“No es necesario recordar que los no-arios no deben aparecer en el formulario de las firmas”.
Martín Heidegger diciembre de 1933
Un enemigo desconocido.
En realidad es una palabra que se usa frecuentemente en el lenguaje de la política con una connotación usualmente cargada de sentimientos, referida a quien efectúa acciones desde apenas contrarias, ofensivas, hasta destructivas: <<enemigo>>. Su etimología latina (Inimicus) nos conduce a la simple acepción de alguien no cercano, <<no anda conmigo>>, no necesariamente un adversario o un rival, simplemente puede ser alguien por el cual se puede llegar a tener un sentimiento incuso de indiferenciai; se hace notable que la carga de hostilidad emocional en el término es más bien de uso tardío.
Normalmente un enemigo o alguien hostil puede cambiar esa categoría tarde o temprano por medio del dialogo, de un acercamiento que difumine las preconcepciones, una aceptación de los puntos de diferencia, pero también de conocimiento de los valores coincidentes, los cuales siempre existen como consecuencia de la naturaleza humana y biológica.
Sin embargo, en los inicios del siglo XX en Europa las tendencias ideológicas marcaban territorios que se fueron separando mediante lo que se creyó abismos insalvables, determinantes de la ocurrencia que dos sangrientas conflagraciones mundiales; allí combatió un bando específico, entendiendo que su lucha era por su misma supervivencia como tal, buscando escalar y racionalizar su animadversión con el fin de encarar más efectivamente, sobre todo la mortífera Segunda Guerra Mundial. En este contexto, los enemigos de este se tornaron más complejos, se hicieron más aviesos y hubo que describirlos con minuciosidad, pues agregaba a antiguas rivalidades de dominio territorial, adscripciones ideológicas.
Momento especial en un sitio particular.
Durante un periodo concreto del siglo XX en la Alemania nazi (1933-1945), el concepto político de enemigo fue objeto de una profundización e intensificación tal, que propició un genocidio y destrucción como no había sido visto antes, en lo cual tuvo que ver el nivel de la tecnología y la industria alcanzados en las naciones del centro capitalista, además de la racionalidad a través de la cual emergió el arraigo a ciertas ideas de varios siglos maduración en aquella nación.
En consecuencia, para los tiempos del gobierno nacional-socialista alemán, unas categorías particulares de seres humanos fueron clasificadas como irreconciliables con el modelo de vida que se deseaba implantar a la sociedad germánica; su mera existencia entonces se hizo equivalente a una agresión al conjunto. Seres humanos por sus orígenes ancestrales, criterios y conductas que hasta un poco tiempo atrás no constituían amenaza o molestia alguna, acaso algún comentario sardónico a hurtadillas, ahora eran bajo criterios estimados modernizantes, absolutamente intolerables y susceptibles de ser agredidos.
Así en la Alemania nazi de 1937, un decreto del jefe de las SS y la Gestapo Heydrich Himmler <<desencadena una campaña contra los enemigos interiores>>, los cuales se distinguen por ser de ideología socialista, comunista, librepensadores, tener tendencias homosexuales, ser de etnia gitana o profesar el culto religioso de los testigos de Jehováii. Los diversos castigos a estos apenas se iniciaban con los internamientos en campos de confinamiento.
Empero, había otra categoría de seres humanos que estaban estimados como no integrados a la nación y no calificaban siquiera en el grupo anterior: los judíosiii. Estos por los preceptos de la doctrina racista nazi no sólo eran tenidos no sólo como no alemanes a secas, sino como enemigos, que no podían redimirse de su condición, hicieran lo que hicieran. Esto estaba relacionado con su ancestro semita, establecido como diametralmente opuesto a lo germánico de acuerdo al nacionalismo imperante.
En atención a ello los judíos descendían hasta ser un irreconciliable <<enemigo sustancial>>, lo cual quería decir que esto ocurría independientemente de las circunstancias, que ello estaba designado por la misma naturaleza; eran bajo estos parámetros, hostiles permanentes a la sociedad, siendo por tanto irreductibles en el sentido de que no podían mudar a cosa distinta o transformarse en otra, sino que sólo les restaba (si persistían en quedarse en la Alemania extendida por Europa), el disfrazarse u ocultarseiv. En otras palabras, se encontraban en un camino sin salida.
Lo anterior se erigía como una noción de segregación extrema esta vez racionalizada, elaborada y difundida, como nunca antes se había establecido en la historia de las sociedades humanas conocidas. Y esta formulación implacable había sido adoptada aun pasando por encima de la misma historia de la nación alemana en la cual la comunidad judía se había establecido desde varios siglos atrás, obviamente, habiendo aportado en la creación de aquella durante muchas generaciones.
Enemigo antiguo renovado.
Era indiscutible que para aceptar tamañas situaciones de discriminación y persecución se debía haber pasado un proceso de edificación y propagación de ideas, que hicieran aceptable situaciones tan contrarias a la solidaridad y la amistad generadas en una sociedad mediante la convivencia de muchos años. De tal manera aconteció que lo que otrora podía ser establecido sólo mediante prejuicios religiosos o costumbres de venganza, en el siglo XX debió ser establecido por el nazismo también a través de criterios que tuvieran algún tipo de estimación que se le pudiera denominar racional.
Allí arribó una persona de un nacionalismo místico pretendiendo hacerlo práctica política, con acreditada condición académica como el filósofo Martín Heidegger, el cual a la vez empleó un lenguaje calculadamente abstracto para sustentar aquella segregación y categorizarla:
“El enemigo es aquel, todo aquel, que hace planear una amenaza esencial sobre la existencia del pueblo y sus integrantes. El enemigo no es necesariamente el enemigo exterior, y el enemigo exterior tampoco es necesariamente el más peligroso”v.
Tenemos aquí un enemigo que no se encontraba fuera de la sociedad alemana de su tiempo, sino que se hallaba dentro de sus fronteras, y se le establecía afirmativamente como más peligroso que el exterior, el foráneo, lo cual conducía inexorablemente a una animadversión y desconfianza intensificadas.
Con “enemigos interiores” escuetamente descritos, podía haber ambigüedades en su trato, por lo cual debieron establecerse precisiones; para estos eventos hubo una conceptualización que les definió aún más:
“El enemigo puede haberse incrustado en la raíz más íntima del Dasein (Ser ahí: un concepto de la filosofía descrita en la obra Ser y Tiempovi) de un pueblo y oponerse a la esencia propia de este último, actuando contra él”vii.
En este punto fue observable la insistencia en la adopción de criterios lo más rígidos y drásticos posibles, a la par de los postulados del gobierno del Tercer Reich para con este especial enemigo:
“El combate se vuelve entonces todavía más acerado, duro y difícil, puesto que la confrontación mutua no es ya sino su parte más pequeña. Muy a menudo es una tarea mucho más ardua y de más largo recorrido que la consistente en detectar simplemente al enemigo como tal, en resaltarlo, en no hacerse ilusiones respecto a él, en conservar la agresividad, en dosificar y aumentar la constante disponibilidad propia y en poner en marcha esa agresión a largo plazo que tiene como objetivo el exterminio total (Völligen Vernichtung)viii”. (Subrayado fuera de texto)
La perfidia en estos tiempos de la justificación de la guerra, la discriminación y lo que pocos años después sería el genocidio, se hizo presente con la tácita aceptación de que no es indispensable que exista un real enemigo o adversario, un sector hostil a la sociedad alemana, sino que simplemente es útil erigir uno, determinarlo incluso artificialmente, como especie de monstruo amenazanteix; ello se constituye en una auténtica estrategia, que por cierto, ya ha sido enunciada décadas atrás en Alemaniax. Estos racionamientos confluyentes son la clave para el accionar en la persecución despiadada de las autoridades nazis correspondientesxi.
Si alguien puede haber pensado que se está cargando las tintas a un filósofo de la talla de Heidegger, por criterios meticulosos y reflexionados que vinieron a ser conocidos públicamente hasta el siglo XXIxii, se debe advertir que los defensores de este al presente acreditan su antisemitismo y su adscripción política con el nazismo (es miembro oficial de este partido desde 1933), tomándolo como parte de una larga tradición metafísica de occidente, teniendo como antecedente al cual remontarse, nada más ni nada menos que al reformador Martín Luteroxiii; aquí es particular la vehemencia de este influyente teólogo en la denigración de los judíos que dado el realce de quien los profiere permite comprender la existencia por siglos de una conciencia colectiva familiarizada con variadas formas de desprecio hacia una parte de su propia sociedad, denigrada desde aquel entonces subrepticiamente (naturalmente la categoría no existe en el siglo XVI), a manera de enemigo internoxiv.
En los Juicios de Núremberg de 1947 a los jerarcas del nacional socialismo, un acusado de instigación al genocidio (que sería declarado culpable y ejecutado), ratificó tal influencia en Alemania por parte de la figura máxima de la reforma protestantexv, lo cual induce a establecer una prolongada construcción histórica de un enemigo interno.
Se advertía por consiguiente la continuidad de un hilo cultural al cual Heidegger fue receptivo y a la vez legitimador en su papel de referente intelectualxvi; ya previamente a aquellas elaboraciones el filósofo había realizado pronunciamientos acerca del tema del “judaísmo”, incluso anteriores a la revolución rusa de 1917 y la firma del “humillante” Tratado de Versalles, siendo inequívocos:
“La perfusión de judaísmo (Verjudung) que viven nuestra cultura y nuestras universidades es efectivamente espantosa, y pienso que la raza alemana (die Deutche Rasse) debería encontrar la fuerza interior necesaria para acceder a la cimaxvii”.
Existe en Alemania un verdadero clima de persecución de un chivo expiatorio luego de la derrota de la Primera Guerra Mundial y la prologada crisis económica de los años veinte allí, aún en sectores de la academiaxviii. Claro, Heidegger en este sentido agrega lo elaborado, concreto y erudito de sus categorizacionesxix; a través de su elevada posición de catedrático y al menos por un tiempo rector de la Universidad de Friburgo (1933-1934), incita a sus educandos a hacer suyas sus posturas poniéndolas en ejecución en cuanto a persecución física del aquel enemigo internoxx, que el filósofo establece por toda la historia de la cultura y sociedad alemanas, también como un enemigo íntimo y sin embargo, a la vez con conexiones internacionalesxxi.
Sus creencias políticas, no obstante su renuncia a la rectoría de Friburgo en medio de una lucha por el poder al interior del partido nazixxii, permanecen intactas. En atención a ello, hacia el verano de 1935 en un curso (Introducción a la Metafísica) el pensador de Baden-Wurtemberg realizó una definición a su público de entonces, hablando concretamente sobre el Nacional Socialismo,
“… de la única verdad y grandeza de ese movimiento (es decir, del encuentro de una técnica de vocación planetaria con el hombre moderno)…xxiii”
Heidegger estimaba que Alemania tenía una misión histórica de alcance universalxxiv, convocando para ello a sus oyentes, a los cuales hace una especie de exigencia heroica frente a lo que ve como decadente por lo común y ordinario (refiriéndose a EEUU y la URSS)xxv. Con este discurso aquel no puede figurar sino como un animador ideológico, dadas las condiciones de exaltación de 1935, hasta llegar a erigirse con ello en un profetaxxvi.
El asunto no habría acarreado mayores consecuencias de no ser porque, estas actitudes fueron las exigidas a los estudiantes unos pocos años después como oficiales del aparato nacional socialista, e incluso estas posturas arribaron más allá de los claustros universitariosxxvii.
No es posible tampoco pasar por alto la proclividad directa de Heidegger por la persona de Adolfo Hitler y sus tesis supremacistas exacerbadas durante sus clases impartidasxxviii, en las cuales existe una justificación de los métodos de terror y crueldad que ya se van perfilando para 1933, en los cuales acepta tácitamente estar envueltoxxix; aquel declaró a sus estudiantes:
“no dejes que las teorías y la ‘ideas’ sean las reglas de tu ser. El Führer mismo y sólo él es la realidad alemana y su ley, hoy y hacia el futuro”xxx.
El asunto no se quedó en estos enunciados, pues el influjo de Heidegger era realmente impactante en el alumnadoxxxi, y discípulos suyos por esos tiempos en la alma mater de Friburgo, por ejemplo, se encontraron en los cuerpos de combate de las crueles SS en el frente ruso un tiempo despuésxxxii. Dentro de la ‘intelectualidad nazi’ renombrados personajes pertenecieron a inefables entes de destrucción física de quienes fueron estimados como irreconciliables enemigos del Reich en la guerraxxxiii.
En circunstancias previas al paroxismo de la guerra, Heidegger poseía la consagración en sus contemporáneos de un pensamiento que veía más allá de lo aparente, sin embargo, este no logró escapar a la trampa de la vida intelectual, en la cual por mucho esfuerzo que se le entregue, en ningún caso se está libre de la pasión, que a su vez, en aquellas circunstancias, le hizo creer en una superioridad espiritual de Alemania y con ello una <<ética>> de señoríoxxxiv, la cual se hallaba atada firmemente a insondables vicisitudes de la subjetividad de un contexto histórico determinado. Este craso error no fue único en ese momento en Europa.
En el panorama social de los años treinta el legalismo alemán no podía faltar en esta delimitación de adversarios, en sintonía con el entorno bélico donde se desarrolló tal despojo de humanidad a hombres y mujeres; así, se produce la expedición en el Reich de las ominosas Leyes de Núrembergxxxv, precisamente avaladas por el renombrado abogado Carl Schmittxxxvi.
Los aprendices.
En este punto es determinante la sorprendente creación de una especie de ‘intelectualidad’ nazi con títulos universitarios y todo, que se va asentando en los organismos más represivos dentro y fuera de Alemaniaxxxvii, la cual procuraba servir a su causa política con conocimientos, que justamente, se volcaron hacia un conjunto de técnicasxxxviii. Hubo áreas del conocimiento optadas por estos académicos del partido nazi como la historia, geografía y en menor medida la filosofíaxxxix, que tornándose con otras en saberes legitimadores en los años cuarenta de situaciones ostensiblemente ominosasxl. Es allí donde se conciben trabajos que se rotulan de <<científicos>>, abordando el campo específico de los <<enemigos interiores>>xli. Las investigaciones de aquella ‘intelectualidad’, no podían ser de otra forma debido a que permitían establecer la cercanía entre el sistema de representaciones de la ciencia y las concepciones raciales poseídas por los nazisxlii.
Cuando se inició la conflagración expansiva sobre poblaciones tenidas como <<subhumanas>> en septiembre de 1939, la generación de intelectuales jóvenes del partido se encuentra
“en situación de incidir sobre la realidad, en cuanto ofrece la posibilidad de aplicar sus trabajos a la remodelación de las poblaciones y de los espacios del Este de Europa”xliii.
Los trabajos concretos de investigación se relacionaron con la planificación de por ejemplo en el frente oriental, la práctica del desplazamiento forzado de poblaciones perpetrado por la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA), y ejecutado por cuerpos vinculados a las SSxliv; lo cual implicaba una remodelación étnica radical del continente europeo, fundamentalmente en Europa oriental, considerada como espacio vital Alemánxlv. Heidegger entregó el marco conceptual para ello:
“El nacionalsocialismo no es una doctrina cualquiera, sino la transformación fundamental del mundo alemán y, tal y como pensamos, del mundo europeo”xlvi.
Los medios establecidos a través de las técnicas, para tan ambiciosos proyectos se dirigían hacia un procedimentalismo que llegaba extremos de crear reglamentos para la aciaga acción de especializados destacamentos móviles de exterminioxlvii.
Situación bélica del enemigo interno.
Ahora bien, si tenemos en cuenta el ambiente de revancha y de crisis social de una parte reaccionaria y nacionalista de Alemania, lo anterior establecía una preparación racional para la guerra, para el polemos, tópico muy estudiado por Heidegger; así el enemigo interno irreductible del judío y los que no lo son pero que fueron asimilados a este de facto por su ideología como comunistas, etc., habían de ser colocados en un literal campo de batalla, en la guerra, donde fueran lo más vulnerables posible, para ser aniquilados sin sobresaltos. Lo cual equivalía a una omnipresente y exacerbada visión marcial de las circunstancias alemanas y europeas de la época.
En este orden de ideas es pertinente recordar que el jurista pronazi Schmitt, un antisemitaxlviii, resaltaba que con enemigo interno no cabía sino su extinción pues no había respecto de él fronteras hacia donde empujarlo en la confrontaciónxlix. En este contexto, el enemigo interno desde los tiempos de la Alemania nazi llegó a ser establecido o equiparado a un traidor a la patria por ser un mero opositor; se bloqueó la libertad de pensamiento lograda a través de las luchas que culminaron en Europa en el siglo XIXl. Con lo cual un pronunciado y totalizante retroceso político y civilizatorio fue configurado en estos tiempos.
Sólo en una situación bélica que sea permisiva de cualquier exabrupto, extremo, medida arbitraria, excepcionalidad, crueldad generalizada, es posible instaurar la existencia de un enemigo de las características de las que habla el renombrado filósofo existencialista Heidegger; un enemigo que resultaba íntimo, pues con él se ha convivido por siglos y era en no pocos casos prácticamente indistinguible del alemán promedio. Únicamente las situaciones de aguda emergencia, reales o fabricadas minuciosamente permitían internamente tamaño desafuero en el siglo XX, es decir, en momentos de conflicto extremo. La guerra como periodo de ritualizada irracionalidad abría las puestas a toda barbaridad, cuando estas se tenían por superadas.
Lo irreconciliable = a exterminar.
En 1941 cuando se inician las deportaciones de judíos hacia Polonia, los nazis obligan a los dirigentes de esta comunidad a participar en la organización de estos desplazamientos forzados, esto es, actuar en su propia aniquilaciónli, en forma análoga a lo que Heidegger reivindicaba como una política de exterminio muy favorable a su causa nacionalista:
“… [e]l genero más elevado, y el más excelso de los actos de la política, consiste en implicar al enemigo en una situación en la que se vea obligado a proceder a su propio autoexterminio (selbstvernichtung).”lii
El fin que se dejó entre ver en esta adopción sistematizada de actuaciones inauguradas en los enunciados heideggerianos hasta la ejecución de reglamentos de exterminio, pasando por una serie de operaciones de terror, procura escrupulosamente no dejar campo alguno para la resistencia:
“La función de control alcanza a todos los ámbitos –económico, cultural, racial- … el trabajo de valoración se dobla en vigilancia de la opinión pública. Es esta función de control en la que se expresa de manera privilegiada la formulación dogmática de los intelectuales de la SS”liii.
En realidad el ideario nazi paradójicamente era profundamente anti intelectual, en un momento en Alemania donde a los intelectuales se les acusaba de ser promotores con su aburguesamiento del abandono de los valores tradicionales y con ello de la postración nacional luego de la derrota inesperada en Primera Guerra Mundial; no obstante, lo que ahora se pretendía era el generar una categoría propia del carácter novedoso de la fuerza del nacionalsocialismo: el <<intelectual de acción>>liv. Un fanatizado actor germánico de feroz heroísmo tecnocratizado propio de un momento histórico violento.
Las fórmulas de aplicación de quehaceres en agitadas sociedades y en la despiadada ultra política a cargo de este tecno-héroe, fueron las esbozadas en exaltaciones en auditorios y textos con la premeditación de un deber a cumplir, ante lo cual, se esparcieron con suma naturalidad en una nación ya entregada a pensar en la materialización por la fuerza del merecimiento de una grandeza esquiva.
A partir de lo anterior tiempo después eran percibidas manifestaciones del trasvase de los conceptos sobre este enemigo, descendiendo a las conductas de los estrategas de la élite decisoria junto con aportes en todos los niveles, hasta alcanzar procedimientos específicos en cuerpos contra-partizanos recién constituidos por entonces para las zonas de ocupación y el correspondiente estado de terror que se instaló como fórmula de ‘pacificación’. Fue el caso de las desapariciones forzadas, establecidas como particular e intensificado procedimiento de castigo a insumisoslv.
El enemigo interno heideggeriano a su vez dio lugar a la implementación de órganos correspondientes a sus peculiaridades; así a aquel elemento hostil le va haciendo a fin un tipo de ente represivo, de naturaleza secreta más allá de la prevención, que fue ejecutando formulas despóticas en el papel de específica policía secreta totalitarialvi, en extremo invasiva. Esto constituyó uno de los efectos de ejecución de un control ilimitadamente violento, a manera de conjunto de técnicas de un sistema político que tiempo después fue estimado como equivocado en sus fines más no en sus medios.
En cuanto al alcance, en sus postulaciones de un mundo sólo salvado por el valor de la intrepidez alemana al costo que fuere, el académico de Friburgo parece haber tenido muy presente al filósofo pesimista por excelencia del siglo XVI, el pensador del miedo, Thomas Hobbes y su pensamiento de una guerra sin límites específicos de bandos y normas, la bellum ómnium contra omneslvii.
Reclutamiento de eruditos.
Una vez derrotada Alemania en mayo de 1945 se presentó una reconfiguración de los aliados, y ciertas concepciones abiertamente proscritas en la guerra fueron teniendo cabida como instrumentos de una ferocidad que fue renovada en los siguientes años.
En esta historia existió el nexo causal de los propios militares de los Estados Unidos, quienes se auto prescribieron en su postura de contención de lo que estimaron como la amenaza del comunismo representado por la URSS, apenas unos meses antes aliada en la guerra contra las potencias del eje; en este contexto, fue aceptada sin la menor objeción un conjunto de planes concienzudos de acoger a excombatientes nazistas y naturalmente con ello, las prácticas alemanas de manejo de las poblaciones invadidas, fundamentalmente el frente oriental entre 1941-1944, implicantes de adaptar sus estilos más implacables en procura de sembrar el terrorlviii. De igual forma se tomaron como apropiados en determinados momentos a los respectivos manuales de estas técnicas, en su calidad de conocimientos prácticos de violencialix.
Ya en los años cincuenta dentro de las guerras coloniales de las decadentes potencias europeas, en manuales contrainsurgentes, son presentadas derivaciones de aquella noción de clases de personas u organizaciones inmersas ancestralmente en la respectiva sociedad, que no se avienen al gobierno imperante, siendo determinadas como enemigos internoslx, verbi gracia, al interior de la denominada Escuela Francesa de la Guerra Contrarrevolucionaria.
Esto a primera vista podía haber sido estimado como una incongruencia pues justamente Francia sufrió la ocupación nazi en su territorio europeo, y con ello los tratos brutales a resistentes a la ocupación, judíos y todos aquellos estimados por esta ideología como disidentes o desviados, en su calidad extendida de “enemigos internos”. Empero, las tropas coloniales francesas en Argelia en el periodo 1956-1957, fundamentalmente, adoptan el concepto del hostil interior (y su consecuencial trato feroz), por su carácter de procedimiento ‘racionalizado’ en experiencias de lucha contra insurgencias y a la vez expedito, eso sí, no sin el escándalo y rechazo de la sociedad francesa y de miembros de los propios cuerpos armados que fueron víctimas de la Gestapo nazi unos años antes en su patria ocupadalxi.
En el mismo sentido, Estados Unidos, en medio de la Guerra Fría, con base en una supuesta inminente agresión de la URSS y en medio de su cúspide de demonización, alberga premeditadamente a muchos miembros de los cuerpos más represivos de la nación derrotada, justamente por su furibundo anti-comunismo, y a través de ellos se sumerge en muchas ideas y prácticas de control violento de las poblaciones que se implementan y ejecutan en el periodo de auge del terror nazi en Europa. De allí devienen manuales de tortura y en general experiencias prácticas de control extremadamente brutal implementadas por la expansión estadounidense por todo el mundolxii; aquí son detectables procedimientos de castigo a grupos humanos cuya creación podemos rastrearla en designios de los más altos jerarcas nazislxiii.
Este flujo hacia Norteamérica de nacional socialistas convencidos con algún tipo de saberes académicos o/y de represión, posee consecuencias en el país reclutador:
“el uso de nazis y colaboradores de estos en los programas, así mismo ha dejado su huella en la vida de los Estados Unidos. Este impacto es conocido en la jerga del espionaje como contragolpe (blowback), significando inesperadamente, -y negativamente- efectos en casa que se prolongan en las operaciones encubiertas allende de los mares”lxiv.
Se presenta una real absorción de una doctrina concreta de parte de agencias de espionaje estadounidenses en formación como la CIA, el Departamento de Estado o cuerpos militares como el mismo ejército (creando programas específicos para tal propósitolxv), a través de la incorporación en la sociedad (a no pocos se les otorga la ciudadanía estadounidense ignorando su pasado como miembros del partido nazilxvi), de una gran cantidad de personas con antecedentes reales y verificables de haber sido nazis y pertenecer a instituciones de terrorismo tan demencialmente invasivas y crueles como la Gestapolxvii y las SS (soldados partidistas nazis) fundamentalmente, las cuales son seleccionadas y protegidas de ser juzgadas por graves crímenes, precisamente por su condición de especialistas en tan tristes materiaslxviii. Seguramente por lo cual, todo ello fue mantenido en absoluto secreto ante la opinión pública estadounidense hasta los años ochenta del siglo pasado.
En este evento, es dominante la argumentación de presión hacia una concepción de protección de lo que por entonces se empezó a llamar en las más altas esferas de Washington, Seguridad Nacionallxix.
Los especialistas reclutados y emigrados a la potencia dominante del hemisferio occidental, (en varios programas Paper Clip, Overcast, etc.) son apreciados para tales efectos por caracterizarse de poseer lo que es categorizado como “rare minds”, en campos, hasta donde se conoce, como el diseño de submarinos, la guerra biológica o la investigación en misiles.
Estos son ejemplos de algunos saberes y no un listado taxativo de estoslxx. En circunstancias así, se sabe del ingreso de ex miembros de las SS a los Estados Unidos incluso en una fecha tardía como 1954lxxi, o participando desde los años cincuenta en la parte ejecutada en Alemania del plan de guerra encubierta contra miembros de partidos izquierdistas perpetrada por la OTAN, la Operación Gladiolxxii; es de suponer que ello se debió a causa de poseer mentes raras atractivas a los intereses de Washington, muchos de ellos en su condición especial de ex miembros de un cuerpo marcial de extrema derecha.
Enemigos internos al sur del Río Bravo.
Así, en este clima de Guerra Fría es donde son instauradas en el continente americano durante la posguerra, nuevas ideas de acuerdo con situaciones que dividían un planeta, donde se enfrentan dos antagónicos bloques el “mundo libre” vs el “campo comunista”, con concepciones estimadas como de diferentes e irreconciliables estilos de sociedad.
En este sentido expresamente en la Conferencia de los Ejércitos Americanos de 1954 en Caracas, a instancias de EEUU se instituye la novedosa existencia de unas álgidas situaciones sobrevinientes a la Segunda Guerra Mundial, en las cuales de las tradicionales fronteras territoriales se pasa a las imprecisas “fronteras ideológicas”lxxiii. El enemigo es el comunismo y los de esta ideología o las personas que pudieran ser asimilables políticamente hablando; estos son sistemáticos objetivos a ser acusados y perseguidos donde se encuentren y cualquiera sea su linaje. La noción de un enemigo intrínseco se halla allí. El anticomunismo es la doctrina ideológica del tipo de Estado que se va prefigurando en la región a partir de aquella década, el cual adquiere para tales efectos la forma de pesada entidad contrainsurgente, preferentemente a través de dictaduras militares, pero también ejecutándose en democracias restringidas.
Respecto a alguno de los nazis acogidos, un “rare mind”, dicha protección de EE.UU. es develada décadas más tarde, con lo que se establece que este amparo pasa realmente por alto cualquier prontuario por feroz que sealxxiv, siendo este comportamiento de resguardo una regla generalizadalxxv, llegando a posibilitar trasladados de ocultamiento a Latinoamérica. Es ostensible la existencia de una planificación de aprovechamiento de las inhumanas experiencias nazis en cuanto a trato a las poblaciones en territorios brutalmente conquistados por estos, sobre todo en la Unión Soviética, Yugoslavia y Francia, donde hubo diversos grados de resistencia a la ocupación.
Las fronteras ideológicas son extremadamente ambiguas, por lo cual abarcan cualquier profundidad de pensamiento en la sociedad, con lo que en América Latina el importado enemigo internolxxvi, es bosquejado de manera análoga al de la era nazi, como miembros indistinguibles de los elementos constitutivos de las naciones a ser aniquilados; siendo directamente reflejada esta situación en las cartillas contrainsurgentes colonialistas de la época que sirven a su vez de patrón de las impuestas en la región a través del Pentágono. En este orden de ideas, como era de esperarse, se llega a establecer la ocurrencia de una escisión ideológica irreconciliable y mortal de familias:
“En la guerra moderna, el enemigo es mucho más difícil de identificar. No hay una frontera física que separe los dos campos. La línea de demarcación entre amigo y enemigo atraviesa el mismo corazón de la nación, la misma aldea, y algunas veces divide la misma familia. No es una delimitación física, sino frecuentemente ideológica, la que debemos delinear expresamente si queremos dar alcance a nuestro adversario y derrotarlo”lxxvii.
Los enemigos ahora son enunciados como que se encuentran en el “mismo corazón” de la nación, es decir se hallan en sus raíces, resultan tan ancestrales, como los judíos en Alemania en el periodo 1933-1945, o acaso como los disidentes del nazismo a través de críticas (así sean inocuaslxxviii) aunque hayan sido inobjetablemente de una ascendencia originarialxxix. Aquí se abarca la amplitud y el calado de lo descrito con prolijidad por Heidegger para los judíos y demás perseguidos unos años antes, e incluso un poco más.
Resulta incluso que es extremado el concepto del filósofo, pues llegan a estar en el mismo núcleo de la sociedad escenificado en el hogar los denominados <<enemigos>>. Nos encontramos ya en el terreno de la guerra antisubversiva o contrainsurgente de finales de los años cincuenta e inicios de los sesenta, en el continente latinoamericano.
De tal manera el sentido de guerra contrarrevolucionaria es reforzado cuando los inconformes son instaurados como enemigos al interior de un territorio que es tenido como perteneciente, como sus habitantes, a la metrópoli estadounidense:
“Los enemigos se encuentran infiltrados en la población, por tanto, son internos al espacio geográfico donde actúan las fuerzas contrainsurgentes”lxxx.
Tan infiltrados pueden estar, como lo expresó un impenitente militar de la contrainsurgencia latinoamericana, que un enemigo interior puede ser un miembro de su propia familia, debiendo por su mero pensamiento ser objeto de eliminaciónlxxxi. Esto evidencia la estructuración de un mundo cerradamente unidimensional de prácticas de control de los procesos mentales en detrimento absoluto de lo político, es decir, de lo social, a través del miedo, fenómeno similar a lo ocurrido en las sociedades sometidas de la era nazi. Una prolongación aún más racionalizada si cabe, esta vez en tiempos que se creían superados luego de la derrota militar del fascismo.
Como observamos, un concepto que se agrega al de enemigo interior en la contrainsurgencia, es el de la infiltración silenciosa o el contagio en la sociedad, que permite el establecimiento de otra fuente de seres hostiles en territorio propio; en esta oportunidad personas permeabilizadas por “pensamientos foráneos”, contrarios a las costumbres, al «modo de vida occidental y cristiano», etc., resultan tenidas como asimilables a extranjeras por sus criterios. En este caso el enemigo interno, es clamorosamente un mero eslabón del enemigo mundial establecido por los Estados Unidos: el comunismo internacional asentado en ultramar.
Hostil simpático a aniquilar.
La Guerra Fría, por muy fría que pareciera, era guerra y causa no pocos muertos en la periferia del “mundo libre” del hemisferio. En los propios Estados Unidos sin el terror propiciado en sus estados clientes, se organizan planes de represión desde los años sesenta a fin de contener crecientes acciones políticas públicas pacifistas y en pro de los derechos civiles mediante la estrecha acechanza, que no pueden ser considerados sino como de creación y espionaje dirigidos a un generado enemigo interior al cual cercanamente por lo menos acosarlxxxii.
De su parte el enfoque colonialista del enemigo interno, de la Escuela Francesa, tiene punto de arribo óptimo en la instauración de la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) en Latinoamérica desde los años sesenta, como lo reconoce tácitamente un oficial que llegó a ser comandante en jefe del ejército argentino:
“… todos nosotros, yo incluido, interiorizamos el hecho de que el enemigo contra el cual
debíamos batirnos era nuestro propio conciudadano: con el que estábamos a punto de almorzar, el profesor de nuestros hijos o nuestro vecino”lxxxiii.
Se hace ostensible el establecimiento de unos principios inamovibles, insustituibles, rígidos, que como ya indicamos, se ha interiorizado a través de cartillas represivas, estructurando un acervo establecido con base en experiencias de control social violento cuyo arquetipo llega a los nazislxxxiv. También se presentan tentativas de poner en ejecución programas de reorganización de las sociedades en la región por medio de la violencia estatal, asimilables a los de los años treinta y cuarenta en Europa, en medio de las dictaduras militares y democracias meramente formales.
Ha habido casos en el continente en que el desarrollo intenso de la idea heideggeriana, análogamente se ha instituido la noción de supresión de una parte incómoda de la sociedad, adquiriendo niveles de genocidio:
“el concepto del enemigo interno no era un constructo abstracto, sino un recurso para la justificación de una guerra de exterminiolxxxv”.
En Latinoamérica con sus particularidades, se ha presentado una concreción propia de los tiempos y las latitudes del enemigo irreductible de la Europa en guerra de la era nazi, del idealizado enemigo interno judío, hacia la adopción del “enemigo absoluto” contrainsurgente, tomando cuerpo en la forma condensada del campesino defendiendo instintivamente su mundo tradicional o el sujeto revolucionario cosmopolita por tanto influenciado de lo foráneolxxxvi. Las consecuencias fueron con uno y otro idénticos en cuanto a su eliminación por estimárseles como irreductibles, equivalentemente a los perseguidos obsesivamente en Europa durante los años treinta y cuarenta, y como en esta situación sólo puede ser aceptada no menos una pasividad cómplice con el statu quo.
Se ha tenido la suficiente base teórica basada también en experiencias, como para una definición concreta del enemigo internolxxxvii, la cual tiene raíces en las perfeccionadas políticas contrainsurgentes de Estados Unidoslxxxviii. Aquí también los pensamientos nazis y hobbesianos son perfilados hacia una totalidad, cuando se acredita que en el ambiente social del enemigo interno, no puede haber categorías de neutralidad o indiferencialxxxix (al fin y al cabo es una guerra de todos contra todos), con lo cual la arbitrariedad se transforma en un orden terrorífico prolongado del que nadie puede escaparxc.
Generando inhumanos.
El enemigo interno devenido de los años treinta y cuarenta en Alemania ha ido evolucionando hacia lo cultural, sicológico, metafísico, ideológico, y sin embargo, a la vez ha permanecido con su matriz inhumanizada. El fin ha mutado en la eliminación de cualquier amenaza a la existencia tradicional de las élites de la nación así como al desempeño de la economía noratlántica. Dicha categoría de ser artificiosamente ‘hostil’ por sus concepciones y procederes, tampoco puede ser expulsada, pues habita dentro de las fronteras nacionales, como interpretó en su momento Schmittxci; su indisoluble historia y proximidad justamente lo hacen irredimible. La consecuencia es el aniquilamiento subrepticio del pensamiento Ilustrado, transformándose precisamente en su noción contraria a través de facilitadoras técnicasxcii.
Aunque con variaciones, se presenta una continuidad en el enemigo interno desde los años sesenta; al presente la noción es equivalente al establecimiento de un ambiente social en el cual exista
“una concepción planetaria, en todas las sociedades existen enemigos que circundan el mundo ya sea vista desde el enfoque religioso económico, cultural o político…xciii”
Lo cual nuevamente nos acerca a la concepción de Hobbes, de guerra de todos contra todos, a la que se ha seguido una concepción militarizante de la totalidad de los conflictos humanos, aunque sean inherentes a las relaciones sociales de cualquier dinámica comunidad, sin implicar por ello destrucción o daño del oponente, como idea contemporánea del polemos en las instituciones marciales y élites contemporáneas.
Con un panorama de las características descritas en varios países del continente, las guerras de baja intensidad, sucias, contra las drogas, de talante anti-insurgente, etc., aparecen inscritas en variables de control social mediante diversas clases de enemigos internos, inextinguibles a pesar de los sofisticados medios a disposición de los estados modernos, con lo cual, se llega a concluir en la conveniencia de la constitución de un enemigo que no es prudente derrotar o menguar, pues genera variadas situaciones de turbulencia permisivas de manipulación de los habitantes, con lo que se guarda cercana relación con los criterios en la materia antiguosxciv.
Lo anterior posee por entero correspondencia con las políticas internas y externas del gobierno de los Estados Unidos, quienes han permanecido hasta estos tiempos en una constante búsqueda de enemigos a manera de una fórmula cardinal de autoafirmación identitariaxcv.
Eternizando el enemigo.
El enemigo interno hace posible el justificar razonablemente cualquier fracaso u obstáculo insalvable del gobierno que aplica su concepción, manteniendo un estado de emergencia nacional de forma indefinida. Por ello enemigo interno ha mutado a ser puesto en escena ya no poseyendo para su identificación en el siglo XXI, criterios étnicos, morales, ideológicos, de clase social o hasta algunos que pueden ser intrascendentes, sino actos e ideas contrarias o acaso indiferentes, en alguna medida no congruentes con las lógicas abusivas imperantes del mercado en occidente, naturalmente generadoras de novedosas y antiguas formas de resistencia.
Las secuelas de aquel enemigo de la puerta del lado, que desde la posguerra se profundiza con el más contemporáneo en tu propia casa, va teniendo una continuidad y omni presencia en el denominado enemigo difuso, el que se diluye, inasible, ya de raigambre netamente basada en doctrinas castrenses recientes, proyectado hacia buena parte de los tipos de guerras en los inicios del siglo XXIxcvi. Es tan etéreo este más contemporáneo enemigo, que nos arroja desesperanzadamente a las proximidades de la bellum ómnium contra omnes, lo cual implica que asistimos impasibles a un ostensible retroceso civilizatorio.
Así, a partir de los conceptos racistas impenitentes de Heideggerxcvii (con la colaboración de Schmitt y el fantasma de Hobbes), apoyando sin reticencias al régimen nazi, ha ido creciendo y haciéndose compleja hasta el presente, la instauración de una categoría de humano a través de la cual es colocada prácticamente toda la población a manera de conjunto de sujetos a perseguir, objeto conveniente y legítimo de cualquier castigo, por sólo procurar participar en la vida activa de las sociedades; se ha establecido una no muy subrepticia base teórica proveniente del Tercer Reich, decantada de las necesidades establecidas para la guerra irregular mediante diversos procedimientos de control violento de poblaciones situadas, como en los tiempos de Heidegger, en el papel, hasta ahora, de irredimibles <<enemigas>>.
En sus orígenes ello fue el resultado de un momento oscuro de la civilización europea, continuado en la posguerra y en el presente siglo su desarrollo, aún es apreciado. Es erigido con el enemigo interno, un denodado esfuerzo por aprovechar, la irracional y sofista elaboración original heideggeriana de núcleo antijudío. A partir de esto aún son detectables amplios trazos de justificaciones de aparente ‘sensatez’ estratégica en cuanto a trato abusivo y sistemático a poblaciones que simplemente perciben como indispensable la participación colectiva en la vida pública de sus comunidades.
El pensamiento más aciago de los peores tiempos del siglo XX, nos continúa amenazando.
iNotas
Latín inimicus ‘enemigo’, de in. ‘no’ + imicus, de amicus ‘amigo’. Breve diccionario Etimológico de la Lengua Española. Fondo de Cultura Económica. México 1995.
ii Yves Ternon. El Estado criminal. Genocidio en el siglo XX. Ediciones Península. Barcelona 1995. Pág. 165
iii Ternon. El Estado… Pág. Ibídem.
iv Yves Charles Zarka. Un detalle nazi en el pensamiento de Karl Schmitt. Anthropos Editorial. Barcelona 2007. Pág. 45, 46.
v Martin Heidegger. Seinund Waharbeit, I Die Grundfrage der Philosophie, II Vom Wesen der Wahrbeit, Edición de Hartmut Tietjen, GA 36/37, Franckfort del Meno, Klostermann, 2001, p. 90, 91. Citado por Emmanuel Faye. Arent y Heidegger. El exterminio nazi y la destrucción del pensamiento. Ediciones Akal S.A. Madrid 2016. Pág. 192.
vi Este es un término que utiliza Heidegger por estimar que la palabra <<hombre>> es demasiado concreta, buscando con Dasein una indeterminación, una ambigüedad. Emmanuel Faye. Heidegger. La Introducción del Nazismo en la Filosofía. En torno a los seminarios inéditos de 1933-1935. Ediciones Akal. S.A. Madrid 2009. Pág. 28
vii Heidegger. Seinund… Faye. Arendt… Ibídem.
viii Heidegger. Seinund… Faye. Arendt… Ibídem.
ix “Puede llegar a parecer que incluso que no hay enemigo. La exigencia radical consiste entonces en encontrar al enemigo, en hacerlo aflorar, o en crearlo incluso, a fin de que tenga efectivamente lugar esa confrontación con el enemigo y que el Dasein no quede aturdido”. Heidegger. Seinund… Faye. Arendt… Ibídem.
x “Incluso puede afirmarse que en algunos grupos puede ser cordura política buscar enemigos, a fin de que la unidad de los elementos siga actuando como un interés vital”. Georg Simmel. Sociología: estudios sobre formas de socialización. Editor digital: Titivillus. 2018. Pág. 536.
xi “La insistencia con que Heidegger recomienda identificar al enemigo interior, o llegar incluso a crearlo, se corresponde con la nueva misión que por entonces se encomienda a la Gestapo: la búsqueda del enemigo (die Gegnerforschung). Y en cuanto a ese enemigo injertado en la raíz más íntima del pueblo alemán, al que es preciso oponerse a largo plazo teniendo como objetivo su aniquilación o su completo exterminio”. Faye. Arendt… Pág. 193
xii Peter Trawny. Un Segundo comienzo. Dialogo con el editor de los Cuadernos Negros de Martin Heidegger. Soraya Guimaraes Hoepfner. HYBRIS. Revista de Filosofía.Vol. 5 no 1. Primavera 2014. PP. 95-109.
xiii Donatella Di Cesare. Heidegger y los judíos. Los Cuadernos negros. Editorial Gedisa S.A. Barcelona 2017. Pág. 43
xiv “Lutero desahogó entonces su ira, concretamente en el panfleto Von den Juden und ibren lügen [sobre los judíos y sus mentiras], de 1543. Una violencia extrema inspira acusaciones e inventivas, instila odio y sospechas, dicta injurias e insultos, llegando a insinuar medidas extremas para liberarse para siempre de aquel pueblo <<maldito>>. Los judíos, animados por un odio inextinguible, <<llenos de arrogancia, envidia, usura, avaricia y toda clase de maldades>>, son enemigos internos, <<ciegos>> y <<entregados a la ira divina>>, <<perros sanguinarios y asesinos de la cristiandad entera>>, <<testarudos, obstinados>>, <<falsos, malnacidos y extranjeros>>, <<mendaces blasfemos>>… El judío no es un Deutscher (alemán), sino un Teutscher (impostor); no es un Welscher (extranjero), sino un Felscher (falsario); no es un Bürger (burgués), sino un Würger (avaro)”. (subrayado fuera de texto). Lutero, M. Degli ebrei e delle loro menzogne, -einaudi, Turín, 2008, págs. 117-118, 143. Cita y comentario de Di Cesare. Heidegger… Pág. 46, 47
xv Julius Streicher, el editor del virulento semanario nazi Der Stürmer, expresó ante una pregunta si había habido otros ataques de la prensa contra los judíos: <<Hoy en mi lugar debía estar el doctor Martín Lutero>>. Der Prozess gegen die Hauptkriegsverbrecher vor dem Internationalen Militärgerichtshof Nürnberg, Rechenbach, Nüremberg, 1947, vol. XII, pág. 346. Cita de Di Cesare. Heidegger… Pág. 43.
xvi “Heidegger se valió del lenguaje filosófico y de la autoridad que confiere el ámbito de la filosofía académica para difundir y legitimar un programa metapolítico y de espíritu nacionalsocialista que tiende a la destrucción de toda filosofía”. Faye. Arendt… Pág.255.
xvii Letters de Martin Heidegger á sa femme Elfride 1915-1970, cit., carta fechada el 2 de octubre de 1930. Pág. 223. Citado por Faye. Arendt… Pág. 197
xviii “Antes de Heidegger, Ernest Jünger –en un texto titulado <<Sobre el nacionalismo y la cuestión judía>>- ya había colocado al judío hasta entonces asimilado en el pueblo alemán ante la disyuntiva (y única alternativa) de ser judío o no ser>>” Ernest Júnger, <<Über Nationalismus und Judenfrage>>, Politische Publizisttik, 1919 nis 1933, Sven Olaf Berggötz (comp.), Stuttgart, Klett Cota, 2001, p. 587-592. Citado por Faye. Arent… Pág. 193.
xix “… Heidegger irá todavía más lejos, dado que sus afirmaciones son de hecho programáticas y tienen como objetivo explícito, a largo plazo, <<el exterminio total>>”. Faye. Arendt… Pág. 193
xx “En más de una ocasión he mencionado en este libro el curso del invierno de 1933-1934 que se publicó en 2001- en el que Heidegger insta a los estudiantes de filosofía a identificar al <<enemigo incrustado en la raíz más íntima>> del pueblo alemán. El objeto de esta reflexión, les dice, consiste en <<preparar, a largo plazo, la agresión (Angriff) que tiene como objetivo la Vernichtung total>> de dicho enemigo”. Faye. Arendt… Pág. 556
xxi “… pero una peligrosa conexión internacional de los judíos existe”. Citado por Di Cesare. Heidegger… Pág. 215.
xxii La facción cercana a Heidegger que sería la de los SA de Ernst Rohm, fue literalmente liquidada en la noche de los Cuchillos Largos. A pesar de ello, “Martin Heidegger no rompió nunca los vínculos orgánicos que lo ligaban al partido nacionalsocialista. Los documentos que se conservan en los archivos del NSDAP6 demuestran, entre otras cosas, que siguió siendo un militante activo hasta el final de la guerra, que no dejó de pagar sus cotizaciones como afiliado y que nunca fue objeto ni de reprimendas ni de procesos políticos internos en el seno del partido”. Víctor Farías. Heidegger y el Nazismo. Muchnik España 1989. Pág. 20
xxiii Jurgen Habermas. Perfiles filosófico-políticos. Taurus Ediciones S.A. Madrid 1975. Pág. 59
xxivHabermas. Perfiles… Pág. 60
xxv En general el consumismo cosificante del primero y la masificación del colectivismo del segundo. Ver Habermas. Perfiles… Pág. 60
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