El «felipazo», que eclipsará para siempre al hasta ahora famoso «tamayazo», allana el camino para un nuevo gobierno del PP. De lo que se trata ahora es de sacrificar no ya a una pieza del tablero, sino al propio PSOE si fuese necesario, para impedir la posibilidad de que Pedro Sánchez forme un gobierno de […]
El «felipazo», que eclipsará para siempre al hasta ahora famoso «tamayazo», allana el camino para un nuevo gobierno del PP. De lo que se trata ahora es de sacrificar no ya a una pieza del tablero, sino al propio PSOE si fuese necesario, para impedir la posibilidad de que Pedro Sánchez forme un gobierno de coalición, o de acuerdo, con Unidos Podemos y otras fuerzas parlamentarias.
En cualquier caso esta lucha intestina tendrá repercusiones duraderas y profundas. Si Sánchez recuperase el control del partido, la derecha rompería cualquier disciplina y podría darse una escisión. Si son los conspiradores quienes triunfan, quizá no se dé una escisión, pero si contemplaremos un reagrupamiento de fuerzas, pues muchos militantes y votantes socialistas no podrán mantenerse identificados con estos energúmenos abiertamente burgueses, que han puesto sus cartas boca arriba.
¿Qué está en juego para que se produzca semejante ofensiva de todos los políticos del PSOE más identificados con el sistema? Desde el congreso extraordinario de 1979, en el que Felipe González proclamó abiertamente el abandono del marxismo, no se había producido una crisis de esta magnitud; si bien en 1988, en la huelga general, se produjo una ruptura con la UGT, es ahora cuando se sacude la organización de arriba abajo y al borde de la escisión.
Los sectores más reaccionarios de la sociedad han pasado mucho miedo en el último período, cuando vieron crecer el movimiento en las calles, sobre todo en torno a las marchas de la dignidad de 2014, cuando vieron los resultados de las elecciones europeas, y después de las municipales de mayo de 2015, no les llegaba la camisa al cuello. Estaban convencidos, como lo estábamos la mayoría de la militancia de la izquierda y el pueblo trabajador, de que la llegada de una coalición de izquierdas al gobierno era la consecuencia lógica.
No pensaban que la dirección de Podemos, y la de IU, iban a ser incapaces de forjar a tiempo la unidad necesaria para convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda y desalojar al PP de la Moncloa.
Hemos perdido la partida, y esto debe ser un reconocimiento de la realidad previo a cualquier análisis. En la reunión que la dirección de IU Federal (Coordinadora Federal), celebró en julio pasado, calificó los resultados electorales como «buenos», y la mayoría de la nueva ejecutiva (ahora «colegiada») rechazó la aportación que (por escrito) habíamos hecho algunas compañeras y compañeros que suscribimos el Manifiesto por el Socialismo, en la que, entre otras cosas, afirmábamos:
«Debemos asumir la derrota electoral y analizar sus implicaciones tácticas, entendiendo que no se trata sólo de un ciclo electoral, sino que este es sólo un aspecto de un ciclo político (…) Los resultados de estas elecciones quedan lejos de las expectativas de la izquierda, generando una sensación de derrota. El análisis de los resultados electorales y la situación creada a partir de ellos exige mucho más que una reflexión acerca de la coyuntura; nos hace imprescindible una recapitulación del último período histórico, pues todo hace sospechar que asistimos a un hito de inflexión en el ciclo político que ha abarcado el último sexenio, afectando no sólo al ambiente social sino especialmente a la vida interna de las fuerzas políticas. (…)
Se ha pagado el haber perdido la ocasión de ir juntos en diciembre de 2015, aprovechando el impulso y la ilusión que aún había de la victoria en las municipales de mayo. No se ha podido recrear con una campaña electoral aquella situación producto de un contexto histórico concreto. Aquel ambiente era consecuencia de un proceso de lucha y participación en la sociedad que no hemos sabido mantener.
Especialmente en el caso de Podemos, tras este error se manifiesta una profunda incomprensión de la lucha de clases, una sobrevaloración de las propias posibilidades y una infravaloración de la capacidad de reacción del enemigo, de las reservas que podría movilizar el sistema.» (Los subrayados son nuestros).
Galicia y Euskadi, la puntilla
Ahora los más aviesos defensores del sistema se están vengando, asegurando su revancha, el resultado de las elecciones en Euskadi, pero sobre todo en Galicia, ha sido el pistoletazo de salida para una orgía reaccionaria y lanzan a sus más serviles peones, a los que viven de la traición al pueblo, a los de las puertas giratorias, a la primera línea para que se ganen su salario.
Por si a alguien no le había quedado claro con el resultado de las elecciones de junio, por si alguien aún no había comprendido que el PP lleva gobernando un año tomándonos el pelo a la izquierda, las elecciones vascas y más aún las gallegas, han venido a decirnos algo que algunos, usando el marxismo, habíamos diagnosticado hace tiempo: no hemos sido capaces de transformar en victoria electoral el cambio en la correlación de fuerzas que se produjo en las calles en los últimos años, no hemos sabido encauzar y transformar en fuerza organizada el gigantesco torrente de indignación y deseo de cambio. Y, claro, la realidad es dialéctica, estas derrotas afectan a esa correlación de fuerzas, situando la iniciativa de nuevo en el lado del PP, en el lado de la clase dominante. Porque la correlación de fuerzas no es un estanque que se llena, en el que «se acumula» fuerza, es una relación elástica, viva, cambiante. Y si no se aprovecha una oportunidad se pierde y se retrocede. El triunfo del PP en las elecciones gallegas, le ha puesto la puntilla a ese proceso, otrora ascendente, de cambio en el ciclo político.
Y claro, enseguida le echamos la culpa al empedrado, o a la clase trabajadora, con frases tan manidas como usuales en todos los dirigentes de la izquierda: «no hay conciencia de clase», «la gente huye como conejos», «la correlación de fuerzas nos es desfavorable», «las encuestas mentían» … cualquier cosa antes de reconocer la propia responsabilidad.
Esa incapacidad para comprender la dialéctica de los procesos sociales es un gran déficit de nuestras direcciones políticas. Uno de los ejemplos históricos más claros lo tenemos en el famoso mayo del 68 en Francia.
Una verdadera revolución social que amenazó la supervivencia del régimen político y del propio sistema y que por cierto se produjo en uno de los períodos de mayor crecimiento económico del capitalismo (reflexión para aquellos que piensan que sólo la miseria engendra revoluciones). Unos meses después, De Gaulle, el autoritario presidente francés, bajo la admonición «yo o el caos», aplastó a la izquierda con un referéndum. ¿Acaso eso quiere decir que en mayo del 68 la conciencia de clase no dio un salto gigantesco, o que la correlación de fuerzas no había cambiado? Sin análisis dialéctico no se puede comprender la historia.
No estamos en Grecia
Quién, en el campo de la izquierda, se regodee en esta crisis del PSOE, se está equivocando profundamente, pues se trata de un capítulo más de la crisis del conjunto de las organizaciones de la izquierda. Si Unidos Podemos estuviese en fase ascendente, y ejerciese una vis atractiva hacia esas bases desencantadas, sería otra cosa, pero en la puerta de Ferraz vemos el espejo de un momento de crisis general de la izquierda que, con más o menos estridencia, acusa el parón del movimiento en las calles.
Y, por supuesto, podemos compararlo con el proceso en Grecia, pero de ninguna manera se puede establecer un paralelo.
En primer lugar porque la dirección del PSOE de Pedro Sánchez, precisamente, ha intentado conscientemente evitar ese suicidio que llevó a cabo el PASOK en el altar de la defensa del sistema (no «del régimen», sino del sistema). Pero, sobre todo, porque la clase obrera helena tenía el protagonismo absoluto de las luchas que trituraron al PASOK y llevaron a Syriza al gobierno, huelga general, tras huelga general.
Por cierto, ahora se puede constatar hasta qué punto es un estulticia sectaria la consigna de «PP, PSOE, la misma mierda es». ¿Alguien puede comparar el origen, proceso y consecuencias de esta crisis con una hipotética crisis del PP? El partido socialista, a pesar de todas las claudicaciones y traiciones de sus dirigentes (no es el único caso en la izquierda…) sigue teniendo unas raíces históricas y una base social en la clase obrera, y ese ha sido precisamente un error constante en Izquierda Unida, el no saber dirigirse a esa base para ganarla.
Lenin explico, hace ya mucho tiempo, que un partido político, creado por el movimiento obrero, podía tener al tiempo un carácter burgués en su dirección y seguir siendo proletario en sus bases, y por eso recomendaba al Partido Comunista Británico hacer «entrismo» en el Partido Laborista, para ganar más vinculación con la clase obrera.*
Si las direcciones de Unidos Podemos, o al menos de IU, comprendiesen la médula de la táctica del frente único, tenderían su mano en este momento a las bases socialistas, para alcanzar un acuerdo que les permitiese mantener una identidad propia, pero formando un frente común para afrontar la lucha contra el ya previsto gobierno del PP.
El PP lleva la batuta
La derecha se ha reorganizado con más rapidez que la izquierda, el aparato del PP, el partido de la corrupción, el partido que incluso agrupa en sus filas a la extrema derecha franquista, ha defendido sus propios intereses de aparato y ha conseguido que fracase la operación de Ciudadanos, convirtiéndose, de nuevo, en la apuesta política de la clase dominante, pero no ha resuelto las tensiones subyacentes. Todo este proceso confirma algo: la crisis de la sociedad es tan profunda que un gobierno de la derecha no va a ser capaz de afrontar con éxito los problemas de fondo, y eso se verá pronto. Las bases objetivas que determinan, «en última instancia», los acontecimientos, son las de una crisis de sobreproducción del sistema capitalista a escala global.
Quién no entienda que ha habido un cambio en el ciclo político no estará preparado para intervenir correctamente, quien vea la atomización parlamentaria como «un signo sano de pluralidad democrática», en lugar de darse cuenta de que es un síntoma agudo de la crisis social, y de la reorganización política de la clase dominante, no sabrá qué perspectiva nos aguarda.
El llamamiento a formar un gobierno de izquierdas ya es patético por extemporáneo, el árbitro ha pitado el fin del partido, lo que tenemos que hacer es asegurarnos de tomar las medidas para ganar el siguiente: encontrar el camino de vuelta a las calles, a las fábricas, a los barrios y centros de estudio, para conseguir de nuevo la participación consciente en la movilización.
Parece que la izquierda no quiere abrir los ojos ante una realidad que golpea su mirada con un lema lacerante: «habéis vuelto a perder una oportunidad histórica, las montañas han parido un ratón».
El sujeto histórico
Quién piense que se trata solamente de «una crisis del régimen del 78», y no comprenda que es también una crisis de la izquierda, de IU y de Podemos (además del PSOE), que no hemos sido capaces de transformar la potencia gigantesca de cambio que se había incubado en la sociedad en cambio real, no será capaz de analizar los errores cometidos y tratar de corregirlos para afrontar la próxima oportunidad que, más temprano que tarde volverá a surgir. Y, que para ello, también tenemos que ser capaces de completar el ciclo de reorganización de la clase trabajadora y su expresión en partido político. Es un esfuerzo estéril la búsqueda de «un nuevo sujeto histórico». Ese sujeto histórico está ahí, intentando expresarse, intentando forjar el instrumento que encauce su organización como clase ascendente y le permita agrupar tras ella a todo el pueblo trabajador. Es un grave error confundir «sujeto» con «objeto», no entendiendo esa relación dialéctica.
Solo un analista superficial puede considerar que lo que está en juego en el Estado español es la «ruptura democrática», esa es una consigna que llega con cuarenta años de retraso. Si desarrollamos esa consigna hasta sus últimas consecuencias, nos encontraríamos con el absurdo de que en países como Grecia, Portugal o Francia, por ejemplo, no tendríamos programa, pues esa contradicción está superada. ¡Claro que el aparato estatal del franquismo ha sobrevivido con la claudicación de la izquierda en la Transición! Y ese aparato se utiliza contra las reivindicaciones de clase y contra las reivindicaciones democráticas, pero lo que está en juego, no es la forma «más o menos democrática» en que nos explotan, sino la propia explotación y la represión que ejerce el aparato del estado, que es la misma en esencia aquí, en Portugal, o en Grecia. Las consignas democráticas son un peldaño de la escalera para entrar en una nueva vida, pero no nos vamos a quedar a vivir en las escaleras.
Es contradictorio pensar que el Ibex 35, la burguesía, defiende el régimen del 78, destrozando uno de sus pilares fundamentales: la alternancia PP-PSOE. Si lo hacen es porque lo que está en cuestión no es sólo el régimen de relaciones políticas establecido por la UCD, y los dirigentes del PSOE y del PCE en la Transición, sino porque han visto peligrar el propio sistema social en el que se asienta su dominación: el odio a la banca, al capital financiero, a las grandes empresas y sus puertas giratorias, son elementos que se extendían en la conciencia del pueblo como una mancha de aceite, y sí, les daba miedo el desenlace. Sobre todo porque eso vino acompañado de un cuestionamiento general de las instituciones del sistema, del Parlamento, de los partidos políticos y los sindicatos, y abrió una oportunidad que ha cambiado muchas cosas, pero que ahora llega a un proceso de agotamiento, que necesita encontrar nuevas fuerzas en las raíces profundas de las relaciones sociales para resurgir con una fuerza renovada. Ese es, sin duda, el reto de la izquierda, generar un nuevo objeto, una herramienta, contribuir a que el potencial del sujeto histórico que puede transformar la sociedad, el pueblo trabajador, se encauce para derribar el sistema y construir una sociedad socialista.
Nota
*Discurso acerca del ingreso en el Partido Laborista Britanico. 6 de agosto de 1919
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