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El existencialista cínico

Fuentes: Rebelión

Según fuentes acreditadas e independientes, el último consejo de ministros presidido por Franco dio luz verde al nacimiento del rotativo El País. El dictador dejaba el futuro político bien atado para que sus huestes ideológicas por todos los flancos posibles lidiaran con ventaja el camino hacia la transición democrática.  Y el apocalíptico Fraga nombró director […]

Según fuentes acreditadas e independientes, el último consejo de ministros presidido por Franco dio luz verde al nacimiento del rotativo El País. El dictador dejaba el futuro político bien atado para que sus huestes ideológicas por todos los flancos posibles lidiaran con ventaja el camino hacia la transición democrática. 

Y el apocalíptico Fraga nombró director a Juan Luis Cebrián, alguien, por entonces, casi desconocido públicamente pero que con el correr de los años se convirtió en semidiós heroico de la democracia vigilada en España, funcionario de facto del régimen, periodista de altos vuelos y empresario de éxito internacional hoy en día.

Ahora está en plena promoción del primer tomo de sus memorias y concede entrevistas a diestra y siniestra. La última en El Mundo, la cabecera enemiga por antonomasia del grupo PRISA. Al fin y al cabo, El País y su cordial adversario son hijos de la misma entraña putativa, repartirse el negocio de la opinión pública a partes más o menos iguales.

Resulta evidente que Cebrián lo sabe casi todo de los entresijos de la moqueta que pisan las elites españolas, incluso de muchas sudamericanas. Si él hablara de verdad, muchos secretos y conspiraciones pondrían en la lona a bastantes próceres habidos y por haber del escenario político y financiero.

Su versatilidad no admite parangón alguno: se ha dejado querer por todos, Fraga, Suárez, González, Aznar y Zapatero y a todos les ha zurrado de lo lindo cuando los intereses del grupo PRISA se han sentido mínimamente aludidos o perjudicados en su millonaria susceptibilidad e influencia política. Es la figura prototípica del cortesano moderno, culto, pragmático, de verbo de seda y puño de hierro.

Y cínico donde los haya. En una entrevista reciente con Jordi Évole para su programa Salvados de La Sexta dijo sin inmutarse un pelo de su barba que no recordaba «haber ganado 13 millones de euros en un año» durante los primeros escarceos de la crisis actual y cuando asomaban la patita del miedo por el horizonte varios ERE en su grupo mediático para despedir a muchos trabajadores de diferentes empresas. La declaración tiene su miga y retrata perfectamente al personaje.

Un personaje, por otra parte, protagonista entre bambalinas de modelar una izquierda en España alrededor del PSOE y de su amigo del alma Felipe González tibia con el orden establecido y sumisa a los poderes financieros. Esa izquierda monárquica tenía que fulminar, a través de El País principalmente, todo vestigio de acción transformadora y rupturista con el régimen fascista de Franco, restando apoyos electorales y sociales al PCE y CC.OO. El trabajo fue realizado con precisión desde el comienzo del relato juancarlista y el peligro comunista cercenado de cuajo.

De familia noble franquista, no tanto como la de Aznar en sus propias palabras, y director de informativos de TVE cuando el carnicerito de Málaga Arias Navarro (ese que nos dio la noticia entre lágrimas de españoles, franco ha muerto) era presidente del Gobierno, Cebrián se guarece en el existencialismo de contar lo que ha vivido y sentido en propias carnes para justificar sus veleidades pragmáticas y cínicas en intenso su quehacer empresarial, mediático y político. No nos cabe duda alguna de que merece el título honorífico de el existencialista cínico. Cebrián dixit: «lo importante es contar las cosas como uno las vivió. Probablemente en ese relato aparezcan, como en el diván del psicoanalista, esfuerzos o intenciones que uno no percibe.» Genial y críptico a la vez. Hay cosas que las hizo y no sabe por qué: muchas de ellas se quedarán en la telaraña de sus prejuicios oníricos y batallas internas del subconsciente. Hermosa y sofisticada finta para salirse por peteneras.

En la entrevista con El Mundo deja otras perlas de rutilante belleza discursiva. La primera cuando se define como liberal progresista, una tierra de nadie donde se refugian izquierdistas de salón o la gauche divine de la posmodernidad globalizadota. No obstante, Cebrián matiza con un manierismo de tufo maquiavélico: «Yo me defino así… quizá para no definirme.» Estamos ante un esgrimista de estilo y fina cintura donde los haya.

Su revisionismo histórico acerca del franquismo y la memoria histórica merece atención especial. Y eso que en varios momentos de la entrevista asegura no ser sectario. Sin embargo, el plumero conciliador de los vencedores de la cruzada del generalísimo afloran sublimados por mor de sus contradicciones freudianas. Y es que el existencialismo es así: la libertad nos obliga a elegir constantemente. Por bemoles vitales o por cinismo laico. La alternativa de decir no es inexistente. Así, Cebrián afirma que «El franquismo fue a la sociedad española como el narcotráfico a las sociedades latinoamericanas: lo impregnó todo. Duró 40 años. Franco murió en la cama. Y no hubo una alternativa social organizada.» ¿Y el PCE, CC.OO., los maquis y las cárceles a rebosar de comunistas y anarquistas? ¿Y los 150.000 asesinados por la dictadura?

Es curioso en esta comparación psicodélica entre narcotráfico y fascismo que a Cebrián le parezcan democracias plenas Méjico y otros países envenenados hasta la médula por el negocio de la droga que compra y vicia todos los estamentos políticos de las naciones aludidas.

Tampoco es afortunado rebajar la dictadura de Franco a un mero problema de índole social o enfermiza. De este modo desinfla y maquilla la responsabilidad política y penal de lesa humanidad de los franquistas de antaño y de sus vástagos ideológicos instalados en el PP todavía. Pero ahí no se para su pulsión revisionista. Abunda también en la idea de que «quería explicar algo que la izquierda actual no entiende sobre el franquismo. Y es que no fue una junta militar, sino la mitad de España. La España profunda». Toma tomate. La España rural y profunda tiró para Franco y la España progresista y urbana para la República. El reduccionismo intelectual clama al cielo.

Cebrián, en su afán didáctico y explicativo en tono profesoral de cura frustrado, elude la complejidad: Franco se alzó contra la voluntad popular avalada mayoritariamente en las urnas y lo hizo a cañonazos de forma alevosa. ¿No fueron militares los que dieron el golpe sangriento apoyados por Hitler y Mussolini? ¿Qué quiere decir Cebrián? ¿Qué Pinochet y Videla eran más monstruos que Franco? La ONU confirma que tras Camboya, España es el país que cuenta con más personas en paradero desaparecido (republicanas en la cuneta del olvido) provocadas por una guerra civil, ¡114.000! Ese elocuente dato debiera bastar para refutar las tesis dulzonas y aviesamente equidistantes y conciliadoras de don Juan Luis Cebrián.

En su propósito de enterrar bajo siete llaves cualquier interpretación rigurosa de la guerra civil suelta una sentencia lapidaria para redondear su peculiar punto de vista sobre el conflicto entre las dos españas machadianas: «La Ley de la Memoria Histórica, lejos de recuperar la memoria lo que ha hecho es generar más conflictos y problemas.» Esto es, traducido a román paladino, que se callen los biznietos, los nietos y los hijos de las víctimas de la represión franquista. Y cuando todos ellos hayan fallecido, entonces sí, recuperemos la memoria con la fanfarria y los honores pertinentes. El franquista residual que lleva dentro Cebrián traiciona al hombre de negocios posmoderno de terna liberal progresista. Cosas de los anhelos reprimidos que regresan cuando uno menos se lo espera.

Otro tema relevante comentado por el consejero áulico de PRISA se refiere a Cataluña. Su receta es doble y contundente: Guardia Civil y suspensión de la autonomía catalana si Puigdemont convocase un referendo unilateralmente. «El artículo 155. Suspendes el Gobierno de la Generalitat. Al presidente de la Generalitat. A la presidenta del Parlament. A uno, dos, tres cargos públicos. A los que hayan convocado el referéndum. Acabados. Ocupas tú el poder.» ¿Y si hubiere respuesta ciudadana democrática? «La Guardia Civil está para lo que tenga que estar.» Expeditivo Cebrián, pero también hipócrita. Mano dura y mano ancha conviven en su cerebro como una bella paradoja de imposibles bien avenidos. Lean: «Sí, me llamó Paco Fernández Ordóñez (antiguo ministro de Asuntos Exteriores, Justicia y Hacienda en los gabinetes de Felipe González) y me dijo que Pujol estaba inquieto por la posición de El País sobre Banca Catalana. Me invitó a comer y aparecieron cinco representantes de Pujol. Se me pidió que dejara de publicar las informaciones y así lo hice. En el libro reconozco que fue un crimen de leso-periodismo.» Besar el culo al poder no está bien Juan Luis Cebrián, pero como de joven iba a escuchar misa al Valle de los Caídos, aún recordaba que arrepentirse cristianamente de los propios pecados deja la conciencia más limpia que un jaspe. Fácil a la vez que efectivo: así da gusto.

Siguiendo en tierras catalanas, a Cebrián se le escapa un pensamiento con ínfulas casi filosóficas. Se pone empático, soñador y metafísico. Da la sensación de entrar en trance rememorando el tripartido entre PSC, ERC e IU. «Aquella idea romántica de Montilla (ex presidente de la Generalitat) de que alguna vez podremos gobernar los de abajo frente a la derecha corrupta…» ¡Dice podremos! Tal cual. Aunque del trance izquierdista sale en un santiamén como un resorte de furibundo neoliberalismo: «Todos los populismos, sean de derechas o de izquierdas, generan odio. Trump, Le Pen, Podemos…» ¡Ay la cruda realidad! Todos los políticos son iguales para Cebrián, de quita y pon: a un lado, en una masa heterogénea y maloliente, Hitler, Stalin y… Pablo Iglesias, y en la vertiente buena, Rajoy, Blair, González, Merkel y Aznar. El tercer hombre de la foto de las Azores, solo un poquito eh.

Y es que con José María Aznar tuvo sus más y sus menos. Primero fue invitado de excepción a veladas VIPS con el matrimonio Aznar-Botella. Más tarde, cuando a finales de los años 90 del siglo XX se inició la encarnizada guerra audiovisual por los derechos de retransmisión de los partidos de fútbol, PRISA y el PP de Aznar rompieron peras. El bocado era suculento.

Por un lado PRISA-Sogecable, Antena 3 y TV3 (el nacionalismo burgués pujolista) y la parte opuesta una coalición integrada por RTVE, Telefónica, El Mundo, Televisa, la cadena COPE y ABC. Hubo bastonazos a mansalva, pero al final las aguas volvieron a su cauce. PRISA es mucho PRISA. No obstante, la animadversión entre Aznar y Cebrián todavía colea en ambos corazones.

El pragmatismo de Cebrián supera cualquier prueba. Incluso el grupo PRISA tuvo que aceptar el maná del populista de derechas Silvio Berlusconi para salir a flote en momentos cruciales de sus recientes crisis empresariales. Al populismo del dinero financiero, Cebrián no le hace ascos.

Un personaje como Juan Luis Cebrián dice mucho sobre la adulteración de la democracia española. El País, a través de su imagen progresista fue un eslabón imprescindible para el aparato franquista que deseaba una España de retoques que no exigiera responsabilidades a los principales prebostes del régimen fascista. Con el impulso de PRISA, la izquierda se transformó en una alternativa moderada para completar la jugada maestra de la transición. Lo que sale a flote del subconsciente de Cebrián indica el enorme poder político e ideológico de los más señeros mass media, aquellos que conforman la opinión pública sin poner en cuestión los intereses de las elites.

Cebrián ha cumplido con creces el tácito encargo original de Fraga: domesticar la izquierda y homologar una España desigual, occidentalizada y capitalista. Podría haber sido peor. Pero, tal vez, también mejor.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.