El fascismo contemporáneo es la democracia de dominación. Su esencia radica en la imposición coercitiva de la democracia y en la eliminación de los derechos a la disidencia. Su expresión visible es la reducción de la democracia a la votocracia; y mas concretamente, a la votocracia de los adictos al régimen y de los legalizados. […]
El fascismo contemporáneo es la democracia de dominación. Su esencia radica en la imposición coercitiva de la democracia y en la eliminación de los derechos a la disidencia. Su expresión visible es la reducción de la democracia a la votocracia; y mas concretamente, a la votocracia de los adictos al régimen y de los legalizados.
Desde la Revolución Francesa hasta la Revolución Europea de 1848 y las décadas posteriores, el siglo XIX es un constante movimiento de luchas sociales y nacionales destinadas al logro de los derechos democráticos. La burguesía revolucionaria instaura por doquier la independencia de poderes y las libertades individuales, adecuando un nuevo contenido democrático a la adecuación capitalista de esa nueva forma de dominación presente en las denominadas democracias representativas.
No obstante, enfrentada a las luchas sociales, nacionales y populares, el siglo XX nos mostrará los grandes vacíos de su contenido democrático y reflejará el carácter cada vez más brutal de sus relaciones de dominación. A la debilidad expresa del carácter representativo de unas democracias que delegan en determinadas élites la gestión del conjunto de los asuntos que afectan a la vida cotidiana, sumaremos otras realidades. Así la praxis social y política nos llevará a observar la implicación del poder económico y su poder mediático en la configuración de la opinión popular. Esta misma praxis nos llevará a diferenciar el poder permanente ubicado en los poderes del Estado y centrado en sus fuerzas coercitivas, del poder temporal derivado del poder político obtenido a través de las elecciones y la votocracia.
El poder coercitivo marcará siempre los límites nacionales y de clase a los proyectos de transformación planteados por el nuevo poder político surgido de la contienda electoral. La España del 36 y las múltiples experiencias golpistas americanas, africanas y asiáticas, serán toda una referencia. La existencia de grandes bolsas de exclusión social en el Tercer Mundo y la incapacidad de vehiculizar democráticamente las reivindicaciones nacionales en los Estados multinacionales, reducirá a su mínima expresión el contenido democrático de estas democracias representativas. El sistema de partidos reflejará un funcionamiento grupal asentado en intereses corporativistas y alejado de las necesidades populares.
Los albores del siglo XXI nos muestran una democracia coercitivamente impuesta en amplias zonas del planeta, que sirve casi en exclusiva para la reproducción de las relaciones imperiales de dominación. La implicación de los poderes económicos, la utilización sistemática y centralizada de los poderes mediáticos y la votocracia, serán junto con la represión y exclusión de la disidencia, los nuevos arietes que convierten la democracia en su reverso dialéctico: dictaduras represivas, sociales y etno-culturales, al exclusivo servicio de las burguesías de las naciones y estados dominantes. Las democracias impuestas bajo ocupación militar en Irak, Afganistán, Palestina y Chechenia, son una clara referencia internacional.
La democracia española cumple todos los requisitos aquí planteados y añade otros nuevos. Se articulan aquí las antiguas democracias esclavistas, las políticas de apartheid que hasta fechas recientes funcionaron en Africa del Sur y las democracias coercitivamente impuestas propias de los albores del siglo XXI. Las democracias esclavistas reflejaban los derechos de los ciudadanos libres marginando a amplias capas de la población excluidas de sus derechos sociales y políticos. Si la apariencia del apartheid sudafricano era la negación del derecho de voto a los negros, su esencia manifestaba la exclusión de la vida social y política a aquellas sociedades propias, colonizadas y resistentes que mantenían parámetros, claves y valores diferentes, y muchas veces antagónicos, a las del colonizador.
Se trata por lo tanto de la democracia de la nación dominante española, que valiéndose de su «estado de derecho» y de su «Constitución», impone militar y coercitivamente sus presupuestos sociales, políticos y etno-culturales, eliminando los derechos y libertades fundamentales a los sectores disidentes y resistentes de las naciones oprimidas. Es por lo tanto una exclusión y una imposición económico-política y etno-cultural. Un abigarrado conjunto de franquistas, ex franquistas, liberales, neoliberales, rojos, y ex-rojos, se unen desde sus respectivos discursos, en su defensa del fascismo contemporáneo. En esta defensa, contra los pueblos oprimidos, las clases populares y la biodiversidad político-cultural, configuran el bloque ideológico-teórico de las clases dominantes. Un heterogéneo colectivo intelectual, arrimado al poder, bien remunerado, integrado y agradecido, se prestará voluntarioso a legitimar el experimento. Esta alianza de clases que articula las nuevas relaciones de dominación en un mundo globalizado, fundamenta el fascismo contemporáneo, aquí y ahora, en un conjunto de elementos que sirven para su legitimación:
1.- La utilización centralizada, sistemática y masiva de los medios de comunicación al objeto de consolidar opiniones mayoritarias al servicio del nuevo orden.
2.- La identificación de la democracia con la votocracia, de manera que son los resultados electorales, derivados de la producción mediática de los grandes fabricantes de manipulación informativa, los que aseguren la permanencia de las desigualdades económicas, políticas y culturales; y la permanencia de la negación de derechos individuales y colectivos.
3.- La confusión deliberada entre legalidad y legitimidad, negando la larga historia de la conquista de derechos por la humanidad, que parte siempre de la «no legalidad» de estos últimos.
4.- La utilización del concepto de «no nacionalistas» para legitimar al nacionalismo imperialista español, humanizando a estos últimos y ocultando el carácter intrínsecamente autoritario, reaccionario, fascista, racista y xenófobo de este nacionalismo imperialista español.
5.- La identificación de ética con sumisión, ocultando las opresiones reales, reduciendo la lucha por la paz a la pacificación contrainsurgente y recreando un imaginario colectivo que transforma los verdugos en víctimas y las víctimas en verdugos.
6.- La reducción de la política a la participación institucional tolerada y permitida por esta democracia coercitivamente impuesta.
7.- La utilización de la bandera de la seguridad, enemiga histórica de toda libertad, como elemento aglutinador del nuevo orden social.
8.- La existencia de quienes bajo apariencia de posiciones críticas, utilizan los conceptos de anomalía democrática y de déficit democrático para ocultar la ausencia estructural de demo- cracia, y colaborar con la negación de derechos y la represión
La creación de la democracia es hoy la labor más urgente de las clases oprimidas y de los pueblos dominados. La degeneración de la democracia representativa del siglo XIX es de tal calibre que partimos en muchos lugares de una nueva situación casi rayana en el 0. Está todo por construir. Una nueva democracia social, participativa y popular que asiente en los derechos individuales y colectivos, sin exclusión de nadie, el nuevo funcionamiento económico, político y social.
Identificar y desenmascarar el fascismo contemporáneo, reubicarlo en su actual contexto estatal y mundial, es una labor urgente hoy para toda expresión del pensamiento crítico o pensamiento propio comprometido con la emancipación. El resultado de la confrontación dialéctica entre las fuerzas sociales y políticas determi- nadas en construir la democracia y el de las fuerzas sociales y políticas que, junto con los intelectuales al servicio de las clases dominantes, van a enmascarar el fascismo contemporáneo, mar- cará la naturaleza y calidad de la nueva democracia.
Antxon Mendizabal – Economista