Un candidato a concejal (PMDB) de la zona sur de Río de Janeiro despliega una amplia propaganda por las playas de Leblon, de Ipanema, de Barra da Tijuca, proclamando que «El Impuesto municipal sobre la propiedad territorial urbana ( IPTU) recaudado en su barrio, tiene que ser utilizado en el propio barrio» alegando que esa […]
Un candidato a concejal (PMDB) de la zona sur de Río de Janeiro despliega una amplia propaganda por las playas de Leblon, de Ipanema, de Barra da Tijuca, proclamando que «El Impuesto municipal sobre la propiedad territorial urbana ( IPTU) recaudado en su barrio, tiene que ser utilizado en el propio barrio» alegando que esa es «la única forma de resolver el problema de los barrios» y que de esa manera va a «revolucionar la administración pública» llamándose a si mismo «el hombre del IPTU».
Entonces, divulga la recaudación de cada barrio, con Barra da Tijuca en primer lugar con 226 millones, seguido por el Centro, Copacabana, Botafogo, Ipanema, Leblon y otros. En la última posición de los barrios mencionados – no está la gran mayoría que se sitúan en las zonas norte y oeste de la ciudad- está Vila Isabel, con 16 millones de recaudación. Solamente viendo esa lista, nos podemos dar cuenta de lo que sucedería si el criterio del candidato a concejal triunfase: El barrio de Barra da Tijuca tendría casi 15 veces más recursos que el de Vila Isabel -que evidentemente tiene muchas más necesidades para ser atendidas que la población de Barra da Tijuca.- la Miami de América del Sur, según el libro de Carlos Lesa «El Río de todos los Brasiles», que varias veces ya intentó transformarse en municipio para cristalizar ese principio egoísta y nunca lo consiguió.
Esa «es la única manera de resolver los problemas»… de los barrios mas ricos, claro. «Con esos valores solo tendríamos barrios bien cuidados»… los barrios de la zona sur de Rio, evidentemente. El candidato trata de conquistar a los electores de esa zona del sur no importándole las necesidades del conjunto de la ciudad, una ciudad de población mayoritariamente pobre, viviendo en los suburbios, en la zona Leopoldina, en la zona oeste, o en la zona sur pero viviendo en favelas, que justamente no serían las beneficiadas por el criterio del concejal.
La cuestión tributaria se presta a la explotación demagógica del egoísmo. Pasa al frente el candidato que promete menos impuestos, no importa que sectores y actividades gubernamentales vayan a dejar de ser atendidas. No importa si no se contratará más personal para atender los centros de salud, las escuelas públicas, tampoco importa si se dedicarán menos recursos para las políticas de saneamiento básico, de vivienda, de salud, de educación, de deportes, de esparcimiento popular, de cultura.
Proponer que cada barrio utilice los recursos en el propio barrio significa simplemente que los ricos financiarán a los ricos y los pobres – la gran mayoría de la población, que trabaja 8 y mas horas por muy poco, que pierde horas en el transporte, que vive en condiciones muy precarias – pues, que se arreglen con lo que pagan. Significa concentrar todavía más la renta y los recursos en el país de mayor concentración de renta del mundo. (Que sólo ha mejorado un poco, por primera vez, a partir de políticas federales que revierten esa tendencia.)
Es el mismo criterio que prevalece en las regiones más ricas de nuestros países. La misma que orienta la región oriental de Bolivia, que cuando sus partidos gobernaron por casi dos décadas, cobraban 18% de impuestos a la exportación de gas, vendían gas a Brasil y Argentina, a precios subsidiados. El gobierno de Evo Morales subió esos impuestos al 84% y usa esos recursos básicamente para políticas sociales, en especial niño, niñas y personas ancianas, además de mínimos cambios en la estructura de un Estado completamente devastado por casi dos décadas de neoliberalismo, apoyadas por las elites blancas de Santa Cruz de la Sierra, de Pando, de Tarija, exportadores de soja trasgénica y que pretenden quedarse con el grueso de los impuestos, en detrimento de la gran mayoría pobre, producida y reproducida como población pobre, por las políticas de esas elites.
El tema tributario – quien paga, quien recibe, de quien recauda el Estado, a quien debe beneficiar – tiene un profundo sesgo de clase. Nuestros Estados acostumbran a beneficiar con exenciones y otras formas de no pago de impuestos a los ricos, a las grandes empresas, a los bancos, y a cobrar a la gran masa de la población que vive del trabajo. Si no se revierte esta inmensa injusticia, ninguna política pública va a disponer de los recursos para combatir as iniquidades y las desigualdades que siguen marcando nuestras sociedades. Para eso es fundamental combatir el egoísmo tributario – ese si, populista, demagógico – de tantas campañas electorales.