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El espejismo de la buena fe

Fuentes: Insurgente

¿Quedará alguien que crea de buena fe en la lucha contra el terrorismo, la eliminación de las armas de destrucción masiva, la democratización de Iraq y el empeño por fortalecer la seguridad nacional de los Estados Unidos como motivaciones reales de la guerra comenzada en Afganistán y que amenaza con prolongarse en Irán y en […]

¿Quedará alguien que crea de buena fe en la lucha contra el terrorismo, la eliminación de las armas de destrucción masiva, la democratización de Iraq y el empeño por fortalecer la seguridad nacional de los Estados Unidos como motivaciones reales de la guerra comenzada en Afganistán y que amenaza con prolongarse en Irán y en los más de 60 «oscuros rincones del mundo»?

Coincidimos plenamente con colegas como los editorialistas de la agencia Walsh en que las verdaderas razones de la incursión bélica «eran (son) de orden ideológico -el nuevo destino manifiesto que se imaginaron los neoconservadores-, orden geoestratégico -el control de un país, Iraq, con enormes recursos petroleros y una importante ubicación estratégica en Medio Oriente- y orden empresarial…».

Recordemos aquí a nuestro posible incauto que mucho antes de que las primeras bombas gringas cayeran sobre Bagdad, los medios informativos daban cuenta del tira y encoge de diversas firmas del orbe anglosajón con respecto a los jugosos contratos propiciados por la agresión. Puja en la que no solo tomaban parte la industria de armamentos y los distribuidores, sino también empresas de la construcción, las telecomunicaciones y el transporte, entre otras como salidas de una jauría más que expectante.

Por cierto, uno de cada seis dólares de los invertidos por EE.UU. para la «reconstrucción» del país que ellos mismos destruyeron han sido empleados de manera fraudulenta. El 25 por ciento de este total lo «desvió» la multinacional Halliburton, de la que Dick Cheney, actual vicepresidente yanqui, fuera director general. Y esto, cuando el Comité de la Cámara de Representantes creado al efecto ha auditado solo 57 mil millones de dólares. Aún resta conocer por cuáles difusas veredas tomaron los 300 mil millones que desde marzo de 2003, comienzo de la invasión, destinó a ella el presidente George W. Bush.

(Uno que otro malpensado «especula» sobre la utilización del dinero de los contribuyentes en el pago de obras no realizadas, los incrementos injustificables en precios previamente estipulados y en los evidentes retrasos en la ejecución de los trabajos).

Pero no hay que ser zahorí para detectar la densa presencia del petróleo como parte significativa en el bosque de pivotes de la actual geopolítica imperial, en cuyas avanzadillas marcha, acezante y como desquiciado, el Tío Sam. La llamada Ley Petrolera, aprobada recientemente por la administración títere de Iraq, contribuye a convencer a cualquier miope a ultranza de la verdadera razón de la invasión norteamericana.

Si la Constitución impuesta en 2005 a esa nación árabe comete el «pecado» de afirmar que el hidrocarburo es propiedad del pueblo (artículo 109), la flamante legislación viene a deshacer el «entuerto», a ayudar a expiar la «culpa» de quienes redactaron la Carta Magna, poniendo el recurso en manos del Consejo Iraquí de Petróleo y Gas (CIPG), que es decir colocarlo en la diestra, y la siniestra, de los sumos postores de Washington.

Para rematar la apertura de la riqueza mesopotámica -denuncia el colega Alejandro Nadal, en La Jornada, de México-, en el CIPG están representadas las «principales compañías relacionadas con el petróleo». Compañías muy al tanto de una funesta predicción de la Agencia Internacional de Energía (AIE): la demanda de crudo ascenderá 37 por ciento de ahora al año 2030, «pero algunos países productores no querrán o no podrán satisfacer estas proyecciones».

Con las compañías, el poder político imperialista anda como entre repeluznos. No es para menos. Cada vez más estados están usando sus recursos de forma «beligerante». Hace poco -IAR Noticias lo rememora-, Ecuador expulsó a la Occidental Petroleum Corp., por una disputa contractual, Bolivia nacionalizó la industria del gas natural y ordenó a las compañías extranjeras renegociar sus contratos, Venezuela retomó el control de pozos explotados por Total y ENI… Algo que constituye un nuevo panorama de la oferta y la demanda. La AIE calcula que sus 26 miembros necesitarán importar el 85 por ciento de su consumo de petróleo en 2030, frente al 63 por ciento de hoy día.

Occidente más vulnerable, sí; pero más amenazante. Porque, como señala el articulista Luis Ocampo -y aquí entramos de rondón en la dimensión ideológica-, el imperialismo tiene la percepción de que está en el último estadio de su desarrollo, que el ciclo del neoliberalismo y de la globalización bajo esa doctrina y esa práctica significa el punto final de la sociedad capitalista, y que, por tanto, toda su estrategia y todas sus tácticas están orientadas a la reproducción de la situación presente, para mantener el status cueste lo que cueste.

Y ese «cueste lo cueste» debe ser el aldabonazo que despierte a nuestro incauto, si lo hay, y ponga a todos los pueblos en guardia contra una guerra que se pretende infinita y que camufla su esencia con pretextos como la lucha contra el terrorismo, las armas de destrucción masiva, las democratizaciones necesarias y las cuestiones de seguridad nacional.