Después de la Edad de Piedra, de la Edad del Bronce, de la de Hierro de la Prehistoria, y de la Edad de Oro cervantina en la que muchos desearíamos vivir y morir, llegó la Edad del Chip, la Edad en que nos encontramos… Sī, porque seguimos en la Prehistoria. La Humanidad, aunque algunos sigan […]
Después de la Edad de Piedra, de la Edad del Bronce, de la de Hierro de la Prehistoria, y de la Edad de Oro cervantina en la que muchos desearíamos vivir y morir, llegó la Edad del Chip, la Edad en que nos encontramos… Sī, porque seguimos en la Prehistoria. La Humanidad, aunque algunos sigan empeñados en que estamos en la Historia, no es así. Para alcanzar el nivel de conciencia, de conocimiento y de convivencia, aún nos queda mucho trecho. Veréis por qué digo esto…
Desde mi posición puramente impresionista, de un tiempo a esta parte en ocasiones veo que, con nubes muy alejadas de la vertical, el aire completamente calmo y directamente desde el cielo raso caen, sueltas, gotas de agua sin ser tampoco el comienzo de un chubasco. No es algo muy extraordinario, pero es frecuente y lo valoro como otro síntoma de que «algo» está pasando…
A lo largo de mi vida he mirado mucho al cielo, directamente o a través de un telescopio refractor de 7,5 para aficionados a la astronomía. Y sí, he visto cosas en el cielo extraordinarias que no es el caso ahora de contar y describir, no sea que se me juzgue mal más allá de la opinión que suscite la observación antes comentada en todo caso poco relevante. Quiero decir que, aún profano de la Ciencia pero muy observador, vengo siguiendo la deriva del clima de mi modesta vivienda con jardín y a partir de ahí el planetario, desde hace treinta años. Dispongo del testimonio de numerosos videos desde 1988 que dan cuenta de la progresiva disminución de la nieve en mi jardín, que es lo que llena los embalses, hasta desaparecer por completo en 2018. Y registro la temperatura el día 15 de cada mes, aproximadamente desde aquella misma fecha. En cuanto a la disminución de las precipitaciones, toda persona con más de medio siglo de vida, atenta no tanto a la gente como a los detalles del entorno ha de acusar necesariamente la inversión de la pluviometría, sin necesidad de que la Ciencia Dogmática y sospechosa le informe de que la temperatura de la Tierra y de todo cuanto hay bajo el cielo, sube y sube por momentos, y de que tanto la nieve como la lluvia son un fenómeno cada vez más extraordinario.
Charles Fort, en «El Libro de los condenados», refiere numerosas variedades de lluvia caída en siglos anteriores y aún en el XX. Lluvias rojas, lluvias azules, lluvias amarillas, lluvias negras, lluvias de mantequilla, sí, de mantequilla, lluvia de piedras, lluvias de renacuajos, lluvias de telas de araña, lluvias de peces… Fort, un periodista que dedicó su vida a registrar todos los fenómenos que la la Ciencia y en especial la astronomía trataba con exclusión, es decir, fenómenos a los que científicos sobresalientes no reconocían como ajenos a un origen terrestre y entonces, como ahora, atribuían a fenómenos simplemente terrestres. Ahora la Ciencia es un equipo y quien no esté en la NASA, por ejemplo, poco o nada tiene qué hacer en la materia de su estudio y nadie le hará caso. En los tiempos de los que habla Fort los científicos y los astrónomos, cada uno por su cuenta, opinaba sobre cada fenómeno extraordinario conocido comprometiendo su solvencia personal…
«Para excluir el origen extraterrestre de las lluvias y nieves amarillas, se ha recurrido al dogma según el cual estarían coloreadas por el polen de pino. Entre otras publicaciones, el Symons’ Meteorological Magazine es formal sobre este punto, y disuade de toda otra explicación» (…) » La enormidad de los hechos, el 27 de febrero de 1903, la caída prosiguió en Bélgica, en Holanda, en Alemania y en Austria. Un buque la señaló en pleno océano Atlántico, entre Southampton y las Barbados. Sólo en Inglaterra, se calculó que cayeron 10.000.000 de toneladas de materia. En Australia, hubo una lluvia de barro de cinco toneladas por hectárea. Cayó también en Suiza y en Rusia». (…) «Estimo, pues, que la Ciencia no tiene más contactos con el verdadero conocimiento de los que tiene el empuje de una planta, la organización interna de un gran almacén o el desarrollo de una nación. Todos ellos son procesos de asimilación, de organización, de sistematización, todos tienden, por diferentes medios, a alcanzar el estado positivo, es decir, supongo, el paraíso. Tengo la sensación de que, por encima de nuestras cabezas, existe una región estacionaria, dentro de la que las fuerzas gravitatorias y meteorológicas terrestres son relativamente inertes, que recibe exteriormente productos análogos a los nuestros.» «Pienso en una región suspendida por encima de la superficie terrestre, donde la gravitación ya no opera y que no está regida por el cuadrado de la distancia, al igual que el magnetismo es despreciable a muy corta distancia de un imán. Pienso que todo lo que ha sido arrancado de la superficie terrestre ha permanecido prisionero de esta región hasta su liberación por la tormenta.»
Párrafos de «El Libro de los condenados» en los que Fort, vista ahora la deriva del clima, combinada con fenómenos puntuales, explicados los unos, sin explicación convincente otros, nos conducen a otra dimensión: a un plano de la realidad tangible cercano a la antesala de un final de fiesta …
Quiero decir con todo esto, que no necesariamente los extraterrestres están detrás del calentamiento de la tierra y de la desecación galopante del planeta. Pero las escasas borrascas profundas y en general la pasajera nubosidad, causa y efecto a su vez de la severa, progresiva y secuencial disminución de la lluvia, junto a tormentas que provocan espantosas inundaciones, apuntan no al fin del mundo, pero sí al fin de una Era. Es indiferente que estemos predeterminados, que estemos condenados al fatum, la fatalidad. Es indiferente que un Ser u otros Seres sean quienes estén decidiendo por nosotros el destino de la Humanidad o parte de ella, el de ésta y de cada Civilización, arrastrándonos, desde la más absoluta falta de racionalidad es decir, la necedad, a nuestra perdición… Lo cierto es que dejando a un lado este aspecto, lo que sí conocemos a ciencia cierta es la causa paradójica y eficiente del desastre: el Progreso. No queda ya nadie que no sepa que la causa y el efecto al mismo tiempo de la decadencia y pronto colapso de esta civilización son, por un lado, la contaminación de la biosfera que los dueños virtuales del planeta hacen inevitable. Es decir, la saturación de la atmósfera de trillones de partículas en suspensión desde que empezó la era industrial; partículas que han terminado formando una densa cortina que cierra el paso fluido de la lluvia a su través, o cuya enorme carga de ésta presiona en ella hasta rasgarla en forma de lluvia torrencial devastadora. Por otro lado, la explosión demográfica. Y por otro, la producción y consumo de infinitos artefactos (producción y consumo sin control y gran parte de ellos sin posibilidad de reciclar) que arrasan la superficie terrestre e infectan los océanos, a su vez causa de la destrucción paulatina de la cadena trófica. En todo caso el agua, como sabemos, tiene en muchos lugares del globo el valor que tiene el oro en los demás. Pues bien, en España su cotización se viene disparando por momentos…
Siempre desde mi posición impresionista, no repentinamente sino tras una decadencia agónica, esta Civilización está llegando a su fin. Tras su derrumbamiento estrepitoso, habida cuenta que un lustro, un siglo o mil años sólo representan un segundo respecto al momento en que el ser humano apareció sobre la Tierra, la regeneración global volverá a ponerse en marcha. El proceso extintivo pronto entrará en fase agónica (si no estamos ya en ella), y luego desaparecerá la inmensa mayoría de los seres de la especie humana. Antes los animales. Así, sin más, o precipitado el proceso por una deflagración nuclear provocada. Quiz á la fase final del desenlace no lo lleguen a presenciar nuestras generaciones tal cual porque la deflagración tarda en llegar, ojalá nos libremos del horror, pero el camino hacia el fin será tan penoso para las grandes mayo ías al escasear primero el agua y luego los alimentos, que irá progresivamente cundiendo el pánico, y el suicidio será la natural «salida» para millones de humanos…
En todo caso, yo, como Fort, no me fío de la Ciencia. Me fío mucho más de mi instinto que de ella. Desconfío profundamente de la Ciencia, de la Ciencia dogmática, de la Ciencia excluyente que rechaza todo cuanto no entra en sus cálculos, que no verifica a fondo fenómenos que chocan con sus premisas, o la versión que da de ellos es lo que conviene al Poder. La Ciencia, una poderosísima herramienta en manos de los responsables del mundo, todos miserables, ambiciosos, depravados y necios. Una Ciencia, ya incapaz incluso de sostener la máscara de independiente. Desconfío, primero por eso, porque publica sólo lo que le dicen que hay que publicar. Y luego, porque las verdades oficiales son el resultado del consenso de unas minorías poderosas, científicas, políticas y también difusas, como el detestable Club Bilderberg al que no se le imagina uno de otro modo que no sea maquinando…
Hay algunos decepcionados que en lugar de augurios quisieran propuestas para salir de la trampa en la que su insensatez le ha metido al ser humano. Pero es porque están tan alejados de la Naturaleza y miran tan poco al cielo, que siguen imaginando que no hay nada en esta vida que no tenga respuesta y nada que no tenga solución. Creen, los muy necios, como tantos crédulos del mundo, que el hombre, léase la sociedad humana y por antonomasia la occidental, ha alcanzado la cota más alta de su perfección, cuando la realidad es el Fausto que vendió su alma el diablo a cambio de gozar eternamente de los placeres que la vida ofrece y el diablo reclama ya lo suyo…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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