratándose de obras dedicadas a informar acerca de la lengua de todos, lo que buscamos es que se difunda lo más posible. Tanto más cuando se trata de la obra de una institución pública. Es verdad que una editorial que se apodere de un diccionario completo para reeditarlo sin permiso, comete un plagio y un delito, pero si uno mismo publica avances de la nueva obra, se atiene a la difusión social de esos avances. Históricamente, los diccionarios se copian unos a otros; incluso para designar ese hecho se utiliza la palabra «refundición» (son poquísimos los que no lo hacen); los de la Academia no son excepción.

El conflicto que ha creado el emisario de Planeta -otro vicario de la Academia- con Ricardo Soca más bien parece el intento de impedir algo que a la Academia le habría gustado hacer antes que Soca. El cardenal Richelieu prohibió en Francia que se publicara otro diccionario entre tanto la Academia Francesa terminara el suyo, entre 1674 y 1714. Richelet por eso publicó el suyo en Suiza en 1680, y el público francófono se lo agradeció. Al parecer algo semejante está detrás del conflicto con Soca: la formación de un monopolio Academia/Planeta; unido a la promoción de la «marca España», que desde el gobierno de Aznar hasta ahora no sólo pretende publicitar una «calidad española» de sus productos, sino hacer del español parte de la marca, el monopolio de la lengua es, intelectualmente, la peor de las aberraciones; en la realidad histórica, una amenaza que debemos combatir.

Luis Fernando Lara

El Dr. Luis Fernando Lara Ramos es un lingüista, investigador y académico mexicano que colabora para el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México desde 1970. Es miembro, desde el 2005, del Comité Internacional Permanente de Lingüistas (CIPL) de la Unesco y, desde marzo de 2007, de El Colegio Nacional

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