En entrevista con Clarín.cl Samuel Fernández Illanes, abog ado y diplomático chileno, recuerda los días junto al Embajador Neruda en Francia, también describe la genialidad de Roberto Matta -entonces Agregado Cultural- y de los escritores del Boom , sin dejar de mencionar los incidentes políticos, a partir del embargo al cobre: » Eran mundos antagónicos. […]
En entrevista con Clarín.cl Samuel Fernández Illanes, abog ado y diplomático chileno, recuerda los días junto al Embajador Neruda en Francia, también describe la genialidad de Roberto Matta -entonces Agregado Cultural- y de los escritores del Boom , sin dejar de mencionar los incidentes políticos, a partir del embargo al cobre: » Eran mundos antagónicos. Pero debían convivir en beneficio de una causa nacional común. Todo resultó, afortunadamente sin confrontaciones. Y el embargo fue levantado. El poeta era sens ible y de mentalidad amplia, pero desconfiaba de los estereotipos y rigideces de una legalidad que estaba fuera de su mundo literario. De ahí su recordada defensa, más bien poética y para nada jurídica, de nuestros derechos a la nacionalización, en contra de los intereses de la empresa transnacional norteamericana. Una demostración, tal vez sin precedentes, de cómo la poesía puede derr otar la implacable lógica legal».
Hijo Ilustre de Valparaíso (2004), por su labor en la Inscripción del puerto en la lista del Pat rimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO, Samuel Fernández Illanes se desempeñó -entre 1998 y 2007 – como Representante Permanente de Chile ante la UNESCO en París , Embajador en Egipto , concurrente en Túnez y Qata r, Embajador Observador ante la Liga de Estados Árabes, y Embajador Cónsul General en Miami. La primera gran experiencia dentro del Servicio Exterior de Carrera del doctor Fernández Illanes , data de 1971 a 1972 cuando fungió como Tercer Secretario de la Embajada de Chile en Francia, y durante sus ratos libres hacía labores de secretario particular de Neruda transcribiendo las memorias Confieso que he vivido ; la confianza entre ambos llegó al punto que el poeta le autorizó » falsificar » su firma en los oficios diplomáticos.
MC.- En el primer encuentro parisino, el Embajador Neruda leyó un poema de su padre -Samuel Fernández Montalva- y otro de su tío Ricardo, a partir de ese instante el afecto fue recíproco. Usted publicó el libro: Testimonios sobre Pablo Neruda (2004), ¿era una forma de saldar la deuda afectiva y continuar la empatía literaria?
SF.- Al no haber tenido ninguna oportunidad previa de conversar con Neruda, salvo sobre los trabajos propios entre un Embajador y su personal, me parece que procuró conocernos y ciertamente, sin decirlo, evaluarme para saber si podía tener una relación más cercana, con Cecilia y conmigo. Como sabemos, a Neruda le interesaba ampliar su círculo propio, sobre todo respecto a las personas que estarían constantemente a su alrededor, trabajando a sus ordenes, pues no le gustaba estar solo. En París, lejos de sus amistades más íntimas, aunque conocía muchísima gente y tenía amigos, muchos de ellos de larga data y a quienes podía contactar cuando quisiera, no era lo mismo con los que le colaborábamos. Unos perfectos desconocidos, y sólo funcionarios destinados por la Cancillería; con la clara excepción de Jorge Edwards, que era su amigo personal desde hacía años.
El invitarnos, presumo, posiblemente fue inspirado, además, por la curiosidad de saber más de nosotros. Tenía cabal conocimiento de la revista literaria «La Lira Chilena» que mi padre, Samuel Fernández Montalva editara, publicara y dirigiera entre los años 1898 y 1908, cada quince días, cuando era muy joven. También había leído la obra poética más bien romántica, de su hermano Ricardo, mi tío, quien tuvo bastante difusión a la época, bien evaluada y que había muerto tempranamente.
También sabemos que Neruda era un profundo conocedor de la literatura chilena, un experto y ávido lector de ella. La revista de mi padre fue pionera en muchos sentidos. Contenía comentarios literarios, poesías de autores nacionales y foráneos; y muchas de tipo humorístico de mi propio padre, crónicas y hasta despachos desde el extranjero, toda una novedad entonces. También había fotografías, así como dibujos y caricaturas a lápiz de un gran dibujante, Luis Rojas. Muchos de ellos burlones e irónicos, bien logrados, sobre las figuras políticas chilenas de esos años, que hacían reír, o provocaban enojos, como es natural, pero nunca dejaban de producir efectos.
Como Cecilia y yo, éramos inexpertos, jóvenes y estábamos bastante atemorizados ante la fama del Embajador que nos convocaba, sin haber jamás pertenecido a su círculo de amigos, quiso saber cómo reaccionaríamos. Para ello preparó su actitud de indiferencia inicial, disfrutando del efecto, para luego suavizarlo y hacerlo cercano, leyendo unos pasajes de lo escrito por mi padre y por mi tío. Algo muy característico de Neruda, y que ignorábamos. Su enorme capacidad de sorprender, para luego, conseguido su objetivo, mostrarse afectuoso, y buscar que todos pasaran un momento único.
MC.- ¿Cómo transcurrían los días parisinos en el ámbito creativo de la Embajada?, lo pregunto porque el Agregado Cultural era el pintor Roberto Matta, y a Neruda lo eligieron para integrar el Consejo Ejecutivo de la UNESCO…
SF.- Los días parisinos eran, casi siempre, diferentes a lo rutinario. No porque las labores habituales dejaran de serlas, pues siempre hubo mucho de oficina pública, con sus trámites burocráticos, informes, evaluaciones, gestiones y gran cantidad de papeles y más papeles. Entonces era todavía peor, ya que no existían la informática ni las facilidades de comunicación actuales. Pero Neruda lo hacía distinto. Sabía delegar y sólo miraba toda esta labor con mirada burlona, intentando no lo abrumara. Tampoco le era desconocida. Había sido Cónsul muchas veces antes y en distintos lugares. Conocía el oficio diplomático, aunque fuere su primera función de Embaja dor, y nada menos que en París. Igualmente, las responsabilidades que le correspondían, las aceptaba sin reclamar. Sólo que no quería que esa fuera su única actividad diaria y lo atrapara. Y si no cabían más alternativas, al menos deseaba que resultara más grata, enriquecedora y a su manera.
Roberto Sebastián Matta era el complemento ideal para Neruda, aunque como lo he consignado, aparecía cuando quería. Obligarlo a cumplir horarios y funciones, habría sido una tarea imposible. Matta representaba el arquetipo del personaje inclasificable, pero genial. abía sidHabía Tenían interminables conversaciones en las que saltaban de un tema a otro, imposible de encontrarle un razonamiento preciso. Frases cortas, monosílabos, palabras inventadas, mezcladas con recuerdos y opiniones inverosímiles, les hacía divertirse como locos. Era mejor dejarlos solos. Quien no estuviera enterado de sus códigos secretos, quedaba fuera del diálogo, irremediablemente. Y en cualquier momento, desaparecían, sepa Dios a dónde y a qué. Pero eran felices.
La UNESCO fue siempre una tarea que Neruda valoró como centro internacional cultural y tribuna para difundir a Chile. En particular, cuando fue elegido para integrar su Consejo Ejecutivo. Pero siempre que no fueran las consabidas discusiones, pretendidamente de alto nivel, pero que pocas veces se daban, en medio de temarios aburridos y de poco vuelo. Rutinarias y más bien declamatorias sin resultados palpables. En ellas, Matta no participaba, y cuando todo se hacía plano y sin calidad, Neruda nos delegaba la tarea de representarlo, y sólo regresaba cuando verdaderamente había algo más estimulante y de interés internacional o para Chile.
MC.- ¿Cuáles son sus recuerdos sobre los álgidos días de negociación del Embajador Neruda ante el Club de París y para revertir el embargo del cobre chileno?
SF.- Entre las oportunidades en que Neruda se vio obligado a enfrentar situaciones complicadas, tal vez una de las más desafiantes, fue el embargo del cobre, ante su nacionalización sin indemnizaciones. Una novedad política y jurídica, en discordancia con la práctica internacional a la época, que los tribunales de París debían resolver, para permitir que nuestra principal, y casi única fuente exportadora de entonces, pudiere venderse. Nada más alejado de las actividades de un escritor famoso, Nobel de Literatura reciente, que abordar el complejo tema del embargo. Sin embargo, correspondía que lo hiciera, ya que todo se desarrollaba en París, ante el Tribunal de Gran Instancia.
Los asesores jurídicos llegados a Francia para encargarse del tema, pertenecían al Consejo de Defensa del Estado, el órgano chileno que lo representa en los asuntos legales. Lo presidía el mismísimo jurista que había desenterrado las normas que habían dejado sin indemnización a la poderosa empresa norteamericana, la parte demandante. Habían sido dictadas durante una breve República Socialista en Chile de los años 30. Se les conoció como «indemnizaciones que no correspondían, pagadas, anticipadamente, en ganancias excesivas». Para otros, eran «resquicios legales».
Se trataba del profesor y penalista, Eduardo Novoa Monreal, que llegó a París al mando de algunos colaboradores, con quienes compartí algunas tareas al comienzo, por conocer a Novoa, ser abogado y académico principiante. Novoa era un personaje sabio pero difícil. Junto a sus asesores, prácticamente se tomó la Embajada. Neruda debió aceptarlo, colaborar y encarar la inmensa responsabilidad de liderar la representación nacional. No fue nada fácil. Eran mundos antagónicos. Pero debían convivir en beneficio de una causa nacional común. Todo resultó, afortunadamente sin confrontaciones. Y el embargo fue levantado. Pero sin crearse vínculos estrechos entre un jurista terco y decidido, con un poeta, sensible y de mentalidad amplia, que desconfiaba de los estereotipos y rigideces de una legalidad que estaba fuera de su mundo literario.
De ahí su recordada defensa, más bien poética y para nada jurídica, de nuestros derechos a la nacionalización, en contra de los intereses de la empresa transnacional norteamericana. Una demostración, tal vez sin precedentes, de cómo la poesía puede derrotar la implacable lógica legal.
MC.- El presidente Georges Pompidou era admirador de Pablo Neruda; el político francés y el poeta chileno solían escribirse cartas de corte literario, ¿hasta qué punto el epistolario Pompidou-Neruda facilitó las relaciones diplomáticas entre Francia y Chile?
SF.- La intelectualidad francesa no ha dejado de ser prioritaria en toda relación con extranjeros, acaso para medir si están a su altura. Por sobre los antagonismos políticos o doctrinarios entre un Neruda y un Pompidou, destinados a combatirse mutuamente, la literatura los unió. Es difícil saber si ello se vio reflejado en el campo objetivo de las relaciones bilaterales. Pero la cercanía fue evidente, pues tales políticas las llevan a la práctica los individuos, a través de personas que sienten, creen, aman u odian, como todos. No obstante las instrucciones de la autoridad de turno. En este caso, eran dos representantes oficiales. Un Presidente de la República, y un Embajador, que representaba a otro. Por sobre ellos, no había nadie competente. O coincidían o se enfrentaban, en el plano personal, más allá de los intereses de Estado. Esta vez, coincidieron y ciertamente, quedó en evidencia en gestos, como el saludo de año nuevo en el Elíseo, a que me referí en mi publicación, y que generó envidias y comparaciones odiosas, a nuestro favor y de Neruda en especial. Y además estaba la correspondencia que intercambiaron, centrada en temas literarios. Ninguno de los dos, hasta donde recuerdo, cedió en sus posiciones básicas. Pero no es lo mismo respetarse que despreciarse, y ello nos fue de enorme beneficio, y a la postre, debió facilitar la relación entre los dos países. En toda oportunidad en que estuvieron juntos, la empatía era evidente, lo que seguramente se reflejó, todavía más, en la correspondencia mutua, la que por cierto no leí, pero que nos enteramos por las referencias que el propio Neruda hizo.
MC.- El catedrático David Schidlowsky rescat ó -de los Archivos de la Cancillería- un informe donde el Embajador Neruda escribió: «Samuel Fernández, por propia iniciativa, ha realizado investigación en la Sección Mapas y Plan de la Biblioteca Nacional de París, buscando documentos que pudieran favorecer posición chilena para el próximo arbitraje sobre la zona canal Beagle» (RIL, 2008). ¿El Embajador Neruda procuraba estar informado simultáneamente de los temas diplomáticos y limítrofes de Chile?
SF.- En efecto, así sucedió. Debí ir a la Biblioteca de París para revisar unos documentos que servían de base a un informe sin mayor importancia que me habían encomendado. A la espera de que me encontraran lo solicitado, y revisando unos ficheros a mano -así se hacía entonces-, encontré una sección dedicada a la Argentina, donde figuraban varios mapas oficiales. Una vez cumplida mi tarea original irrelevante, y como disponía de tiempo al momento de almorzar, olvidé mi almuerzo y encargué los mapas. Para mi sorpresa, varios, consignaban claramente como chilenas las islas que estaban en disputa entre Chile y Argentina. Se trataba de documentos que apoyaban nuestra posición, irrebatibles y significativos. Tomé cuidadosa nota de ellos y partí a contárselo a mi Embajador. Neruda, que siempre estaba enterado de todo y tenía una curiosidad insaciable, hizo contactos con nuestra defensa arbitral en el conflicto fronterizo. Se remitió pormenorizadamente la información de los mapas encontrados a Santiago, y rápidamente solicitaron copias fotostáticas a colores de los mapas que no se tenía conocimiento en Chile. Las obtuve y las remitimos prestamente a la Cancillería. Todo lo cual motivó que uno de los Agentes chilenos en el arbitraje, el Embajador José Miguel Barros, y que muchos años después también fue Embajador en Francia, viajara a París donde lo acompañé a buscar todo lo que nos pudiera servir a nuestro pleito con Argentina.
De ahí la comunicación oficial sobre los mapas de la Biblioteca Nacional de París. Neruda estaba perfectamente enterado del caso limítrofe, así como de todo lo que pudiere corresponder a la Embajada a su cargo. Constantemente nos encargaba labores o gestiones y analizaba, con enorme cuidado, la información verdaderamente relevante que remitíamos a Chile. La razón estaba no sólo en que Neruda conocía la profesión diplomática, sino que su Embajada representaba mucho más que una de las tantas lat inoamericanas y de otros países . La nuestra había sido incluida entre las observadas atentament e. La experiencia chilena y el g obierno de Salvador Allende, era seguido y utilizado, a favor o en contra, por los políticos franceses, en debates, foros, entrevistas o publicaciones, donde la comparación se hacía inevitable. Para la izquierda francesa era un ejemplo. Para la derecha, un fracaso a evitar.
Tanto así, que en marzo de 1972, en plena campaña parlamentaria, nos encontramos con un letrero pegado en el frontis de la Embajada, que nos aludía claramente. Má s o menos decía que Mitterrand -político del Partido Socialista- buscaba la unidad de la izquierda como se había logrado en Chile. Que Marchais -político del Partido Comunista- abogaba por un gobierno como el de la Unidad Popula r en Chile. Y que Rocard – político d el Partido Radical de Izquierda- se inspiraba en el modelo chileno. El afiche concluía con una aseveración y una pregunta al electorado francés. Decía: «1971, inflación en Chile 1,000%. ¿Quiere esto para Francia?» El mensaje estaba claro, y también quienes lo habían pegado en nuestra pared.
Lo dicho es revelador de que la Embajada de Neruda estaba en el centro de las pugnas partidistas francesas, y naturalmente el propio Embajador, una figura más que conocida y que despertaba todo tipo de reacciones. Neruda estaba perfectamente consciente de ello y lo supo desde el momento que aceptó ir a París. Jamás le escuchamos la menor lamentación por ello, al contrario. Sólo procuraba encontrar momentos más relajados y disfrutar, hasta donde sus fuerzas le permitían, por las obligaciones de las dos representaciones, Francia y la UNESCO, unido al hecho visible de que su salud se deterioraba paulatinamente.
MC.- En la monumental biografía: Neruda y su tiempo (RIL, 2008), escrita por David Schidlowsky, usted es citado en 9 páginas. ¿Alguna vez imaginó que sería un fugaz secretario de Neruda o que «falsificaría» la firma del poeta con su beneplácito?
SF.- Nunca me pasó por la mente. Mi destino original era Londres, y cuando supe mi nuevo cargo, estaba en Nueva York. Fui finalmente a Francia porque sabía francés, y además antes de que se eligiera a la Unidad Popular, en pleno Gobierno de Eduardo Frei y de la Democracia Cristiana, y con un Embajador en Francia de enorme prestigio, como era Enrique Bernstein, que a los inicios de Frei había sido su Subsecretario de Relaciones Exteriores. Cabe recordar que Bernstein y Neruda tenían un largo historial de enemistad, como aludo en mi publicación, junto a otros connotados chilenos, a quienes Neruda acusaba de urdir la demanda de bigamia en su contra. Varios de ellos, habían sido Embajadores en Francia. Por ello su perentoria instrucción de sacar sus fotografías de la colección de sus predecesores.
Salvo el regalo de la edición de los Veinte poemas de amor … con motivo de nuestro matrimonio, y muy poco conocimiento nerudiano de mi parte, no había nada que me predestinara a ser uno de sus funcionarios en París, y que me mantuviera en mi puesto. La amabilidad de Neruda hizo que así sucediera, y permitió que nos relacionáramos amistosamente, sin de verdad llegar a ser amigos. Sólo fui un colaborador que tuvo más oportunidades que otros, y de acompañarlo en algunos trajines personales. A Cecilia, con su juventud, la acogió paternalmente y tuvo la bondad de nunca hacer valer ninguna superioridad.
F irmar por él, imitando su firma, sólo fue accidental. Entonces se requería que sólo el Jefe de Misión lo hiciera y de todo escrito oficial que emanaba de la Embajada. Además, facilitó su tarea menos importante, ante una burocracia siempre exigente. Si no hubiere sido así, la correspondencia se retrasaba, y se tornaba inútil, aunque estuviere limitada a los oficios, ya que los cables, telegramas y otras comunicaciones, no requerían la firma del Embajador fielmente escrita, sino sólo una breve rúbrica sobre el apellido del remitente. Como todo era autorizado por el propio Neruda y lo escrito contaba con su aprobación, la firma podía hacerse sin consecuencias, y sin que el titular tuviere necesariamente el documento en sus manos. Pienso, con la distancia de esos tiempos, que en definitiva fue una demostración más de su confianza hacia mí, o quisiera creerlo. Pues no tengo conocimiento de que alguien más haya «suplantado» la firma de Neruda, aunque diera su autorización.
MC.- Neruda organizó la «Semana de la moda» chilota en París, en la galería del modisto Pierre Cardín. ¿Cómo coordinaron la presentación de la moda de Chiloé en el circuito de la alta costura parisina?
SF.- La exposición chilota en París se debe, exclusivamente, a la temeridad de Neruda. Creyó en sus «tejedoras de Isla Negra», sus vecinas. Confió que Pierre Cardin, a quien conocía desde hacía años, se prestaría a tal aventura, y facilitaría todo, con entusiasmo poco usual entre representantes de la llamada Alta Costura. Cardin respondió a su amistad. Lo demás, fue un sinnúmero de casualidades y coincidencias, en las que me tocó participar y apoyar. Hay que confesar que todo resultó tan natural y sin contratiempos, que sólo ahora se puede apreciar lo sucedido. Moda, exposición y desfile chilota en París, vendiéndose todo lo expuesto, parece una osadía, y más si resultó de manera exitosa. Neruda tenía la capacidad de aunar lo impensable con sólo proponérselo. Lo hacía de manera tan espontánea y sin exageraciones, que tengo la sospecha de que ni él mismo conocía el poder de su nombre. Nosotros sí pudimos comprobarlo, y en especial yo, con el encargo de coordinar lo imposible. Muchas veces bastó invocarlo para que las puertas de abrieran. Lo hizo Cardin, sus colaboradores, las modelos chilenas y la que el modisto comisionó, la televisión chilena y la prensa local, el locutor venido a París, así como todos los compatriotas, de la Embajada o simples extraños, que participaron, organizando la muestra, desfile, decorados, música y exposición que la acompañó. Una experiencia única, en que muchos colaboraron y todos por admiración a Neruda, sin distingos de posiciones u otros motivos. Tal vez, ¿otro triunfo de la poesía? Es para creerlo.
MC.- Neruda imprimió su personalidad durante la misión diplomática, recuerdo haber leído que organizó las fiestas del 18 de septiembre con una ramada y la tonada de la cueca. ¿Era habitual ver el sincretismo y el sentimiento de identidad chilena en la atmósfera creada por el Embajador Neruda?
SF.- Neruda siempre transformó su entorno. Algunos quieren ver en ello al Neruda que quiso ser arquitecto, y dicen que habría estudiado algunos meses la carrera, recién llegado de Temuco a Santiago. Pero la verdadera vocación literaria supera a su voluntad, momentánea, de ser arquitecto, lo que tampoco significa que quienes lo son, sean por ello, artistas. Simplemente tenía enorme atracción por coleccionar cosas diferentes, aunque fueran unos cachivaches que nadie apreciaba. Bastaba que lo tuviera Neruda, para que se transformaran en algo apetecible y valioso. Lo coleccionado, como es natural, es para mostrarlo, y Neruda lo hizo en todo lugar que vivió, transformándose en decorador, aunque nunca siguió ningún estilo, sólo su intuición.
Dentro de las decoraciones, había objetos chilenos de todo tipo, desde libros, mascarones, botellas, alfombras, caracolas y cuanta cosa es dable imaginar. No porque tuvieran un claro origen nacional, sino porque le gustaban y salían de lo común. Es decir, no por ser un objeto chileno, debía ser adquirido por Neruda. Su avidez por tenerlo era por el objeto en sí, no por su procedencia. De ahí que no es posible, a mi entender, identificarlo sólo con lo chileno en sus expresiones materiales. La identidad que tenía con nuestro país estaba más en lo inmaterial, pero que lo representara, sin importar su valor económico. Tenía que ser singular, ojalá, irrepetible.
La celebración de nuestro Aniversario Nacional, el 18 de septiembre de 1972, parece confirmar lo anteriormente dicho. Una «ramada en París». Idea inusitada y sobre todo sin alterar el palacio típicamente francés, monumento nacional, que es nuestra Embajada, y sin tampoco convertirlo en lo que no era. Sólo quiso crear un ambiente típicamente nuestro, «diciochero», como se conoce en nuestro medio. Fue una decoración superficial, que hacía recordar a Chile en esas fechas. Algo que no se había hecho antes y que nunca más se ha vuelto a intentar. Bastaron algunos tragos, empanadas, banderitas, serpentinas, guirnaldas y adornos colocados estratégicamente, para lograrlo. Su atuendo de «Huaso» y Matilde de «China», sumados a la música típicamente chilena, con su infaltable «cueca», fueron suficientes para que el monumento clásico francés, por una tarde, se transformara en «ramada». Por ello su éxito y su mensaje, que se entendió claramente. Era Chile, el auténtico y popular, el que se trasladó a París.
Su residencia también se hizo «nerudiana», con objetos, adornos y mezcla de muebles y alfombras, unos pocos, que bastaron para hacer inconfundible su sello particular. El mismo que imprimió en todas sus moradas, y dondequiera estuviera. Era su conexión con su entorno, y no necesariamente chileno. Algo suyo personal. Si lo unimos a su poesía, muy afincada en lo terrenal y en la naturaleza, podríamos entender el que sus decorados siguieran la misma inspiración.
El enorme e impersonal dormitorio, también se vio trastocado por el toque de Neruda. Y no habría podido ser diferente, pues no habría estado rodeado, en un lugar íntimo, de su medio propio. Sólo pude ingresar a él un par de veces, y por algunos instantes, cuando él lo permitió. Pero su bar contiguo y su salón privado, eran lugares habituales de quienes invitaba. En ellos su entorno característico se podría apreciar hasta en los más mínimos objetos. Todo lo cambió. Muebles blancos, modernos, un bar «art déco», sillones de cuero obscuros, botellas, mascarones enormes, y variados afiches antiguos.
Uno de los dibujos de Rojas, de la vieja «Lira Chilena» de mi padre, se lo entregué, más por sugerencia suya que por inspiración mía. Logré desenterrarlo en un viaje a Chile, y lo apreció instantáneamente. Me sentí por un momento, como tantos otros proveedores que alimentaron la insaciable sed coleccionadora de Neruda, la que nunca se extinguía. Y también vi con satisfacción, que fue feliz.
MC.- Diría Hemingway: «París era una fiesta» (1964); en el caso de Neruda me cuesta trabajo creer que se reconcilió en París con Alejo Carpentier, después de la injusta «Carta de los escritores cubanos de 1966». El poeta chileno n unca aceptó regresar a Cuba y trató muy mal a Fernández Retamar, a Nicolás Guillén y a Carpentier en Confieso que he vivido (1974). ¿No lo estará confundiendo con otro escritor o diplomático?
SF.- Es cierto, en sus Memorias Neruda los lapida. Sin embargo, no tengo confusión alguna. Era Alejo Carpentier, invitado por Neruda a la Embajada y sin que estuviere acreditado como Agregado Cultural de Cuba, cargo que había dejado hacía algún tiempo. O sea, ninguna obligación protocolar de hacerlo. En esa oportunidad en nuestra Embajada, se rieron toda la noche. Y discutieron sobre la película que aludo en mi publicación, «El último tango en París». Compartieron, sin pudor, viejas aventuras amorosas, que Carpentier se encargó de contar, para seguramente, querer impactarnos.
En ningún momento pude observar tirantez o enemistad. Por el contrario, complicidad y buen humor. La citada Carta de los escritores, a que usted alude, ciertamente ya había sido publicada, y Neruda la conocía. Eso sí, nunca le escuché ningún comentario al respecto, lo que seguramente hacía con sus amigos más íntimos. Tampoco se abría en confidencias. Jamás. Nuestro papel como funcionarios, y el mío entre éstos, más cercano en ocasiones, no estaba destinado a ser depositario de sus pensamientos ni de sus opiniones personales. Si, sabemos que Neruda lo hacía con otros, o bien los dejó en evidencia en su «Confieso que he vivido». Al fin de cuentas, lo escribió de cara a su imagen futura.
MC.- ¿Conoció a los escritores del Boom en La Manquel o en alguna recepción de la Motte-Picquet?
SF.- Los escritores del ahora llamado «B oom latinoamericano», llegaban a nuestra Embajada. Es decir, más propiamente, visitaban a Neruda o a Jorge Edwards, que los conocía a todos. Lo hacían a veces, cuando pasaban por París, d onde ninguno de ellos residía por entonces, por lo que su visita no era constante, sino esporádica. Sólo Cortázar vivía en Francia, pero totalmente aislado. Nunca lo vi en la Embajada. Si tuvo contacto con Neruda, no estuve presente. Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, José Donoso y sobre todo García Márquez, aparecían y estaban con Edwards o Neruda. Los temas literarios o políticos que abordaron en la intimidad, no me constan, pues había en esos encuentros una cierta cofradía, a la que yo no pertenecía. Sólo algunos encuentros sociales esporádicos o antesalas donde esperaban ver a Neruda, e intercambiábamos frases de cortesía. Para mí toda una experiencia, pues ya se conocía el valor de esos escritores, la que aumentaba, en la medida en que para Francia, Latinoamérica se ponía de moda. La presencia de Neruda, tal vez sin proponérselo, seguramente contribuyó a ello. Sería divertido especular sobre cuál sería la opinión de Neruda, si viviera, y observara las evoluciones ideológicas actuales de los integrantes del «boom», hoy todos famosos.
MC.- Neruda abandonaría París el 20 de noviembre de 1972, usted escribió las bromas entre el Nobel chileno y Gabriel García Márquez en el aeropuerto de Orly: «Había que estar alegres, distraerse, conversar de cualquier cosa». ¿Intuía que nunca volvería a verlo?, ¿cuándo volvió a leerlo?
SF.- La partida de Neruda de París no fue como lo son usualmente las de todo diplomático. Cuando un Embajador deja su puesto, y también algún funcionario, hay despedidas muy protocolares ofrecidas por el Gobierno del país que abandona. Cenas entre colegas o entre amigos de donde se ha desempeñado, y hasta con la colonia chilena, a condición de que ésta mantuviere con el interesado buenas relaciones, lo que rara vez sucede, por un sinfín de razones. Neruda participó en algunas de éstas actividades consabidas, reducidas al mínimo, pero sin que quedara expresamente oficializado, que partía sin regresar. Nuestra Cancillería lo mantuvo en su puesto, figurando en la nómina de Embajadores de Chile para quien quisiera consultarla.
Viajó con permiso, según se expresó, a informar; a ser justamente homenajeado por el Premio Nobel; de vacaciones; o con licencia médica. Todos estos motivos, y todos verdaderos, que prolongaron su cargo, hasta que formalmente presentara su renuncia, lo que sucedió algunos meses después. Para nosotros, en la Embajada, internamente, era evidente de que no volvería a París. Todo así lo indicaba y sus objetos personales en la residencia, lo siguieron a Chile luego de algún tiempo. Desconozco las razones para mantener tal situación ambigua e indefinida, pero era evidente de que no se quiso dar a su regreso ninguna connotación que pudiere originar interpretaciones aprovechables en Chile, dentro de una situación política nacional, entonces tensa, conflictiva y polarizada. Su figura, demasiado relevante, habría podido ser utilizada para especular presuntas divergencias con el Presidente Allende, o con la propia Unidad Popular, o con las distintas facciones de la época, y que por ello hacía dejación de su cargo de Embajador. Era más prudente no dar al viaje de Neruda a Chile, ningún significado político particular, e invocar variadas razones simultáneamente.
Por lo tanto, en el Aeropuerto de Orly, los asistentes fuimos sus funcionarios y algunos amigos, entre ellos García Márquez. Sin p resencia de representantes del gobierno f rancés, ni de ninguna otra entidad que le pusiera algún sello de despedida oficial. Nos juntamos para estar presentes en un viaje del Embajador a Chile, simplemente. Eso sí, y como también lo he relatado, no nos coordinamos previamente ni recibimos ninguna instrucción al respecto. Todos fuimos al aeropuerto a estar con él.
Para mí, tuvo un significado diferente. Intuía que no regresaría, y que tampoco volvería a verlo. No hice comentarios sobre ello con mis colegas ni con nadie. Era una impresión propia, aunque todo indicaba que así sería. Tampoco era ningún descubrimiento especial. Simplemente saltaba a la vista. Al momento de partir, como relatara, nadie de los presentes hizo mención a su viaje y se conversó de todo, y en particular con García Márquez que se dedicó a bromear, lo que Neruda respondió de igual manera, en ese diálogo inesperado entre intelectuales de ese nivel. Por esas razones quedé con la convicción de que todos sabíamos que la despedida era definitiva. Incluso el propio Neruda. Pero se hubiere destruido irremediablemente ese raro momento de evasión imprecisa, si algún comentario desatinado, aludía a su partida, o a cuánto tiempo estaría en Chile. Afortunadamente nada de eso sucedió, y Neruda partió de manera natural en un viaje presuntamente rutinario. Los sentimientos profundos no fueron expresados. Tampoco había certezas, sólo convicciones personales. La mía era definitiva y su partida me dejó un vacío que intenté olvidar, pero cada vez que pasaba por los lugares donde estuvo, no podía quedar indiferente. Al mismo tiempo, procuré seguir leyéndolo, o repasar momentos compartidos.
Nunca los puse por escrito. Hasta que la maravillosa poetisa y escritora Sara Vial, su amiga de tantos años, correrías, encuentros y hasta con Neruda como testigo de su matrimonio; y gracias a un colaborador mío, Roberto Abu Eid, periodista y diplomático, que también ha relatado notables experiencias vividas en sus destinos en el Medio Oriente; la contactó y ella, gentilmente, insistió en que escribiera un par de historias con Neruda, que amablemente publicó en un Diario de la que era columnista. Sara Vial tuvo el poder de insistir y convencerme de que debía publicar algo más. Lo que finalmente hice al conmemorarse el 12 de julio de 2004, el centenario del nacimiento de Pablo Neruda. Fue decisivo al mismo tiempo, el apoyo de la Asociación de Funcionarios Diplomáticos de Carrera (ADICA) de mi Cancillería, que apadrinó la edición de RIL Editores.
Debo confesar que el tiempo fue escaso, y debí redactar mi pequeño libro, en sólo dos semanas, para que alcanzara a publicarse. De ahí el que pueda contener imprecisiones y confusiones, que pido excusar, pues sólo se basó en mis recuerdos, treinta años después. Por ello, valoro su interés, estimado Mario, un periodista reconocido por sus entrevistas y publicaciones, y que conoce a Neruda y su obra como pocos, el haberse interesado, una vez más, en mi experiencia de haberle colaborado en París, y en mi publicación de los Testimonios sobre Pablo Neruda (2004). Y de manera particular, por esta entrevista, inteligente, aguda e inquisitiva, a la distancia, que agradezco profundamente, y que me ha permitido, nuevamente, rememorar y escribir estas respuestas sobre Pablo Neruda, que espero no hayan sido más largas de lo prudente.
MC.- Neruda hacía bromas porque su esposa, Cecilia, era bisnieta del fundador de la Viña Undurraga, y a su vez estaba emparentada con el dueño de la Viña Santa Mónica; usted escribió: «Neruda tenía una actitud paternal con Cecilia… yo los veía reír y bromear». ¿Qué le dijo su esposa al enterarse de la muerte del poeta?
SF.- La relación de Neruda con Cecilia fue bastante especial. Tal vez su juventud, sin haber cumplido los veinte años, espontánea, y natural, le llamó la atención de entre el círculo de colaboradores a su cargo. No hubo formalismos, ni una admiración obsecuente, sino un auténtico reconocimiento de Cecilia, que el destino le había dado la oportunidad de estar con alguien fuera de lo común. Y eso Neruda lo apreció y correspondió con una actitud paternal, no exenta de complicidades inocentes, alegres y divertidas. Justo lo que Neruda tanto apreciaba en medio de adulaciones y estereotipos, que en ocasiones, formaban su entorno. Se reflejaba en regalitos como pequeños objetos, caracolas, dedicatorias, dibujos, y conversaciones codo a codo, pues, ocasionalmente, la sentaba a su lado, sin protocolos. Hablaban de todo y de nada en particular. Cuentos, bromas, anécdotas e inventos, en que Neruda era ciertamente un maestro. La admiración de Cecilia era evidente y Neruda se sentía feliz.
La familia de Cecilia, los Undurraga, le era perfectamente conocida. Viñateros desde hacía más de cien años en Chile. Otro tanto para la Viña Santa Mónica del marido de su hermana, Emilio de Solminihac. Neruda sabía de los vinos nacionales, así como también sobre los más famosos de Francia y otros países. Siempre lo demostró y nos sorprendía comentándolos como un experto. Era un atributo adicional para Cecilia, aunque ni ella ni yo, teníamos ningún conocimiento enológico digno de ser tomado en cuenta. Pero no importaba. Era otro tema de conversación o de chismografía intrascendente que los unía.
Cuando Neruda partió, Cecilia lo lamentó enormemente. Toda una época de complicidades que la halagaban, había terminado. Al conocer su muerte en Santiago, en medio de tanta vorágine de esos momentos, la pena fue todavía mayor. Las versiones tuvieron caracteres truculentos y fueron consignadas en la prensa, en medio del asombro por lo que sucedía en Chile. Una afirmaba que un contingente militar había ingresado en la Clínica Santa María donde estaba Neruda, y lo había fusilado en su propia cama. Otra aseguraba que Neruda dirigía, desde la clandestinidad, la resistencia armada anti-militar. En fin, era sumamente difícil separar la especulación de la realidad, la que tampoco era fácil conocer. Ciertamente para Cecilia, alejada de su gente en Chile, de sus padres y hermanas, sin las facilidades comunicacionales de hoy, todo era confuso y amenazante. Y en medio de esa situación, alguien que le aportaba seguridad, había desaparecido.
MC.- En abril de 1973 Matilde Urrutia viajó sola a París, para asegurarse que la mudanza llegar a sin problemas a Valparaíso, también intentó vender La Manquel, ¿se reencontró con Matilde durante la dictadura?, ¿leyó sus memorias: Mi vida junto a Pablo Neruda?
SF.- No volví a encontrarme con Matilde, ni participé en los trámites con los que puso fin a su residencia en Francia, luego que dejaron París el 20 de noviembre de 1972. Al cabo de un par de años, y estando en Buenos Aires, trasladado desde París, Cecilia se encontró con Matilde en una calle. Fueron a tomar un té en el Harrods. Conversaron, y pasaron un grato momento juntas. Matilde le dijo donde alojaba y que partía el día subsiguiente. Aproveché de llamarla y recordamos la época parisina, que definitivamente había quedado atrás. Matilde sólo hizo recuerdos generales muy afectuosos. Dado el poco tiempo de que disponía, no fue posible concertar un encuentro con ella, y debí conformarme con esa charla telefónica. No volví a saber de ella directamente. Y no he leído su libro, del que sólo tengo algunas nociones generales.
Un error imperdonable de mi parte, el cual sólo podría atenuarse con la cuidadosa lectura que hice, tan pronto se publicó en Argentina, Confieso que he vivido (1974). Al recorrerlo por completo, y no sólo recordar vagamente aquellas pocas páginas que alguna vez pasé a máquina, de los manuscritos que Neruda me entregó, me quedé con sentimientos encontrados. Por una parte, una extensa y, al menos desconocida para mí, intensa vida de Neruda antes de llegar a París, que me fascinó. Una biografía en prosa tanto o más notable que su poesía. Pero por otra parte, me sorprendieron las escuetas referencias de sus compañeros como Embajador en Francia, y de manera particular, el que recordara que todo su personal no era políticamente confiable, salvo Jorge Edwards -en ese entonces-. Y ni una palabra más.
Como las posiciones, creencias o ideologías políticas, de quienes trabajamos en su Embajada, nunca y en ningún momento, fueron motivo de alusión ni condición para colaborarle, quedé extrañado. No era para mí, el Neruda que yo había conocido y convivido, el que reflejaban aquellas líneas. Lo desconocí, y me causó pesar. Es por ello que no he procurado abundar ahora sobre el libro de Matilde. Prefiero quedarme con mis recuerdos, a lo mejor equivocados, pero no deseo desentrañar esas confesiones, tal vez, pensadas más en el legado histórico o la posteridad, del propio Neruda o de Matilde. Mis vivencias personales con él y con ella, quiero dejarlas como las recuerdo.
MC.- En la página 31 de su libro, menciona que el Embajador Neruda: «viajó a la Unión Soviética en dos ocasiones para operarse la próstata», debido al cáncer que padecía. Sin embargo, en la biografía escrita por Volodia Teitelboim quedó registrado otro motivo: «Neruda viajó reservadamente a Moscú para un reconocimiento médico» (Losada, 1985). Y David Schidlowsky escribió: «Neruda fue operado de la próstata dos veces en el Hospital Cochín de París : en 1971 y 1972» (RIL, 2008). ¿Está seguro que el Embajador Neruda ingresó al quirófano por tercera vez?
SF.- Desde que Neruda llegó a París, en febrero de 1972 y hasta su partida, su salud se deterioró visiblemente. Adelgazó no menos de veinte kilos. Limitó a lo indispensable sus múltiples obligaciones o compromisos, no porque lo quisiera, ya que siempre buscaba estar entre amigos. De huraño no tenía nada. Fue su estado físico el que ya no respondía. Eso lo podía apreciar cualquiera. Su aspecto se desmejoraba día a día. Eso sí, hay que puntualizar que las enfermedades no fueron nunca tema de conversación con Neruda, ni la muerte, ni las dolencias o los sufrimientos. Mucho menos su propia condición. Directa o indirectamente.
No se hablaba de ello, y jamás se le preguntó nada. Habría sido una grosería, además de una impertinencia con nuestra máxima autoridad. Era el Embajador, y la diplomacia y buenas maneras no sólo deben practicarse hacia los extranjeros, sino que comienza en casa. Además, creo firmemente que no lo hubiere permitido y hasta ahí habría llegado toda relación amistosa.
Por lo tanto, sólo algunos muy breves comentarios, vagos y esporádicos, a propósito de sus actividades, y motivados para justificar sus inasistencias. Permisos o ausencias por licencias, consultas médicas, exámenes, o viajes justificados por razones de salud, los que puntualmente debían ser informados al Ministerio de Relaciones Exteriores en Santiago, para las autorizaciones administrativas de rigor, permitían que nos enteráramos. Pero no porque hiciera comentario alguno. En definitiva fueron las comunicaciones burocráticas las que dejaban constancia de su salud, no lo que nos contaba.
De regreso de la URSS, supimos de sus operaciones, y de su sonda prostática, la que se hacía evidente por su continua búsqueda de baños, para vaciar el contenido. Con más frecuencia de lo normal. Se le veía adolorido, pálido y frágil, si bien resistía todo, hasta que definitivamente no daba más, y nos pedía reemplazarlo.
Ciertamente no tengo certezas de la evolución de su enfermedad, ni de sus operaciones, ni de sus resultados. Todo se hizo, como es natural, reservadamente. Hacerlo público habría sido un notición periodístico, que el Gobierno, la Cancillería, la Embajada y Neruda, más que nadie, no habrían permitido. Sin embargo, una enfermedad de esa gravedad, a la época, y sin los progresos actuales, ya que sólo se aplicaba cobalto, con las consecuencias de tal radiación, fue fácilmente perceptible con sólo mirarlo. Debe haber sufrido mucho, aunque nunca se lamentó. Limitar a alguien que siempre vivió intensamente, representó una enorme tarea para Matilde, y sobre todo, para él mismo.
MC.- Finalmente, el certificado de defunción del poeta afirma que la causa fue una «caquexia cancerosa», a diferencia de El Mercurio que publicó: «Neruda murió de un paro cardíaco… a consecuencia de un shock sufrido luego de habérsele puesto una inyección» (24/09/1973). ¿Cuál es su conclusión sobre la denuncia del presunto asesinato de Neruda y la posible exhumación?
SF.- No tengo ningún antecedente confiable sobre las razones médicas de su fallecimiento. Sólo las versiones publicadas o especulaciones posteriores. Su cáncer no era misterio alguno. Hasta qué punto y cómo evolucionó en el tiempo, nadie de su ex Embajada lo supo. Tampoco hubo comunicaciones sobre ello de ningún tipo. Eran tiempos difíciles y no había revelaciones sobre nada que no fueran mensajes oficiales de las nuevas autoridades, y sobre temas también propios de una actividad diplomática, que obviamente quedó reducida ante lo ocurrido en Chile, y que el g obierno francés las mantuvo limitadas a lo estrictamente necesario. Asimismo, su Embajada fue cambiada, su personal, trasladado a otros destinos y asumieron nuevos rostros. Yo mismo, lo hice a la República Argentina, y sin pasar por Chile. Por todo ello, no poseo mayores antecedentes que sean fidedignos.
Respecto a su eventual exhumación, es algo que debería determinar la justicia, si hubiere razones legales que lo fundamentan. Y en cuanto a las versiones de un posible asesinato o ajusticiamiento, se debería actuar conforme a las normas vigentes, ya que estamos, afortunadamente, y desde hace ya largos años, en pleno estado de derecho. En lo personal, no soy partidario de andar desenterrando cadáveres, sin irrebatibles razones que lo justifiquen y de acuerdo con la ley.
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